La importancia del Bautismo y su relación con la salvación
Versión 14-08-2012
Carlos Aracil Orts
1. Introducción
Estimado hermano Mario, gracias por consultarme y formularme las siguientes preguntas:
“¿Que importancia tiene el bautismo en un creyente?
¿El bautismo es parte de la salvación?
¿Qué deber tenemos nosotros con respecto al bautismo?”
¿Jesús se bautizó para dejarnos el ejemplo a nosotros o porque la ley de Dios lo exigía?”
(Mario)
Como sus preguntas son muy concretas, paso sin más preámbulos a responderlas. Dado que las tres primeras están perfectamente relacionadas las agruparé contestándolas bajo un solo epígrafe, mientras que la última pregunta, referente al Bautismo de Jesús, merece ser tratada de forma independiente por su singularidad.
2. La importancia del Bautismo, su relación con la salvación, y nuestro deber de bautizarnos
La importancia del Bautismo radica en que es un sacramento y un mandamiento de nuestro Señor Jesús. Cito a continuación los principales textos bíblicos que lo confirman.
Mateo 28:19: Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
Marcos 16:15-16: Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. (16) El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.
Hechos 2:38: Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Puesto que el cristianismo evangélico dispone de dos sacramentos instituidos por Jesucristo, que son el Bautismo y la Cena del Señor, presentaremos a continuación su definición, porque de esta manera comprenderemos mejor el propósito y finalidad de los mismos.
Definición de sacramento según Calvino:
“[…] Es una señal externa con la que el Señor sella en nuestra conciencia las promesas de su buena voluntad para con nosotros, a fin de sostener la flaqueza de nuestra fe, y de que atestigüemos por nuestra parte, delante de Él, de los ángeles y de los hombres, la piedad y reverencia que le profesamos.
“También se puede decir más brevemente que es un testimonio de la gracia[1] de Dios para con nosotros, confirmado con una señal externa y con el testimonio por nuestra parte de la reverencia que le profesamos.
“Cualquiera de estas definiciones que tomemos está de acuerdo en cuanto al sentido con la que propone san Agustín cuando dice: «Sacramento es una señal visible de una cosa sagrada»; o bien, que es una forma visible de una gracia invisible. […] Los sacramentos son ciertos sellos con que se sellan las promesas de Dios.”[2]
Significado e importancia del Bautismo
“[…] El Bautismo nos atestigua que somos lavados y purificados; y la Cena, que estamos redimidos. En el agua se significa el lavamiento; en la sangre, la satisfacción. Ambas cosas se encuentran en Cristo;”[3]
El Bautismo, pues, es muy importante para todo cristiano, primero porque es un mandamiento de Dios. Segundo, porque está relacionado con la salvación. Es el último paso de la misma, que sella, confirma y atestigua que la promesa de Dios se ha cumplido en el bautizado, de que todos nuestros pecados, pasados y futuros son perdonados, y somos regenerados y nacidos de nuevo en Cristo Jesús. Porque Dios afirma en Su Palabra que el Bautismo es para perdón de los pecados (Hechos 2:38). Por eso, es suficiente que el Bautismo se administre una vez en la vida del creyente para que sus efectos permanezcan durante la misma; sirve, pues, tanto para el pasado como para el futuro. Porque la pureza y limpieza de los pecados que representa el Bautismo está vinculada a Cristo que nos ha hecho limpios y santos por su sangre expiatoria al sustituir su vida por la nuestra. Por tanto, lo que nos lava de nuestros pecados no es el Bautismo sino la sangre de Cristo. La señal y el testimonio de esta purificación no es otra cosa que el Bautismo. Cuando pecamos después de ser bautizados debemos acogernos al “perpetuo lavamiento que tenemos en la sangre de Cristo.”[4]
Ahora bien, tenemos que tener claro, que el agua del Bautismo en sí misma no tiene ninguna propiedad de regenerarnos y de limpiarnos de toda inmundicia y pecado. Ni el Bautismo nos justifica ni nos proporciona Gracia. Es Dios, por medio de su Santo Espíritu el que nos limpia de toda maldad y pecado y nos hace nacer a una nueva vida en Cristo, solo por medio de la fe que ejercemos en el derramamiento de la sangre de Su Hijo. El Bautismo únicamente atestigua que nuestros pecados han sido borrados por la aspersión de la sangre de Cristo y no por la misma agua del Bautismo.
“[…] La confianza en la salvación no depende de la recepción del sacramento, como si nuestra justificación consistiese en esto. Pues sabemos que se apoya sólo en Cristo, aunque nos es comunicada por la predicación del Evangelio y sellada por los sacramentos, pudiendo subsistir plenamente sin los mismos.”[5]
“[Es un error] pensar que está unida a los sacramentos cierta virtud oculta, de tal modo que por sí mismos nos den las gracias del Espíritu Santo. […] no dan la gracia por sí mismos, sino que la muestran y anuncian, y confirman a modo de arras y signos las cosas que el Señor nos ha dado por su liberalidad. El Espíritu Santo (a quien los sacramentos no dan indiferentemente a todos, sino que el Señor lo da en particular a los suyos) es quien trae consigo las gracias de Dios”[6]
Efesios 5:25-27: Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, (26) para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, (27) a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.
Como muy acertadamente recuerda el apóstol Pablo en el texto anterior, la purificación de la iglesia en el lavamiento del agua es eficaz solo porque está unido al mensaje evangélico de la Palabra. Ésta es la única que limpia de los pecados cuando nos convierte por medio del Espíritu Santo. Veamos otro texto importante:
Tito 3:5-7: nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, (6) el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, (7) para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.
Nuevamente nótese, que el lavamiento de la regeneración que representa al Bautismo del agua no salva por sí mismo sino es por el poder de Dios, mediante el Espíritu Santo.
“Porque san Pablo no quiere decir que nuestro lavamiento y salvación se verifiquen con agua, y que el agua tenga en si misma virtud para purificar, regenerar y renovar, ni que en ella resida la causa de la salvación; solamente quiere decir que en este sacramento se recibe el conocimiento y la certidumbre de tales dones, como claramente lo demuestran las palabras mismas. San Pablo, en efecto, une la Palabra de vida con el Bautismo del agua; como si dijese que por el Evangelio se nos da la buena nueva de nuestra purificación y santificación, y que tal nueva es sellada por el Bautismo.”[7]
El Bautismo es un mandamiento del Señor, y como tal todo creyente debe obedecerlo, salvo que haya causas mayores, ajenas a la voluntad del mismo, que lo imposibiliten o lo desaconsejen.
Toda persona realmente convertida debería pedir ser bautizada, porque el Bautismo es la puerta de entrada al Cuerpo de Cristo, y un testimonio del milagro que Dios ha obrado en nuestra vida, al regenerarla. No obstante, si una persona es creyente, y por la causa que sea no ha podido bautizarse, sin que haya habido oposición por parte de la misma a ser bautizada, es igualmente salva, si cree de todo corazón en las promesas de salvación de Dios en Cristo. Lo fundamental es la fe. El Bautismo es una obra de fe que el Señor nos pide por nuestra debilidad humana para que haya un signo físico que nos muestre a nosotros mismos y a los demás la obra interna que Dios ha hecho mediante el Espíritu santo.
Por tanto, nuestro deber es bautizarnos después que hemos aceptado a Cristo como nuestro Salvador personal, porque el Bautismo es un signo físico que muestra que hemos sido salvados, y un testimonio de nuestra fe cristiana.
El Bautismo también representa y muestra nuestra muerte al pecado en Cristo y nuestra vida nueva en Él. Así lo testifica el apóstol Pablo:
Romanos 6:3-4: ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? (4) Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.(A)
Juan Calvino comenta el anterior texto de forma muy aleccionadora y clara:
“El segundo provecho que nos aporta también es que nos muestra nuestra mortificación en Cristo y la vida nueva en Él. Porque, como dice san Pablo, «somos sepultados juntamente con él para muerte en el bautismo, para que andemos en vida nueva» (Rom. 6, 4). Con estas palabras no sólo nos exhorta a que le imitemos – como si dijera que por el Bautismo somos amonestados a que a ejemplo de la muerte de Cristo muramos a nuestra concupiscencia, y a ejemplo de su resurrección nos levantemos para vivir en justicia; sino que cala mucho más hondo y afirma que Cristo por el Bautismo nos ha hecho partícipes de su muerte para ser injertados en ella. Y así como el injerto recibe su sustancia y alimento de la raíz en la que está injertado, así, ni más ni menos, los que reciben el Bautismo con la fe con que debe ser recibido sienten verdaderamente la virtud y eficacia de la muerte de Cristo en la mortificación de su carne, y a la vez, la de la resurrección, en la vivificación del Espíritu. De ahí toma ocasión y materia para exhortarnos a que, si somos cristianos, debemos estar muertos al pecado y vivir en justicia. Y el mismo argumento explica en otro lugar, al decir que estamos circuncidados y nos hemos despojado del hombre viejo después de haber sido sepultados por el Bautismo en Cristo (Col. 2:12). Y en el mismo sentido en el lugar antes citado, lo llama lavamiento de regeneración y renovación (Tito 3: 5). Así que primeramente se nos promete el perdón gratuito de los pecados para aceptarnos como justos; y luego, la gracia del Espíritu Santo, para que nos reforme en novedad de vida.
El Bautismo atestigua nuestra unión con Cristo
“Finalmente, nuestra fe recibe del Bautismo la utilidad de que nos garantiza con toda certidumbre que no solamente somos injertados en la muerte y vida de Cristo, sino que somos unidos a Él de tal manera, que nos hacemos partícipes de todos sus bienes. Porque Él dedicó y santificó el Bautismo en su cuerpo (Mt. 3:13), a fin de que nos sea común con Él, como un vínculo inquebrantable de la unión que ha tenido a bien establecer con nosotros, hasta el punto de que san Pablo dice que somos hijos de Dios porque por el Bautismo estamos revestidos de Cristo (Gál. 3:27). Y así vemos que el cumplimiento del Bautismo está en Cristo, al cual por esta causa llamamos objeto del Bautismo.
“No hay, pues, motivo para extrañarse cuando oímos que los apóstoles bautizaron en su nombre (Hch. 8, 16; 19, 5), aunque habían sido enviados a bautizar en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Porque todos los dones de Dios que se ofrecen en el Bautismo se encuentran en Cristo solo. Sin embargo es imposible que uno bautice en nombre de Cristo, sin que a la vez invoque el nombre del Padre y del Espíritu Santo (Mt. 28:19). Porque somos purificados con su sangre, pues el Padre misericordioso, queriendo recibirnos en su gracia por su incomparable clemencia, puso entre sí mismo y nosotros a este Mediador, para que nos restituya a su gracia. Y de esta manera alcanzamos por su muerte y resurrección la regeneración, si santificados por su Espíritu somos vestidos de una naturaleza nueva y espiritual. Por consiguiente, tanto la causa de nuestra purificación como la de nuestra regeneración, la alcanzamos en el Padre; la materia, en el Hijo; y en el Espíritu Santo, el efecto.”[8]
“[…] En el Bautismo somos cubiertos y amparados con la sangre de Cristo, para que el rigor de Dios, que es verdaderamente un fuego intolerable, no caiga sobre nosotros.”[9]
3. ¿Jesús se bautizó para dejarnos el ejemplo a nosotros o porque la ley de Dios lo exigía?
Según los textos de los Evangelios Juan el Bautista “predicaba el bautismo de arrepentimiento y perdón de pecados” (Marcos 1:4):
Mateo 3:11 (Cf. Marcos 1:4): Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.
Lucas 3:3: Y él fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados,
El Bautismo de Juan no difería en nada del Bautismo que instituyó más tarde Jesucristo, pues ambos tenían el mismo propósito “para perdón de los pecados” (Hechos 2:38). Es una señal física de una promesa de Dios que se recibe por fe. Pero Jesús nunca cometió pecado (Lucas 1:35; 2ª Corintios 5:21; Hebreos 4:15; 1ª Pedro 1:19; 2:22). Puesto que Él no tenía nada de que arrepentirse, ni ningún pecado, no necesitaba ser bautizado. Por eso, “Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? (15) Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia.”
Mateo 3:14-17: Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? (15) Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. (16) Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. (17) Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.
¿Por qué pidió ser bautizado Jesús? ¿Para darnos ejemplo? No parece ser ese el motivo, pues “Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia”.(Mateo 3:15). “Justicia” tiene que ver con ley. Y la ley no podía ser otra que la del Antiguo Testamento. Acudamos, pues, a él para ver la ceremonia de consagración de los sacerdotes:
Éxodo 29:1,4,7: Esto es lo que les harás para consagrarlos, para que sean mis sacerdotes: […]. (4) Y llevarás a Aarón y a sus hijos a la puerta del tabernáculo de reunión, y los lavarás con agua. […] (7) Luego tomarás el aceite de la unción, y lo derramarás sobre su cabeza, y le ungirás.
Puesto que Jesucristo era “sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec (Hebreos 5:6; 7:21), al iniciar Su ministerio, para cumplir la ley, debía ser consagrado, semejantemente a como lo eran los sacerdotes del Antiguo Testamento. Aunque Jesucristo no lo necesitaba, pues Él era el verdadero sacerdote al que señalaban como sombra y figura los del Antiguo Testamento, Él quiso cumplir con toda justicia, aceptando el cargo de sumo sacerdote para interceder mediante la ofrenda de su propio cuerpo y sangre por los pecadores. Él es al mismo tiempo sacerdote y la ofrenda expiatoria por la que todos somos justificados: “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; (27) que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo;(E) porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.” (Hebreos 7:26)
Hebreos 5:5-10: Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo: Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy. (6) Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec. (7) Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. (8) Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; (9) y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; (10) y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.
Hebreos 7:21-27: porque los otros ciertamente sin juramento fueron hechos sacerdotes; pero éste, con el juramento del que le dijo: Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec. (22) Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. (23) Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; (24) mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; (25) por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. (26) Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; (27) que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo;(E) porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
Los sacerdotes del Antiguo Testamento (AT) al final de la ceremonia de consagración eran ungidos con aceite derramado sobre sus cabezas, símbolo del Espíritu Santo que habían de recibir.
Éxodo 29:7: Luego tomarás el aceite de la unción, y lo derramarás sobre su cabeza, y le ungirás.
En el caso de Jesús, verdadero sacerdote del pacto eterno, no es ungido con el aceite que era símbolo del Espíritu Santo sino con el Espíritu mismo que desciende sobre su cabeza en forma de paloma (Mateo 3:16,17). Compárese la ceremonia de unción del AT con el ungimiento de Jesús con el Espíritu Santo:
Mateo 3:14-17: Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. (17) Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.
4. Conclusión
El Bautismo es un mandamiento de Dios para todo el que se considere creyente en Cristo como su Salvador personal, por tanto, es de obligado cumplimiento, salvo fuerza mayor. Es la ceremonia o rito de entrada al Cuerpo de Cristo. Atestigua públicamente que Dios nos ha salvado por medio de la sangre expiatoria de Su Hijo Jesucristo, y que ha cumplido la promesa de borrarnos todos nuestros pecados pasados y futuros. Es símbolo y señal de nuestro nuevo nacimiento o regeneración, y de la muerte del hombre viejo, esclavo del pecado y de la resurrección a nueva vida en Cristo Jesús (Romanos 6:3-7). Es una señal o signo visible que Dios nos da, por nuestra debilidad, a fin de afianzar nuestra fe en el cumplimiento de Sus promesas. El Bautismo, es también la confesión delante de los hombres de nuestra fe en la muerte expiatoria y resurrección de Cristo.
Ahora bien, hemos de tener claro que el Bautismo no salva. El agua no tiene ninguna propiedad de limpiar nuestros pecados, ni de regenerarnos o salvarnos. La salvación viene por creer que Cristo cumplió los preceptos de la ley y pagó la penalidad de la culpa, que nos correspondía a nosotros como transgresores de la misma, muriendo en la cruz en nuestro lugar.
El Bautismo no nos hace santos ni nos restaura a una naturaleza sin pecado original, como asevera la religión católica. Con el pecado original, que no es más que las tendencias concupiscentes o pecaminosas de nuestra naturaleza humana que heredamos de Adán, tendremos que convivir hasta la muerte. El Bautismo no “infunde” ningún tipo de justicia, sino que atestigua o testifica que se nos ha atribuido o imputado la justicia que Cristo ha obtenido por su vida, muerte y resurrección. Observemos que la justicia que Cristo nos da es una justicia legal o forense. Éramos deudores de la ley y culpables de transgredirla y Él la obedece por nosotros y paga nuestra culpa. Cuando aceptamos eso, somos revestidos por su justicia, y el Espíritu Santo nos transforma, regenerándonos, liberándonos de la esclavitud del pecado, pero las tendencias pecaminosas de la carne continúan en nosotros hasta la muerte, pero son dominadas por el Espíritu que mora en nosotros. Por su poder, hemos vencido a esas tendencias, que jamás volverán enseñorearse de nosotros (Romanos 6:12), aunque permanecerán más o menos debilitadas hasta el fin de la vida en este mundo.
Romanos 6:12-14: No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; (13) ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. (14) Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.
Romanos 6:16-18: ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? (17) Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; (18) y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.
Romanos 6:22: Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.
Sin embargo, debemos saber, para nuestro consuelo, que las tendencias pecaminosas carnales, el hombre viejo va muriéndose poco a poco en nosotros y renaciendo una nueva criatura en Cristo Jesús (2ª Corintios 5:17).
Dentro del cristianismo, tanto católico como evangélico, hay quienes aceptan bautizar a los niños recién nacidos o sin uso de razón. En mi opinión, el Bautismo debe estar reservado para las personas con uso de razón, pues de lo contrario pierde mucho de su significado, pues el Bautismo es un rito cuyos beneficios, justicia y regeneración, perdón de pecados, se reciben por la fe del creyente en Cristo y mediante el Espíritu Santo, y esto es totalmente imposible que los niños sin uso de razón lo reciban, porque motivos obvios.
Como hemos visto Cristo fue bautizado por razones muy distintas de las de los creyentes. Puesto que Cristo nació bajo la ley del AT (Gálatas 4:4), tenía que cumplirla en sus puntos, por lo que tuvo que ser circundado al octavo día, y ser ofrecido al Señor (Lucas 2:21-38). De igual manera, antes de comenzar su ministerio público, quiso cumplir toda justicia, aceptando el rito de consagración como verdadero sacerdote del orden de Melquisedec, e intercesor nuestro en los cielos. (Hebreos 5:6,10; 8:1,2,6; 9:11).
Hebreos 9:11-15: Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, (12) y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. (13) Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, (14) ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? (15) Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna.
Espero que todo ello sea de edificación en la fe para el lector y quedo a su disposición en lo que pueda servirle.
Afectuosamente en Cristo
Carlos Aracil Orts
Referencias bibliográficas
*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
Bibliografía citada
-
Hay que subrayar que Calvino no habla de una gracia sino de «la» gracia de Dios; por la cual se debe entender el don gratuito de su perdón y de su fuerza viviente. ↑
-
Juan Calvino, “La Institución de la religión cristiana, Libro IV, Capítulo XIV, Pág. 1007 ↑
-
Juan Calvino, “La Institución de la religión cristiana, Libro IV, Capítulo XIV, Pág. 1023 ↑
-
Juan Calvino, “La Institución de la religión cristiana, Libro IV, Capítulo XIV, Pág. 1030 ↑
-
Juan Calvino, “La Institución de la religión cristiana, Libro IV, Capítulo XIV, Pág. 1016 ↑
-
Juan Calvino, “La Institución de la religión cristiana, Libro IV, Capítulo XIV, Pág. 1019 ↑
-
Juan Calvino, “La Institución de la religión cristiana, Libro IV, Capítulo XV, Pág. 1028 ↑
-
Juan Calvino, “La Institución de la religión cristiana, Libro IV, Capítulo XV, Pág. 1031 ↑
-
Juan Calvino, “La Institución de la religión cristiana, Libro IV, Capítulo XV, Pág. 1033 ↑