¿Murió Jesucristo por mí?

¿Murió Jesucristo por muchos o por todos?

Versión 08-05-2018

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

En el mes de marzo de este año, mi web https://amistadencristo.com ha cumplido diez años, gracias a Dios. Cuando empecé a publicar en la misma, recuerdo que uno de mis primeros artículos consistió en un breve relato de cuál había sido mi experiencia religiosa hasta que conocí el “Evangelio de la Gracia de Dios” (Hechos 20:24). En el mismo escribía lo siguiente:

“Como supongo que les ocurre a muchas personas, la Biblia no me atraía en absoluto. No entendía casi nada de lo que me contaban que eran sus principales enseñanzas. Claro, que tampoco me propuse en ningún momento leerla y averiguar por mí mismo si era cierto todo lo que referían de ella. ¿Qué tenía que ver la vida y cruel muerte de Jesucristo con mi vida? ¿Cómo podía afectar a mi existencia el hecho de que hace unos 2.000 años, un hombre, sin duda, bueno, llamado Jesús, el Cristo, que decía ser enviado por Dios, hubiese realizado muchos milagros asombrosos, pero que muy pronto fue apresado por las autoridades y condenado a sufrir la muerte más denigrante, terrible y sanguinaria que se conocía, después de haberle infligido innumerables torturas y humillaciones?” (1)

Es decir, entonces –cuando yo tenía menos de treinta años de edad–, la cruz de Cristo no es que fuera locura para mí (1 Co. 1:18), sino que simplemente no me sentía afectado o aludido por la misma, tampoco era capaz de entender su significado; y quizá pensaba que la muerte de Cristo no iba a solucionar mi vida, ¿cómo podían resolverse mis problemas de cada día por el hecho de que Jesucristo hubiera muerto sobre una cruz?

Y tenía razón. Mis problemas personales no se resolvían, pero no porque ese evento –el más importante para la humanidad– no fuera eficaz, sino porque nunca había creído “que Cristo murió por nuestros pecados” (1 Co. 15:3). Esto que es normal para los no creyentes, es lamentable para todo aquel que se confiesa cristiano.

Cuando fui bautizado en la Iglesia adventista, en junio del año 1975, después de haber recibido estudios bíblicos por más de dos años, con toda seguridad, teóricamente, aunque solo fuera intelectualmente, no podía alegar ignorancia de esta verdad central y esencial del cristianismo. Pero reconozco que tuvieron que pasar aún muchos años, hasta que pude experimentar los beneficios de esta excelsa doctrina, que consistió en una transformación en mi vida, como la que nos prometió Dios: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. (27) Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:26-27).

Me gustaría que esto, que estoy escribiendo ahora, me sirviera, en primer lugar, a mí, para profundizar en el conocimiento de la Obra de Cristo en la Cruz, y así progresar en santidad, en amor a Dios y al prójimo, porque nadie que se considere cristiano, puede quedarse estancado, sino que, como san Pablo, debe proseguir “a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14); pues “ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Romanos 6:22); porque sin la santidad “nadie verá al Señor” (He. 12:14).

En segundo lugar, mi propósito ahora es compartir con mis lectores, mi entendimiento y experiencia de los beneficios que todo cristiano puede obtener de la Obra de Cristo en la Cruz. Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; (15) y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (16) De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. (17) De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:14-17).

Por lo tanto, en lo que sigue, trataré de explicar, primero, que el planeta Tierra está usurpado por el diablo, y todos los seres humanos tienen, de nacimiento, una naturaleza carnal, que les aleja, separa e incluso les hace enemigos de Dios. Segundo, el Plan de Salvación de Dios mediante la Encarnación del Verbo –el Hijo de Dios, Segunda Persona de la Trinidad–., por qué tuvo que morir Jesucristo en la Cruz, los beneficios para la humanidad de la vida, muerte y resurrección de Cristo; tercero, ¿murió Cristo por muchos o por todos? ¿Murió Cristo por mí? Y cuarto, ¿qué debo hacer para ser salvo?

2. El dominio del planeta Tierra usurpado por el diablo, que manipula con sus mentiras, falsas filosofías y religiones a sus habitantes humanos, los cuales se convierten enemigos de Dios, ignorando Su Ley de amor.

Es un hecho que, hablando en términos generales, el mundo no conoce a Dios (1 Co. 1:21), a pesar que Él se ha revelado mediante Jesucristo, el Dios encarnado (Jn. 1:1-3; 9:5; 1 Ti. 3:16; etc.).

¿Por qué los seres humanos son frecuentemente tan enemigos de Dios, y viven como si Él no existiera y no tuviera nada que ver con la humanidad y con este mundo en rebelión?

Permitamos que sea la Palabra de Dios la que responda:

Efesios 4:17-18: Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, (18) teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón;

Como hemos podido comprobar, las causas directas de la enemistad contra Dios están en la mente degradada de los humanos, a saber, el pecado que existe en ellos, por su naturaleza pecaminosa inicial heredada de los primeros padres, que se traduce en:

  • “La vanidad de su mente”
  • “El entendimiento entenebrecido”
  • “Ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay”
  • “La dureza de su corazón”

Sin embargo, las causas originales, de que el hombre se haya separado de Dios, le haya ignorado, y no sea capaz de amarle a Él, ni a sus semejantes, proceden de nuestros primeros padres –Adán y Eva–, al dejarse seducir por la tentación del “gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás” (Ap. 12:9), quien les había prometido: “y seréis como Dios” (Gn. 3:5). Como consecuencia, ellos desobedecieron a Dios, creyendo antes en la perfidia de Satanás, “homicida desde el principio …mentiroso, y padre de mentira” (Jn. 8:44), que en la santidad e infinita bondad del Creador; es decir, atendieron antes a la voz de una criatura rebelde –“el príncipe de este mundo” (Jn. 12:31; 14:30; 16:11)–, que “al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios” (1 Ti. 1:17a). Por tanto, ellos causaron una grave ofensa al Padre Celestial, al que debemos dar “honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1 Ti. 1:17b).

Ese asentimiento voluntario a la insidia del “príncipe de los demonios” (Lc. 11:15) implicó que, desde ese momento, el diablo usurpase la autoridad y el dominio sobre el mundo, que Dios había puesto sobre el hombre, para que gobernase y administrase el planeta Tierra. Esta aseveración se hace evidente con lo que testifican los evangelistas san Mateo y san Lucas (Mt. 4:8-11; cf. Lc. 4:5-8):

Mateo 4:8-11: Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, (9) y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares. (10) Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás. (11) El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían.

Desde el principio de la humanidad “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19), “el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él” (Apocalipsis 12:9). “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo (1 Jn. 3:8b); y “para salvar lo que se había perdido(Mt. 18:11; Lc. 19:10; 9:56; Jn.9:39).

Mateo 18:11-14: Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido. (12) ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado? (13) Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquélla, que por las noventa y nueve que no se descarriaron. (14) Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños.

1 Juan 3:8: El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.

Quizá ahora empezamos a comprender el gran conflicto que existe en este planeta Tierra, entre Cristo y Satanás (Ap. 12:7), entre los que son de Cristo –los que han nacido del Espíritu Santo (Jn. 3:3,5-6), es decir, entre los hijos de Dios (Jn. 1:12-13) y los hijos del diablo (Jn. 8:44), a los que hay que añadir todos aquellos que todavía no se han convertido a Cristo, los que viven según los deseos de la “carne”, que son manipulados y engañados por el diablo (cf. Gá. 4:28-30), y que con frecuencia injurian y persiguen a los hijos de Dios; “siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, (3) entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:1-3); “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, (20) idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, (21) envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5:19-21).

Estas son, pues, las obras de la “carne” de los que están en tinieblas, que contrastan fuertemente con las de los hijos de Dios, cuyas vidas en el Espíritu, les llevan a dar frutos de justicia: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, (23) mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. (24) Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. (25) Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. (26) No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros. (Gá. 5:22-26).

Nadie que busca la verdad con sinceridad puede dejarse engañar. Para eso vino Jesucristo, para señalarnos –“el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14:6), es decir, para mostrarse a sí mismo, porque Él es todo eso y mucho más, y nadie puede ir al Padre sino es por medio de Cristo. Quizá alguien pueda, en algún momento de su vida, dudar en cuanto cuál es la religión verdadera, la que se ajusta más a la Verdad Revelada; pero cualquiera puede distinguir a los hijos de Dios, que son hijos de luz, de los hijos de las tinieblas, porque “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (2) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:1-3). Y Él nos ha dado una fórmula infalible: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? (17) Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. (18) No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. (19) Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego” (Mateo 7:16-19).

Juan 13:35: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros

3. El Plan de Dios de Salvación del mundo mediante la Encarnación del Verbo –el Hijo de Dios, Segunda Persona de la Trinidad, Su muerte en la cruz y Su resurrección, y los beneficios obtenidos para la humanidad.

La Encarnación del Hijo de Dios tenía como principal objetivo “rescatar y salvar lo que se había perdido” (Mt. 18:11; 20:28) a causa de la rebelión de la Primera Pareja humana, y para conseguirlo, el Postrer Adán, Jesucristo (Ro. 5:14; 1 Co. 15:45), tenía que vencer al pecado y al diablo, desde el mismo planeta Tierra donde se originó la rebelión y el Primer Adán fracasó. Esto hacía absolutamente necesaria la Encarnación del Hijo de Dios. A fin de poder rescatar a la humanidad perdida Jesucristo debía cumplir los siguientes propósitos que, sin pretender ser exhaustivo, enumero a continuación.

Los objetivos esenciales del Plan de Salvación de Dios son:

A) Dar a conocer a Dios.

“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9; cf. 10:30). Las criaturas somos finitas, limitadas en el tiempo y en el espacio; Dios es infinito y eterno; por tanto, solo Dios Hijo, Segunda Persona de la Trinidad, de igual naturaleza y rango, podía manifestarle, porque “nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo” (Mt. 11:27; cf. Lc. 10:23).

Mateo 11:27 (cf. Lc. 10:23): “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mateo 11:27; cf. Lc. 10:23).

Juan 12:46: Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas.

Hebreos 1:1-3: Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (2) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; (3) el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,

B) Revelar su Palabra, enseñar y dar testimonio de la Verdad.

Juan 8:32: y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

Juan 18:37: Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz

Juan 17:17: Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.

C) Vindicar el buen nombre y honor de Dios.

Debido que a Dios se le había ofendido, y puesto en duda Su bondad y Santidad por las insidias de Satanás y la rebeldía de la Primera Pareja, era, pues, necesaria una reparación de Su buen nombre y honor.

Juan 7:28-29 (Cf. Jn. 5:19-23): Jesús entonces, enseñando en el templo, alzó la voz y dijo: A mí me conocéis, y sabéis de dónde soy; y no he venido de mí mismo, pero el que me envió es verdadero, a quien vosotros no conocéis. (29) Pero yo le conozco, porque de él procedo, y él me envió.

Por el gran amor que Dios mostró al mundo al entregar a su propio Hijo Unigénito en la cruz, quedó perfectamente vindicado Su nombre, y probadas las mentiras del diablo, “homicida desde el principio y padre de mentira” (cf. Jn. 8:44).

Juan 3:16: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (17) Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.

D) Mostrarnos “[el de Dios] Su gran amor con que nos amó”.

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8). Y como consecuencia nos dio la vida en Cristo, cuando estábamos muertos en delitos y pecados (Ef.2:1-5), para que tuviéramos derecho a la vida eterna futura (cf. Jn. 5:24; 6:47).

E) Reconciliarnos con Dios.

“Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida (11) Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Ro. 5:10-11).

2 Corintios 5:18-21 (cf. Ef. 2:16; Col. 1:20,21): Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.

F) Morir por nuestros pecados.

Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15:3).

G) Morir y sufrir por nosotros, llevando nuestros pecados, en nuestro lugar.

Es decir, la muerte de Cristo es un sacrificio expiatorio o propiciatorio, porque Él es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). A Cristo, pues, señalaban los sacrificios de los animales ordenados por Dios en la Ley veterotestamentaria. En la Pascua israelita se sacrificaba un cordero cada día 14 de Nisán (Éx. 12:1-14), que era figura y sombra de Jesucristo, que Juan el Bautista señaló como el “Cordero de Dios” (Jn. 1:36). Y san Pablo nos dice que Cristo es nuestra Pascua (1 Co. 5:7). Además, Cristo murió en la cruz, cumpliendo todas las profecías del AT, el día 14 de Nisán del año 30 d.C., y, entonces se convirtió en el “Cordero de Dios”, y por eso “el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo;…” (Mt. 27:51), dando fin a la ley antigua, y [Cristo] “se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9:26).

Hebreos 9:24-26: Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; (25) y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. (26) De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado.

Hebreos 9:27-28: Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, (28) así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.

“…Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8).

“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. (5) Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:4-5).

Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros

Isaías 53:6-7,9,12: Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. (7) Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. […] (9) Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. […](12)… por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.

La profecía del profeta Isaías se cumple –hasta en sus mínimos detalles– con la vida y muerte de Jesucristo en la cruz, como lo confirma el apóstol Pedro en los siguientes textos, en los que transcribe algunos de Isaías 53:

1 Pedro 2:22-25: el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; (23) quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; (24) quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. (25) Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas.

H) Expiar nuestros pecados y socorrer a los que son tentados.

“Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. (18) Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:17,18).

Isaías 53:10: Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada

I) Hacer la propiciación por los pecados, la compra, rescate y redención de los pecadores.

– Propiciación

Romanos 3:25: a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados,

1 Juan 2:2: Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.

1 Juan 4:9-10: En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. (10) En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.

– La compra y rescate de los pecadores.

El precio:la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 P. 1:18-20).

1 Pedro 1:18-20: sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros,

Mateo 20:28: como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.

– La Redención de los pecadores.

Una vez comprados los pecadores por medio de la preciosa sangre de Jesucristo, Él nos justifica, nos redime de la esclavitud del pecado, y nos libra de la muerte eterna y del poder del diablo.

Romanos 3:24: siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,

1 Corintios 1:30: Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención;

Efesios 1:7: en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia,

Colosenses 1:12-14: con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; (13) el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, (14) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.

Tito 2:13-14: aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, (14) quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.

J) Quitar el pecado del mundo.

Juan 1:29 (cf. Jn. 1:36): El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

K) Salvar al mundo.

“Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo” (Juan 12:47).

L) Purificar nuestros pecados por medio de sí mismo

Hebreos 1:1-3: Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (2) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; (3) el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,

M) Salvar a su pueblo de sus pecados.

Mateo 1:21: Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.

N) Justificar al creyente

“[…] por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos” (Isaías 53:11).

Hechos 13:39: y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree.

Romanos 3:24: siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,

Romanos 5:9: Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.

Tito 3:7: para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.

O) Dar vida espiritual al pecador, muerto en sus delitos y pecados

Juan 5:21: Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida.

Efesios 2:1,5-6: Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, […] (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús.

P) Salvar y regenerar a los pecadores.

1 Timoteo 1:15: Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.

Tito 3:4-6: Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, (5) nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, (6) el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador.

Q) Libertarnos de la esclavitud del pecado y de sus consecuencias

“¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? (17) Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; (18) y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Romanos 6:16-18).

– De este cuerpo de muerte (Ro. 7:24; 8:2)

Romanos 7:24: ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?

[Este cuerpo de muerte es la naturaleza carnal pecaminosa que todos heredamos de Adán]

Romanos 8:2: Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.

– De la potestad de las tinieblas (Col 1:13): Todos los engaños y falsas creencias que Satanás ha sembrado en el mundo.

Colosenses 1:12-14: con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; (13) el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, (14) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.

– De este siglo malo (Gá. 1:4).

Gálatas 1:4: el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre,

– De toda obra mala (2 Ti. 4:18)

2 Timoteo 4:18: Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén.

– De la muerte eterna y del poder del diablo.

Hebreos 2:14-18: Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, (15) y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.

Hebreos 5:7: Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente.

Cristo sufrió en nuestro lugar la muerte eterna que correspondía a nuestros pecados, y venció a Satanás con ello, porque desde ese momento quedó desenmascarado, y ya no podía seguir acusando a Dios y a sus hijos de no cumplir la Ley del amor: “Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él. (10) Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. (11) Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte. (12) Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (Ap. 12:9-12).

R) “Buscar y salvar lo que se había perdido”

Lucas 19:10: Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.

Lucas 9:56: porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas….

Mateo 18:11-14: Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido.

S) Desenmascarar el pecado

Cristo denunció la apariencia de religiosidad y de piedad, todo tipo de legalismo de los fariseos, saduceos y escribas que le rodeaban, que pretendían ser perfectos cumplidores de la ley, pero que no eran más que hipócritas (Mt. 23:23-36; Lc. 11:44-46). Además, reveló que la maldad surgía del interior del hombre, de su corazón endurecido y depravado: “¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina? (18) Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. (19) Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. (20) Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre” (Mat. 15:17-20).

T) “Deshacer las obras del diablo”

1 Juan 3:8: El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.

Las supersticiones, las idolatrías, las falsas religiones, todo tipo de ocultismo, espiritismo, esoterismo, revelaciones de falsos profetas de las que proliferan hoy en día por Internet, “reiki”, etc., nada de eso puede hacer caer en el engaño a los que se dejan guiar por la Palabra de Dios y el Espíritu Santo que mora en ellos. Cristo ha vencido al diablo; y todas sus distintas manifestaciones o apariciones con las que se disfraza, para engañar (2 Co. 11:14), no conseguirán apartar de la fe a los verdaderos discípulos de Jesús.

2 Corintios 11:14: Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz.

2 Tesalonicenses 2:9-14: inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, (10) y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. (11) Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, (12) a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia.

U) Establecer el Reino de Dios, presente y futuro, y sus bases

Mateo 3:2: y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.

Mateo 12:28: Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios.

Lucas 17:20: Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, (21) ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros.

V) Darnos el Pan de vida, Su carne y Su sangre; comerlos es aceptar la cruz de Cristo y Su Palabra, y, por ello, los creyentes recibirán la vida eterna, el día de la resurrección, en Su segunda venida.

Juan 5:23-25: para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió. (24) De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. (25) De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán.

Juan 6:33, 37-40, 50,51: Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. […] (37) Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. (38) Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. (39) Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. (40) Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. […] (50) Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. (51) Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.

W) Enviar y dar el Espíritu Santo a los creyentes

Juan 14:26: Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.

Juan 15:22-27: Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado. (23) El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece. (24) Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre. (25) Pero esto es para que se cumpla la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron. (26) Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. (27) Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio.

Juan 20:22-23: Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. (23) A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos.

Hechos 2:38-39: Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. (39) Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.

4. ¿Murió Cristo por muchos o por todos? ¿Murió Cristo por mí?

Dentro del cristianismo, tanto entre los evangélicos como con los católicos, no hay una completa unanimidad de interpretación de esta doctrina tan fundamental para los cristianos. En primer lugar, aunque no dispongo de estadísticas, una parte importante de personas defiende que Cristo murió por todos los seres humanos, sin excepciones, que han existido, desde el principio de la historia humana, hasta el presente, y extendiéndose hasta el fin del mundo. Este primer grupo suele identificarse en el ámbito evangélico como “arminianos”, porque fue un teólogo holandés, Jacobo Arminio (1560-1609) y sus seguidores, los que redactaron cinco tesis que están en oposición a las cinco tesis calvinistas o reformadas, que provienen del teólogo francés, Juan Calvino (1509-1564). Brevemente, Arminio defendía que la naturaleza humana, aunque seriamente afectada por la Caída, aún no ha perdido toda su capacidad espiritual, y tiene cierta capacidad de elegir a Dios. No me extiendo más, porque este tema ya lo desarrollé en el artículo Calvinismo frente Arminianismo.

En segundo lugar, otro grupo, quizá algo menos numeroso que el citado en primer lugar, se compone por todos aquellos que interpretan que Jesucristo murió solo por los elegidos por Dios de todas las épocas, “de toda nación, tribu, lengua, pueblo” (Ap. 14:6). La razón que aducen es que, si Cristo hubiera muerto en lugar de todos, todos deberían ser salvos, porque Jesucristo llevó en la cruz el castigo por nuestros pecados, y, por tanto, Dios no puede castigar dos veces, por los pecados –una vez, con la muerte de Cristo y otra con la muerte eterna del pecador. Y como hemos comprobado, en el epígrafe anterior, [Cristo] llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24; cf. Isaías 53).

2 Corintios 5:21: Al que no conoció pecado [Cristo], por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

Romanos 8:3-4: Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; (4) para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

La evidencia prueba que no todos los seres humanos alcanzan la salvación, y con ella la vida eterna; porque la experiencia de la vida nos muestra que muchos son los que se pierden, y también la Sagrada Escritura lo confirma (véase Mt. 7:13; cf. Lc. 13:24).

Mateo 7:13-14: Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella (14) porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.

Mateo 22:14: Porque muchos son llamados, y pocos escogidos.

Por tanto, bajo la segunda interpretación, Cristo murió por muchos, pero no por todos, porque no todos se salvan. Este segundo grupo es identificado como los Reformadores o calvinistas, entre los que se encuentran Martín Lutero y Juan Calvino, y seguidores.

Los primeros –los arminianos– argumentan que Cristo murió por todos sin excepción –hipótesis universalista: expiación universal–, pero solo se salvan los que eligen libre y voluntariamente ser limpiados con la sangre de Jesús (Ap. 1:5,6, 7:14; cf. 7:14-15).

Apocalipsis 1:5-6: y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, (6) y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén.

Apocalipsis 7:14: Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero.

Romanos 3:22-26: la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, (23) por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, (24) siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, (25) a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, (26) con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.

1 Pedro 1:18-20: sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros,

Hechos 20:28: Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre.

El problema que tiene esta interpretación es que parte de una premisa muy discutible, que, además, no se puede sostener con la Palabra de Dios, de que las personas no convertidas, es decir, aún carnales (Jn. 1:12-13; 3:3-6, Ro. 8:7; 1 Co. 2:14; Ef. 2:1-9; etc.), que no han recibido del Espíritu Santo, el nuevo nacimiento (Jn. 3:3-6), sean capaces de ir a Cristo o de aceptar Su sacrificio vicario (sustitutorio). Puesto que “los designios de la carne son enemistad contra Dios” (Ro. 8:7; cf. 1 Co. 1:18), nadie quiere ir a Cristo, porque nadie hace nada contra su propia voluntad, excepto que sea coaccionado; pero si así fuera de nada serviría. Se cumple, lo que dijo Jesús: “Y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Jn. 5:40).

Por otro lado, la Sagrada Escritura se refiere en muchos lugares a los elegidos o escogidos y predestinados por Dios. Es decir, Él, desde la eternidad, debido a su presciencia y soberanía, tiene un preconocimiento de todas las personas que van a nacer y vivir desde el principio hasta el fin del mundo, y en su infinita sabiduría eligió a los que serán salvos y los predestinó para que en el tiempo “fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Ro. 8:29). De ahí la seguridad de la salvación que tiene el creyente, puesto que no está en sus manos, sino en las de Dios. Veamos el contexto del texto citado:

Romanos 8:28-39: Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. (29) Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. (30) Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. (31) ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? (32) El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? (33) ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. (34) ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. (35) ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? (36) Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. (37) Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. (38) Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, (39) ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.

La doctrina de la elección y predestinación están muy hermosamente presentadas en la Palabra de Dios. Acabamos de ver los textos principales que se refieren a la predestinación, y ahora añadiremos los que se refieren a ambas, la elección y la predestinación, que encontramos en la epístola a los Efesios, y donde se prueba mejor que ambas van de la mano, porque la elección conlleva la predestinación; no tendría sentido una sin la otra:

Efesios 1:3-14: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, (4) según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, (6) para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, (7) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados(B) según las riquezas de su gracia, (8) que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, (9) dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, (10) de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. (11) En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, (12) a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. (13) En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, (14) que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.

Observemos que, primero, Dios nos escogió en él [Cristo] antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor”; y luego nos predestinó “para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, (6) para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, (7) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:4-7). Pero en todo este proceso es necesaria la colaboración de la voluntad humana, que previamente ha sido liberada de la esclavitud del pecado. De ninguna manera el ser humano es coaccionado en su voluntad, sino que Dios, el Espíritu Santo, con el nuevo nacimiento que da a cada creyente, regenera nuestra voluntad y entendimiento para que seamos capaces de hacer lo bueno, “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13); no obstante, al creyente se le exhorta a: “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil. 2:12).

Existen muchos pasajes en la Palabra de Dios, que nos afirman en esta bendita doctrina de la elección y predestinación, pero para no hacer este estudio bíblico demasiado extenso, seleccionaremos los más importantes o significativos. Aunque toda la Escritura es inspirada por el Espíritu Santo (2 Ti. 3:16), especial interés tienen las siguientes declaraciones de Jesús, el Hijo de Dios, quien afirmó: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn. 6:38):

“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn. 6:44).

“Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37).

“Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. (40) Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn. 6:39).

“Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo” (Jn. 6:51).

“Comer Su carne” es aceptar que Cristo murió por mí, que llevó mis pecados, y, “que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, para que el cuerpo de pecado sea destruido [o sea, nuestra naturaleza pecaminosa desaparezca o disminuya poco a poco, y vaya siendo sustituida por la vida nueva espiritual en Cristo, vida de obediencia a Su Palabra, mediante el poder del Espíritu Santo rigiendo nuestra vida], a fin de que no sirvamos más el pecado” (Ro. 6:6).

“Volvió, pues, Jesús a decirles: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. […] el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. […] yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. (11) Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Jn. 10:7-11).

Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, (15) así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. (16) También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor” (Jn. 10:14-16).

Notemos que Jesús tiene unas ovejas que son las personas elegidas del pueblo de Israel, de todas las épocas. Pero también tiene “otras ovejas que no son de este redil”; éstas son las escogidas de todas las naciones, desde el principio del mundo hasta su fin; y Él dice: “aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor” (Jn. 10:16).

“Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. (18) Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Jn. 10:17-18).

Algunos cristianos niegan que el Padre enviara al Hijo a que muriera por nosotros como sacrificio por nuestros pecados, y para que nosotros pudiéramos tener vida eterna por su muerte. Ellos sostienen que la muerte en la cruz de Jesús fue consecuencia de que su vida y obra suscitaron gran controversia entre los dirigentes del pueblo judío de su época, y que por tanto, fue una decisión de los citados judíos, que quisieron acallar Su voz y las denuncias molestas que Él les ocasionaba, y unidos al poder del Imperio Romano, representado por Pilato, optaron por acabar con Jesucristo.

Aunque todo esto es cierto, porque es histórico, como Jesús no era un hombre como los demás, sino el Hijo de Dios, Segunda Persona de la Divinidad, su muerte no podía tener la misma trascendencia que la de cualquier ser humano, porque Dios, en la Persona de Jesús no podía morir por la simple decisión de los seres humanos, puesto que la soberanía de Dios está por encima de cualquier acto libre de los humanos. Dios quiso que así sucediera como lo confirma la Santa Biblia: “a éste [Jesús nazareno, ver V.22] entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” (Hch. 2:23); “Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, (28) para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera” (Hechos 4:27-28; cf. 1 P. 1:18-19).

Por otro lado, si la muerte de Cristo no es más que una malvada obra humana, fruto de la decisión de hombres impíos, entonces, la muerte de Cristo no sería un sacrificio por nuestros pecados (1 Co. 15:3), Él no habría muerto por nosotros (Ro. 5:6-10), “ofrecido una sola vez para llevar lo pecados de muchos…” (Heb. 9:28). Y los pecados de todos los salvos habrían quedado impunes; en ese caso, Dios no sería justo, “porque la paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23), y Cristo no habría pagado con su sangre el precio de nuestro rescate (1 P. 1:18-20; cf. Ap. 5:9), “con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Ro. 3:26). “A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Ro. 3:25).

¿Por qué, si la muerte de Cristo no fue un sacrificio por el pecado, la Escritura declara que somos “justificados en su sangre” (Ro. 5:9), “y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7); “nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Ap. 1:5; cf. 7:14)?

¿No significa esto que Jesucristo nos ha comprado, rescatado y redimido con su sangre, es decir, por ofrecer su vida en sacrificio por nosotros (Heb. 9:12), y, por tanto, le pertenecemos?

Es muy importante, también, lo que nos dice el apóstol Pedro, en los siguientes textos:

1 Pedro 1:1-2: Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, (2) elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas.

El apóstol Pedro usa la expresión “para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo”. Lo que nos indica, en primer lugar, que los elegidos por Dios, lo son “para obedecer”; es decir, la predestinación no fuerza al creyente a obedecer su Palabra, ni le garantiza esa obediencia, sino que es necesario ejercer nuestra voluntad con perseverancia, por la mediación del Espíritu Santo. En segundo lugar, “ser rociados con la sangre de Jesucristo”, nos hace retrotraernos a la ley del AT, por la que se realizaban sacrificios de becerros y machos cabríos, y se rociaba con la sangre, ciertas partes del Tabernáculo terrenal, y también, sobre el pueblo. Veámoslo:

Hebreos 9:15-28: Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. (16) Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador. (17) Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive. (18) De donde ni aun el primer pacto fue instituido sin sangre. (19) Porque habiendo anunciado Moisés todos los mandamientos de la ley a todo el pueblo, tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, lana escarlata e hisopo, y roció el mismo libro y también a todo el pueblo, (20) diciendo: Esta es la sangre del pacto que Dios os ha mandado. (21) Y además de esto, roció también con la sangre el tabernáculo y todos los vasos del ministerio. (22) Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión.

Solo podemos obtener el beneficio de “Ser rociados con la sangre de Jesucristo”, si obedecemos a Su Palabra, ejerciendo fe en Su sangre. Porque ello significa que hemos aceptado la Obra de Cristo en la Cruz, Su vida inmaculada, por la nuestra pecadora. Así como la sangre de los sacrificios de animales era necesario que se aplicara al pueblo, y, a los objetos del Santuario terrenal, para denotar que eran santificados, de forma simbólica, así también, es imprescindible que seamos rociados con la sangre de Jesucristo. De ahí que el objeto de la elección es “ser hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29), que “nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor” (Ef. 1:4-5).

Si continuemos con el discurso de Jesús en el Evangelio de Juan, encontraremos la distinción que hace Jesús entre los que son suyos, porque el Padre se los ha dado, del resto de personas, que pertenecen al mundo, pero que no son de sus ovejas, porque rechazaron su preciosa sangre derramada en la cruz.

“Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. (27) Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, (28) y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. (29) Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. (30) Yo y el Padre uno somos” (Jn. 10:26-30).

“Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son” (Juan 17:9).

También el apóstol Pablo se refiere a que Jesucristo se entregó por su Iglesia, y no por el mundo en general; comprobémoslo:

Hechos 20:28: Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre.

Efesios 5:22-33: Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; (23) porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. (24) Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. (25) Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, (26) para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, (27) a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.

5. ¿Qué debo hacer para ser salvo?

Llegado al final de este estudio, sería bueno que nos preguntáramos lo mismo que preguntó el carcelero de Filipos a Pablo y a Silas: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” (Hch. 16:30). La respuesta no pudo ser más sencilla: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hch. 16: 31).

Hechos 16:31-34: Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. (32) Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. (33) Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos. (34) Y llevándolos a su casa, les puso la mesa; y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios.

Creer, o sea, ejercer fe en el Señor Jesucristo es lo principal y esencial que nos pide Dios para concedernos la salvación; pero debemos saber que “La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero” (Ap. 7:10; cf. Sal. 37:39-40). Por tanto, la salvación no es algo que se consigue por nuestros méritos o realizando muchas buenas obras, o por que tengamos muchas habilidades y conocimientos, seamos más o menos inteligentes o poderosos. La salvación es una gracia, un don o regalo inmerecido, por nosotros, que Dios concede a los pecadores –resucitados espiritualmente– mediante Jesucristo, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). La Palabra de Dios no deja lugar a dudas cuando afirma: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8-9).

La fe que se nos demanda, no es un mero conocimiento intelectual. ¿Qué cosa mejor podemos hacer que aplicarnos la definición de “fe” que da la Sagrada Escritura?: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb. 11:1). La fe implica que no dudemos nada de aquello que creemos firmemente; “porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra.” (Stgo. 1:6). “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Heb. 11:6).

Este capítulo 11 del libro de Hebreos es recomendable leerlo, porque está lleno de ejemplos de fe, muy estimulantes y ejemplarizantes. Veamos solo los tres primeros testimonios de fe:

Hebreos 11:1-6: Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. (2) Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. (3) Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía. (4) Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella. (5) Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios.

Sin duda hermosos y grandes testimonios de fe, semejantes a los cuales nos gustaría encontrar hoy en día; en especial, en la época en que vivimos de espectacular avance de la Ciencia y de la tecnología, en la que se habla tanto de la evolución de la naturaleza, del mundo, del universo, de descubrir la composición de los planetas ubicados en nuestra galaxia y de llegar a ellos; todo con el fin de averiguar cuál fue su origen, cómo se originaron y llegaron a existir, ¿fue de forma espontánea, mediante el “Big Bang” –una gran explosión, como los científicos afirman? Pero como creyentes, “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Heb. 11:3). Pido disculpas por esta pequeña digresión, que me he permitido al apartarme del tema que nos ocupa, pero ahora volvemos a tomarlo.

Decía antes que la fe no consiste solo en estar firmemente convencido de la existencia de algo que no hemos podido ver o comprobar experimentalmente; y puesto que nos referimos a la fe en Dios, especialmente en Su Hijo y en la Santa Biblia, como Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu Santo, es necesario que esa fe sea coherente con la creencia que soporta, pues de lo contrario, sería solo un conocimiento intelectual, que no conllevaría consecuencias, en cuanto a la transformación del corazón y naturaleza del ser humano.

¿Es la salvación mediante la fe y las obras?

Esto viene a propósito, porque el apóstol Santiago afirmó que “la fe sin obras está muerta” (Stgo. 2:17,20,26), y que no podemos mostrar nuestra fe si no es mediante nuestras obras o nuestra conducta (Stgo. 2:18).

Por tanto, la fe que nos pide Dios no es una mera fe nominal, sino aquella que obra por amor en una vida transformada en Cristo. Cuando la fe no obra en consecuencia no es verdadera fe; y concordamos con el Apóstol en que la fe se perfecciona con las obras (Stgo. 2:22). ¿Qué clase de fe sería la de una persona, que dice creer en Jesucristo, pero que no obedece sus mandamientos y no es capaz de tomar su cruz y seguirle?

El apóstol Santiago continúa con los argumentos siguientes:

Santiago 2:14-26: ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? (22) ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? (23) Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. (24) Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe. (25) Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino?

Estos dos ejemplos, que nos ofrece Santiago, de dos personajes famosos del AT, el de Abraham y el Rahab la ramera, vistos superficialmente, parecen defender o apoyar que la justicia o justificación del pecador se obtiene, no solo mediante la fe, sino también añadiendo las obras: “¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?” y, “Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino?”. Sin duda las obras que hicieron estos dos personajes confirmaron que la fe que ya tenían era verdadera, porque si no hubiera sido así, Abraham no habría accedido a sacrificar a Isaac, su único hijo, y tampoco Rahab la ramera habría ayudado a escapar a los espías de Israel (Jos. 2:1-21;6:17). Sin sus obras, nadie hubiera podido saber –excepto Dios– si la fe de estas dos personas era auténtica. Es decir, las obras sirven para mostrar la clase de fe, que las personas poseen, ante los seres humanos: si es una fe muerta o una fe viva. Pero de ninguna manera, de estos pasajes se puede deducir, que la salvación requiera que la fe verdadera vaya acompañada siempre de obras de piedad u obras de obediencia. Si la salvación es por gracia, ya no es por obras, pues entrarían en contradicción muchos textos de la Palabra de Dios, como por ejemplo:

Romanos 4:1-5: ¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? (2) Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. (3) Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. (4) Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; (5) mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.

Romanos 11:6: Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra.

Romanos 3:24: siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,

Romanos 3:28: Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.

Gálatas 2:16: sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.

¿Cuáles fueron las obras que hizo el buen ladrón crucificado junto a Jesús? Simplemente, fue salvado porque ejerció, en los últimos momentos de su vida, fe en el Salvador, en el único que podía salvarle; pero se necesitaba mucha fe para creer en Él en ese momento, porque estaba a punto de perecer y no estaba en disposición de salvarse a sí mismo. El buen malhechor crucificado, solo mostró a Jesús arrepentimiento y su deseo de ser salvo, y Jesús le prometió que estaría con Él en el Paraíso, cuando viniera en Su Reino (Lc. 23:41-43). Con todos estos argumentos y evidencias bíblicas que demuestran, sin lugar a dudas, que la salvación solo es por gracia, por medio de la fe, es extraño que aún existan denominaciones o confesiones cristianas que sostienen que son necesarias también las obras, añadidas a la fe en Cristo; entre estas confesiones cristianas, puedo citar las que he conocido, que son la Iglesia católica, la adventista, y la de los Testigos de Jehová.

Poseer esa fe salvadora en Cristo Jesús es equivalente a tener garantizada la salvación, y, por tanto, la vida eterna. Entonces, si queremos ser salvos solo tenemos que desear esa fe, y Dios nos la dará, porque Él “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Ti. 2:4). Esta es la disposición general de la voluntad de Dios, pues Él está abierto a todos, y Jesús dijo: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37). La invitación a entrar en el Reino de Dios es constante en la predicación del Evangelio:

Apocalipsis 3:20: He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.

Apocalipsis 22:17: Y el Espíritu y la Esposa [la Iglesia] dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.

¿Cómo, pues, conseguir o alcanzar esa fe salvadora? La respuesta está en la Santa Biblia: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Ro. 10:17). Así pues, oigamos las Buenas Nuevas de Salvación, el Evangelio de la Gracia de Dios (Hch.20:24), y, además, leamos la Palabra de Dios con frecuencia, con el fin no solo de lograr la fe sino también de aumentarla día a día. Pero sabemos que la fe es verdadera, solo si también reconocemos que somos pecadores, y que nada podemos hacer por nuestras propias fuerzas para cambiar nuestra naturaleza carnal en otra espiritual, porque ello implica nacer de nuevo, y esto es obra de Dios, el Espíritu Santo (Jn. 3:3-6).

Por tanto, hay otro elemento fundamental al que todavía no hemos tratado suficientemente; y este se llama arrepentimiento, que necesariamente debe ir junto con la fe; porque si el pecador no reconoce su condición como tal –es decir, si no tiene consciencia de su pecaminosidad– y se arrepiente de sus pecados, ¿cómo puede acudir al “Sanador”, al “Médico Divino” –Jesucristo– para que no solo lo limpie de pecado, sino también para recibir la nueva vida en Cristo? Parecería que entramos en un círculo sin salida, pues sin arrepentimiento no hay fe verdadera.

Sin embargo, “Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, (15) diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Mr. 1:14-15). Y Él, en otra ocasión, volvió a insistir en la importancia del arrepentimiento para no perecer: “antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lc. 13:3). La exhortación y el llamado de Jesucristo para entrar en el Reino de los Cielos, contienen los dos ingredientes fundamentales para la salvación, que comprobamos que van juntos, o bien, el uno sigue al otro: arrepentimiento y fe en las Buenas Nuevas de salvación. Pero el arrepentimiento es, además, un mandamiento de Dios. Comprobémoslo:

Hechos 17:30: Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan;

El mismo día que Jesucristo resucitó, se apareció a los dos discípulos que iban camino a Emaús, y “les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras” (Lc. 24:45), y les ordenó “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lc. 24:47). Leamos también el contexto anterior porque nos confirma la necesidad de que Dios nos abra el entendimiento para poder comprender las cosas espirituales.

Lucas 24:45-47: Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; (46) y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; (47) y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.

En el siguiente ejemplo bíblico, también debemos preguntarnos:

¿Qué ocurrió en los corazones de aquellos que escucharon el primer discurso del apóstol Pedro en el día de Pentecostés? ¿Cómo reaccionaron al reconocer que habían pecado?

Es recomendable leer todo este discurso, que se encuentra en el capítulo dos del libro de los Hechos de los Apóstoles, pero aquí para no extendernos mucho, solo transcribiremos unos pocos textos que pueden ilustrar, cómo Dios proporciona el arrepentimiento, mediante la escucha de Su Palabra y su recepción y aceptación de la misma:

Hechos 2:22-24, 36-37: Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; (23) a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; (24) al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella. […] (36) Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. (37) Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?

Cuando escucharon la Palabra, inspirada por el Espíritu Santo, que les dirigió el apóstol Pedro, Dios, movió a arrepentimiento los corazones de ellos, es decir, cumplió su promesa: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. (27) Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:26-27).

Hechos 2:38-41: Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. (39) Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. (40) Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación.

Dios les había dado que pudieran arrepentirse, porque les había hecho nacer del Espíritu Santo, cambiando su corazón carnal, endurecido, de “piedra”, por el de “carne”, el espiritual, capaz de reconocer su pecaminosidad y de arrepentirse, pero esto no sucedió con todos los que estaban presentes, sino solo “los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hch. 2:41).

Es necesario, pues, primero oír la Palabra de Dios, y luego, que el Espíritu Santo nos abra el “corazón” para poder entender, lo que equivale a darnos el Nuevo Nacimiento (véase Jn. 1:11-13; 3:3-6; Hch. 16:14).

Juan 1:11-13: A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. (12) Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.

Juan 3:3-6: Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (4) Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? (5) Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.

Hechos 16:14: Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía.

6. Conclusión.

En lo que antecede, hemos comprobado que la Sagrada Escritura sostiene que los seres humanos nacemos –a causa de la transgresión de Adán, y su sumisión al diablo, el pecado original– con “el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón” (Ef. 4:17-18); somos por naturaleza enemigos de Dios: “Los designios de la carne son enemistad contra Dios” (Ro. 8:7). La Primera Pareja humana, al desobedecer a Dios, y hacer caso al diablo, permitió que éste usurpara la autoridad de Dios sobre este mundo.

Con ellos se inició el gran conflicto cósmico que existe en este planeta Tierra, entre Cristo y Satanás (Ap. 12:7), entre los que son de Cristo –los que han nacido del Espíritu Santo (Jn. 3:3,5-6), es decir, entre los hijos de Dios (Jn. 1:12-13) y los hijos del diablo (Jn. 8:44), a los que hay que añadir todos aquellos que todavía no se han convertido a Cristo, los que viven según los deseos de la “carne”, que son manipulados y engañados por el diablo (cf. Gá. 4:28-30), y que con frecuencia injurian y persiguen a los hijos de Dios; “siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, (3) entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:1-3); “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, (20) idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, (21) envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5:19-21).

Estas son, pues, las obras de la “carne” de los que están en tinieblas, que contrastan fuertemente con las de los hijos de Dios, cuyas vidas en el Espíritu, les llevan a dar frutos de justicia: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, (23) mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. (24) Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. (25) Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. (26) No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros. (Gá. 5:22-26).

Por todo esto, fue necesario que “cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer…a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gá. 4:4-5). La Encarnación del Hijo de Dios tuvo, pues, como principal objetivo “rescatar y salvar lo que se había perdido” (Mt. 18:11; 20:28) a causa de la rebelión de la Primera Pareja humana, y para conseguirlo, el Postrer Adán, Jesucristo (Ro. 5:14; 1 Co. 15:45), tenía que vencer al pecado y al diablo, desde el mismo planeta Tierra donde se originó la rebelión y el Primer Adán fracasó.

En el epígrafe nº 3, hemos visto la Obra infinita que Jesucristo vino a realizar, desde dar a conocer al Dios desconocido, pasando por deshacer las obras del diablo (1 Jn. 3:8), hasta morir en la Cruz por los pecadores, para saldar la deuda del pecado, revelar el gran amor con que nos amó Dios Padre, reconciliarnos con Él, mostrarnos el camino de salvación, etc.

Este estudio bíblico trata de contestar a una pregunta que todos deberíamos formularnos: ¿Murió Cristo por mí? Porque si somos capaces de responder afirmativamente, significa que ya somos salvos, porque “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? (33) ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. (34) ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. (35) ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? (36) Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. (37) Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. (38) Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, (39) ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:32-38).

Pero esto implica aceptar que Cristo murió y sufrió por mí, llevando mis pecados en su muerte vicaria en la Cruz. Es decir, debo reconocer que la muerte de Cristo es un sacrificio expiatorio o propiciatorio, porque Él es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). A Cristo, pues, señalaban los sacrificios de los animales ordenados por Dios en la Ley veterotestamentaria. En la Pascua israelita se sacrificaba un cordero cada día 14 de Nisán (Éx. 12:1-14), que era figura y sombra de Jesucristo, al que Juan el Bautista señaló como el “Cordero de Dios” (Jn. 1:36). Y san Pablo nos dice que Cristo es nuestra Pascua (1 Co. 5:7). Además, Cristo murió en la cruz, cumpliendo todas las profecías del AT, el día 14 de Nisán del año 30 d.C., y, entonces se convirtió en el “Cordero de Dios”, y por eso “el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo;…” (Mt. 27:51), dando fin a la ley antigua, y [Cristo] “se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9:26).

Hebreos 9:24-26: Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; (25) y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. (26) De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado.

Hebreos 9:27-28: Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, (28) así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.

Jesús dijo: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo” (Jn. 6:51).

“Comer Su carne” es aceptar que Cristo murió por mí, que llevó mis pecados, y, “que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, para que el cuerpo de pecado sea destruido”, [o sea, para que nuestra naturaleza pecaminosa desaparezca o disminuya poco a poco, y vaya siendo sustituida por la vida nueva espiritual en Cristo, vida de obediencia a Su Palabra, mediante el poder del Espíritu Santo rigiendo nuestra vida], a fin de que no sirvamos más el pecado” (Ro. 6:6).

¿Por qué, si la muerte de Cristo no fue un sacrificio por el pecado, la Escritura declara que somos “justificados en su sangre” (Ro. 5:9), “y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7); “nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Ap. 1:5; cf. 7:14)?

¿No significa esto que Jesucristo nos ha comprado, rescatado y redimido con su sangre, es decir, por ofrecer su vida en sacrificio por nosotros (Heb. 9:12), y, por tanto, le pertenecemos?

A continuación transcribo la parte final del artículo que cité anteriormente, porque viene muy a propósito (2):

“Dios llama a todo el mundo a la salvación. Él quiere que todos sean salvos. Todo el mundo que lo desee puede acogerse al sacrificio expiatorio de Cristo, y, por tanto, ser salvado.

“Sería injusto que Dios no diera a todo el mundo la posibilidad de salvarse. “[Dios] quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1ª Timoteo 2:3). “[Jesucristo] se dio a sí mismo en rescate por todos…” (1ª Timoteo 2:6).

“[Jesucristo] es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1ª Juan 2:2).

“Expiación limitada o particular frente a expiación universal

“¿Contradicen los versículos anteriores el punto del calvinismo que afirma que la expiación de Cristo está limitada a los salvos o escogidos?

“Cristo compró a la humanidad entera con su sacrificio en la cruz (1ª Timoteo 2:6; 1ª Juan 2:2; 2ª Corintios 5:15).

2 Corintios 5:14-17: Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; (15) y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (16) De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. (17) De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas

“Sin embargo, este hecho –su sacrificio expiatorio en la Cruz– por sí solo no libera de la esclavitud del pecado (2ª Pedro 2:1). En tiempos de la esclavitud, el esclavo, que era comprado, pasaba a ser una posesión de su nuevo dueño. Otra cosa es que fuese redimido, en cuyo caso, se le daba la libertad. Semejantemente, Jesucristo redime solo a los que aceptan su muerte sustitutoria por el pecador (Efesios 1:7; Hebreos 9:28). Es decir, Cristo murió por todos (2ª Corintios 5:15), pero no cargó con el pecado de todos sino solo de los que se arrepienten y se acogen a su sangre expiatoria.

“Cristo murió por todos los seres humanos

2ª Corintios 5:15: (Cfr. Juan 3:16; 12:32): y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.

“Sin embargo, no todos son salvos. Todos son rescatados, pero algunos de ellos recibirán “destrucción repentina” (2ª Pedro 2:1).

2ª Pedro 2:1: Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina.

“Cristo lleva o carga los pecados de muchos, no de todos.

Hebreos 9:28: así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.

1 Pedro 2:24: quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.

“Jesús salva a todos los que le reciben

Juan 1:12: Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;

“La condición fundamental para la salvación es el arrepentimiento

“La Palabra de Dios afirma que las personas deben convertirse por medio del “arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21). “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3). “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).

Romanos 10:13: Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.

Hechos 10:43: De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre.

“Depravación total de la naturaleza humana

“Este es el primer punto del calvinismo, que afirma que los seres humanos no convertidos tienen una naturaleza tan pecaminosa que les impide elegir creer en Dios. Esto es lo que viene a afirmar el apóstol Pablo, cuando dice que “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). Y también las siguientes declaraciones son muy explícitas, y parecen confirmar el primer punto del calvinismo:

Romanos 8:7: Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden;

Efesios 2:5-6: aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús.

“Porque si uno está muerto, espiritualmente hablando, difícilmente puede elegir a Dios y a Cristo para ser salvo. Antes necesariamente tiene que recibir vida espiritual, para que pueda hacerlo.

“Responsabilidad humana y soberanía divina

“El ser humano nace separado de Dios y con una naturaleza inclinada al mal. No obstante su voluntad es libre en cuanto no está coaccionada por fuerzas exteriores a él mismo. Simplemente, él elige hacer aquello que más le gusta, lo que prefiere y desea. Cosas que muchas veces le esclavizan pero que él las realiza libremente, porque quiere. Por tanto, es responsable de sus actos. Pero si el hombre no puede llegar a Dios en su estado natural ¿por qué se le responsabiliza de ello?

“Por otro parte, Dios, que tiene absoluta soberanía, elige los que serán salvos, y les da vida espiritual. Según esto, los no elegidos se pierden irremisiblemente, porque son incapaces por sí mismos de creer y amar a Dios. Queda en el misterio no revelado por qué, si todos son igualmente pecadores, unos son elegidos y otros no. Sin embargo, la salvación es por la sola Gracia.

“La Palabra de Dios nos ha revelado lo suficiente para que todo ser humano elija ser salvo. La salvación está en manos de Dios (Apocalipsis 7:10). Al ser humano le corresponde desearla con todo su corazón, y acudir humilde y arrepentido al Dador de la vida. No obstante, ¿quién quiere ir a Cristo para obtener la vida? (Juan 5:40). Solo acudirán aquellos que el Padre lleva a Cristo (Juan 6:37), porque Cristo dijo que: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:44). El misterio subsiste pero ‘las cosas secretas pertenecen a nuestro Dios’ (Dt. 29:29), y no queramos saber o pensar más de lo que está revelado o escrito en la Palabra (1ª Corintios 4:6).”

Deuteronomio 29:29: Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley.

Termino con un párrafo, en el que estaría muy bien meditar con frecuencia, que he obtenido del libro “La Cruz de Cristo” de J.C. Ryle:

“Creo que es algo excelente para nosotros el insistir constantemente sobre la Cruz de Cristo. Es bueno recordar con frecuencia cómo fue traicionado Jesús en manos de hombres malvados: cómo le condenaron en un juicio injusto; escupieron sobre Él, le azotaron y le coronaron de espinas; cómo le condujeron como un cordero al matadero, sin que Él murmurase palabra o se resistiese; cuando clavaron los clavos a través de sus manos y sus pies, le pusieron en el Calvario entre dos ladrones; cómo le atravesaron el costado con una lanza, se burlaron de Él en sus sufrimientos y le dejaron colgar allí desnudo y sangrante hasta que murió.” (3)

Quedo a disposición de los lectores para lo que pueda servirles.

Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com

Afectuosamente en Cristo

Carlos Aracil Orts

www.amistadencristo.com


Referencias bibliográficas

* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

  1. Sobre el Autor de Amistad en Cristo
  2. Calvinismo frente Arminianismo.
  3. Ryle, J.C. “La Cruz de Cristo”. Pág. 6

Abreviaturas:

AT = Antiguo Testamento

NT = Nuevo Testamento

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