¿Por qué no puede perderse la salvación?

Estudio bíblico: 22-05-2025

Carlos Aracil Orts

1. Introducción

Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo– antes de la creación del universo y de sus criaturas, desde la eternidad, antes incluso de que Él crease el tiempo y el espacio, su Mente infinita conocía ya todo lo que sería el universo hasta en todos sus detalles más insignificantes, su materia, y sus seres vivientes, siendo capaz aun de determinar y controlar el orden de todos los acontecimientos futuros, sin coaccionar las voluntades de sus criaturas inteligentes y libres. Expongo a continuación los principios bíblicos en que se fundamenta la seguridad de salvación del cristiano verdadero.

2. Fundamentos bíblicos de la seguridad de la salvación del cristiano

Primero. Dios, por su omnisciencia y omnipotencia, conoció anticipadamente el desarrollo de la historia de su Creación, desde el principio hasta el fin de la misma (Is. 46:9-10).

Isaías 46:9-10 Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, (10) que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero…

Dios creó seres libres e inteligentes –que sepamos, los ángeles y los humanos–, sabiendo que, tanto los unos como los otros, se rebelarían contra Él; como así nos ha revelado la Biblia: una tercera parte de “los millones de millones” de ángeles – seres espirituales–, que rodeaban su trono celestial (Ap. 5:11-12; cf. Ap. 12:4,7-9), se rebelaron, al ser liderados por el “querubín grande” (Ez. 28:13-19), conocido, antes de su rebelión, como “Lucero, hijo de la mañana” (Is. 14:12-14).

Por tanto, Dios preconoció, desde la eternidad, que “Lucero, hijo de la mañana” (Is. 14:13) –de donde procede y deriva el nombre Lucifer que se le dio después de su caída, que es “la serpiente antigua, (Gn. 3:4-5,14,15) que se llama diablo y Satanás” (Ap. 12:9)– encabezaría la rebelión contra Él de “la tercera parte” de los ángeles (Ap. 12:4); y que, además, luego engañaría a la Primera Pareja de seres humanos, seduciéndolos para que desobedecieran a Dios y cayeran en el pecado, lo que condujo a que el destino de toda la humanidad fuera la muerte (Ro. 5:12-21; 1 Co. 15:21; Ro. 6:23); “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”; como lógica consecuencia los seres humanos serían esclavos del pecado y de su “padre el diablo”, “padre de mentira”, “homicida desde el principio” (Jn. 8:44).

Juan 8:44: Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.

Romanos 8:5-9: Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. (6) Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. (7) Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. (9) Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.

Por eso, desde entonces, la humanidad se dividió en dos grupos “los hijos de Dios y los hijos del diablo”; los que obedecían a Dios y los que seguían los deseos o “designios de la carne” (Ro. 8:5-8; cf. Gá. 5:16-17, 19-21), en obediencia al diablo.

Segundo. En el consejo celestial, antes de la fundación del mundo, Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo– concibió y diseñó el Plan de Salvación de la humanidad caída y rebelde.

El citado Plan de Salvación consistiría en la encarnación de Dios Hijo, su vida, muerte y resurrección; lo que sería la solución al problema del mal, del pecado y de la muerte, que se culminará con la segunda venida de Cristo Jesús en gloria, y el establecimiento definitivo del Reino de Dios en la Nueva Jerusalén. (1 Co. 15:23-26; cf. 2 P. 3:10-13; Ap. 21 y 22).

2 Pedro 3:10-13 Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. (11) Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, (12) esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! (13) Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.

Aunque toda la Biblia habla del mencionado Plan de Salvación de Dios mediante el sacrificio vicario de su Hijo, ahora nos interesa centramos en algunos textos de los apóstoles Pedro y Pablo que nos lo confirman: la Redención de la humanidad se obtiene cuando Dios Hijo se encarna en el Hijo del Hombre (Gá 4:4), y se entrega para ser sacrificado y muerto en una cruz, “como un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo,…por amor de vosotros (1 P. 1:19-20 cf. 1 Ti. 2:4-6; 1 Co. 15:3; Jn 1:16; Tito 2:11-15).

Gálatas 4:4-5 Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, (5) para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.

En los siguientes textos, los citados apóstoles vuelven a insistir en esta esencial doctrina de la obra vicaria o sustitutoria de Cristo Jesús, consistente en que: “…llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.” (1 Pedro 2:24). Con otras palabras, también lo confirma el apóstol Pablo: “[Dios], Al que no conoció pecado [Cristo Jesús], por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él [Cristo].” (ver 2 Co. 5:21).

Tercero. Jesucristo salva a los que Dios el Padre preconoció, escogidos desde la eternidad (Ro. 8:28-30), no conforme a [sus/nuestras] obras, sino según el propósito suyo y la gracia que [les/nos] fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Ti. 1:9 úp; cf. Tito 3:4-7).

El Dios trino no solo predestinó a Dios Hijo, desde antes de la fundación del universo, para que redimiera a la humanidad pecadora y rebelde, sino que en ese mismo decreto, Él incluyó a todos los seres humanos, de todas las épocas que había decidido salvar, por medio de Jesucristo; “Porque a los que [anticipadamente] conoció [‘elegidos según la presciencia de Dios Padre’ (1 P. 1:2)], también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. (30) Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” (Ro. 8:29-30).

2 Timoteo 1:9-10: [Dios] “nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, (10) pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio.

Notemos que Dios eligió o escogió a los que [anticipadamente] conoció, [antes de que nacieran o existieran en el tiempo y] también los predestinó [con un propósito u objetivo] “para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29); y, estos elegidos y predestinados, cuando nacieron físicamente, y les llegó su tiempo según voluntad de Dios, fueron llamados externamente, mediante el Evangelio e internamente mediante el Espíritu Santo; y estos mismos, que conforman el grupo de los escogidos, fueron “justificados”, es decir, nacidos de nuevo o regenerados e imputados de la justicia de Dios que Cristo obtuvo para todos ellos (2 Co. 5:21; cf. Ro. 3:22-26), para finalmente, ser glorificados, en el Día de la Venida en gloria de nuestro Señor Jesucristo, y ser arrebatados al Cielo con Él (1 Ts. 4:13-18; cf. 1 Co. 15:51-58).

Los escogidos desde la eternidad serán “justificados” en el tiempo que les haya correspondido vivir, para ser, entonces, 1) nacidos de nuevo o regenerados (Tito 3:5-7), y 2) imputados de la justicia de Dios que Cristo obtuvo para todos ellos (2 Co. 5:21; cf. Ro. 3:22-26).

Dios Padre, “Al que no conoció pecado [Cristo], por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él [Cristo].” (2 Corintios 5:21; cf. Ro. 3:21-26). Esta es la llamada justificación que reciben los creyentes. Por una parte, Dios le imputa a Cristo el pecado de cada creyente, como nuestro sustituto, quien recibe el castigo por nuestros pecados; y, por otra, imputa o atribuye al pecador la justicia que Cristo obtuvo con su vida perfecta y con su muerte expiatoria y vicaria. Este aspecto de la Redención efectuada por Cristo es fundamental para la salvación del creyente, y será necesario que vuelva a referirme a la misma más abajo.

Sin embargo, algo que nunca debemos olvidar es que Dios NO escogió, –“antes de la fundación del mundo” (Ef. 1:4), o sea, desde la eternidad– a los que salvaría en el transcurso del tiempo por algún mérito u obra que Él previera que ellos harían, sino que Dios nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos (2 Ti. 1:9).

San Pablo, en el primer capítulo de su Epístola a los Efesios, deja muy claro que [Dios] “nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad (Ef. 1:4-5).

Fijémonos que Dios elige y predestina a los que serán salvos, no porque éstos lo merecieran, puesto que todos serían pecadores y enemigos de Él (Ro. 3:9,23; cf. 5:6-11), sino que es por su Gracia –“no por obras, para que nadie se gloríe–“ (Ef. 2:8-10), “según el puro afecto de su voluntad (Ef. 1:4-5).

Dios salva a todos los seres humanos, escogidos y predestinados, liberándolos de la esclavitud del pecado (Ro. 6:1-23), dándoles el nuevo nacimiento en Cristo (Jn. 1:12-13; 3:3-6; 2 Co. 5:17; Stg. 1:18; 1 P. 1:22-25; Tito. 3:4-8), por medio de su Palabra y de su Espíritu Santo para que todos, y cada uno de ellos, en el transcurso de su vida terrenal lleguen a ser “conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29). Sin embargo, la soberanía divina no está reñida ni es incompatible con la responsabilidad y libertad humana, como se puede probar por la misma Palabra de Dios:

“Mas a todos los que le recibieron [a Cristo Jesús], a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” (Juan 1:12-13)

2 Corintios 5:14-19 Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; (15) y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (16) De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. (17) De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (18) Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.

Por eso, Jesús dijo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn. 6:44).

“Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. (36) Mas os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis. (37) Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. (38) Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. (39) Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. (40) Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. 43) Jesús respondió y les dijo: No murmuréis entre vosotros. (44) Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero”. (Juan 6:35-44)

3. Conclusión

Nuestra seguridad en que la salvación no se puede perder radica en los siguientes principios revelados por Dios:

A). Porque Dios “nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Ti. 1:9).

Es decir, Dios Padre nos conoció desde la eternidad, antes de que hubiéramos nacido, y antes de la fundación del mundo, y escogió o eligió a los que serían predestinados a la salvación eterna, no por sus méritos u obras que ellos harían, sino solo por su gracia.

B). “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. (30) Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. (Ro. 8:29-30)

Notemos que hay una perfecta concordancia, porque “los que anticipadamente conoció…” fueron exactamente aquellos a “los [que] predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo”los cuales coinciden con los que “llamó…, justificó, … y glorificó”.

Recordemos que la salvación se obtiene cuando los creyentes somos “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, (25) a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, (26) con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Ro. 3:24-26)

C). Porque Dios “nos escogió en Él [Cristo Jesús] antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él [Dios Padre], en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, (6) para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado [Cristo Jesús], (7) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, (8) que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, (9) dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, (10) de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. (11) En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, (12) a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. (13) En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, (14) que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria. (Ef. 1:4- 14)

Romanos 8:31-39: ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? (32) El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? (33) ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. (34) ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. (35) ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? (36) Como está escrito:

Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. (B) (37) Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. (38) Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, (39) ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.

D). “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. … Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Ro. 5:6,8; cf. 1 Co. 15:3).

Es decir, Él nos redimió del pecado muriendo en la cruz en nuestro lugar, porque [Dios] “Al que no conoció pecado [Cristo Jesús], por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. (ver 2 Co. 5:21); [Cristo Jesús] “…llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.” (1 Pedro 2:24).

E). “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.” (Ro. 6:22)

F). “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo;” (Filipenses 1:6)

Nuestra salvación está, pues, asegurada en Cristo, pero no olvidemos, que la soberanía de Dios no anula la libertad y responsabilidad humanas, sino que se complementan perfectamente:

Primero. Porque hemos sido escogidos “para que fuésemos santos y sin mancha” (Ef. 1:3); es decir, “para que fuesen/ fuésemos hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29). La santidad que Dios requiere de nuestras vidas se alcanza mediante la acción del Espíritu Santo en cada cristiano y por nuestra libre colaboración con Él.

Segundo. Porque “hemos muerto al pecado” (Ro. 6:2), cuando fuimos “bautizados en Cristo Jesús y en su muerte…” (Ro. 6:3), “a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.” (Ro. 6:4). Una vez que Dios nos ha librado de la esclavitud del pecado (Ro. 6:18,20,22)”, “tenéis [tenemos] por vuestro [nuestro] fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Ro. 6:22). Esto exige que nuestra voluntad responsablemente decida colaborar con el Espíritu Santo.

Tercero. “Porque si fuimos plantados juntamente con él [Cristo Jesús] en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; (6) sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (7) Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. (Ro. 6:5-7).

Sin embargo, aunque una vez salvos, somos salvos por la eternidad, la Palabra de Dios nos sigue instando a ejercer, constantemente, toda nuestra voluntad, que ha sido liberada de la esclavitud del pecado, a fin de perseverar en lo siguiente:

Así como lo anterior, también esto requiere de nosotros la acción libre de nuestra voluntad, porque es la responsabilidad del creyente. Puesto que ya Dios nos dio el ser libres de la esclavitud del pecado que nos impedía obedecerle, ahora nos pide obrar coherentemente con nuestra fe, del siguiente modo:

1) Creer “que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo, para que el cuerpo del pecado sea destruido” (Ro. 6:6).
2) Obrar en consecuencia, decidiendo “no servir más al pecado” (Ro. 6:7úp),

Romanos 6:16-18: ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? (17) Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; (18) y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.

3) “Despojarnos del viejo hombre” (Ef. 4:22), “haciendo morir lo terrenal en vosotros” (Col. 3:5); o lo que es lo mismo vencer “los designios de la carne por medio del Espíritu” (Ro. 8:7-9; cf. Gá. 5:17, 24-25), en cada momento de nuestra vida de santificación.
4) “Renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:23-24), “el cual se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Col. 3:10).

5) Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; (13) soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. (14) Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. (15) Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. (16) La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. (17) Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. (Col.3:12-17)

6) “…Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, (13) porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” (Fil. 2:12 úp)
7) “…Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; (16) porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:15-16).
8) Crecer en santidad: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. (15) Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados;” (Hebreos 12:14-15)
9) “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. (2) No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:1-2)
10) “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias; … (5) Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo. (6) Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno.” (Colosenses 4:2, 5-6)

11) “Haced todo sin murmuraciones y contiendas, (15) para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; (16) asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado.” (Fil. 2:14-16)

12) “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. (12) Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. (13) Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. (14) Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, (15) y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz.(I) (16) Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. (17) Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; (18) orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos;” (Efesios 6:10-18)

13) “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, (14) a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo. (15) Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra. (16) Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, (17) conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra.” (2 Ts. 2:13-17).

Quedo a disposición del lector para lo que pueda servirle.

Afectuosamente en Cristo

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Carlos Aracil Orts
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www.laverdadquesalva.com


Referencias bibliográficas

* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto son nuestros.

Abreviaturas frecuentemente empleadas:

AT = Antiguo Testamento

NT = Nuevo Testamento

AP = Antiguo Pacto

NP = Nuevo Pacto

Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)

pp, pc, úp referidas a un versículo bíblico representan «parte primera, central o última del mismo».

 Abreviaturas empleadas para diversas traducciones de la Biblia:

NBJ: Nueva Biblia de Jerusalén, 1998.

BTX: Biblia Textual

Jünemann: Sagrada Biblia-Versión de la LXX al español por Guillermo Jüneman

N-C: Sagrada Biblia- Nacar  Colunga-1994

JER 2001: *Biblia de Jerusalén, 3ª Edición 2001

BLA95, BL95: Biblia Latinoamericana, 1995

BNP: La Biblia de Nuestro Pueblo

NVI 1999: Nueva Versión Internacional 1999

Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)

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