¿Se puede perder la salvación?
Versión: 07-11-2022
Carlos Aracil Orts
1. Introducción*
Para obtener la respuesta a la cuestión planteada –¿se puede perder la salvación?–, es necesario comprender el Plan de Salvación de Dios para la humanidad, especialmente el corazón o núcleo de la vida nueva en Cristo, y para ello es necesario conocernos a nosotros mismos, conocer nuestra naturaleza; y, –como dijo el teólogo inglés doctor Packer– reconocer que “no somos pecadores porque pequemos, sino que más bien pecamos, porque somos pecadores, nacidos con una naturaleza esclavizada al pecado.” (J.I. Packer, Teología concisa, p. 34) (1).
Por la Biblia y por nuestra experiencia diaria, los cristianos sabemos que todos los seres humanos desde que nacen físicamente hasta que se convierten a Cristo son esclavos del pecado; y en algún momento de nuestra vida, tomamos consciencia de que lo descrito por el apóstol Pablo, en el capítulo 7 de su Epístola a los Romanos, se ajusta a la realidad, es totalmente cierto; yo mismo, cuando fui consciente de mi naturaleza pecaminosa, asumí como mías las siguientes palabras del apóstol Pablo:
“Yo soy carnal, vendido al pecado” (Ro. 7:14; cf. 6:16-18; Jn. 8:34); “[…] Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (Ro. 7:25).
Comprobemos el significado de la palabra “carne” en la Biblia
Es necesario aclarar que la palabra “carne” en la Biblia designa, en el contexto de los pasajes bíblico citados arriba y en otros, a la naturaleza humana o al ser humano no regenerado que es, por lo general, “atraído y seducido por sus pasiones o deseos concupiscentes (Stgo. 1:14,15); porque la “carne” se “opone al Espíritu” (véase Gá. 5:16-21, 24).
El doctor James Innell Packer, que fue un teólogo, clérigo y escritor evangélico nacido en Inglaterra, considerado como una de las figuras más influyentes del movimiento evangélico en el siglo XX (2), en su libro Teología concisa lo expresa del siguiente modo:
“[…] En los escritos de Pablo, la palabra carne suele referirse a un ser humano que es guiado por sus apetitos pecaminosos; hay versiones que traducen la palabra en estas circunstancias con la expresión “naturaleza pecaminosa”. Las faltas y los vicios concretos (es decir, las formas y expresiones del pecado) que detectan y denuncian las Escrituras son demasiados para enumerarlos aquí.” (J.I. Packer, Teología concisa, p. 34) (3)
Por tanto, la palabra “carne”, en este contexto bíblico, representa la naturaleza pecaminosa del ser humano con la que nace, y que procede del pecado original.
Si nos preguntamos por qué nacemos todos los seres humanos con la citada naturaleza pecaminosa la respuesta que nos da la Biblia es que “el pecado entró en el mundo por un hombre…” (Ro. 5:12pp). A este primer pecado se le llama pecado original.
Todo ser humano nace, pues, con la citada naturaleza pecaminosa, que se caracteriza especialmente por ignorar a Dios o estar en rebeldía contra Su voluntad. La Biblia revela que esta tendencia pecaminosa del hombre procede del pecado de desobediencia que cometieron Adán y Eva cuando sucumbieron a la tentación de la serpiente del Edén (Gn. 3:1-7; Ro. 5:12,19); la cual el libro de Apocalipsis identifica con “el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero” (Ap. 12:9; 20:2). Este pecado original –llamado así porque fue el primero– se transmitió por propagación/transmisión a todos los descendientes de la primera pareja humana, según nos lo revela la Epístola de San Pablo a los Romanos (véase Ro. 5:12,19; cf. 1 Co. 15:20-23).
Romanos 5:12,19: Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron […] (19) Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.
1 Corintios 15:20-23: Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. (21) Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. (22) Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. (23) Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.
Con esto queda identificado el problema del ser humano que consiste en su incapacidad para cumplir de forma perfecta la Ley de Dios del Amor, a causa de su naturaleza pecaminosa.
A este respecto, la Palabra de Dios nos confirma que “el hombre natural” –que es el que vive según las tendencias de la “carne” o naturaleza pecaminosa– “no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender” (1 Co. 2:14); y todo esto es lo que le hace incapaz o impotente para cumplir la Ley de Dios del Amor, lo que le condena a muerte eterna (Ro. 6:23), y en esa condición natural no puede salvarse por sí mismo; y si nos preguntamos ¿por qué? La respuesta bíblica es:
“Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Ro. 8:7).
San Pablo, consciente de la magnitud y gravedad de la “ley del pecado que está en mis/nuestros miembros” (Ro. 7:23, cf. 25) que esclaviza nuestra “carne”, no puede evitar exclamar “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro. 7:24); aunque inmediatamente, él mismo nos da la solución a lo que aparentemente significaba que el hombre estaba irremisiblemente condenado a recibir la muerte eterna en justo castigo por sus pecados: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.” (Ro. 7:25).
En lo que sigue del presente estudio bíblico, comprobaremos en qué consiste el Plan de Dios para la Salvación de los seres humanos:
Dios soluciona el grave problema del pecado y de la incapacidad del ser humano de salvarse a sí mismo mediante Su plan de Salvación, que se puede describir en las siguientes tres fases o etapas:
Primera, Dios Padre obtiene la victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo, “enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado” (Ro. 8:3; cf. 2 Co. 5:21), “nacido de mujer” (Gá. 4:4).
Segunda, el modo en que Dios restaura al hombre natural a Su imagen, la que perdió “el primer hombre Adán” (1 Co. 15:45), consiste en convertirlo progresivamente –a partir del nuevo nacimiento/ regeneración o resucitación espiritual– en “un nuevo hombre” (Ef. 4:24; cf. Col 3:9-10) o “una nueva criatura” (2 Co. 5:17), “imagen de Cristo” (Ro. 8:29; 2 Co. 3:18), el cual es “el postrer Adán, espíritu vivificante” (Ro.15:45) y
Tercera, Dios asegura la salvación de todos sus escogidos de manera que ninguno de ellos se pierda, cuando los engendrados espiritualmente (Jn. 1:12-13), –nacidos de nuevo (Jn. 3:3-6) regenerados (Tito 3:4-7) o resucitados espiritualmente (Ef. 2:5-6)– son “hechos conforme a la imagen de Su Hijo” (Ro. 8:29), “santos y sin mancha delante de él (5) en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, (6) para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, (7) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia.” (Ef. 1:4-7)
2. Dios obtiene la victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo “enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado” (Ro. 8:3; cf. 2 Co. 5:21), “nacido de mujer” (Gá. 4:4).
Recordemos que la desobediencia del “primer hombre Adán” (1 Co. 15:45) causó el pecado, y por propagación/transmisión “muchos fueron constituidos pecadores” (Ro. 5:19 pc). A este respecto, J.I. Packer nos sigue describiendo con palabras muy adecuadas la condición de todos los descendientes de Adán.
[…] (a) Esta condición de pecado marca a todos desde su nacimiento, y se halla presente bajo la forma de un corazón torcido en cuanto a sus motivaciones, antes de que exista ningún pecado real; (b) esta pecaminosidad interna es la raíz y fuente de todos los pecados personales; (c) llega hasta nosotros de una manera real, aunque misteriosa, desde Adán, nuestro primer representante ante Dios. La afirmación de que hay un pecado original expresa el principio de que no somos pecadores porque pequemos, sino que más bien pecamos, porque somos pecadores, nacidos con una naturaleza esclavizada al pecado. (J.I. Packer, Teología concisa, p. 34) (4)
¿Por qué fue necesario la encarnación, vida y muerte de Jesucristo, el Hijo de Dios para rescatar a los seres humanos?
Primero, Dios vence al mal y la rebelión de sus criaturas, y lo contrarresta, neutraliza o compensa, por “la obediencia de uno”, –“el postrer Adán” (1 Co. 15:45), Jesús, el Hijo de Dios–, para que gracias a su encarnación, vida sin pecado y muerte vicaria/sustitutoria, “los muchos serán constituidos justos.” (Ro. 5:12,19).
Segundo, porque “como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Ro. 5:12); y “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Ro. 6:23).
Lo anterior significa que, aunque la justa paga del pecador es la muerte, Dios, por su misericordia, y para satisfacer su justicia –pues el pecado no podía quedar impune–, entrega a Su Hijo para que muera por “nuestros pecados” (Jn. 3:14-17; Ro. 5:6,8; 1 Co. 15:3; 2 Co. 5:14-15, 17-21) en nuestro lugar. Es decir, Jesucristo, al morir en la cruz, en nuestro lugar, satisface la justicia de Dios, porque “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.” (1 Pedro 2:24).
Juan 3:14-17: Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, (15) para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (16) Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (17) Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.
2 Corintios 5:14-21: Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; (15) y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (16) De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. (17) De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (18) Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (21) Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
Tercero, la salvación solo se obtiene cuando somos “justificados gratuitamente por su gracia [la que Dios otorga a cada creyente], mediante la redención que es en Cristo Jesús, (25) a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Ro. 3.24-25).
Cristo Jesús “es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Jn. 2:2). Esto quiere decir, que la expiación de nuestros pecados (Heb. 1:3; cf. 2:17) –realizada por Cristo cuando “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 P. 2:24)– propició la reconciliación de Dios con los pecadores; y esto fue posible porque Dios, “Al que no conoció pecado [Cristo], por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” (2 Co. 5:21). Leámoslo también en su contexto, y comparémoslo con algunos textos de la Epístola a los Romanos (5:6-11), porque equipara el concepto de “propiciación” con “reconciliación”.
Romanos 5:6-8: Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. (7) Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. (8) Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (9) Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. (10) Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. (11) Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.
3. Dios salva al hombre otorgándole el nuevo nacimiento: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6; cf. 1:12-13).
Como hemos podido comprobar en el epígrafe anterior, la Caída de Adán afectó a todos los seres humanos, puesto que nacen siendo “carne” (Ro. 7:14,18, 22-23; 8:5-9), la cual se opone al Espíritu (Gá. 5:16-21,24-25).
Romanos 7:14,18, 22-23: Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. […] (18) Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. […] Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; (23) pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.
Romanos 8:5-9: Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. (6) Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. (7) Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. (9) Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.
Gálatas 5:16-26: Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. (17) Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. (18) Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. (19) Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, (20) idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, (21) envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. […] (24) Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. (25) Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.
Nuestra experiencia de cada día confirma la Palabra de Dios; es decir, todos permanecemos con una naturaleza pecaminosa que es esclava del pecado (Jn. 8:24; Ro. 5:12,19; 6:16-23), –que nos incapacita para cumplir la ley de Dios (la Ley del Amor) (Ro. 8:7) – hasta que por la gracia de Dios recibimos la fe en Cristo, que nos da “potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:12-13).
Es entonces cuando al “hombre natural”, que “no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura” (1 Co. 2:14) –al ser engendrado por Dios– es nacido de nuevo/ regenerado o resucitado espiritualmente; esto es a lo que se refirió Jesús en su entrevista con Nicodemo (Jn. 3:3,5,6).
Juan 3:3-6: Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (4) Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? (5) Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.
En el versículo 6, Jesús describe este proceso transformador, que experimenta todo el que confía en Él, con las siguientes palabras : “Lo que es nacido de la carne, carne es” –esto es el hombre natural–; “y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6); o sea, el “hombre natural” al nacer de nuevo por el Espíritu Santo, es transformado en espiritual, ha resucitado espiritualmente con Cristo, porque “Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. (8) Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios.” (Ef. 2:4-8).
Mientras el ser humano sea solo “carne” sin el Espíritu de Dios, es incapaz de cumplir en santidad los mandamientos que contiene Su Palabra y de forma perfecta la Ley moral del amor que Dios exige –“Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gá. 5:14; cf. Lv. 19:18)–, pues Él nos pide: “Sed santos porque Yo soy santo” (1 P. 1:16; cf. Lv. 11:44-45; 19:2)), y “sin la santidad nadie verá al Señor” (Heb.12:14).
Esta impotencia de la “carne” (Ro. 8:7) supone que ningún ser humano puede salvarse tratando de cumplir los mandamientos de Dios. Como consecuencia, el apóstol Pablo nos advierte: “que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él [Dios]; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.” (Ro. 3:20); es decir, la Ley de Dios –que no es solo el Decálogo como creen algunos sino todos los mandamientos que hay en Su Palabra– señala o muestra nuestro pecado, pero no otorga poder alguno para obedecerla; por tanto, “ningún ser humano será justificado delante de Dios, “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Ro. 8:7).
Por tanto, puesto que la Biblia dice que “la paga del pecado es muerte” nadie podría salvarse, sino fuera porque “la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 6:23).
Romanos 8:1-8: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. (2) Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. (3) Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; (4) para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. (5) Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. (6) Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. (7) Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.
2 Corintios 5:21: Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
4. Dios, después de regenerar al ser humano con el nuevo nacimiento, lo restaura progresivamente hasta transformarlo en imagen de Su Hijo Jesucristo.
Cuando recibimos el nuevo nacimiento somos “libertados del pecado”, para ser “siervos de la justicia” (Ro. 6:18). En esa condición, el apóstol Juan nos asegura que “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” (1 Jn. 3:9). Y para que siempre lo tengamos presente, y no lo olvidemos, nos lo vuelve a repetir en el último capítulo de su Epístola: “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca.” (1 Jn. 5:18).
La naturaleza pecaminosa permanece durante la vida de cada ser humano
No obstante, debemos ser conscientes de que la naturaleza pecaminosa es una constante que permanece durante toda la vida de cada creyente, aunque no con el mismo grado en todos, pues depende de que, por la gracia de Dios, hagamos morir cada día a “nuestro viejo hombre”, puesto que ya “fue crucificado juntamente con él [Cristo], para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Ro. 6:6); esto es: todo “lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia que es idolatría” (Col. 3:5); y se nos exhorta reiteradamente: “despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos” (Ef. 4:22); también al mismo tiempo, “renovaos en el espíritu de vuestra mente, (24) y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” (Ef. 4:23-24).
Notemos que con el nuevo nacimiento comienza la vida de fe en Cristo como nuestro Salvador y Redentor. Aquel ha sido obra total de Dios, porque Él tomó, por su voluntad, la iniciativa, y obró la regeneración; y la parte humana consiste en dar nuestro asentimiento a Dios, es decir, cada uno de sus escogidos debe permitirle a Él que le resucite espiritualmente. Y también es el comienzo de nuestra santificación: “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre… 14) porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:10-14).
Debemos constatar, pues, que, un acontecimiento que ocurrió hace más de dos mil años, la muerte de Cristo en la cruz como sacrificio expiatorio del pecado, produce su efecto salvador y santificador cuando cada creyente acepta la ofrenda del cuerpo de Jesucristo” (Heb. 10:13), como expiación de sus pecados y redención de salvación. Y, desde ese momento somos “santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos” (1 Co. 1:2); porque todos nosotros fuimos “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo:” (1 P. 1:2). A continuación se nos asegura que “con una sola ofrenda [Cristo] hizo perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:14). Esta perfección que se recibe en el momento de recibir y aceptar a Cristo por fe es la que nos da derecho a la vida eterna, y equivale a ser “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.” (Ro. 3:24).
Esta obra de Dios ha liberado de la esclavitud del pecado a sus elegidos, y les capacita para cumplir la Ley de Dios del amor, porque han sido “libertados del pecado”, para ser “siervos de la justicia” (Ro. 6:18). Sin embargo, este cumplimiento nunca es perfecto, porque la naturaleza pecaminosa del viejo hombre sigue conviviendo durante toda la vida del creyente junto al nuevo hombre en Cristo, que debe ir creciendo y haciendo morir al viejo hombre, para progresivamente despojarse del mismo. Aunque la obra de Cristo fue perfecta para imputarnos la justicia de Dios, asegurando con ella nuestra salvación, el proceso de santificación se extiende durante toda la vida del creyente.
Este es el proceso de santificación en el que todo cristiano debe, con oración y por la gracia que Dios nos otorga, diariamente luchar colaborando con Él para vencer nuestra naturaleza pecaminosa, cuya victoria está asegurada, “sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él [Cristo], para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Ro. 6:6); pues “los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gá. 5:24).
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. (2) No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:1-2)
Gálatas 2:19-21: Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios. (20) Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (21) No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.
5. Conclusión
La creencia de que se puede perder la salvación procede de interpretaciones erróneas de algunos textos de las Sagradas Escrituras, como son los pasajes que se registran en el libro de Hebreos (6:4-6 y 10:26-29), y en la Segunda Epístola de San Pedro (2:20-22).
Hebreos 6:4-6: Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, (5) y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, (6) y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio.
Hebreos 10:26-29: Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, (27) sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. (28) El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. (29) ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?
2 Pedro 2:20-22: Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. (21) Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. (22) Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno.
¿Se puede perder la salvación?
Es obvio que los que “recayeron” (Heb. 6:6) –pecaron “voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad” (Heb. 10:26), o se “volvieron atrás” (1 P. 2:21 úp)– no eran hijos de Dios, escogidos por Él para salvación; puesto que todos los hijos de Dios son los nacidos de nuevo, los cuales han sido “predestinados para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Ef. 1:5). “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. (29) Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. (30) Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. (Ro. 8:28-30).
Comprobemos que aquellos a “los que antes conoció” –es decir, los “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo:” (1 P. 1:2)–, son también –o coinciden con– los que predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. (30) Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” (Ro. 8:28-30). Dios, de esta forma, llama eficazmente a sus elegidos y los predestina para su salvación y posterior glorificación en el día del fin del mundo y de la resurrección de los muertos (1 Co. 15:51-59; cf. 1 Ts. 4:13-18).
Por tanto, los escogidos –que son todos los que han recibido el nuevo nacimiento, engendrados espiritualmente por voluntad de Dios (Jn. 1:12-13), y recibido el Espíritu Santo– “ya no pueden pecar voluntariamente”, porque “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Jn. 3:9). Notemos que el énfasis no está en que los escogidos –que son todos los nacidos de nuevo”–nunca más pecarán, sino en que nunca más practicarán el pecado, ni pecarán voluntariamente.
¿Por qué, entonces, pierden la salvación aquellos que “recayeron” (Heb. 6:6), pecaron “voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad” (Heb. 10:26), o se “volvieron atrás” (1 P. 2:21 úp)?
Como ya hemos comprobado, aquello que “recayeron y pecaron voluntariamente” no son verdaderos hijos adoptivos de Dios, porque no han sido verdaderamente engendrados espiritualmente por Dios, es decir, no son “nacidos de Dios.” (1 Jn.3:9úp). El mismo apóstol Juan nos explica la causa de que los citados arriba perdieran la salvación: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros. (20) Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas.” (1 Jn. 2;19-20).
Veamos también el contexto de los textos mencionados, porque contiene una importante exhortación, muy apropiada al tiempo en que vivimos, porque no ha perdido actualidad.
1 Juan 2:15-20: No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. (16) Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. (17) Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. (18) Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo. (19) Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros. (20) Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas.
Por otra parte, la Iglesia católica romana, al añadir la Tradición a la Revelación divina, introduce una doctrina al respecto muy alejada de la pureza de la revelación bíblica; y comete una grave equivocación cuando considera que la justificación del pecador equivale a santificación, y, como ésta nunca se alcanza totalmente en esta vida, busca fórmulas humanas para enmendar la obra perfecta de Dios en los justificados por la gracia de Dios (Heb. 10:10-18; cf. 1 Co. 1:2), añadiendo méritos por obras, indulgencias, y dando poder salvador a los Sacramentos, como el bautismo, la confesión y la Eucaristía, etc.
Hebreos 10:10-18: En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. (11) Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; (12) pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, (13) de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; (14) porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. (15) Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: (16) Este es el pacto que haré con ellos Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, Y en sus mentes las escribiré, (17) añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. (18) Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado.
1 Corintios 1:1-2: Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes, (2) a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro:
La seguridad de nuestra salvación no se basa en el poder de la voluntad humana en perseverar en la fe, sino, a) en la voluntad de Dios, b) en la perfecta obra salvadora que Cristo realizó con su Encarnación, vida sin pecado y muerte expiatoria y resurrección, y c) esencialmente porque Dios Padre “nos escogió en él [Cristo] antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Ef. 1:4-5). Y, como San Pablo, debemos estar persuadidos de “que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo;” (Fil. 1:6) […] “Por tanto, amados míos,… ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, (13) porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” (Fil. 2:12-13).
Romanos 28:31-39: ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? (32) El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? (33) ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. (34) ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. (35) ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? […] (37) Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. (38) Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, (39) ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
“Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. (8) El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. (9) En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. (10) En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. (11) Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. (12) Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. (13) En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu. (14) Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. (15) Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. (16) Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. (17) En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. (18) En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. (19) Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. (20) Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (21) Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.” (1 Juan 4:7-21)
Espero que todo ello sea de edificación en la fe para el lector y quedo a su disposición en lo que pueda servirle.
Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com
Afectuosamente en Cristo
Carlos Aracil Orts
Referencias bibliográficas
*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
Abreviaturas frecuentemente empleadas:
AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento
AP = Antiguo Pacto
NP = Nuevo Pacto
Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)
pp, pc, pú referidas a un versículo bíblico representan «parte primera, central o última del mismo».
Abreviaturas empleadas para diversas traducciones de la Biblia:
BNP: La Biblia de Nuestro Pueblo
DHH L 1996: Biblia Dios Habla Hoy de 1996
NBJ: Nueva Biblia de Jerusalén, 1998.
BJ: Biblia de Jerusalén
BTX: Biblia Textual
Jünemann: Sagrada Biblia-Versión de la LXX al español por Guillermo Jüneman
N-C: Sagrada Biblia- Nacar Colunga-1994
JER 2001: *Biblia de Jerusalén, 3ª Edición 2001
BLA95, BL95: Biblia Latinoamericana, 1995
LBLA: La Biblia de las Américas
NVI 1999: Nueva Versión Internacional 1999
RV: Biblia Reina Valera
Bibliografía citada
(1) Packer, James Innell., Teología CONCISA (Una guía a las creencias del cristianismo histórico), p.34
(2) J. I. Packer: Vida y obra del gran teólogo y escritor inglés (biteproject.com)
(3) Packer, James Innell., Teología CONCISA (Una guía a las creencias del cristianismo histórico), p.34
(4) Ibid., p.34.
© Carlos Aracil Orts. Derechos reservados. No obstante, se concede permiso de reproducir cualquier contenido de este sitio Web, con las siguientes condiciones: (1) Que no sea usado con objetivos comerciales. No se permite la venta de este material. (2) En todo caso, se debe incluir claramente la dirección de este sitio web: www.amistadencristo.com, y el nombre del autor o autores que figuren en cada estudio o artículo publicado en esta web. (3) Se ha de dar reconocimiento también a otros autores y a sus respectivas fuentes originales del material que se haya usado en la composición y redacción del contenido de esta web, manteniendo las referencias textuales con derechos de autor (copyright).
Alicante, noviembre de 2022