¿Es el Arcángel Miguel el que detiene al Anticristo?
Versión 11-12-2013
Carlos Aracil Orts
1. Introducción
Una estimada lectora de esta web me formuló una pregunta muy interesante pero también muy difícil, pues se refiere a una profecía que se registra en la segunda epístola de San Pablo a los Tesalonicenses (2:3,7,9), en la que el Apóstol advierte a los que iban diciendo “que el día del Señor” –el de Su segunda venida– está cerca”, que ello no ocurriría “antes [que] venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición” o inicuo (Tesalonicenses 2:3):
“Mi pregunta es la siguiente: ¿es el Arcángel Miguel quien detiene la manifestación del inicuo?, porque definitivamente las respuestas de algunos que se consideran pastores enseñando que es el Espíritu Santo quien lo detiene, es contradictoria a la Palabra de Dios porque el evangelio de Mateo 28:19 dice: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.» Tampoco es la Iglesia “porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (Mateo 24:21-22). Es decir, la Iglesia estará [hasta] ese Día [de la Segunda Venida de Cristo]” (Mercedes).
Aunque no he tratado este tema en mi web basándome en los textos citados de la segunda epístola de San Pablo a los Tesalonicenses, sí lo hice desde otra perspectiva, a partir de las profecías que se registran en Daniel 7:7-8,25 y Apocalipsis 13 y 17; fruto de lo cual fue el artículo titulado: El dragón, la bestia, los reinos mundiales y el Reino de Dios.
No obstante, aprovecho el estímulo que me da la formulación de su interesante pregunta para tratar de abordar este espinoso tema, para ir completando el maravilloso puzle de doctrinas, conocimiento de Dios y de Su magnífico Plan de Salvación, que contiene la Palabra de Dios, la cual es un pozo sin fondo de sabiduría, que nunca se acaba, y que por muchas vidas que uno tuviera, no podría escribir sobre todo lo que contiene.
Lo que la lectora me pregunta está en relación con dos grandes misterios que existen en el mundo en que vivimos, los cuales nos han sido revelados por las Sagradas Escrituras, a saber: “el Misterio de Iniquidad” (2ª Tesalonicenses 2:7) –la raíz del mal– y “el Misterio de la Piedad” (1ª Timoteo 3:16), que es la solución a todo tipo de maldad y de pecado.
Aunque, usted, querida hermana, no me proporciona expresamente los textos bíblicos en los que basa su pregunta, es claramente obvio, y fácil de deducir que la interesante cuestión que me formula dimana de los siguientes pasajes de la Escritura:
2 Tesalonicenses 2:1-12: Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, (2) que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. (3) Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, (4) el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios. (5) ¿No os acordáis que cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía esto? (6) Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste. (7) Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. (8) Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; (9) inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, (10) y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. (11) Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, (12) a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia.
Y en contraposición al “misterio de la iniquidad”, la Palabra de Dios nos revela un Misterio mucho más excelso y sublime: “el Misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne” (1ª Timoteo 3:16).
1 Timoteo 3:16: E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles, Predicado a los gentiles, Creído en el mundo, Recibido arriba en gloria.
Para tratar de responder a su pregunta –“¿es el Arcángel Miguel quien detiene la manifestación del inicuo?”– es preciso identificar lo que son “el misterio de la iniquidad” y “el hombre de pecado, el hijo de perdición”, “inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos” (2 Tesalonicenses 2:3,7,9).
Puesto que “el misterio de la piedad”, está claramente expresado en la Sagrada Escritura como el hecho de que Dios se nos ha “manifestado en carne” por medio de nuestro Señor Jesucristo (1ª Timoteo 3:16), nos queda por averiguar lo que significa “el misterio de la iniquidad” y “el hombre de pecado, el hijo de perdición” o “inicuo”; a eso, me dedicaré en primer lugar en el cuerpo de este estudio bíblico; luego intentaré responder a su pregunta, pero teniendo en cuenta que cuando intentamos descifrar profecías siempre existen muchas limitaciones. Por tanto, no podemos ir más allá de lo que la Biblia y la Historia evidencian.
2. ¿Qué es “el misterio de la iniquidad”?
No creo que sea difícil averiguar a qué se refiere el apóstol Pablo cuando habla del “misterio de la iniquidad” –o “misterio de la impiedad”, según la versión católica, NBJ, 1998–, porque ello no es más que lo contrario al “misterio de la piedad”; y puesto que este último es Jesucristo –Dios Hijo encarnado, enviado por el Padre para la Redención y Reconciliación de la Humanidad–, aquél no puede ser otro que alguna forma de manifestación de “el príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2).
Sin embargo, debemos notar que el “misterio de la iniquidad” no es exactamente el propio Satanás –un ángel o querubín poderoso (Isaías 14:12-15; Ez. 28:12-19; Ap. 12:7-10; 20:1-2) que se rebeló contra Dios, conocido también de muy variadas maneras, como estas que siguen: “diablo”, “padre de los hijos de desobediencia”, “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31; 14:30; 16:11), “padre de mentira” (Juan 8:44), “el dios de este siglo” (2ª Corintios 4:4), “el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero” (Apocalipsis 12:9)–, sino su espíritu operando en “los hijos de desobediencia”. Y de esta manera son suscitados falsos cristos o anticristos.
Ahora bien, el diablo no actúa solo sino acompañado de millares de ángeles caídos, o espíritus malignos, o demonios, “gobernadores de las tinieblas de este siglo,… huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). Y “…que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2). Es decir, poco sufrimiento y maldad habrían en este mundo si el diablo no tuviera tantos “hijos de desobediencia”. Pero, realmente, son muchos los que prefieren seguir al diablo consciente o inconscientemente, contribuyendo a la formación del “misterio de la iniquidad”, en lugar de obedecer a Jesús –“el misterio de la piedad”–, y a Su Palabra.
La táctica y estrategia de Satanás consisten, pues, en tratar de hacerse pasar por el Dios verdadero, suplantándolo y presentándose como “el dios de este siglo” (2ª Corintios 4:4), disfrazándose como “ángel de luz” (2ª Corintios 11:14), pero desvirtuando y falsificando la Verdad de Dios, a fin de engañar “al mundo entero” (Apocalipsis 12:9). Y así como Dios hace milagros –resurrecciones de muertos, curaciones sobrenaturales, etc., etc.– el diablo “También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres” (Apocalipsis 13:13).
Los milagros que Jesucristo, los apóstoles, y sus discípulos realizaron eran evidencias palpables e innegables de que la Iglesia naciente era obra de Dios. Pero, el diablo intenta imitarlos, hasta donde es capaz, y le es permitido por Dios; y así como, Dios, en el siglo I, usaba a sus hijos como canales para transmitir su poder sanador, el diablo también lo imita a través de los suyos y los envía dándoles poder, haciendo una grosera imitación con sus falsos cristos o anticristos, que intentan hacerse pasar por el Verdadero Cristo.
Sin embargo, el poder de Satanás no se puede comparar al infinito de Dios, pues, como criatura está limitada a los poderes que Él le dio antes de su rebelión en el Cielo (Isaías 14:12-15; Ez. 28:12-19; Ap. 12:7-10). Aunque los milagros que el diablo puede hacer no son auténticos sino simples falsificaciones, tienen tal perfección en su apariencia, que a simple vista son casi o imposibles de distinguir de los verdaderos. Pero como toda falsificación es muy inferior al milagro hecho por el poder de Dios, pues más pronto que tarde se presentará la caducidad del mismo, y desaparecerán los efectos, que una vez parecieron ser milagrosos. A este respecto son muy instructivos los seudomilagros que fueron capaces de realizar los hechiceros del Faraón del tiempo de Moisés, que, sin duda, fueron realizados por el poder de Satanás. Leámoslo como un ejemplo en los siguientes textos del libro de Éxodo.
Éxodo 7:8-23: Habló Jehová a Moisés y a Aarón, diciendo: (9) Si Faraón os respondiere diciendo: Mostrad milagro; dirás a Aarón: Toma tu vara, y échala delante de Faraón, para que se haga culebra. (10) Vinieron, pues, Moisés y Aarón a Faraón, e hicieron como Jehová lo había mandado. Y echó Aarón su vara delante de Faraón y de sus siervos, y se hizo culebra. (11) Entonces llamó también Faraón sabios y hechiceros, e hicieron también lo mismo los hechiceros de Egipto con sus encantamientos; (12) pues echó cada uno su vara, las cuales se volvieron culebras; mas la vara de Aarón devoró las varas de ellos.
La vara de Aarón se convirtió en una verdadera culebra por el poder de Dios. ¿Cómo pudieron los sabios y hechiceros de Faraón hacer lo mismo? ¿Puede Satanás crear un ser viviente complejísimo como es una culebra, partiendo de un objeto inanimado como es un pedazo de madera?
Evidentemente no es posible. Entonces, ¿cómo pudieron aparentemente hacer eso mismo los hechiceros? Seguramente los magos de hoy también lo harían, y puede que nos dirían que hay varias maneras de llevarlo a cabo. Pero no importa saber exactamente cómo hicieron eso los hechiceros. Lo importante es saber que el diablo tiene poder para manifestarse de innumerables formas; hasta es capaz de tomar la forma y apariencia completa de cualquier ser humano, si Dios se lo permite, pero nunca podrá convertirse en uno de carne y sangre. Es decir, el diablo no puede encarnarse o transformarse en un ser humano real, pero es capaz de disfrazarse hasta tal extremo, que puede adoptar la personalidad de cualquier humano, y nadie de nosotros sería capaz de distinguir la falsificación. Esto mismo ha ocurrido en algunas sesiones espiritistas de las que han testimoniado sus asistentes.
En nuestros días, los creyentes debemos estar más atentos que nunca a la Palabra de Dios, “Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos”. (25) Ya os lo he dicho antes.” (Mateo 24:24-25); Y Jesús nos advierte de ello, anunciándolo antes que suceda para prevenirnos, para que evitemos ser engañados por los que hacen falsos milagros. Hoy día, pues, los que realizan milagros o “grandes señales y prodigios” no son, por ese hecho en sí mismo, ninguna garantía de que sean hijos de Dios, sino que posiblemente sean “hijos de desobediencia”.
Por consiguiente, podemos ser fácilmente engañados si creemos que toda señal, prodigio, o curación milagrosa, etc. procede de Dios. Lo único que nos permitirá distinguir al verdadero “hombre de Dios” (2ª Timoteo 3:17), del “hijo de desobediencia” es comprobar quién es el que es fiel a la Palabra de Dios y vive coherentemente con la misma; o como dijo el propio Jesús, “el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21-23). Leamos el contexto y comprobaremos que los que profetizan y hacen milagros no necesariamente son hombres de Dios, que hacen Su voluntad.
Mateo 7:21-23: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. (22) Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? (23) Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.
Con estas premisas sobre lo que es “el misterio de la iniquidad” intentaré a continuación identificar “el hombre de pecado, el hijo de perdición” o “inicuo”, también llamado Anticristo (Daniel 7:21; 1 Jn. 2:18; 4:3; 2 Jn. 7), y qué o quién es el que lo detenía hasta el momento de nuestra historia en que el mismo se manifestó abiertamente.
3. ¿Quién es “el hombre de pecado, el hijo de perdición, inicuo” o Anticristo?
De todo lo expuesto en el apartado anterior podemos fácilmente deducir que “el misterio de la iniquidad o de la impiedad” es el intento de Satanás de falsificar el ministerio de Cristo, suplantando a Cristo –la Cabeza del Cuerpo, que es Su Iglesia– y estableciendo en su lugar una “cabeza humana” a la que el diablo mismo inspira –a la manera de un falso espíritu santo, para que lidere a la Iglesia apóstata, que de esta forma queda bajo su control.
1 Timoteo 4:1-3 (Cf. 2 Tim. 4:1; 4:3-4): Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; (2) por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, (3) prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad.
A propósito del versículo tres de la citada carta a Timoteo, que se refiere a que los apóstatas de la fe “prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos”.
¿Cuál es la Iglesia a cuyos dirigentes, desde el de menor jerarquía hasta el de mayor grado, les está prohibido casarse?
Dejemos que sea la Historia la que responda:
“Desde los primeros años del siglo IV se insistió ya en el celibato eclesiástico con carácter preceptivo. El concilio de Elvira (Granada, año 309) prescribía a los clérigos casados la continencia. A lo largo del mismo siglo, sucesivos concilios insistieron en la continencia absoluta. El celibato, que empezó siendo un consejo, acabó, antes de finalizar el siglo IV, en precepto” (1) (Carlos Cid y Manuel Rius, Historia de las religiones, Pág 378).
¿Cuál es la Iglesia que manda abstenerse de ciertos alimentos en determinados días de la semana?
Igualmente, la Historia responde:
“Las medidas adoptadas por Carlomagno (785) no eran tampoco suaves. […] Quienquiera que, por desprecio al cristianismo, rehúya respetar el santo ayuno de Cuaresma y coma en aquellos días carne, será condenado a muerte” (2) (Carlos Cid y Manuel Rius, Historia de las religiones, Pág 404).
Pero, antes de seguir adelante, debemos plantearnos la siguiente importante pregunta:
¿Cuándo aparece “el misterio de la iniquidad”?
El apóstol Pablo responde esta pregunta diciéndonos que “ya está en acción el misterio de la iniquidad” (2 Tesalonicenses 2:7 pp).
¿Quiere decir el Apóstol que en su tiempo ya estaba actuando este “misterio”? Leamos el texto citado completo, porque es importante asegurarse bien:
2 Tesalonicenses 2:7: Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio.
No puede caber ninguna duda que –“ya está en acción el misterio de la iniquidad”– significa que para la fecha en que San Pablo escribió la segunda epístola a los Tesalonicenses –alrededor del año 51 d.C.– ya estaba actuando esta entidad llamada “el misterio de la iniquidad”; pero operando de forma oculta, secretamente, para desvirtuar y falsificar el mensaje fundamental del Evangelio de Cristo –“Dios manifestado en carne” (1ª Timoteo 3:16); y esta actuación oculta hizo que la Iglesia cristiana de los primeros siglos de nuestra Era culminara en una general apostasía; lo que permitiría que la Iglesia sucesora de los apóstoles, al ser depravada doctrinalmente, acabara siendo liderada por “el Hombre impío, el Hijo de perdición, (4) el Adversario” (2 Tesalonicenses 2:3-4, NBJ, 1998).
2 Tesalonicenses 2:3-4 (Biblia de Jerusalén –NBJ, 1998): Que nadie os engañe de ninguna manera. Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, (4) el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios.
Si el diablo fue “homicida desde el principio” (Juan 8:44), –pues ya lo encontramos apareciendo en forma de serpiente en el Edén, a fin de engañar a Adán y Eva, y llevarlos a la muerte (Génesis 2:17; 3:1-7), y desde entonces no ha parado de engañar a humanidad– ¿cómo entender que no aparece “el misterio de la iniquidad” hasta el tiempo del apóstol Pablo?
No es difícil deducir la respuesta, pues aunque el diablo, siempre, –desde que este mundo existe– ha operado “en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2), su estrategia, que consiste en falsificar la Palabra de Dios y corromper a los seres humanos, va cambiando para oponerse más eficazmente al Plan de Dios de Salvación. Por eso, hasta que no se manifestó Cristo –“el misterio de la piedad”– en el siglo I, que es el inicio de “los postreros tiempos” (Hebreos 1:2; 1ª Pedro 1:20; 1ª Timoteo 4:1; 2ª Timoteo 3:1), no podía haber lugar para que el diablo manifestara su oposición mediante “el misterio de la iniquidad o de la impiedad”.
Comprobemos que “los postreros tiempos” se inician en el día de Pentecostés –del año de la muerte, resurrección, ascensión de Cristo al Cielo (año 30 d.C.)– con el poderoso derramamiento del Espíritu Santo sobre la naciente Iglesia (Hechos 2:17, Hebreos 1:2; 1ª Pedro 1:20).
Hechos 2:17-18 (Cf. Joel 2:28-29): Y en los postreros días, dice Dios, Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; Vuestros jóvenes verán visiones, Y vuestros ancianos soñarán sueños; (18) Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.
Hebreos 1:2: en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo;
1 Pedro 1:20: [Cristo…] ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros,
Por lo tanto, en “estos postreros tiempos” en que se manifestó Cristo –“el misterio de la piedad”– es cuando el diablo también iniciaría su labor de oposición y de suplantación del ministerio de Cristo, lo que san Pablo llama “el misterio de la iniquidad o impiedad”.
A esto mismo se refiere el apóstol Juan cuando declara: “Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo” (1 Juan 2:18).
1 Juan 2:19: Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros.
Como no podía ser de otra manera, los anticristos salen de la misma Iglesia de los apóstoles. Pero se trata de herejías puntuales, que ya en el siglo I d.C. tuvieron mucha resonancia; entre ellas destacan el Gnosticismo y el Docetismo, que, aunque distintos tienen en común, entre otras cosas, que niegan la humanidad verdadera de Jesucristo, creyendo que es una mera apariencia. Los gnósticos creían además que por medio de un conocimiento especial –reservado para unos pocos– se conseguía la salvación, e identificaban el mal con lo material, por lo que solo el espíritu, que era bueno, podía salvarse.
1 Juan 4:3: y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo.
2 Juan 1:7: Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo.
1 Juan 2:22: ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo.
El citado apóstol, en armonía con San Pablo y San Pedro, confirma que como consecuencia de esa operación secreta del “misterio de la iniquidad” surgirían muchos anticristos, previamente al surgimiento del singular Anticristo, que actuaría abiertamente desde una posición de poder, liderando la Iglesia apóstata: “el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios” (2 Tesalonicenses 2:4).
Los anticristos a que se refiere el apóstol Juan surgen antes de que la apostasía se generalizara a toda a la Iglesia; en cambio San Pablo se refiere a alguien que encabezaría a la Iglesia apóstata, es decir, el líder máximo de la citada Iglesia, que es conocido también como el Anticristo por excelencia, porque los dos significados de la partícula “anti” –en español, “en contra”, y en griego “en lugar de”–, se ajustan perfectamente a la descripción del apóstol Pablo citada arriba: A) “Se opone a Dios”, B) “Se sienta en el templo de Dios”, C) “Haciéndose pasar por Dios”. Lo que trataré de explicar más adelante.
Sin embargo, este líder máximo de la Iglesia apóstata – “el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario”– no podía manifestarse hasta que viniese la apostasía:
2 Tesalonicenses 2:3-4 (Biblia de Jerusalén –NBJ, 1998): Que nadie os engañe de ninguna manera. Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, (4) el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios.
Ahora necesitamos saber que el sentido bíblico de la palabra “apostasía” es alejarse, separarse o desertar de la Verdad Revelada por Dios. Y esto es, precisamente, en lo que fue cayendo paulatinamente la Iglesia de los primeros siglos. El verdadero Evangelio fue echado por tierra y pisoteado, ocupando su lugar doctrinas falsas obtenidas de la Tradición. Esto que había empezado, muy temprano, seguramente, ya a finales del siglo I, y a lo largo del siglo II, se acentuó y extendió fundamentalmente a partir del año 313 d.C., cuando cesaron las persecuciones a los cristianos gracias a que el emperador Constantino promulgó “el Edicto de Milán, de tolerancia religiosa, según el cual nadie ya podría ser perseguido por razones de fe o práctica religiosa y se daba a los cristianos plena libertad de culto. Ese Edicto fue luego radicalizado por Teodosio, el año 380, con el nuevo Edicto de Tesalónica, por el cual hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio romano, remitiéndose además a la autoridad apostólica del Papa Dámaso”.(3)
“Y entonces la persecución comenzó a tener como víctimas a los antiguos “paganos”, destruyéndose sus templos e incluso a veces condenándolos a penas durísimas que incluían la muerte o, al menos, la incapacidad para acceder a cargos públicos en el Imperio. Las herejías religiosas contra la fe católica oficial se convirtieron así en delitos sociales y políticos. Esa actitud de apoyo exagerado a la Iglesia llegó a su punto culminante con el emperador Justiniano, en el siglo VI, quien llegó a hacer clausurar la escuela filosófica de Atenas y a prohibir todo resquicio “pagano”, imponiendo obligatoriamente la instrucción cristiana a todas las familias, así como el bautismo como requisito para poder gozar de plena ciudadanía política, amenazando con la pena capital a los paganos y a los apóstatas o herejes, quienes quedaban excluidos de toda docencia.
“Con este viraje en la relación del Imperio romano con el cristianismo, la gente se hizo masivamente cristiana, sin que ello les representara grandes dificultades, consiguiendo con ello ventajas económicas y políticas. De esta manera, como lo expresaba el Padre y ermitaño, San Jerónimo, “después de la paz constantiniana, la Iglesia creció en riqueza y en poder, pero se empobreció en virtudes”. (4) (Historia de las religiones de Antonio Bentué. Págs. 191 y 192. Negrillas y subrayado no aparecen en el original).
Características del “el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario”, según la segunda epístola de Pablo a los Tesalonicenses (2:4):
Según vimos antes el Anticristo se caracteriza por lo siguiente:
- “Se opone a Dios”
Evidentemente al convertirse en una entidad perseguidora, se rige por el espíritu de Satanás, pues abandona el Espíritu cristiano de amor, humildad, mansedumbre, etc. En lugar de predicar el Evangelio de la Gracia por medio del Espíritu Santo, actúa mediante la fuerza, violencia, guerra, extorsión, opresión de todos aquellos que disienten; ¿se olvidaron estos líderes y sus seguidores que Cristo mandó: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; (45) para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:44-45)?
Además, se opone a Dios cuando da más crédito a la Tradición y a su Magisterio que a la Palabra Revelada, de tal forma que introduce doctrinas que falsifican el verdadero Evangelio de salvación solo por la Gracia de Dios. También se enfrenta a Dios cuando fomenta todo tipo de idolatría a la Virgen María, los santos, las reliquias, diversas imágenes religiosas, etc. Introduce doctrinas espurias como la concepción inmaculada de María, María mediadora, la doctrina del Purgatorio, la Transustanciación de las especies de pan y vino; lo que significa transformar esa materia en algo tan grande y maravilloso como es la vida, no de un ser humano cualquiera, sino el mismísimo Jesucristo, el Hijo de Dios, Dios hecho carne. Creo que no es necesario añadir más para comprender la profundidad y la amplitud de esa oposición a Dios, profetizada por Su Palabra.
2. “Se sienta en el templo de Dios”
En la Iglesia neotestamentaria el templo de Dios no es ningún edificio pues “el Altísimo no habita en templos hechos por manos humanas” (Hechos 7:48; 17:24), sino que el templo de Dios son los cristianos; pues en cada cristiano debe morar Cristo por medio del Espíritu Santo (1ª Corintios 3:16; 2ª Corintios 6:16).
1 Corintios 3:16: ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?
El Cuerpo de Cristo está formado por todos los creyentes en Él, por lo que el pueblo de los creyentes es donde habita Dios, y, por tanto, Su templo (Efesios 2:15-22).
Efesios 2:15-22: aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, (16) y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. (17) Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; (18) porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. (19) Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, (20) edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, (21) en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; (22) en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.
Lo que el Anticristo hace es “sentarse él mismo en el Santuario de Dios” (NBJ, 1998), o que “Se sienta en el templo de Dios” (R-V,1960); y ello significa, sin duda, que ocupa el sitio que solo corresponde a Dios. Solo Cristo, que es Dios, puede ser la Cabeza de la Iglesia y Su fundamento (1ª Corintios 3:11; Cf. 1ª Pedro 2:4-8).
1 Corintios 3:11: Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo.
Sabido es por todos que la Iglesia católica se fundamenta en su líder máximo, un ser humano, al que llaman Papa, la cabeza visible de esta Iglesia, que está usurpando o suplantando a Cristo, la verdadera Cabeza de la Iglesia, y su único fundamento.
3. “Haciéndose pasar por Dios”.
Se atribuye el poder de Dios “de atar y desatar así en el Cielo como en la Tierra”, y de perdonar pecados. Casi desde el mismo inicio de la institución papal, el papa se ha arrogado títulos y privilegios que solo corresponden a Dios. Como son los siguientes: Su Santidad, Santo Padre, Sumo Pontífice, Vicario de Cristo, etc.
Creo que nadie negará que solo Dios es santo, y, por supuesto, nadie más que Él puede ser el Padre Santo. El Vicario de Cristo es el Espíritu Santo, puesto que solo Él puede representar a Cristo, y solo por Él reina Cristo en los corazones de los cristianos, y no por el papa. Jesucristo es nuestro Sumo Pontífice, porque Él, como Dios-Hombre es el único Mediador y Sumo Sacerdote (Hechos 4:11-12; 1ª Timoteo 2:5-6; Hebreos 7:25; 9:11; 12:24) que puede interceder entre Dios y los seres humanos.
1 Timoteo 2:5-6: Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, (6) el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.
4. Un poco de la Historia del cristianismo Medieval
Como dije al principio, solo es posible comprobar el cumplimiento de las profecías bíblicas si éstas son identificadas como sucesos, eventos o realidades que han ocurrido a lo largo de la historia de nuestro mundo. A este respecto, comprobaremos con datos históricos que la institución papal surgió, cumpliendo la profecía de San Pablo, junto con la apostasía generalizada de la jerarquía eclesiástica, cuando la Roma pagana fue cristianizada entre los siglos IV al VI, y los diversos papas iban obteniendo cada vez más poder político-religioso otorgado por su simbiosis con el poder político de los emperadores; lo que fue aprovechado por los papas en conjunción con los emperadores para promover persecuciones y reprimir a todos aquellos que disentían por motivos de religión, o se oponían a su autoridad. Veamos, como la actuación de la mayoría de los papas que se sucedieron desde los siglos V al XIX fue más propia de “el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario”, que de “hombres de Dios” guiados por el Espíritu Santo.
“El traslado de la sede imperial a Constantinopla, en tiempo de Constantino y poco después del edicto de la concesión de la libertad de cultos, hizo que el obispo de Roma afianzara cada día más su autoridad primacial. Los obispos de las sedes orientales más importantes, Jerusalén, Alejandría, Antioquía y Constantinopla —luego sedes patriarcales—, en cambio, tuvieron del emperador mayor apoyo, pero también sujeción, o por lo menos, intervención más estricta. La Iglesia oriental siempre estuvo más sujeta al poder del emperador que la occidental”. (5) (Carlos Cid y Manuel Rius, Historia de las religiones, Pág 378-379).
“Las relaciones de la Iglesia con la autoridad secular fueron en aumento desde el 313. La influencia del cristianismo se dejaba sentir en todas las capas sociales y pesaba en el Imperio como fuerza coherente. [….] El Imperio Romano desde entonces, se convirtió en un imperio cristiano y siguió siéndolo hasta mediados del siglo XV en que su heredero, el imperio bizantino o romano oriental, sucumbió ante las fuerzas de los turcos otomanos”. (6) (Carlos Cid y Manuel Rius, Historia de las religiones, Pág. 381).
“El emperador, desde los últimos años del siglo IV, había dejado de ser considerado un ser divino, pero recibía el título de isapóstolos (igual a los apóstoles), y se convertía en protector de la nueva religión estatal. Los obispos pasaron a ocupar cargos estatales y, cuando las invasiones, se erigieron en defensores de sus ciudades. Los días festivos de la Iglesia fueron fiestas oficiales”. (7) (Carlos Cid y Manuel Rius, Historia de las religiones, Pág. 381-382).
La Teocracia pontificia
“Las relaciones entre el imperio carolingio y el papado invitaron a pensar en el origen de ambos poderes. […]. El Papa y el emperador reciben su autoridad de Dios, y ambos pueden considerarse independientes. La intervención eclesiástica en la coronación de Carlomagno, al comenzar el siglo IX, no se consideraba aún como manifestación de una autoridad superior a la otra.
“Pero muy pronto debía afirmarse la autoridad eclesiástica: en la época de Luis el Piadoso (814—840). La noción de superioridad de la función moral con respecto a la temporal iba a desarrollarse como consecuencia del “agustinismo político” según unos autores, o de la “concepción de la soberanía de la Iglesia”, según otros.
[…] Desde el año 824, Luis el Piadoso cambió de política, exigió al papado el reconocimiento de sus derechos preeminentes y restableció la supervisión de las elecciones y administración pontificias. Los obispos, reunidos en el sínodo de París (829), reaccionaron declarando la preeminencia de lo espiritual sobre lo temporal y estableciendo una diferencia esencial entre la auctoritas o autoridad pontificia y la simple potestas o potestad imperial. La auctoritas expresa una verdadera soberanía y es la primera exteriorización de la teocracia o gobierno del Papa en nombre de Dios (opuesta al “cesaropapismo”). (8) (Carlos Cid y Manuel Rius, Historia de las religiones, Pág 407).
El papado en crisis: el llamado Siglo de Hierro del papado o Siglo Oscuro
“El papado estaba atravesando su fase más crítica. A la injerencia de la nobleza romana en la Sede de Pedro, con los manejos que pudieron dar origen a la calumniosa leyenda de la existencia de una ‘papisa’ -explotada con fruición en el siglo xv—, se sumaban los intentos de los duques de Espoleto y de Carintia para obtener el trono imperial. En los últimos años del siglo ix, se llegó a desenterrar el cadáver de un Papa, Formoso, para juzgarle ante un sínodo, profanarlo y arrojarlo al Tíber. El Papa que tales desafueros debió consentir fue, a su vez, asesinado. Formoso fue rehabilitado, y de nuevo procesado, en pocos años”. (9) (Carlos Cid y Manuel Rius, Historia de las religiones, Pág 410-411).
Desde nuestra perspectiva, no puede menos que sorprendernos el hecho de que el papa Esteban VI, por influencia de Lamberto de Spoleto, convocara el denominado “concilio de los cadáveres”, donde el cadáver del papa Formoso fue desenterrado y sometido a un proceso. Al respecto, es importante la descripción que hace de este siglo nefasto de la iglesia el teólogo católico P. Antonio Rivero LC, Profesor de oratoria y teología en el Seminario Maria Mater Ecclesiae de sao Paulo:
“Este siglo IX fue un siglo turbulento, y en muchas aspectos tristísimo. Pero como tratamos de conocer la verdad sobre nuestra madre Iglesia, tenemos que decir que sucedieron hechos escandalosos. Según parece, algunos papas en este siglo fueron envenenados, por ejemplo, Juan VIII y Marino I. Otro Papa, Formoso, desenterró el cuerpo del Papa Juan VIII, lo sometió a juicio, lo mutiló y lo arrojó en el Tiber; manos piadosas le recogieron y le enterraron en san Pedro. ¿Por qué hizo esto el Papa Formoso? Porque siendo papa Juan VIII le depuso de su sede episcopal de Porto, y su orgullo había quedado herido. Pero el mismo Papa Formoso no se salvó de ser procesado y profanado también, al final de su vida. Lo hizo otro Papa, Esteban VI, al que obligó el duque de Spoleto: sometió el cadáver del Papa Formoso exhumado a un juicio ignominioso, indigno y bárbaro; lo mutiló, cortándole los tres dedos con los que había bendecido, y arrojó su cuerpo en el Tíber, condenando su memoria y declarando nulos todos sus actos, incluidas las ordenaciones sacerdotales que había hecho. Estas y otras acciones hicieron aborrecible a este papa Esteban VI. Y el pueblo hizo justicia a su manera: por instigación de los sacerdotes que habían sido declarados nulos, lo detuvo y estranguló. Pero su cuerpo no fue profanado, sino que halló sepultura en las Grutas Vaticanas. El siguiente Papa, Teodoro II, rehabilitó la memoria de Formoso y dio sepultura a sus restos, tras repescarlos de las aguas del Tíber. También en el caso de la muerte de Teodoro se habló de veneno. El nuevo Papa Juan IX reunió un concilio en el que fueron excomulgados y exiliados los cardenales cómplices del asesinato de Esteban VI en el sínodo cadavérico”. (10) (P. Antonio Rivero LC, Profesor de oratoria y teología en el Seminario Maria Mater Ecclesiae de sao Paulo)
“El dominio de la aristocracia prosiguió aún durante más de medio siglo y dio lugar a elecciones funestas que hicieron recaer la dirección —aunque a menudo fuera nominal— de la Iglesia en jóvenes inexpertos e irresponsables. El Imperio, desde la coronación de Otón I (962), intervino para remediar estos males, empezando con la deposición anticanónica del joven e indigno Juan XII (955-964). Una vigilancia estricta y el apoyo incondicional a los espíritus reformistas, mantenido por los otónidas, permitieron al papado salir de esta precaria situación”. (11) (Carlos Cid y Manuel Rius, Historia de las religiones, Pág. 411).
El cardenal Hildebrando, que fue elegido Papa, tomando el nombre de Gregorio VII (1073-1085), inició una reforma, en la que se propuso combatir las investiduras, el nicolaísmo y la simonía, que se hallaban muy extendidas por toda Europa occidental. “La postura del Papa y su ideología con respecto al Imperio quedaban definidas en un documento famoso, el Dictatus papae” (12), Y de sus 27 puntos solo transcribiré los más significativos y destacados:
- 9. Que todos los príncipes besen tan sólo los pies del Papa.
- 12. Que [el Papa] tiene facultad para deponer a los emperadores
- 18. Que nadie debe enmendar sus sentencias y que él, en cambio, es el único que puede modificar las de todos
- 19. Que nadie puede juzgarle
- 22. La Iglesia romana nunca erró, ni errará jamás, según el testimonio de la Escritura.
- 23.Que el Pontífice Romano, ordenado canónicamente, queda santificado por los méritos del beato Pedro, según atestigua San Enodio, obispo de Pavía, aportando el testimonio de muchos santos Padres, y según se contiene en los decretos del papa San Símaco.
(13) (Carlos Cid y Manuel Rius, Historia de las religiones, Pág 421-422).
El papa Inocencio III durante su pontificado (1198-1246), impulsa desde 1208 una “[…] cruzada contra los cátaros y tras una sangrienta lucha –que se prolongaría hasta 1244– éstos fueron diezmados. A fines del siglo XIV la herejía acabaría por desaparecer en casi todo Occidente” (14).
[…] “La Iglesia romana —afirmaba Inocencio III— es sobre las demás, maestra y madre.” Y recabó para ella la plenitudo potestatis, es decir, un poder soberano y universal, que chocaba con los intereses del imperio, pero dicho poder lo entendía en sentido espiritual aunque lo formulara en términos “políticos”. Si los reyes de Inglaterra y de Aragón se declaraban sus vasallos, si muchas comunas urbanas de Italia se colocaban bajo su protección, si una reina de Francia repudiada acudía a él en busca de amparo, y si el Papa excomulgaba y humillaba a los monarcas adúlteros de Portugal y León, era por el prestigio extraordinario que todos reconocían en su persona y que le permitía intervenir en la política de los reinos cristianos. (15) (Cid y Rius, Pág. 432)
El citado Papa fue el defensor más acérrimo de la teología del Primado del Pontífice, como una teocracia que implicaba un poder soberano universal que estaba por encima de los reyes y emperadores del mundo. Aunque en realidad fue el papa Inocencio IV (1243-1254) el que llevó la teocracia papal al máximo e hizo del pontífice el dominus universalis (señor universal) (16)
La inquisición
“Simón de Montfort, jefe de la cruzada antialbigense, en 1212, dictó leyes civiles contra la herejía. Tres años después, Inocencio III, sentaba las bases de la Inquisición al estipular que quien hubiese sido declarado hereje por los obispos, si se negaba a hacer penitencia, debía ser entregado a la justicia secular y sufrir la pena impuesta por ésta. Por su parte, el emperador Federico II promulgó edictos (1220-1238) que convertían la persecución de la herejía en elemento de derecho público, señalando como penas la confiscación de bienes, el exilio, la muerte en la hoguera de los herejes, si no abjuraban, o la prisión de por vida en caso contrario. En especial a partir de 1229 (Paz de París), varios estados, espontáneamente o por sugestión pontificia, introdujeron en la legislación cláusulas relativas a la represión de la herejía. (Ibid. 435-436).
“[…] Más tarde, Inocencio IV, en la bula Ad extirpanda (15 de mayo de 1252) señalaba el camino que debía seguir la Inquisición: «Persecución sistemática de la herejía con objeto de extirparla”; Alejandro IV fijaba el proceso sumarial (1257), y Urbano IV (1261—1264) daba a la Inquisición su forma definitiva.
[…]
“El proceso inquisitorio (ínquisítio), que no implicaba necesariamente la denuncia previa (denuncíatio), solía ser rápido. El procedimiento se escribía en latín y la sentencia también. Incluía la información recogida, los interrogatorios de los testigos y las declaraciones del reo, obtenidas si era preciso con la tortura. La tortura volvía a ser utilizada en el siglo XIII en virtud del renacer del derecho romano, y fue autorizada, a partir de 1262, siempre que quedara a salvo ‘la vida y la integridad de la persona del acusado’. Quienes la aplicaban eran los jueces seculares, en presencia de los inquisidores, si éstos habían pedido el recurso para obtener la confesión del reo. No podía aplicarse a mujeres embarazadas, ni prolongarse más de un cuarto de hora, ni repetirse. La tortura más usual fueron los azotes en la espalda, que precisamente hacia 1260 se habían convertido en instrumento de mortificación para la secta social-revolucionaria de los flagelantes, organizada en Peruggia y difundida por Italia. (Los flagelantes vagaban por los campos, procesionalmente, medio desnudos y en promiscuidad, flagelándose unos a otros).
“Las penas usuales —aparte la excomunión— eran los azotes, la quema de los libros heréticos, la cárcel, la destrucción de las casas donde se reunían los herejes, la peregrinación y el exilio. La pena de muerte, que debía también su introducción al renacer del derecho romano, se aplicaba tan sólo en casos de herejes recalcitrantes o relapsos (que habían sido condenados otras veces). (17) (Cid y Rius, Págs. 436-437).
El auto de fe
“Con la extensión de la Inquisición por el Occidente de Europa en los siglos xiv y xv —principalmente en Italia, Francia, luego en Portugal y España— se introdujo la costumbre de reunir cierto número de sentencias y publicarlas ante las autoridades y el pueblo, convocados a este fin en asamblea.
“La asamblea se anunciaba desde el púlpito, el domingo anterior a su celebración, fijando fecha, lugar y hora. Podía tener lugar en la iglesia o en el palacio episcopal, pero con mayor frecuencia se desarrollaba al aire libre, en una plaza. Empezaba a las primeras horas de la mañana con una larga procesión, precedida por la bandera verde del Santo Oficio, a la que asistían las autoridades y el pueblo fiel en masa, los inculpados –con una cuerda al cuello y una vela en la mano– y los inquisidores. Concluida la procesión, las autoridades se colocaban en las tribunas levantadas junto al estrado y el público se agrupaba ante el mismo. Los inculpados eran expuestos cara al público en el estrado, de pie y con la cabeza descubierta.
Se celebraba, a continuación, misa solemne. El inquisidor pronunciaba un sermón (sermo generalis) en que exponía la ortodoxia –en especial en relación con los errores o puntos impugnados o debatidos por los herejes–, y las autoridades renovaban su juramento de obediencia a la Iglesia. Luego, un canciller leía extractos del proceso (en latín, y los traducía a la lengua vernácula), y después de la lectura de cada sentencia se preguntaba al condenado si se arrepentía. Si contestaba afirmativamente, se le arrodillaba ante la cruz y los Evangelios, se le leía la fórmula de abjuración y él debía repetir frase por frase y firmarla. Los absueltos eran liberados, después de revocar la excomunión o imponerles la penitencia correspondiente. Los condenados a muerte pasaban al brazo secular que podía cumplir la sentencia en la misma plaza. Tales eran, poco más o menos, los actos de un «auto de fe”. El papa Sixto IV en 1483 decidió que, cuando no hubiese habido escándalo en la transgresión, se celebrara la lectura de la sentencia en privado, con objeto de evitar el bochorno público que podía influir en la actitud del reo ejerciendo coacción para la enmienda”. (18) (Cid y Rius, Págs 437)
La historia del cristianismo medieval como la del papado es muy extensa, y por más que quisiera no podría reflejarla en este espacio. No obstante, no podemos pasar por alto al clan de los Borgia o Borja, del que surgió el papa Alejandro VI –(“Játiva, Valencia, 1 de enero de 1431 – Roma, 18 de agosto de 1503). Papa nº 214 de la Iglesia católica, entre 1492 y 1503. Su nombre de nacimiento fue Rodrigo de Borja (o Borgia en italiano). Hijo de Jofré Gil Llançol i Escrivà y de Isabel de Borja y Llançol, hermana de Alfonso de Borja, obispo de Valencia y futuro papa Calixto III”– (19) tan justamente denostados por su nepotismo y corrupción.
Todos estos datos históricos nos permiten ubicar el periodo de la hegemonía papal entre el inicio de la restauración del Imperio Romano Occidental por el emperador Justiniano (538 al 554) –cuando la sexta cabeza de la bestia de Apocalipsis 13:1, el Imperio Romano o Roma pagana, que el apóstol Juan vio “como herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada” (Apocalipsis 13:3)– y el 1798 en que el papa Pio VI fue depuesto y llevado prisionero por Napoleón Bonaparte, o bien hasta el 1814, que coincide con la liberación de Pío VII, que también había sido hecho prisionero por Napoleón. Durante este largo periodo de la historia del cristianismo, que es de unos 1.260 años, hubo opresión, falta de libertad de conciencia y persecución de todos los que disentían de la religión cristiana oficial.
Este largo periodo de persecución cumple las profecías del capítulo siete del libro de Daniel, y del capítulo doce y trece del Libro de Apocalipsis, que se refieren de varios modos al mismo: “un tiempo, tiempos, y medio tiempo”, (Daniel 7:25; Cf. Ap. 12:14) o, lo que es lo mismo, 1.260 días-años (Ap. 11:3; 12:6), o 42 meses (Ap.13:5); y empezó cuando la “herida mortal” sufrida por el Imperio Romano, símbolo de su caída, “fue sanada” (Apocalipsis 13:3,5) por el emperador Justiniano (527-569 d.C.), que lo reconstruyó (20); y terminó mil doscientos sesenta años (1.260) después, cuando el último vestigio del Imperio Romano, la Roma papal fue conquistada por Napoleón Bonaparte (1805-1814 d.C.) (21). Por tanto, este largo tiempo de persecución –1.260 años–, del que da fe la Historia, es cumplido asombrosamente por la profecía de Daniel 7:25, y los demás textos citados del libro de Apocalipsis.
“El cuerno pequeño” (Daniel 7:7,8,20-25), que creemos que simboliza el reino o Estado político-religioso papal, empieza su actuación perseguidora alrededor de esas fechas, de la mano del emperador Justiniano, que le proporciona el poder político y civil para ello, y hace que le adoraran “todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8). Según las profecías de Daniel 7:25 y Apocalipsis 13:1-10, este periodo es de “un tiempo, tiempos, y medio tiempo” (Daniel 7:25; 12:7; Apocalipsis 12:14) o cuarenta y dos meses (Apocalipsis 11:2; 13:5), lo que es lo mismo que 1.260 días-años (Apocalipsis 11:3; 12:6); lo que nos llevaría –sumando estos años a los del inicio de la persecución– al 1798 en que el papa Pio VI fue depuesto y llevado prisionero por Napoleón Bonaparte, o bien hasta el 1814, que coincide con la liberación de Pío VII, que también había sido hecho prisionero por Napoleón.
5. ¿Existe alguna relación entre “el cuerno pequeño” (Daniel 7:7,8,20-25), “la bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos” (Apocalipsis 13) con “el misterio de la iniquidad”, “el hombre de pecado, el hijo de perdición”, “inicuo” o “Anticristo”?
Como hemos podido comprobar, en la Iglesia cristiana de los tres primeros siglos, por la acción del “misterio de iniquidad”, surgen diversas herejías, pero todavía eso no significa la apostasía, pues las condiciones adecuadas para que ésta sucediera se iniciaron con la firma de la paz constantiniana en el siglo IV (313-314 d.C.). Pero el poder del Obispo de Roma fue acrecentándose, en primer lugar, porque el emperador Constantino trasladó la capital del Imperio a Constantinopla en el año 330, dejando a Roma casi en poder de su Obispo; y en segundo lugar, porque el emperador Teodosio en el año 380 declaró al cristianismo como la religión oficial del Imperio Romano. “Esa actitud de apoyo exagerado a la Iglesia llegó a su punto culminante con el emperador Justiniano, en el siglo VI” (22) (Bentué-191-192).
Además, vimos que la apostasía a la que se refiere el apóstol Pablo es un rechazo de los principios fundamentales de la Verdad Revelada, e implica, esencialmente, ponerse en lugar de Dios, sustituyendo el Fundamento y la Cabeza de la Iglesia, que son solo Cristo, por los de un hombre, y como tal, perecedero, imperfecto, pecador y falible.
“El Papa había añadido a sus deberes los de la soberanía de un Estado terreno, constituido por territorios de origen distinto, que pasaron a integrar el patrimonio de San Pedro. El Estado Pontificio debía perdurar hasta el año 1870, ya que no habían concluido, con la etapa formativa, los conflictos que suscitaría”. (23) (Carlos Cid y Manuel Rius, Historia de las religiones, Pág. 404).
Para poder responder con más conocimiento de causa a la pregunta de este epígrafe, y, como consecuencia, a la cuestión que forma el título de este estudio –¿Es el Arcángel Miguel quien detiene la manifestación del inicuo?–, es conveniente que reconozcamos la relación de esta profecía de San Pablo, con las registradas en el capítulo siete del libro de Daniel, y el capítulo trece de Apocalipsis; puesto que todas ellas están vinculadas y abordan, “el misterio de la iniquidad”, que se traduce en que la propia Iglesia cristiana, con la colaboración del Estado, se convierte en perseguidora de otros creyentes que no comparten sus dogmas.
Las profecías de los capítulos dos, siete y ocho del libro de Daniel consisten en visiones simbólicas de los cuatro imperios mundiales, que irían sucediéndose para perseguir al pueblo de Dios hasta el fin del mundo. Conocemos con toda seguridad que los citados símbolos –las cuatro zonas de distinto material de la imagen que visiona en sueños Nabucodonosor (Daniel 2:37-45), en paralelo con las cuatro bestias, el león-Babilonia, el oso-Media-Persia, el leopardo- Grecia, y la cuarta bestia espantosa y terrible –Roma (Daniel 2:4-8)– corresponden a reinos o imperios mundiales porque son identificados por la misma Sagrada Escritura (Daniel 2:7:17,23; 8:20-22). La cuarta bestia (Roma) tenía diez cuernos –diez reinos en que se divide el Imperio Romano (Daniel 7:7,24).
No puedo detenerme a exponer todos los textos citados del libro de Daniel y a explicarlos exhaustivamente, porque sería desviarme del asunto principal de este estudio, y, además, porque ya dediqué un amplio artículo –El dragón, la bestia, los reinos mundiales y el Reino de Dios– donde analizo los citados textos del libro de Daniel, a la luz de los capítulos trece y diecisiete del libro de Apocalipsis. No obstante, a fin de hacerme entender en este estudio, transcribiré parte de lo escrito en aquel.
La visión de Daniel no acaba con los diez cuernos –diez reinos– que surgen de la cuarta bestia –el Imperio Romano– sino que da los siguientes importantes detalles:
Daniel 7:8: Mientras yo contemplaba los cuernos, he aquí que otro cuerno pequeño salía entre ellos, y delante de él fueron arrancados tres cuernos de los primeros; y he aquí que este cuerno tenía ojos como de hombre, y una boca que hablaba grandes cosas
¿A quién o qué simboliza el “cuerno pequeño”?
Para responder esta pregunta simplemente comparemos las características que nos da la Sagrada Escritura con las que tiene una Institución, que es también un pequeño Estado que surgió de la división del Imperio Romano, y que según la Historia ha alcanzado gran poder político y religioso. Veámoslas:
Los diez cuernos, como vimos, corresponden con los principales reinos en que se dividió el Imperio Romano. El cuerno pequeño, que “parecía más grande que sus compañeros” (Daniel 7:20 ú.p.), surge de entre ellos, y “será diferente de los primeros, y a tres reyes derribará” (Daniel 7:24 ú.p.).
Daniel 7:24: Y los diez cuernos significan que de aquel reino se levantarán diez reyes; y tras ellos se levantará otro, el cual será diferente de los primeros, y a tres reyes derribará.
Ahora debemos preguntarnos ¿cuál fue el único poder político-religioso que fue creciendo, principalmente, después de la caída del Imperio Romano – pero cuyo poder civil y religioso se inició con el emperador romano Constantino (313 d.C.), al que emularon sus sucesores– y se mantuvo a lo largo de los siglos hasta la Edad Moderna, e incluso la actualidad, logrando acumular grandes riquezas y propiedades, y aun territorios, mayormente, en su etapa Medieval?
El “cuerno pequeño” es un símbolo de la Roma papal. En consecuencia, el que los tres cuernos fuesen arrancados simboliza la destrucción de tres de las naciones bárbaras. Entre los principales obstáculos que se le presentaron a la Roma papal en su encumbramiento al poder político estuvieron los hérulos, los vándalos y los ostrogodos. Los tres eran defensores del arrianismo, que fue el rival más formidable del catolicismo. […] En 533 [el emperador] Justiniano reconoció la supremacía eclesiástica del papa como “cabeza de todas las santas iglesias” tanto en Oriente como Occidente, y ese reconocimiento legal fue incorporado al código de leyes imperiales (534). En 538, el papado fue realmente liberado del dominio de los reinos arrianos, que dominaron a Roma y a Italia después de los emperadores occidentales. (24) (CBA. T.4. Pág. 853 y 854).
“Este cuerno hacía guerra contra los santos, y los vencía” (Daniel 7:21).
Si estudiamos la Historia del cristianismo, no es difícil averiguar que “durante la supremacía papal, decenas de miles sufrieron martirio porque se negaron a inclinarse ante la autoridad del papa. Fue esto lo que produjo la gran Reforma bajo Lutero y dio lugar al nombre ‘Protestante’ ”. (Mi Renuncia al Adventismo del Séptimo Día. Por Dudley Marvin Canright, 1914).
Esta “guerra contra los santos” es nuevamente confirmada por las visiones del apóstol Juan, registradas en el libro de Apocalipsis, y en las que se dan más detalles, para identificar plenamente a este poder perseguidor de los santos:
Apocalipsis 13:1-2: Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus cabezas, un nombre blasfemo. (2) Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su trono, y grande autoridad.
Esta bestia es una amalgama de las cuatro bestias de las profecías de Daniel 7. En los textos de arriba están las características de las tres primeras: Babilonia (boca de león), Media-Persia (los pies de oso) y Grecia (el leopardo). Las siete cabezas representan siete imperios o reinos mundiales que alguna vez en la historia persiguieron al pueblo de Dios:
Apocalipsis 13:3,5-8: Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, (4) y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? (5) También se le dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses. (6) Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. (7) Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. (8) Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo.
La visión del apóstol Juan, situado en el presente, que para él es Roma (Siglo I d.C.), se proyecta hasta la más remota historia bíblica pasada, y después se extiende hasta futuro, que es el fin del mundo. Esto se diferencia de Daniel en que éste solo ve el futuro, desde su presente que era Babilonia. Por eso, Juan visiona siete imperios –representados por las siete cabezas–, que son: (1) Egipto (1550-1070 a. C.), (2) Asiria (912-609 a. C.), (3) Babilonia (625-539 a.C.), (4) Media-Persia (538-330 a.C.), (5) Grecia. (333-330 a.C.), (6) “uno es” (Apocalipsis 17:10), el presente, es decir, el que está viviendo Juan es el Imperio Romano (31 a.C.-1806 d.C.), –la sexta cabeza, que existía en tiempo del citado apóstol–, pues el Imperio Romano de Oriente terminó en 1453 d.C. Pero el de Occidente, aunque primeramente sucumbió en el año 476 d.C., “su herida mortal fue sanada” en el 538-554 d.C. con Justiniano, y con su amalgama con el cristianismo, se prolonga realmente hasta el 1555 d.C., y oficialmente hasta el 1806 d.C.; (7) “y el otro aún no ha venido;…”.
Hay, pues, otro imperio –la séptima cabeza– que aún no había venido en tiempos de San Juan. La Sagrada Escritura nos da una sola pista sobre la citada séptima cabeza-rey-reino, aparte de lo ya sabido, que debía ser un imperio perseguidor del cristianismo: “cuando venga, es necesario que dure breve tiempo” (Apocalipsis 17:10). En el artículo citado arriba llegamos a la conclusión, que el único imperio que se nos ocurre, que cumpla estas características, es el que se conoció como “Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que fue un Estado federal constitucionalmente socialista que existió en Eurasia entre 1922 y 1991” (25), y que coartó la libertad religiosa, declarándose ateo, y persiguiendo al cristianismo.
Pero no puedo dar aquí más argumentos porque ello nos llevaría a desviarnos del propósito que nos ocupa, que es averiguar lo que detuvo la manifestación del Anticristo. Por el mismo motivo, tampoco es procedente preguntarnos, acerca de “La bestia que era, y no es, es también el octavo; y es de entre los siete, y va a la perdición” (Apocalipsis 17:11).
Según lo que antecede, la octava bestia, será un octavo reino, con el que, de alguna manera, se repetirá la historia de volver a perseguir a los verdaderos cristianos, pero utilizando métodos más sutiles, adaptados a la tecnología del presente; y este octavo reino perseguidor solo puede surgir de lo que queda de los imperios simbolizados por la sexta y séptima cabeza.
Puesto que ese reino es el que permanece hasta el fin del mundo, Satanás, que sale del “abismo” (Apocalipsis 20:1), lo instrumentalizará, como ha hecho con todos los anteriores, pero ahora usando medios mucho más refinados, adaptados a una época en que priman grandes avances en la ciencia y la tecnología. Mucha gente que vive ajena a la Palabra de Dios será engañada, y deslumbrada por las grandes señales, y portentosos, pero falsos milagros, que serán realizados por el anticristo, “inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, (10) y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. (11) Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, (12) a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (2 Tesalonicenses 2:3-12).
6. ¿Quién o qué es lo que impidió o detuvo que “el misterio de la iniquidad” –, es decir, el hombre de pecado, el hijo de perdición”, “inicuo” o “Anticristo”– se manifestase en tiempos de la Iglesia Apostólica?
El Arcángel Miguel es nombrado un total de cinco veces en todas las Sagradas Escrituras. Tres de ellas aparecen en el libro de Daniel (10:13; 10:20-21; 12:1-2), y las dos restantes se registran en Judas 9 y Apocalipsis 12:7.
¿Es el Arcángel Miguel quien detiene la manifestación del inicuo?
Veremos, a continuación, qué tiene que ver Miguel en el asunto que nos cuestionamos, y si interviene, de alguna manera, para retrasar o detener la manifestación de “el hombre de pecado, el hijo de perdición”, “inicuo” o “Anticristo”. Vamos, pues, a analizar los citados textos en el mismo orden en que aparecen en la Biblia.
Daniel 10:13: “Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia”.
Si leemos todo el capítulo diez y once del libro de Daniel, comprobaremos que Daniel tiene una visión de “un varón vestido de lino y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz” (Daniel 10:5) cuya descripción se asemeja a la descrita en el capítulo uno de Apocalipsis:
Apocalipsis 1:13: y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro.
No cabe duda, pues, que el “Varón” que está hablando con Daniel es “el Hijo del Hombre” antes de Su encarnación, y Su propósito es: “He venido para hacerte saber lo que ha de venir a tu pueblo en los postreros días; porque la visión es para esos días” (Daniel 10:14).
Obsérvese que la revelación incumbe y afectará solo al pueblo de Daniel, es decir, Israel. Y “los postreros días” se refieren a eventos, importantes para su pueblo, que ocurrirían dentro de las “setenta semanas” de años, que “están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad” (Daniel 9:24). Para Israel se trata de los postreros días, puesto que esta es la última etapa para el pueblo judío, que culminaría con la venida, muerte y resurrección del Mesías, coincidiendo con el final de esas setenta semanas de años. En adelante, es el tiempo de la Iglesia de Cristo –“de ambos pueblos hizo uno”, judíos y gentiles forman un solo cuerpo mediante la cruz de Cristo (Efesios 2:14-22)–, y es el inicio de los postreros tiempos para el nuevo pueblo de Dios.
Esta primera intervención del arcángel Miguel en el texto que nos ocupa (Daniel 10:13) se inserta en tiempos de los reyes de Persia (siglos VI – V a. C.), por lo que no tiene ninguna relación con la pregunta que nos hemos formulado en este estudio Bíblico.
Daniel 10:20-21: “Él me dijo: ¿Sabes por qué he venido a ti? Pues ahora tengo que volver para pelear contra el príncipe de Persia; y al terminar con él, el príncipe de Grecia vendrá. (21) Pero yo te declararé lo que está escrito en el libro de la verdad; y ninguno me ayuda contra ellos, sino Miguel vuestro príncipe”.
Estos versículos que forman el final del capítulo diez, son como como el prólogo o prefacio de la profecía que se revela en el siguiente capítulo once, y se refiere a Grecia, el imperio que sucederá al Medo-Persa, que fue conquistado por Alejandro el Magno (336-331 a. C.). Por tanto, esta profecía detalla eventos que afectarían solo y en gran manera a Israel, y está vinculado con el capítulo ocho de este mismo libro. Veamos solo tres textos claves de este capítulo ocho:
Daniel 8:20-23: En cuanto al carnero que viste, que tenía dos cuernos, éstos son los reyes de Media y de Persia. (21) El macho cabrío es el rey de Grecia, y el cuerno grande que tenía entre sus ojos es el rey primero. (22) Y en cuanto al cuerno que fue quebrado, y sucedieron cuatro en su lugar, significa que cuatro reinos se levantarán de esa nación, aunque no con la fuerza de él. (23) Y al fin del reinado de éstos, cuando los transgresores lleguen al colmo, se levantará un rey altivo de rostro y entendido en enigmas.
Los pasajes nos confirman que el Imperio griego sucede al Medo-Persa, y que el reino de Alejandro el Magno, simbolizado por el cuerno grande, a la muerte de éste, su reino se divide entre cuatro de sus generales, representados por los cuatro cuernos que surgen del cuerno grande. Pero la profecía se extiende más allá hasta llegar a un cuerno pequeño (Daniel 8:9) que surge de uno de estos cuatro reinos. Este cuerno pequeño –¡atención no confundir con el que sale de entre los diez cuernos de la cuarta bestia, arrancando tres de ellos (Daniel 7:7,8,20-26), no tiene nada que ver, pues este sale de una de las cuatro partes en que se dividió el Imperio griego!–, que profanó el santuario terrenal israelita, y quitó el continuo sacrificio de animales, que Dios había ordenado en el Templo de Israel (Daniel 11:21,31; Cf. Daniel 8:11-12), es Antíoco IV Epífanes (175-163 a.C.). La historia así lo demuestra, confirmada en los libros de los Macabeos, que aunque no están dentro del canon bíblico tienen un gran interés histórico (1ª Macabeos 1:16,21,24,44-45).
Todas estas profecías que recibe Daniel de Dios, en los capítulos ocho, diez y once, se cumplen durante el dominio griego, y como vemos, afectaban solo a Israel, pues a Daniel se le dijo incluso el tiempo en que el santuario israelita estaría profanado, y sin poder realizarse los sacrificios de animales de las tardes y de las mañanas: “… Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado” (Daniel 8:14). Y así sucedió, desde que Antíoco IV Epífanes profanó el Templo hasta que se restauró o purificó, transcurrieron unos mil ciento cincuenta días literales, pues las “tardes y mañanas”, en este caso se refieren a los dos sacrificios de animales que diariamente Israel realizaba, en cumplimiento de la Ley de Dios.
El Arcángel Miguel también intervendría en la historia del Imperio griego, de parte de Dios, para que todo se desarrollase según Su voluntad. Pero, ¿qué tiene que ver esto con “el inicuo” de los postreros tiempos? Nada en absoluto, pues ni siquiera se había establecido todavía el Imperio Romano.
Daniel 12:1-2: “En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro. (2) Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua”.
En estos pasajes se hace evidente que se refieren al tiempo del fin, porque en “aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro”, y esa liberación solo la pudo dar Jesús con Su sacrificio vicario en la cruz, y, tiene como consecuencia directa, la salvación eterna mediante la resurrección en el día de Su segunda venida. Pero tampoco en este caso hay inferencia alguna de Miguel con la detención de la manifestación del inicuo.
Judas 1:9: Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda.
Nueva actuación del arcángel Miguel, pero que tampoco se relaciona con el asunto que nos ocupa.
Apocalipsis 12: 7-9: Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; (8) pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. (9) Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.
Este verso empieza con un “después”. Por tanto, lo primero es preguntarse después de cuándo: ¿Después de los 1.260 años o después de que el “hijo fue arrebatado para Dios y para su trono” (Ap. 12:5)?
Para mí está muy claro, que el diablo y sus ángeles fueron arrojados a la tierra no después de 1260 años, sino inmediatamente que Cristo venció en la cruz a Satanás y fue entronizado en el Cielo. Desde ese momento el diablo no podía ya tener el menor acceso al Cielo y seguir siendo “el acusador de nuestros hermanos” (Ap. 12.10), sino que vencido fue arrojado a tierra, de ahí el grito de angustia y advertencia que se produce en el verso 12: “¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (Apocalipsis 12:12).
El que realiza este estudio bíblico no ve que la lucha que sostienen “Miguel y sus ángeles” contra el diablo y los suyos – a fin de expulsarlos del Cielo y arrojarlos a la Tierra– tenga alguna relación con detener o impedir la manifestación de “el hombre de pecado, el hijo de perdición”, “inicuo” o “Anticristo”. Esta batalla celestial o espiritual no detiene al “misterio de la iniquidad”, sino que por el contrario intensifica y apresura, si cabe, el ensañamiento de Satanás sobre los moradores de la Tierra: “¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (Apocalipsis 12:12).
7. Conclusión
Indudablemente, en este mundo –en rebelión contra Dios, manipulado, engañado y agredido por el diablo y sus ángeles– existe una tremenda lucha espiritual entre los hijos de Dios y los hijos del diablo; este conflicto es universal porque Dios, tuvo que encarnarse en Cristo –viviendo como uno de nosotros pero sin cometer pecado, muriendo por la humanidad y resucitando para darnos la vida eterna–, y luchar en nuestro mismo escenario para vencer el pecado y las artimañas de Satanás. Jesús venció en la cruz al pecado, la muerte y al diablo, pero el conflicto sigue hasta que la cosecha madure, y se pueda distinguir el trigo –los hijos de Dios–, de la cizaña –los hijos del diablo (Mateo 13:24-43). Entonces, habrá llegado el Día en que cada cual tendrá su recompensa. Transcribiré solo la explicación de Jesús de la “parábola del trigo y la cizaña”, para no cansar al lector:
Mateo 13:36-43: Entonces, despedida la gente, entró Jesús en la casa; y acercándose a él sus discípulos, le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña del campo. (37) Respondiendo él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. (38) El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo. (39) El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles. (40) De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo. (41) Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, (42) y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. (43) Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga.
Por tanto, el mal y el bien coexistirán hasta la segunda venida de nuestro Señor Jesús; y debe quedar claro que “el hombre de pecado, el hijo de perdición, inicuo” o Anticristo” ya vino junto con la apostasía de la Iglesia de los primeros siglos, y ejerció su poder autocrático, perseguidor y represor durante 1.260 años, desde el 538 al 1798 d.C. o bien, 554 al 1814 (2ª Tesalonicenses 2:1-12; Daniel 7:7-8,25; Apocalipsis 13:1,3-7,8,11-14). Este periodo de persecución promovido por la simbiosis entre el poder civil y el religioso, que están simbolizados por el “cuerno pequeño”, “la bestia de siete cabezas y diez cuernos”, y “la bestia de dos cuernos como de cordero”, se especifica en Daniel 7:25, y Apocalipsis 12:14, como “un tiempo, y tiempos, y medio tiempo”, que son tres años y medio proféticos, o “1.260 días”-años (Apocalipsis 11:3; 12:6), o bien 42 meses proféticos (Apocalipsis 13:5).
Daniel 7:7-8: Después de esto miraba yo en las visiones de la noche, y he aquí la cuarta bestia, espantosa y terrible y en gran manera fuerte, la cual tenía unos dientes grandes de hierro; devoraba y desmenuzaba, y las sobras hollaba con sus pies, y era muy diferente de todas las bestias que vi antes de ella, y tenía diez cuernos. (8) Mientras yo contemplaba los cuernos, he aquí que otro cuerno pequeño salía entre ellos, y delante de él fueron arrancados tres cuernos de los primeros; y he aquí que este cuerno tenía ojos como de hombre, y una boca que hablaba grandes cosas.
Daniel 7:24-25: Y los diez cuernos significan que de aquel reino se levantarán diez reyes; y tras ellos se levantará otro, el cual será diferente de los primeros, y a tres reyes derribará. (25) Y hablará palabras contra el Altísimo, y a los santos del Altísimo quebrantará, y pensará en cambiar los tiempos y la ley; y serán entregados en su mano hasta tiempo, y tiempos, y medio tiempo.
Compárense los pasajes citados arriba con los siguientes textos de Apocalipsis para ver las similitudes y coincidencias, que confirman que se refieren a los mismos poderes, es decir, por una parte –la bestia de siete cabezas es el poder civil perseguidor–, y por otra, el cuerno pequeño o la bestia de dos cuernos como de cordero, el poder religioso, que forma amalgama con el civil para poder perseguir y reprimir a todo los que disienten de ellos; ver especialmente (13:5,6,7,11-14):
Apocalipsis 13:1-15: Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus cabezas, un nombre blasfemo. […] (3) Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia,… (5) También se le dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses. (6) Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. (7) Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. (8) Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo. (9) Si alguno tiene oído, oiga. (10) Si alguno lleva en cautividad, va en cautividad; si alguno mata a espada, a espada debe ser muerto. Aquí está la paciencia y la fe de los santos.
Apocalipsis 13:11-15: Después vi otra bestia que subía de la tierra; y tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como dragón. (12) Y ejerce toda la autoridad de la primera bestia en presencia de ella, y hace que la tierra y los moradores de ella adoren a la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada. (13) También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres. (14) Y engaña a los moradores de la tierra con las señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia, mandando a los moradores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la herida de espada, y vivió. (15) Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase.
La profecía de San Pablo registrada en 2ª Tesalonicenses 2:1-12, se corresponde con la entidad simbolizada en Daniel 7:7-8 como un “cuerno pequeño” “que tenía ojos como de hombre, y una boca que hablaba grandes cosas” (Daniel 7:8), que “hablará palabras contra el Altísimo, y a los santos del Altísimo quebrantará, y pensará en cambiar los tiempos y la ley; y serán entregados en su mano hasta tiempo, y tiempos, y medio tiempo.” (Daniel 7:25); y todo esto es confirmado y vuelto a profetizar, por el apóstol Juan, bajo los símbolos de “una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos” (Apocalipsis 13:1 e.a), cuya sexta cabeza –la Roma pagana, y la Roma cristianizada, convertida desde Justiniano en el Imperio restaurado–, se une con “la bestia que tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como un dragón, y ejerce toda la autoridad de la primera bestia en presencia de ella, y hace que los moradores de ella adoren a la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada (13) también hace grandes señales, de manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres, (14) y engaña a los moradores de la tierra con la señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia…” (Apocalipsis 13:1).
Como hemos visto, el poder del papado, desde 1814 d.C., disminuyó considerablemente, y dejó de ser represor y perseguidor de los herejes, pero fue así, porque le fallaron los apoyos del poder civil de los Estados. Y ahora estamos viviendo una etapa de libertad religiosa y de conciencia, y de protección de los derechos humanos, aunque esto ciertamente no se cumple de manera universal, en todas las naciones, aunque sí en gran parte de nuestro mundo.
Aunque hoy día el papado ya no puede perseguir ni reprimir a los que disientan de sus doctrinas, ni llevar a nadie a la tortura para que abjure de sus creencias, o de lo contrario llevarlos a la hoguera, sigue manteniendo “la apostasía”; es decir, enseña como verdaderas las grandes falsedades doctrinales con las que engaña a multitud de gentes; y todo esto es consecuencia de haber tomado el lugar de Dios (2ª Tesalonicenses 2:4), al afirmar que la Iglesia tiene como fundamento y cabeza al papa, cuando evidentemente, ello corresponde al Hijo de Dios, “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3:11; Cf. Dt. 32:4,15,18; 2 S. 2:22; Mt. 16:18;Hechos 4:11-12; 1ª Corintios 10:4; 1ª Timoteo 2:5; 1ª Pedro 2:4-8).
El papado, aunque con mucho menos poder, sigue actualmente preconizando la idolatría a María y la defensa de las doctrinas espurias que desde el principio ha sostenido, atribuyéndose ser el fundamento y la cabeza de la Iglesia, y todas las otras falsa doctrinas que antes describimos; además sigue manteniendo que la Tradición y el Magisterio de la Iglesia están al mismo o superior nivel que la Palabra de Dios. Por tanto, no debe extrañar, que algún próximo papa, cercano al fin de este mundo vuelva a repetir la historia, instigando un nuevo tipo de persecuciones, que sin duda, serán llevadas a cabo de forma más sutil, que en el pasado.
Pero Dios nos advierte, que la “bestia está para subir del abismo”. Esta bestia será “el octavo reino”. Puesto que ese reino es el que permanece hasta el fin del mundo, Satanás, que sale del “abismo” (Apocalipsis 20:1), lo instrumentalizará, como ha hecho con todos los anteriores, pero ahora usando medios mucho más refinados, adaptados a una época en que priman grandes avances en la ciencia y la tecnología. Mucha gente que vive ajena a la Palabra de Dios será engañada, y deslumbrada por las grandes señales, y portentosos, pero falsos milagros, que serán realizados por el anticristo, “inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, (10) y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. (11) Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, (12) a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (2 Tesalonicenses 2:3-12).
Ahora bien, debo de dejar claro que no tengo ninguna animosidad contra los hermanos de la Iglesia católica u ortodoxa, o cualquier otra denominación, sino que, por el contrario, los respeto y los amo como cristiano que me considero. Sin embargo, creo que es mi deber denunciar las falsas doctrinas, la superstición y la idolatría. Y también advertir del peligro de que vuelva a ocurrir lo que sucedió en la Edad Media; es decir, que la poderosa Iglesia católica unida quizá de forma ecuménica con otras iglesias, y ayudada por los Estados, vuelva a tratar de imponer sus creencias religiosas por la fuerza de los mismos, y el uso de las más refinadas torturas, como así fue la técnica que usó en el pasado para tratar de “convencer” a cientos de miles de personas, que no tuvieron más culpa que tratar de ejercer su libertad de conciencia y expresión.
Veamos la descripción que hace el libro de Apocalipsis del terrible conflicto entre los que siguen a Satanás y los hijos de Dios, y cómo los primeros son vencidos por “el Cordero de Dios” y Su Palabra:
Apocalipsis 17:14: Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles.
Apocalipsis 19:13-16: Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. (14) Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. (15) De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. (16) Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES.
Los textos citados del libro de Apocalipsis claramente indican que hay un gran conflicto entre Cristo –que no solo es el Cordero de Dios sino también el Rey de reyes–, y los reyes de las naciones de la Tierra. De esta pelea, lucha, batalla o confrontación entre el poder terrenal y el celestial saldrá victorioso este último, como no podía ser de otra forma; pero Cristo utilizará una sola arma: “una espada aguda” que sale de su boca (Ap. 19:15). Puesto que claramente es un simbolismo ¿qué representa esa “espada aguda” que sale de su boca?
En este caso no parece haber especial dificultad para deducir que este símbolo de la “espada” se refiere a la “Palabra”, pues es lo que suele salir de la boca. Pero no una “palabra” cualquiera”, sino la Palabra de Dios porque es Dios mismo el que la emite. Esta no es una deducción gratuita sino que es la misma Biblia la que suele simbolizarse con una “espada de dos filos” tan “aguda” que “penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12; Cf. Efesios 6:10-17). Veamos cuál es la única forma de vencer y no ser engañado por el Anticristo:
Hebreos 4:12: Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.
Se trata, pues de una lucha espiritual entre “el bien”, personificado por Dios y sus hijos o súbditos del Rey de reyes, y “el mal”, representado por el diablo y sus hijos. Pero –¡atención!– la victoria sobre el mal solo será posible para los que luchen con “la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Efesios 6:17 úp.). De ahí que el apóstol Pablo nos recomiende: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo” […] Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, (15) y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. (16) Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. (Efesios 6:11, 14-16). Ahora, leamos todo el pasaje entero de Efesios 6:10-17, para comprenderlo mejor:
Efesios 6:10-17: Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. (11) Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. (12) Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. (13) Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. (14) Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, (15) y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. (16) Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. (17) Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios;
“Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8). El Hijo de Dios no permaneció confortablemente instalado en Su trono celestial sino que “cuando vino el cumplimiento del tiempo… nació de mujer” (Gálatas 4:4), y “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8). De esta maravillosa e inimaginable forma Él se introdujo en este mundo, para vencer al mal en su propio terreno, es decir, el mismo escenario donde se había infiltrado y desarrollado, que no es otro que el planeta Tierra, y solo éste en todo el Universo.
Cristo Jesús vino, pues, a la Tierra a buscar y salvar lo que se había perdido (Mt. 18:11; Lc. 19:10; 9:56; Jn 12:47; 1 Ti. 1:15), y a anunciar el establecimiento de Su Reino en la Tierra (Mt 3.2, 4:17,23; 10:17; 12:28; 16:28; Mr. 1:15; Éxodo 19:6, Dn. 7:18; 1. P. 2:9).
Solo me resta responder a la pregunta que encabeza este estudio bíblico:
¿Qué impidió o detuvo que el “el hombre de pecado, el hijo de perdición, inicuo” o Anticristo” se manifestase en tiempos del apóstol Pablo?
Más arriba he expuesto los argumentos que prueban que no pudo ser el arcángel Miguel el que impidió o detuvo la manifestación del Anticristo. Ahora debemos recordar los textos clave sobre los que gira y se basa este estudio bíblico:
2 Tesalonicenses 2:6,7: Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste. (7) Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio.
El apóstol Pablo expresa claramente que “hay quien al presente lo detiene”; y se refiere sin duda al “misterio de la iniquidad” (Verso 7). Es decir, el presente del Apóstol fue el año 51 d.C., en que gobernaba la Roma pagana.
Algunos han creído que Pablo se está refiriendo al Espíritu Santo, como el poder que detenía la manifestación del “misterio de la iniquidad”. Pero, Pablo da otro detalle muy importante que no debe pasar desapercibido, y es que a “quien al presente lo detiene” “a su vez” será “quitado de en medio” (2 Tesalonicenses 2:7).
Ahora debemos preguntarnos, si esa entidad, que estaba deteniendo al Anticristo en tiempos de Pablo, fuera el Espíritu Santo –como defienden algunos– ¿cómo puede ser quitado de en medio el Espíritu Santo? A Dios nadie le puede quitar de en medio, otra cosa, muy distinta sería que Él de su voluntad quisiera retirarse, pero ahí dice que será quitado de en medio.
Por tanto, el que impide que se manifieste el misterio de la iniquidad no puede ser el Espíritu Santo, porque a Él nadie puede quitarle de en medio. Por otro lado, Jesús prometió que el Espíritu Santo estaría con nosotros para siempre (Mateo 28:18-20; Juan 14:16-19,26; 16:13).
Mateo 28:18-20: Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. (19) Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; (20) enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.
Ahora, debemos hacernos de nuevo la misma pregunta objeto de este estudio:
¿Qué impidió o detuvo que el “el misterio de la iniquidad” –el reino papal–se manifestase en tiempos del apóstol Pablo?
El misterio de la iniquidad –este poder político-religioso, simbolizado por “el cuerno pequeño” (Daniel 7:7,8,25) o “la bestia de dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como dragón” (Apocalipsis 13:11), es decir, se disfraza de cordero, pero su palabras o doctrinas son engañosas y falsas como las del diablo– no podía surgir antes, porque no se daban las condiciones necesarias para ello: primera, no había venido la apostasía, y segunda, Roma –Imperio Romano–, que todavía era pagana, perseguía a los cristianos. Pero Satanás no perdió el tiempo, pues primero persiguió a la Iglesia cristiana primitiva –por medio de la Roma pagana hasta primeros del siglo IV, y fueron miles los mártires sacrificados, pero le salió mal porque “la sangre de los mártires fue semilla de nuevos cristianos”. Por eso cambió su estrategia, y cuando Roma fue cristianizada hizo que la Iglesia apostatara y que a su vez se convirtiera en un poder perseguidor de otros creyentes.
¿Qué fue lo que impedía y detenía el surgimiento del papado?
Sencillamente, la Roma pagana. Mientras el Imperio Romano fue perseguidor de los cristianos no había lugar a que hubiera dos tipos de cristianos, y que la Iglesia oficial pudiera unirse al Estado para establecer esa terrible amalgama o simbiosis, que fue capaz de perseguir y reprimir, con gran efectividad, a todos los disidentes.
El Imperio Romano, perseguidor de los cristianos – la Roma pagana– fue el único obstáculo que estuvo impidiendo o deteniendo el surgimiento del “misterio de la iniquidad” –la unión de la Iglesia y el Estado, liderada por el reino papal– “hasta que él [el Imperio Romano] a su vez [fue] quitado de en medio” (2ª Tesalonicenses 2:7).
¿Cuándo fue quitado de en medio el Imperio Romano –la Roma pagana?
Fundamentalmente con su caída hacia el 476 d.C., pero especialmente desde el 538-554 d.C., con el emperador Justiniano. Pero este proceso fue paulatino y empezó a partir del año 313 d.C., cuando cesaron las persecuciones a los cristianos gracias a que el emperador Constantino promulgó “el Edicto de Milán, de tolerancia religiosa, según el cual nadie ya podría ser perseguido por razones de fe o práctica religiosa y se daba a los cristianos plena libertad de culto. Ese Edicto fue luego radicalizado por Teodosio, el año 380, con el nuevo Edicto de Tesalónica, por el cual hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio romano, remitiéndose además a la autoridad apostólica del Papa Dámaso”.(26)
“Y entonces la persecución comenzó a tener como víctimas a los antiguos “paganos”, destruyéndose sus templos e incluso a veces condenándolos a penas durísimas que incluían la muerte o, al menos, la incapacidad para acceder a cargos públicos en el Imperio. Las herejías religiosas contra la fe católica oficial se convirtieron así en delitos sociales y políticos. Esa actitud de apoyo exagerado a la Iglesia llegó a su punto culminante con el emperador Justiniano, en el siglo VI, quien llegó a hacer clausurar la escuela filosófica de Atenas y a prohibir todo resquicio “pagano”, imponiendo obligatoriamente la instrucción cristiana a todas las familias, así como el bautismo como requisito para poder gozar de plena ciudadanía política, amenazando con la pena capital a los paganos y a los apóstatas o herejes, quienes quedaban excluidos de toda docencia.
“Con este viraje en la relación del Imperio romano con el cristianismo, la gente se hizo masivamente cristiana, sin que ello les representara grandes dificultades, consiguiendo con ello ventajas económicas y políticas. De esta manera, como lo expresaba el Padre y ermitaño, San Jerónimo, “después de la paz constantiniana, la Iglesia creció en riqueza y en poder, pero se empobreció en virtudes”. (27) (Historia de las religiones de Antonio Bentué. Págs. 191 y 192. Negrillas y subrayado no aparecen en el original).
Por todo lo que antecede, recomiendo que atendamos a la sola Santa Biblia, mediante la sola Gracia de Dios, rechazando toda doctrina de hombres, Tradición y Magisterio de una Iglesia, si no queremos ser víctimas del gran engaño del diablo y de sus hijos.
Mateo 7:21-23: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. (22) Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? (23) Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad
Mateo 24:24-25: Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. (25) Ya os lo he dicho antes.
2 Tesalonicenses 2:3-4 (NBJ, 1998): Que nadie os engañe de ninguna manera. Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, (4) el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios.
Escuchemos y dejémonos guiar siempre solo por la Palabra de Dios, no haciendo caso a las doctrinas y enseñanzas de los hombres.
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Carlos Aracil Orts
Referencias de la Bibliografía utilizada
*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
(1) Cid y Rius, Carlos y Manuel, Historia de las religiones, Pág. 378. 1ª edición, febrero 2003. Editorial Óptima, S.L. Rambla Catalunya, 98,7º, 2ª (08008 Barcelona).
(2) Cid y Rius, Carlos y Manuel, Historia de las religiones, Pág. 404. 1ª edición, febrero 2003. Editorial Óptima, S.L. Rambla Catalunya, 98,7º, 2ª (08008 Barcelona).
(3) Bentué, Antonio, Profesor de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Introducción a la Historia de las religiones (pág. 191).
(4) Bentué, Antonio, Profesor de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Introducción a la Historia de las religiones (pág. 191-192).
(5) Cid y Rius, Carlos y Manuel, Historia de las religiones, Pág. 378-379. 1ª edición, febrero 2003. Editorial Óptima, S.L. Rambla Catalunya, 98,7º, 2ª (08008 Barcelona).
(6) Cid y Rius, Carlos y Manuel, Historia de las religiones, Pág. 381. 1ª edición, febrero 2003. Editorial Óptima, S.L. Rambla Catalunya, 98,7º, 2ª (08008 Barcelona).
(7) Cid y Rius, Carlos y Manuel, Historia de las religiones, Pág. 381-382. 1ª edición, febrero 2003. Editorial Óptima, S.L. Rambla Catalunya, 98,7º, 2ª (08008 Barcelona).
(8) Cid y Rius, Carlos y Manuel, Historia de las religiones, Pág. 407. 1ª edición, febrero 2003. Editorial Óptima, S.L. Rambla Catalunya, 98,7º, 2ª (08008 Barcelona).
(9) Cid y Rius, Carlos y Manuel, Historia de las religiones, Pág. 410-411. 1ª edición, febrero 2003. Editorial Óptima, S.L. Rambla Catalunya, 98,7º, 2ª (08008 Barcelona).
(10) Rivero, Antonio, L.C. Profesor de oratoria y teología en el Seminario María Mater Ecclesiae de sao Paulo. “Breve historia de la Iglesia”. http://www.conoze.com/doc.php?doc=7860
(11) Cid y Rius, Carlos y Manuel, Historia de las religiones, Pág. 411. 1ª edición, febrero 2003. Editorial Óptima, S.L. Rambla Catalunya, 98,7º, 2ª (08008 Barcelona).
(12) Cid y Rius, Carlos y Manuel, Historia de las religiones, Pág. 421. 1ª edición, febrero 2003. Editorial Óptima, S.L. Rambla Catalunya, 98,7º, 2ª (08008 Barcelona).
(13) Cid y Rius, Carlos y Manuel, Historia de las religiones, Pág. 421-422. 1ª edición, febrero 2003. Editorial Óptima, S.L. Rambla Catalunya, 98,7º, 2ª (08008 Barcelona).
(14) Cid y Rius, Carlos y Manuel, Historia de las religiones, Pág. 431. 1ª edición, febrero 2003. Editorial Óptima, S.L. Rambla Catalunya, 98,7º, 2ª (08008 Barcelona).
(15) Cid y Rius, Carlos y Manuel, Historia de las religiones, Pág. 432. 1ª edición, febrero 2003. Editorial Óptima, S.L. Rambla Catalunya, 98,7º, 2ª (08008 Barcelona).
(16) Cid y Rius, Carlos y Manuel, Historia de las religiones, Pág. 438. 1ª edición, febrero 2003. Editorial Óptima, S.L. Rambla Catalunya, 98,7º, 2ª (08008 Barcelona).
(17) Cid y Rius, Carlos y Manuel, Historia de las religiones, Pág. 435-437. 1ª edición, febrero 2003. Editorial Óptima, S.L. Rambla Catalunya, 98,7º, 2ª (08008 Barcelona).
(18) Cid y Rius, Carlos y Manuel, Historia de las religiones, Pág. 437. 1ª edición, febrero 2003. Editorial Óptima, S.L. Rambla Catalunya, 98,7º, 2ª (08008 Barcelona).
(19) http://es.wikipedia.org/wiki/Alejandro_VI
(20) http://www.canalsocial.net/ger/ficha_GER.asp?id=8995&cat=historiaiglesia
(21) http://www.canalsocial.net/ger/ficha_GER.asp?id=8995&cat=historiaiglesia
(22) Bentué, Antonio, Profesor de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Introducción a la Historia de las religiones (pág. 191-192).
(23) Cid y Rius, Carlos y Manuel, Historia de las religiones, Pág. 404. 1ª edición, febrero 2003. Editorial Óptima, S.L. Rambla Catalunya, 98,7º, 2ª (08008 Barcelona).
(24) Comentario bíblico Adventista Séptimo día. Tomo 4, Págs. 853 y 854. Publicaciones Interamericanas, 1984
(25) http://es.wikipedia.org/wiki/Estados_Pontificios
(26) Bentué, Antonio, Profesor de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Introducción a la Historia de las religiones (pág. 191).
(27) Bentué, Antonio, Profesor de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Introducción a la Historia de las religiones (pág. 191-192).
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