¿El Bautismo libera del pecado original?
¿Es necesario bautizar a los niños antes de que tengan uso de razón?
Versión 05-10-2015
Carlos Aracil Orts
1. Introducción
Estimado hermano Antonio, me alegro de tener noticias de usted, y le agradezco sus nuevos comentarios, y siguientes amables palabras a mi persona:
“Bendiciones del Señor, hermano Carlos. Soy un asiduo lector de sus estudios y admirador suyo por la sapiencia y sabiduría que Dios ha puesto en usted. Transmite en sus estudios la suficiente claridad para interpretar las Sagradas Escrituras, cosa que me ayuda enormemente en mi proceso permanente de conversión y permanencia en el Camino del Señor” (Antonio).
Muchísimas gracias por el aprecio y la valoración que me expresa. Continúo presentando su escrito para proceder luego a comentarlo.
“Abusando de su generosidad, quiero plantearle una inquietud que tengo sobre el bautismo de los infantes con el objeto de obtener de parte suya, elementos de juicio suficientes que me permitan discernir sobre este tema.
“Antes que nada quiero manifestarle que provengo de una familia que profesa la religión católica romana de la cual me he apartado por ciertas prácticas tradicionales que imperan en esta comunidad.
“Mi proceso de conversión a un verdadero cristianismo y, por consiguiente, a seguir una sana doctrina, me ha llevado a congregarme en iglesias evangélicas en las cuales por desgracia, he tenido experiencias agradables en algunas, y no muy agradables en otras. Por ello, me he identificado con usted en el sentido de que también me considero miembro del cuerpo de Cristo, de su única, santa, católica (no romana) y apostólica iglesia universal, ansioso por conocer las enseñanzas de la Palabra de Dios, tratando de seguirla con verdadera fe y que en estos momentos, tampoco estoy vinculado a ninguna denominación religiosa” (Antonio).
Creo que comprendo bien lo que expresa en su escrito, porque, como usted sabe, respecto a su último párrafo, comparto lo que dice, e igualmente me identifico mucho con usted, porque yo también he tenido algunas experiencias desagradables con los dirigentes de algunas iglesias evangélicas, que han hecho que no me encuentre a gusto en ellas; no obstante, persevero por si algún día encuentro un grupo con el que pueda compartir la Palabra de Dios.
Estimado hermano, en el resto de su amplio escrito, usted ofrece varios y apropiados argumentos, acompañados de textos bíblicos, con los que intenta probar, en primer lugar, que el Bautismo bíblico de la iglesia de los apóstoles se extendía o aplicaba también a los niños recién nacidos o sin uso de razón; y, en segundo lugar, que el mencionado Bautismo se realizaba principalmente por rociamiento, aspersión o ablución, y, probablemente, en algunos otros casos, por inmersión en agua.
He recordado que, en un correo que le envié el 10-04-15, ya le intenté responder a estos dos temas que me plantea; por tanto, transcribiré aquí la parte del escrito citado que responde a sus cuestiones. En el mismo, este servidor de usted no tomaba una postura radical en el sentido de definirse con absoluta convicción por una de las dos posibilidades que existen para cada tema: Bautismo solo para personas con uso de razón, es decir, aquellas que comprenden bien lo que significa e implica el Bautismo, o Bautismo aplicado a cualquier edad desde el momento del nacimiento de las personas, sin necesidad de esperar a que comprendan su significado. Y, por otro lado, también se refiere usted a la forma de efectuar el Bautismo, si por inmersión o por aspersión. Como en aquella ocasión, a continuación, le daré mi punto de vista bíblico, y dejaré que usted reflexione y tome la opción que crea más ajustada a la Biblia, según su conciencia.
Sin embargo, a lo largo de este estudio bíblico no puedo dejar de abordar la doctrina del pecado original, porque de su entendimiento correcto depende que comprendamos mejor si teológicamente existe alguna necesidad imperiosa de bautizar a los niños cuando aún no tienen uso de razón; y también le daré mi interpretación a su siguiente comentario:
“Mi inquietud es la siguiente:
‘El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado’ (Mr. 16:16). Interpreto que además de creer, necesitamos estar bautizados para ser salvos” (Antonio).
Por tanto, en el cuerpo de este estudio trataremos de respondernos a las cuestiones planteadas anteriormente, tratando de averiguar: ¿cuáles de estas prácticas bautismales se ajustan más al espíritu bíblico o a las prácticas de la iglesia apostólica?
2. ¿Es válido el bautismo por vertimiento, es decir, derramando agua sobre la cabeza del que se bautiza o necesariamente debe haber inmersión total en el agua del catecúmeno?
Ciertamente, es difícil responder de forma taxativa y tajante con un “no” o con un “sí”, puesto que, a partir de la Palabra de Dios, no podemos llegar a ningún tipo de conclusión definitiva. Usted argumenta con mucha razón que, en la Sagrada Escritura, no encontramos pruebas o indicios suficientes que, sin lugar a dudas, nos puedan hacer decantar con rotundidad hacia una de las dos formas de bautizar, lo que nos puede hacer pensar que ambas podrían ser igualmente válidas. Estos son los argumentos que me remitió:
«Por otro lado, está el tema del bautismo por inmersión o por aspersión. En las iglesias evangélicas se argumenta que el bautismo tiene que ser por inmersión y no por aspersión con el argumento de que Jesús fue bautizado en un río y que por lo tanto, así debe bautizarse todo cristiano. Leyendo la Biblia he encontrado casos en que el Bautismo se practica por inmersión (sumergiendo en un río a la persona), y otros casos, donde el Bautismo es realizado en plazas, casas de familias y en lugares pequeños, donde se realiza rociándole el agua al Bautizado (por aspersión).Específicamente, veamos el caso narrado en el capítulo 16 del Libro de los Hechos de los Apóstoles donde Pablo y Silas, estando en prisión, después de una manifestación de liberación extraordinaria de parte de Dios, hablaron con el carcelero:
32 Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa.33 Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos.(Hechos 16:32-33)
Sin duda, queda en evidencia que el Bautismo fue a toda la familia (sin discriminación entre adultos o niños) y sin inmersión en un río, o sea, que fue por aspersión del agua bendita sobre toda la familia. Jesús ordena bautizarnos “En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” y la Biblia nos muestra formas prácticas de realizarlo y no de un modo obligatorio específico. De otro modo ¿Cómo se bautizaron las tres mil personas que se convirtieron el día de Pentecostés sí no tenían un río a su disposición? ¿Cómo fue bautizado el centurión Cornelio en su casa o el mismo carcelero? No he encontrado nada específico en la Biblia, cuando habla del Bautismo en un río, que hubo inmersión. Pienso que se está presentando una costumbre, no una forma obligatoria.
Mucho agradecería, hermano Carlos, su ayuda para clarificar mis pensamientos respecto de lo que acabo de manifestarle. La Paz del Señor esté con usted.» (Antonio).
El Bautismo es una señal externa de la salvación eterna que ya ha conseguido el creyente por medio de la fe en nuestro Salvador y la acción regeneradora del Espíritu Santo (E.S.); además, es un mandamiento de Dios para todo creyente en Cristo (Mateo 28:18-19; Marcos 16:16; Hechos 2:38,39).
Mateo 28:18-20: Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. (19) Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; (20) enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.
Hechos 2:38-39: Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. (39) Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.
Por otro lado, el Bautismo en agua es profuso en simbolismos. Esencialmente, el derramamiento del agua sobre el creyente o su inmersión en agua pueden simbolizar, ambos igualmente, su lavamiento, limpieza, y purificación de todos sus pecados, arrepentidos y confesados a Dios; es decir, así como el agua tiene capacidad, y se usa, en general, para limpiar la suciedad o lavar ciertas impurezas físicas, así también, el Bautismo en agua o con agua es símbolo de la purificación espiritual de todos los pecados que el E.S. ha efectuado en el creyente. Pero, además, también puede representar lo siguiente:
- El Bautismo en el Espíritu Santo (Hechos 2:38,39); el cual todo creyente en Cristo recibe, o bien cuando se convierte, o en el momento de bautizarse; también puede haber casos que durante el proceso bautismal se reciba una mayor llenura del Espíritu Santo.
- “El lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5).
- La identificación con Cristo, en sus padecimientos en la cruz, su muerte y sepultura y en Su vida nueva de la resurrección (Romanos 6:1-6). Es decir, como declara San Pablo, “somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6:4).
- La unión al Cuerpo de Cristo y la entrada a formar parte de Su Iglesia.
A la vista de todos estos significados cabría preguntarse cuál es la forma del Bautismo en agua que se ajusta mejor a la realidad a la que el símbolo señala.
¿Es el Bautismo por inmersión más fiel a lo que representa, o por el contrario, lo es cuando es hecho en forma de ablución, rociamiento, o aspersión de agua sobre la cabeza del catecúmeno?
Entre las iglesias evangélicas hay defensores para ambas formas de bautismo, los cuales ofrecen suficientes argumentos bíblicos como para adoptar cualquiera de las dos formas de bautizar.
Romanos 6:3-6: ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? (4) Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.(A) (5) Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; (6) sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.
Colosenses 2:11-14: En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; (12) sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos.(A) (13) Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él,(B) perdonándoos todos los pecados, (14) anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz…
Los partidarios del Bautismo por inmersión, –fundamentándose en los textos que anteceden– argumentan que éste simboliza mejor el hecho de ser sepultado junto con Cristo para renacer a una vida nueva, pues la persona que es bautizada de esa forma es sepultada en el agua, y su surgimiento de la misma también representa el nacer a una nueva vida en Cristo.
Aunque el término griego “baptismo” – o “baptizein” que significa bautizar con el sentido de “sumergir”– del que deriva la palabra bautismo, tiene el sentido general de inmersión en agua, parece ser que bíblicamente es más corriente su uso, como rociamiento, afusión o derramamiento (Véase, por ejemplo, Números 8:7; Hebreos 9:10; Isaías 44:2-4 y Ezequiel 36:24-28). Sus defensores argumentan que, puesto que el Bautismo esencial es el Bautismo del Espíritu Santo (Mateo 3:11; Lucas 3:15-16; Ez. 36:24-26; Joel 2:28-32; Hechos 2: 17-19), –y éste se ha mostrado en los pasajes citados como un derramamiento–, el esparcimiento, rociamiento, etc. de agua sobre el creyente tipificaría mejor aquella realidad.
Por otro lado, los mismos partidarios del Bautismo en agua por rociamiento, también aducen que los textos mencionados anteriormente de los capítulos seis y dos de las epístolas a los Romanos y a los Colosenses, respectivamente, no se refieren al Bautismo en agua sino al Bautismo en el Espíritu Santo, porque hablan de ser bautizados en Cristo Jesús, y ello solo es realizado cuando Él envía sobre el creyente Su Santo Espíritu. Notemos que el agua del Bautismo ya sea por inmersión o por ablución no es capaz de limpiar los pecados ni de crucificar a nuestro viejo hombre, haciendo morir al pecado al hombre natural o carnal, sino que todo eso es obra del Espíritu Santo obrando en el corazón del creyente.
A este respecto, nos preguntamos si Jesús fue bautizado por Juan el Bautista por inmersión o por ablución, y, también cómo se bautizaba en la Iglesia primitiva de los apóstoles, según lo relata el libro de los Hechos de los Apóstoles. Veamos los pasajes, a continuación:
Mateo 3:13-17: Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. (14) Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? (15) Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. (16) Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. (17) Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.
Marcos 1:9-11: Aconteció en aquellos días, que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. (10) Y luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él. (11) Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.
Lucas 3:21-22: Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, (22) y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.
Como vemos, el Evangelio de San Lucas no aporta nada a esta polémica sobre si hubo inmersión en el agua o rociamiento en el Bautismo de Jesús. Sin embargo, generalmente, muchos hemos interpretado, por la descripción del Bautismo de Jesús, que los Evangelios de San Mateo y San Marcos hacen – “después que fue bautizado, subió luego del agua” (Mt. 3.16), o bien, “cuando subía del agua…” (Marcos 1:10)–, que el “subir del agua” se refería a levantarse del agua después de haber sido sumergido en la misma.
Igual o similarmente ocurre en el caso del Bautismo del etíope eunuco realizado por Felipe. Leámoslo primero:
Hechos 8:35-39: Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús. (36) Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? (37) Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. (38) Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. (39) Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino.
Así como en el Bautismo de Jesús se describía un subir del agua, también en el bautismo del eunuco se registra “subieron del agua”, pero, estos textos, además, refieren que antes “descendieron ambos al agua” (Hechos 8:38,39).
¿Debemos deducir, necesariamente, de estos pasajes que tanto Jesús como el etíope eunuco fueron sumergidos en el agua bautismal, por el simple hecho de que se dice que descendieron al agua, y luego subieron de la misma?
No necesariamente, puesto que los textos no lo dicen explícitamente, solo hablan de subir del agua, y del agua se puede subir sin que se precise haber sido sumergido antes en la misma. Juan el Bautista bautizaba en el rio Jordán, pero en la zona donde lo hacía no necesariamente habría habido la profundidad suficiente de agua como para sumergir totalmente un cuerpo humano. De la misma manera, no sabemos si donde fue bautizado el etíope había suficiente agua como para hacer la inmersión completa de su cuerpo; lo más probable era que no la hubiera en tal cantidad.
Por lo tanto, muy bien puede significar el “descender al agua” caminar hacia una cota que se sitúa en el plano inferior donde se encuentra el agua, ya sea embalsada o en un río; e igualmente, “subir del agua” querría decir, muy posiblemente, caminar fuera del agua en sentido ascendente hasta llegar al plano superior donde ya existe el terreno seco.
Concluyo, pues, que no hay pruebas suficientes en la Palabra de Dios para afirmar tajantemente que el Bautismo haya de ser necesariamente por inmersión, sino que pudo ser también por aspersión, rociamiento o ablución; aunque el que le escribe se inclina por creer que fue por inmersión, porque, en su modesta opinión, es la forma en que el simbolismo del rito bautismal da más significado a lo que representa el Bautismo, es decir, la sepultura en el agua simboliza la muerte del “viejo hombre” –de la naturaleza carnal–, y el emerger del agua, significa el nuevo nacimiento en el Espíritu Santo, de una nueva criatura en Cristo.
Sin embargo, no niego que la aspersión o ablución en agua también puede representar la unción del Espíritu Santo. Pero lo importante no es la forma en que se realiza el Bautismo sino su significado, y el propósito que persigue, como una obra de fe en Dios y en Su Palabra, y una forma de evidenciar externamente, para dar testimonio al mundo de la transformación y purificación que se ha producido en el corazón de cada persona, que ha sido bautizada por el Espíritu Santo. En los siguientes artículos puede ampliar sobre este tema del Bautismo, si lo desea:
¿Puede un cristiano ser salvo sin estar bautizado?
La importancia del Bautismo y su relación con la Salvación
¿Qué es la unción del Espíritu Santo?
Paso ahora a tratar de responderle sus siguientes cuestiones.
“Otro error, a mi modo de ver, de algunas iglesias evangélicas, es afirmar que las personas que fueron bautizadas [siendo] pequeñas, se deben volver a bautizar. Este ha sido uno de mis motivos de alejarme de ellas. Creo que están mostrando una gran ignorancia acerca de las Escrituras que dicen: Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo (Efesios 4:5). Esta práctica la seguían los anabaptistas, que repetían el bautismo cuando los individuos llegaban al uso de razón. He leído algunos tratados de Teología y he encontrado en ellos que el bautismo de niños era una costumbre muy antigua en la Iglesia y que aunque la fe del niño pudiese faltar, esta fe es sustituida por la fe de la Iglesia” (Antonio).
¿Por qué en las iglesias evangélicas se nos exige bautizarnos nuevamente, si ya lo hemos sido anteriormente, como es mi caso, que fui bautizado siendo infante en la iglesia católica romana?
Para responder esta pregunta es necesario también contestar primero a:
¿Es válido o aceptable bíblicamente el Bautismo de niños sin uso de razón, y que, por tanto, no han podido experimentar todavía arrepentimiento de sus pecados, ni elegir aceptar a Cristo como Salvador?
¿Bautizaba la Iglesia primitiva a niños sin uso de razón o solo adultos?
Las respuestas no son tan fáciles como podría parecer a simple vista. Pero que se sepa no hay registrado en el NT ningún caso de Bautismo de niños. Sin embargo, hay un sector importante dentro de las iglesias evangélicas o protestantes que consideran bíblico el Bautismo de recién nacidos, como, por ejemplo, las iglesias presbiteriana, metodista, anglicana o episcopal, etc.
3. ¿Es necesario bautizar a los niños antes de que tengan uso de razón?
El argumento principal, aducido por los defensores de la validez del Bautismo de niños –aun sin uso de razón o incluso recién nacidos–, surge de equiparar la circuncisión ordenada por Dios a Abraham, que había de ser practicada a partir del octavo día del nacimiento –señal del Pacto abrahámico–, con el Bautismo en agua –señal visible de pertenencia a la Iglesia del Nuevo Pacto en Cristo.
Los grupos de cristianos evangélicos que bautizan niños pequeños sin uso de razón, se apoyan, para defender esta doctrina, en los siguientes argumentos bíblicos:
Primero. La circuncisión, señal del Pacto de Dios con Abraham.
Dios estableció el mandamiento de la circuncisión a Abraham y sus descendientes como señal de Su Pacto y de pertenencia a Su pueblo (Génesis 17:7-14).
Génesis 17:1-14: Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto. (2) Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera. […] (7) Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti. […]9) Dijo de nuevo Dios a Abraham: En cuanto a ti, guardarás mi pacto, tú y tu descendencia después de ti por sus generaciones. (10) Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Será circuncidado todo varón de entre vosotros. (11) Circuncidaréis, pues, la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros. (12) Y de edad de ocho días será circuncidado todo varón entre vosotros por vuestras generaciones; el nacido en casa, y el comprado por dinero a cualquier extranjero, que no fuere de tu linaje. (13) Debe ser circuncidado el nacido en tu casa, y el comprado por tu dinero; y estará mi pacto en vuestra carne por pacto perpetuo. (14) Y el varón incircunciso, el que no hubiere circuncidado la carne de su prepucio, aquella persona será cortada de su pueblo; ha violado mi pacto.
Segundo. En el Pacto que Dios hizo con Abraham y sus descendientes se incluye la promesa “En ti serán benditas todas las naciones” (Génesis 12:3; 22:18; Gálatas 3:6-9,14,16,29; Cf. Romanos 4:3,9,10-16).
Esta bendición alcanza a los gentiles de todas las épocas, porque Cristo es la “simiente” o “descendencia” de Abraham (Mateo 1:1; Gálatas 3:16), que cumple todas las promesas de Dios al hombre.
Gálatas 3:6-29: Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. (7) Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham. (8) Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. (9) De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham. […] (14) para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu. (15) Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade. (16) Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo. […] (27) porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. (28) Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. (29) Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.
Abraham es, pues, padre tanto de la circuncisión como de la incircuncisión, es decir, judíos y gentiles: “para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (Gálatas 3:6-9,14,16). “Y recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún incircunciso; para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea contada por justicia; (12) y padre de la circuncisión” (Romanos 4:11-12).
Romanos 4:2-8: Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. (3) Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia.
Romanos 4:9-12: ¿Es, pues, esta bienaventuranza solamente para los de la circuncisión, o también para los de la incircuncisión? Porque decimos que a Abraham le fue contada la fe por justicia. (10) ¿Cómo, pues, le fue contada? ¿Estando en la circuncisión, o en la incircuncisión? No en la circuncisión, sino en la incircuncisión. (11) Y recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún incircunciso; para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea contada por justicia; (12) y padre de la circuncisión, para los que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado.
Sin embargo, el Nuevo Pacto en Cristo no es una prolongación, continuación o renovación del Pacto que hizo Dios con Abraham, sino que es el cumplimiento de la promesa de bendición a todas las naciones, que resultaría del nacimiento de Cristo, de su simiente o descendencia:
Gálatas 3:16: Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.
El Nuevo Pacto en Cristo se basa sobre las mismas premisas: la fe –Abraham fue el padre de la fe–, y Cristo. Y Éste es el cumplimiento de la promesa de bendición que Dios hizo con Abraham; y nosotros somos sus descendientes espirituales, que por la fe pertenecemos a Cristo (Gálatas 3:9,14).
Gálatas 3:9,14: De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham. […] (14) para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.
En Abraham, Cristo era la promesa de salvación; sin embargo, en los creyentes cristianos, Cristo ya es una realidad; la salvación no está en el futuro sino es un hecho del pasado. Pero cambia la señal física de pertenencia al pueblo de Dios, pues para los cristianos ya no rige el mandamiento de la circuncisión (Véase Hechos 15; Gálatas 2:3-5; 5:2-6; 6:12-15). En el Nuevo Pacto en Cristo la puerta de entrada visible en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, es el Bautismo en agua (Mateo 28:19; Marcos 16:16; Juan 3:5; Hechos 2:38; 1ª Corintios 12:13).
Con estas premisas, los partidarios del bautismo de los niños argumentan así:
La señal de pertenencia a Israel, el pueblo de Dios del AT, consistía en circuncidar la piel del prepucio a los niños a los ocho días de edad. Los cristianos, la Iglesia, de alguna manera, pertenecemos al pacto de Abraham, puesto que somos sus descendientes espirituales. Para nosotros, los cristianos la ley de la circuncisión fue abolida, y lo que rige como mandamiento del Señor es la ley del Bautismo en agua, instituida por el mismo Cristo, como hemos comprobado en los textos citados antes. No es difícil hacer ahora una equivalencia, analogía o equiparación entre ambas señales de identificación física de pertenencia al pueblo de Dios, la circuncisión de la carne del AT con el Bautismo en agua del NT.
Concluyen, ellos, los partidarios del bautismo de niños que puesto la circuncisión era preceptivo realizarla desde los ocho días de edad, si aceptamos la equivalencia, igualmente sería correcto practicar el Bautismo en agua a los bebés nacidos en familias cristianas, como señal de pertenencia al pueblo de Dios del Nuevo Pacto en Cristo.
¿Es esta la voluntad de nuestro Señor Jesús? ¿Es mejor bautizar a los recién nacidos, sin esperar a que a ellos tengan completo conocimiento de lo que significa el Bautismo en agua?
¿Es necesario hacerlo así porque proporciona alguna gracia especial al recién nacido que le ayudará a elegir más tarde la salvación que Dios le ofrece? ¿Es opcional, es decir, da igual bautizarse de niño o cuando uno, como adulto, comprende lo que hace y por qué lo hace?
¿Es acaso el Bautismo en agua una condición ineludible sin la cual nadie, –que sea consciente de la voluntad de Dios, pudiendo obedecerle, bautizándose, y no lo haga–, se salvará?
Colosenses 2:11-14: En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; (12) sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos. (13) Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, (14) anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz,
Todos deberíamos contestarnos responsablemente a estas u otras cuestiones, pero “cada uno esté plenamente convencido en su propia mente” (Romanos 14:5 úp.) de lo que cree, y obre en consecuencia.
Desde mi entendimiento bíblico considero que no es correcto equiparar circuncisión – señal del Pacto de Dios con Abraham, Isaac y Jacob– con el Bautismo, mandamiento del Nuevo Pacto en Cristo, por las siguientes razones:
- La circuncisión fue abolida junto con toda la ley del AT (Véase Hechos 15; 16:3; Gálatas 2:3-5; 5:2-6; 6:12-15; 1 Co. 7:19).
- Puesto que la ley de la circuncisión no está vigente tampoco lo está el mandamiento de practicarla como señal a la edad de ocho días a todos los nacidos en el pueblo de Dios. Por tanto, esta práctica no puede ser norma ni ejemplo para el Bautismo cristiano.
- El Bautismo cristiano requiere arrepentimiento de pecados, fe en Cristo, conversión y nuevo nacimiento por el Espíritu Santo, todo lo cual no es posible sin uso de razón, conocimiento y aceptación del Evangelio de la Gracia de Dios (Hechos 20:24).
Efesios 1:13-14: En él [Cristo] también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, (14) que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.
¿Pueden los niños sin uso de razón y sin conocimiento oír “la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación”, y creer en él, para ser, a continuación, “sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:13)?
Además, Jesús dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:5-6). ¿Qué sentido o significado podría tener bautizar a niños sin uso de razón, en los que es imposible que hayan nacido de nuevo por el Espíritu Santo? El Bautismo es la señal externa del proceso de conversión que el Espíritu Santo ha realizado en toda persona que se arrepiente de su anterior vida carnal y pecadora, mediante el cual se da testimonio al mundo del poder transformador de la Gracia de Dios, al tiempo que se cumple su mandamiento (Mt. 28:19; Mr. 16:16; Hch. 2:37-41).
La respuesta a la pregunta –¿los que fueron bautizados siendo niños, sin uso de razón, ya sea por la iglesia católica romana o una evangélica, deberían volver a bautizarse cuando se conviertan a la fe?– dependerá de nuestras convicciones, y de cuál fe poseemos, y, entonces, actuar siendo fieles a nuestra conciencia iluminada por la Palabra de Dios, porque “todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14:23).
Si el Bautismo recibido se considera válido no hay por qué bautizarse de nuevo, pero en caso contrario, ante la duda, es mejor hacerlo de nuevo; un solo Bautismo es suficiente en la mayoría de los casos; porque la gracia y el don del Espíritu Santo no provienen de la obra bautismal. Como dije en lo que antecede, el Bautismo no es más que una señal externa de la conversión y fe interna del corazón, y un mandamiento de Dios, que se obedece no para salvarse, sino por ser ya salvo.
Usted, querido hermano, me cita el siguiente texto de Efesios 4:1-7, para enfatizar que San Pablo se refiere a que hay “un Señor, una fe, un bautismo”. Tenga en cuenta que el Apóstol habla de que solo existe un Bautismo, “porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo… y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Co. 12:13), y el Bautismo en agua es solo la manifestación externa de lo que ha ocurrido en el interior, es decir, el nuevo nacimiento por el Espíritu Santo mediante Su palabra. Por tanto, comprenda que Pablo no dice que solo se puede uno bautizar una sola vez, sino que solo hay un tipo de Bautismo el del Espíritu que se hace visible con el Bautismo de agua. Estos textos parecen incidir también en la idea de que sin el don del Espíritu Santo en el creyente, el Bautismo en agua es completamente inútil o indiferente.
Efesios 4:2-7: con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, (3) solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; (4) un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; (5) un Señor, una fe, un bautismo, (6) un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. (7) Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo.
4. ¿El Bautismo libera del pecado original?
Por lo que antecede, en mi opinión, con respecto a estos temas en los que la Palabra de Dios parece no concretar o especificar de una manera absoluta, no deberíamos pronunciarnos tajantemente, sino que debemos seguir profundizando en el Evangelio –y también indagar en la historia del cristianismo, para tratar de averiguar cómo se bautizaba en los dos primeros siglos de nuestra Era–, y estudiar los argumentos en pro y en contra de las diversas posibilidades, y que el creyente, según su conciencia y el grado de conocimiento que haya alcanzado de la Biblia, elija la opción que le parezca más ajustada a la Sagrada Escritura.
Por eso, ahora, no es mi propósito tratar de convencerle hacia unas u otras opciones, sino que me voy a limitar a evidenciar los errores base o de partida, que no solo usted sino muchísimos creyentes tienen, según mi modesto entendimiento bíblico actual, lo que no quiere decir que sea “infalible como el Papa, y que lo que digo vaya a Misa”; entiéndase la ironía, porque solo Dios y su Palabra son infalibles. Continúo, pues, transcribiendo sus palabras para comentarlas a continuación:
“Mi inquietud es la siguiente:
El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado (Mr. 16:16). Interpreto que además de creer, necesitamos estar bautizados para ser salvos. Esto me lleva a pensar que también nuestros hijos pequeños también deben ser bautizados para que gocen de dicha salvación. En las iglesias evangélicas se acostumbra a bautizarse a edades ya adultas con el argumento de que siendo niños, no se tiene la conciencia suficiente para haber aceptado a Jesús como nuestro Señor y Salvador”.
En cuanto a que los niños no puedan creer, encuentro en la Biblia que la fe del padre o la madre es suficiente: Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. (Hechos 16:31). Por eso, y en virtud de la fe padres y padrinos y con el compromiso de ayudarlos a madurar en la fe, las iglesias evangélicas no deben prohibir el bautizo a los infantes sino, más bien, impartir la acción santificadora del Espíritu de Dios a los hijos de los creyentes, por pequeños que estos sean, incorporándolos a la vida de la Gracia que Dios derrama sobre los creyentes y sus familias, teniendo en consideración lo que Pablo dice: Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos. (1ª Corintios 7:14). Es un hecho que la santificación de nuestros hijos pequeños es un regalo gratuito, no por la fe del infante sino por pura misericordia de Dios y por la condición de creyente de al menos alguno de sus padres, ya queda bendecida toda la familia. Igualmente Cristo siempre exigió la fe para sanar a los enfermos, pero en el caso de los niños bastaba la fe de su padre o su madre, como el caso de la hija de Jairo (Marcos 5:36) y el de la hija de la mujer cananea (Mateo 15:28)” (Antonio).
Empiezo a responder su segundo párrafo, porque usted parece deducir que basta la conversión de un miembro relevante de la familia para que toda ésta sea también salvada; pero eso solo sería cierto en el caso de que cada integrante de la misma se convirtiera igualmente a Cristo, porque la salvación es individual. No existe una salvación colectiva: Dios no salva familias ni iglesias enteras sino que salva a personas que individualmente asumen la responsabilidad de sus acciones y de sus decisiones y se arrepienten de sus pecados y aceptan a Cristo.
Usted se basa en los pasajes de Hechos 16:31 y 1ª Corintios 7:14. Con respecto al primero –“Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa”–, piense que San Pablo pudo saber por inspiración divina que toda la familia del carcelero de Filipos iba a convertirse a Cristo debido al testimonio del mismo, pero sería irracional y totalmente ilógico extraer de aquí una norma o regla general que implicase que siempre y en todos los casos iba a cumplirse esa “ley”, pues ella estaría en flagrante contradicción con la realidad, pues hay también multitud de familias en las que evidentemente no se cumple esa aseveración. Lo único que podemos inferir de aquí es que nuestro testimonio personal es muy importante e influye en los que nos rodean, y esto ocurre mucho más cuando es alguien de nuestra familia –al que queremos y respetamos– el que nos manifiesta una vida ejemplar y coherente con sus creencias religiosas.
En cuanto al siguiente texto que me cita –“Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos” (1ª Corintios 7:14)–, para defender la necesidad del Bautismo de niños que aún no llegaron al uso de razón, le corresponde la misma o similar explicación que he dado al texto de Hechos 16:31, pues en ambos casos es el ejemplo de las personas piadosas lo que puede ayudar a convertirnos, y, como consecuencia, vivir en santidad y obtener la salvación. Vea como el contexto del versículo anterior viene a corroborar mis palabras: “Porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer?” (1 Corintios 7:16).
Los niños o nuestros hijos no son santificados tanto por el Bautismo como por nuestra conducta piadosa y ejemplar, y cuando cumplimos el mandamiento de Dios: “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:20).
Respondo a continuación a su primer párrafo que transcribí arriba, y que puede resumirse enunciándolo o planteándolo en forma de pregunta:
¿”Además de creer, necesitamos estar bautizados para ser salvos”?
Creo que su interpretación –“necesitamos estar bautizados para ser salvos”– no es correcta, pues ninguna doctrina se debe fundamentar sobre un texto aislado sino que siempre hay que buscar que el conjunto de la Palabra sea armonioso, y no caer en contradicciones, que la Escritura no tiene, sino que son fruto de nuestra forma sesgada y parcial de interpretar, porque, a veces, nos gustaría que la Biblia estuviera de acuerdo con nuestro criterio o punto de vista; pero Dios nos dice que su “Palabra, pues, […] les será mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá” (Isaías 28:13); veamos algo del contexto:
Isaías 28:9-13: ¿A quién se enseñará ciencia, o a quién se hará entender doctrina? ¿A los destetados? ¿a los arrancados de los pechos? (10) Porque mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá; (11) porque en lengua de tartamudos, y en extraña lengua hablará a este pueblo, (12) a los cuales él dijo: Este es el reposo; dad reposo al cansado; y este es el refrigerio; mas no quisieron oír.(A) (13) La palabra, pues, de Jehová les será mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá; hasta que vayan y caigan de espaldas, y sean quebrantados, enlazados y presos.
Si completamos la afirmación de Jesús –de Marcos 16:16– con lo que su Espíritu ha inspirado y revelado a los apóstoles, nos daremos cuenta que la única condición para salvarse es ejercer fe en nuestro Señor Jesús, y esta fe, si es auténtica, nos impulsará a realizar las obras de fe que Dios requiere en su Palabra (Santiago 2:17-26), siendo el Bautismo también una obra que confirma nuestra fe en Dios y en su revelación; pero la salvación es solo por fe y no por ninguna clase de obras (Efesios 2:8,9); es un don gratuito, y como tal no requiere dar ni hacer nada a cambio (Romanos 3:24; 5:1; etc.). Por ejemplo, el buen malhechor que fue crucificado junto a Jesús, fue salvado en el último momento porque se arrepintió de sus pecados (Lc. 2:39-43), pero no necesitó, además, ser bautizado en agua. Este tema lo abordé también más ampliamente en: ¿Puede un cristiano ser salvo sin estar bautizado?
La doctrina católica que sostiene como necesario e imprescindible el bautismo de los bebés para quitarles el pecado original no es correcta desde mi perspectiva bíblica, pues Dios no responsabiliza a ningún ser humano por el pecado cometido por Adán y Eva –pecado original–; porque Jesús dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos” (Mateo 19:14). Veamos los pasajes en su contexto:
Mateo 18:3-5: y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. (4) Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. (5) Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe.
Mateo 19:13-15: Entonces le fueron presentados unos niños, para que pusiese las manos sobre ellos, y orase; y los discípulos les reprendieron. (14) Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos. (15) Y habiendo puesto sobre ellos las manos, se fue de allí.
Fundamentos bíblicos de la doctrina del pecado original
Por lo tanto, se hace imprescindible estudiar los textos claves de la doctrina del pecado original que se encuentran en el capítulo cinco de la epístola de san Pablo a los Romanos (5:12-21), especialmente el versículo doce; el cual es algo difícil de entender tal como aparece traducido en todas, o casi todas, las versiones actuales de la Biblia. Vamos a leerlo y analizarlo:
Romanos 5:12: Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.
He podido consultar más de treinta traducciones de la Biblia, y todas ellas –excepto una, cuya versión transcribiremos más abajo– expresan la misma idea: la muerte que experimenta la humanidad es consecuencia del pecado de Adán; porque como él pecó, y puesto que representaba a toda la humanidad, la muerte se propagó a todos los seres humanos.
Sin embargo, la última cláusula del texto citado añade “por cuanto todos pecaron”; lo que daría a entender que la muerte que todos conocemos –la muerte primera, la que la Biblia describe como un sueño– es consecuencia no del pecado original sino de nuestros pecados personales; lo que supone una contradicción con la parte primera del versículo doce que asevera ser causada por el pecado de Adán; es decir, todo ser humano irremisiblemente morirá en cualquier caso, aunque no haya pecado nunca, si esto fuera posible. Porque si la muerte fuera la consecuencia de nuestras acciones malvadas entonces ¿cómo explicaríamos que también ha habido millones de niños que, antes de llegar a una edad en la que se les pudiera haber hecho responsables de sus actos, –por tanto, sin haber podido pecar nunca– hayan muerto?
Parece lógico deducir, pues, que, según la primera parte de este texto, lo que se transmite no es el pecado de Adán sino la muerte: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres” (Romanos 5:12 pp.); es decir, aunque no somos responsables del pecado de Adán, porque no pudimos cometerlo, Dios nos lo imputa por el principio de representatividad aludido antes, y, al igual que Adán, consecuentemente, todos también hemos perdido la vida eterna, “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23 pp.).
Sin embargo, Dios –que no abandona a la humanidad a las consecuencias de la rebelión de la Primera Pareja humana– provee una salida justa: “mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Es decir, en Adán perdemos la vida eterna, pero “el postrer Adán” (1 Corintios 15:45) –Jesucristo– obtiene la vida eterna que perdió Adán, y la concede gratuitamente a todo el que la quiera y aprecie el sacrificio expiatorio de Cristo, ejerciendo fe en su poder salvador, por medio de su Espíritu Santo y su Palabra (Ap. 3:20; 22:17).
Esta deducción –la de que la muerte primera es únicamente consecuencia del pecado original– es confirmada como verdadera por otros textos, como, por ejemplo, los siguientes: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. (22) Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:21-22).
Y a la misma conclusión se llega mediante los pasajes bíblicos que culminan la argumentación del apóstol Pablo en el capítulo cinco de su epístola a los Romanos, que son los que siguen al versículo doce mencionado; de los cuales citamos a continuación solo a partir del versículo dieciséis, para no extendernos demasiado:
Romanos 5:16-19: Y con el don [es decir, la vida eterna] no sucede como en el caso de aquel uno que pecó; porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación. (17) Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. (18) Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. (19) Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.
Con la anterior premisa o argumentación en mente, podemos entender mucho mejor lo que san Pablo argumenta: “por la transgresión de uno solo reinó la muerte” […] por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres […] por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores” (Ro. 5:17-19). Es decir, por la transgresión –desobediencia o pecado– de Adán vino la muerte a todos los seres humanos, porque en él pecaron todos “antes de nacer”, y por eso fueron condenados –como Adán– a la pena de “muerte temporal” (muerte primera = sueño o inconsciencia total hasta la resurrección), con independencia de que además todos cometieran pecados personales durante sus vidas terrestres.
Esa conclusión demuestra una vez más que la Palabra de Dios no se puede comprender correctamente sino se comparan los textos relacionados entre sí, pues unos arrojan luz sobre los otros, aclarando, ampliando o añadiendo algún detalle, como los que acabamos de citar; además, ciertos textos que son claves, es bueno compararlos en otras versiones o traducciones de la Biblia.
A este respecto, y como habíamos anticipado, presento a continuación la única versión, que he encontrado, que traduce de forma distinta la última cláusula de Romanos (5:12): “en quien todos pecaron”, en lugar de “por cuanto todos pecaron”
Sagrada Biblia-Versión de la LXX al español por Guillermo Jünemann (Jünemann):
Romanos 5:12 (Jünemann): Por esto, así como por un hombre el pecado en el mundo entró, y, por el pecado la muerte; y así a todos los hombres la muerte pasó; en quien todos pecaron;
Aquí podemos comprobar que desaparece la contradicción que señalábamos antes, pues la última frase se traduce por “en quien todos pecaron”, en lugar de “por cuanto todos pecaron”. Queda, pues, claro que la preposición más el pronombre relativo –“en quien”– se refieren a Adán –el primer hombre que pecó–: “en quien [Adán] todos –la humanidad entera de todas las edades– pecaron”; luego la muerte primera no es consecuencia de nuestros pecados personales sino de la transgresión o desobediencia de Adán, la cual se imputa a “todos” –la humanidad entera– : “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5:19); es decir, al igual que es imputado a la humanidad el pecado de Adán, y por el pecado viene la muerte a todos, por la fe en Jesucristo viene la justificación por gracia, y con ello la vida eterna que perdió Adán: “Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. (18) Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. (Romanos 5:17-18).
Llegado a este punto, he de reconocer que no hubiera sabido que en el pasaje clave –Romanos 5:12–, los traductores durante siglos habían omitido traducir las palabras “en quien” o “ en el cual” hasta que leí el libro titulado “Jesús de Nazaret II (Su Persona y sus Obras)” del autor don Pedro de Felipe del Rey, Licenciado en Teología y Filología románica–, que tuve el privilegio de conocer porque él me contactó a través de mi web, comunicándome que había publicado algunos libros, entre los que se encontraba el citado, del que extraigo los siguientes párrafos:
“14) Por tanto, el resultado fue que el Concilio de Trento impuso la doctrina de Agustín sobre la transmisión del pecado original fundada en Romanos 5:12; pero la letra de ese texto quedó con la supresión del pronombre relativo “ᾧ” (=al “in quo” latino), que había escamoteado Erasmo; y así está ahora el texto de todas las Biblias; eso dio lugar a la creencia de que cada persona muere por sus pecados personales. Esa creencia la estableció Erasmo por dos caminos:
a) En primer lugar, al suprimir el pronombre griego relativo “ᾧ” = al “in quo” latino, cortó la relación del pecado de todos los hombres con el pecado de Adán (en contra de Agustín); por tanto, cada uno muere por sus pecados personales, cosa que es imposible según el texto griego, que dice: “porque en el cual (=“ᾧ” ) todos pecaron”; esto significa que sí pecaron en Adán (Adán es el complemento circunstancial de lugar en el que pecaron); y ¿cuándo pecaron?, pues cuando Adán pecó, pecaron juntos con él, al mismo tiempo que él; por consiguiente, todos pecaron antes de haber nacido; es decir, cuando Adán pecó, adquirió la mortalidad para todos, porque todos pecaron en él y con él; por tanto, es imposible que la muerte mencionada en Romanos 5:12, sea por causa de los pecados personales de cada persona; esto establece de forma concluyente que, al producirse la muerte, no hay un alma inmortal e inmaterial, que vaya al cielo, al infierno o al purgatorio por causa de sus pecados personales; por esto, tras la muerte, no hay ningún juicio hasta que llegue la resurrección; entonces, Cristo decidirá adónde va cada uno por causa de sus pecados personales, según Juan 5:28-29; 2 Corintios 5:10; 2 Timoteo 4:1; es decir, los pecados personales se pagan después de la resurrección; por consiguiente, la muerte actual sólo es por causa del pecado de Adán, y consiste en un sueño hasta la resurrección, según 1 Tesalonicenses 4:13-18; 1 Corintios 15:21-23; etc.”
(Párrafo 14, página 306-307 de “Jesús de Nazaret II (Su Persona y sus Obras)” del autor don Pedro de Felipe del Rey) (1).
5. ¿Imparte Dios su Gracia mediante el Bautismo? ¿Son privados de esa Gracia los niños que no son bautizados antes de su uso de razón?
Puede, querido hermano, que la explicación antecedente le sea de utilidad para aclarar sus dudas sobre si sería necesario que el Bautismo se aplicara no solo adultos sino también a niños sin uso de razón. No obstante, como usted sigue aportándome interesantes argumentos al respecto, no me queda más remedio que tratar de responderle, por si lo expresado arriba no hubiera sido suficiente para disipar sus dudas sobre este tema que no es fácil de entender. A continuación transcribo sus comentarios al respecto, para seguir comentándoselos:
“¿Por qué nosotros debemos esperar para consagrar a nuestros hijos por medio del Bautismo a una edad ya adulta? Pienso que no hay excusa suficiente para tardar en impartir la Gracia que Dios gratuitamente nos regala, a nuestros hijos infantes, como lo predica Mateo 10:8. Me parece que debemos darle a nuestros hijos, además de la vida biológica, también la “vida abundante”, el nacer del agua y del Espíritu.
“Hago el siguiente símil: Los niños tienen derechos humanos, no por tener uso de razón, sino simplemente por ser una persona humana. Por ejemplo, tienen derecho a una nacionalidad y los Estados deben dársela, no esperar a ver que nacionalidad escogen, ¿y mientras tanto qué? desamparados, sin protección y sin patria, ¿imposible, verdad? Bien, creo que con el Bautismo pasa algo similar, conviene que esta consagración se realice a la más temprana edad para poder formar parte de la Iglesia de Cristo. Así como nacen hijos con derecho a una nacionalidad, de una familia de cristianos nacen hijos también con ese privilegio: ser cristianos. Por eso las iglesias, evangélicas en este caso, no pueden negar el derecho a que los infantes sean bautizados. Recordemos lo que nos dice Jesús a través de Mateo 19:14: Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos.
“Ahora, ¿qué nos garantiza que el bautizarse en edad adulta es lo apropiado? Si un adulto se bautiza sin convertirse de corazón, ‘no sirve’
[…]
“Recordemos también que el bautizo nos concede el Espíritu Santo, así que si sólo sirviera para quitar el pecado, Jesús no se habría bautizado puesto que Él no tenía pecado. A los niños en el bautizo se le borra el pecado original, reciben el don del Espíritu Santo y son insertados con la dignidad de hijos de Dios en su iglesia.
“Jesús fue insertado en la antigua alianza a los ocho días de nacido, por medio de la circuncisión y considero que este es el ejemplo que debemos seguir.” (Antonio).
En relación con el bautismo de Jesús y las razones que tuvo para bautizarse, le recomiendo que lea: La importancia del Bautismo y su relación con la Salvación.
En lo que he escrito hasta aquí hemos visto que el Bautismo por sí mismo no imparte ninguna gracia ni libera de ningún pecado, ni concede el Espíritu Santo. No es un acto mágico –no es un sacramento como lo entiende la Iglesia católica, que infunde Gracia y purifica de todo pecado– mediante el cual se nos dé el nuevo nacimiento en Cristo, se nos limpie de todo pecado personal, y se nos regenere nuestra naturaleza caída, convirtiéndonos en hijos de Dios, dejando de ser pecadores, para ser perfectos a semejanza de Jesucristo; sino que todo eso se consigue por medio de la fe, mediante la Palabra de Dios y el Espíritu Santo. Pero el camino cristiano empieza antes del Bautismo, y éste es un hito importante en el proceso de regeneración y santificación. Desde luego, en muchos casos el Bautismo es el inicio de la vida cristiana, y también debería ser el comienzo del proceso de santificación y crecimiento espiritual que debe durar toda la vida del creyente, aunque no se pueda alcanzar la total perfección, pues siempre quedan rasgos de nuestra naturaleza caída, que son defectos de carácter y de personalidad, algunos heredados de los genes de los progenitores o antecesores y otros debidos a la educación e influencias sociales.
Sin embargo, el proceso de salvación y de regeneración de la previa naturaleza carnal y pecadora se inicia cuando –por la acción del Espíritu Santo y su Palabra, que habla a nuestras conciencias– reconocemos que somos pecadores y culpables por nuestros pecados personales y nos arrepentimos; es en ese momento cuando Él nos hace nacer de nuevo como una criatura en Cristo (Jn. 3:5; Hch. 2:38-39; 2 Co. 5:17), y nos adopta como sus hijos (Ro. 8:14-17; Gá. 4:6-7), y nos limpia de todos nuestros pecados, reconciliándonos con Dios (2 Co. 5:17-21), entonces empieza el proceso de santificación y de regeneración que debe durar toda la vida del creyente. El Bautismo es la señal visible para nosotros mismos y para la iglesia de que Dios nos ha hecho sus hijos; pero nuestra vidas en Cristo pudieron haber empezado mucho antes del acto bautismal, pero en ese momento se adquiere un mayor compromiso y consagración si cabe, porque se manifiesta al mundo la obra de Dios en nosotros, y al hacernos testigos de Cristo, como dice San Pablo, “nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:18-20). Veamos los textos completos:
2 Corintios 5:17-20: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (18) Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.
Se puede estar en Cristo antes del Bautismo, pero si nos negamos a cumplir el mandamiento del Bautismo es señal de que aún no nos hemos convertido de nuestros pecados, porque nadie que haya nacido de nuevo en Cristo desobedece voluntariamente los mandamientos de Dios. Veamos los textos que prueban lo que antecede:
1 Juan 3:6-11: Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. (7) Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. (8) El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. (9) Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. (10) En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. (11) Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros.
1 Juan 5:18: Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca.
Hebreos 10:26-27: Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, (27) sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.
Tito 2:11-15: Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, (12) enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, (13) aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, (14) quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. (15) Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie.
Tito 3:4-11: Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, (5) nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, (6) el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, (7) para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna. (8) Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres. (9) Pero evita las cuestiones necias, y genealogías, y contenciones, y discusiones acerca de la ley; porque son vanas y sin provecho. (10) Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo, (11) sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio.
6. ¿Tienen una naturaleza pecadora todos los seres humanos desde que nacen hasta que mueren que les inclina a pecar? ¿Hasta qué punto somos libres para pecar o no pecar?
Este es un tema en el que tampoco hay un acuerdo o consenso completo en el cristianismo. La historia de la Iglesia cristiana registra posturas muy enfrentadas al respecto. Desde Pelagio hasta Calvino pasando por Agustín de Hipona, Martín Lutero, Erasmo de Rotterdam, Jacobo Arminio, etc. Pero no puedo evitar afrontarlo de nuevo, porque usted, estimado hermano, inteligentemente me lo plantea con sus siguientes argumentos:
“Otro argumento que esgrimen estas iglesias evangélicas es el porqué bautizar a los infantes, si éstos no tienen pecado ni uso de razón para creer.
“Al respecto creo que los niños, aunque no han cometido pecados personales, son pecadores: tienen el pecado que cometieron Adán y Eva, que se llama pecado original. Y como dice el Rey David: He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre. (Salmo 51:5) El apóstol Pablo dice: Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos. (Romanos 5:19) (Antonio).
¿Son los niños sin uso de razón, los que no han podido cometer aún pecados personales, pecadores? O bien ¿nacen todos los niños puros e inocentes y son la educación que reciben y la influencia de la sociedad las causas de que su primigenia pureza se transforme en impureza, y se tuerzan, perviertan o depraven convirtiéndoles en pecadores? ¿Podemos encontrar a alguna persona que nunca haya pecado? ¿Qué dice la Biblia al respecto?
Las Sagradas Escrituras afirman “que todos están bajo pecado”, y que “No hay justo, ni aun uno”, “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:9,10,23). Esta es una verdad bíblica fundamental que se confirma continuamente mediante nuestro vivir cotidiano, y se hace evidente diariamente porque constantemente lo estamos experimentando; ¿existe alguien que haya conocido a alguna persona perfecta que nunca haya pecado por acción –palabra/obra–, omisión, pensamiento o intención?
1 Juan 1:10: Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él [Dios-Jesucristo] mentiroso, y su palabra no está en nosotros.
Nadie sensato negará esta realidad: todos somos pecadores; pero ¿son también pecadores los niños sin uso de razón, a los cuales no se les puede atribuir ningún pecado personal, puesto que no son responsables de sus actos? ¿Son pecadores porque nacen así, es decir, inocentes pero con una naturaleza humana contaminada por el pecado?
Si decimos que el ser humano nace puro, acto seguido, deberíamos preguntarnos, ¿cómo de puro? ¿En qué consistiría esa pureza? ¿Solo porque su cerebro y conciencia son vírgenes? Pero ¿no se heredan, también, ciertas tendencias, debilidades y fortalezas de la carne, junto con cierto temperamento? Creo que usted, querido hermano, acierta en la interpretación que hace de los siguientes textos:
Y como dice el Rey David: “He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). El apóstol Pablo dice: “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5:19) (Antonio).
La Palabra de Dios, confirmada por nuestra experiencia, nos dice que esa es la realidad: todos nacemos con una naturaleza carnal pecaminosa, o inclinada al pecado, es decir, “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). Y San Pablo insiste: “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7); “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado” (Romanos 7:14). Esta es la condición que tienen todos los seres humanos desde que nacen físicamente.
Todo ser humano nace, pues, siendo incapaz de entender “las cosas que son del Espíritu de Dios”, y en “enemistad contra Dios”; características que, al ser propias de la naturaleza humana carnal, permanecen hasta que se produce la conversión y el nuevo nacimiento que procede del Espíritu de Dios; y, aunque nuestra débil naturaleza carnal no termina sino con la muerte primera, desde el momento de la regeneración, el creyente ya no se deja llevar por los deseos o concupiscencias de la carne (Santiago 1:12-18) –entiéndase que éstos no son solo los que se refieren al sexo, sino los que abarcan todos los aspectos humanos– porque es guiado por el Espíritu de Dios (Romanos 8:14), y lo carnal es controlado por el Espíritu Santo que mora en él, siendo solo entonces cuando ya no vive “según la carne, sino según el Espíritu” (Romanos 8:9).
Seguramente, ahora comprendemos mejor por qué dijo Jesús, “que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Y también: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. (7) No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:6,7). Veamos algo de su contexto:
Juan 3:3-7: Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (4) Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? (5) Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. (7) No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo.
Por lo tanto, en el Reino de Dios no pueden entrar los que no sean “guiados por el Espíritu de Dios”, pues solo “éstos son hijos de Dios”; “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:14,17).
Tanto Jesús como el Padre nos piden: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Jesús en ese capítulo habla de la ley moral, cuyo cumplimiento no debe ser legalista, pues no basta con no transgredir externamente sus mandamientos sino que va mucho más lejos, a las intenciones del corazón humano; lo que quiere decir que la ley moral no se cumple con actos voluntariosos que provengan de una persona no convertida que se limita a obedecer exteriormente una, más o menos, larga lista de mandamientos, sino que nos exige: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. (38) Este es el primero y grande mandamiento. (39) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39).
Sin embargo, esta exigencia es imposible de cumplirla en “la carne” porque en ella impera “la ley del pecado” (Romanos 7:25). Veamos parte del razonamiento de San Pablo:
Romanos 7:14-25: Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. (15) Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. (16) Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. (17) De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. (18) Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. (19) Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (20) Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. (21) Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. (22) Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; (23) pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. (24) ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (25) Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.
Aunque el ser humano tiene libertad para elegir entre multitud de opciones posibles, porque nadie coacciona su voluntad, cuando vive carnalmente suele ser esclavo de sus pasiones y deseos; pero la única verdadera libertad es la de reconocer la Verdad que es Cristo (Juan 8:31-36; Romanos 6:16-22), para, de esta manera, recibir su Espíritu para vencer los deseos de la carne y “la ley del pecado” con “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús” (Juan 8:31-36; Romanos 8:2).
7. ¿Cuál fue la solución divina al problema causado por la pecadora humanidad?
Dios nos libra de la ley del pecado y de la muerte (la muerte segunda) dándonos Su Espíritu cuando aceptamos a Cristo como Salvador y Redentor. Pero mejor veamos cómo nos lo relata el gran apóstol Pablo:
Romanos 8:1-4: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. (2) Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. (3) Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; (4) para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
Es decir, la ley moral ya no puede condenarnos porque “nuestro viejo hombre –lo carnal– fue crucificado juntamente con él [Cristo], para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (7) Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. (8) Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Romanos 6:6-8).
Romanos 8:5-17: Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. (6) Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. (7) Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. (9) Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. (10) Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. (11) Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. (12) Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; (13) porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. (14) Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (15) Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (16) El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (17) Y si hijos, también herederos;(A) herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados
8. Conclusión
El Bautismo es el signo externo de la regeneración espiritual o nuevo nacimiento que Dios ha operado en la vida del creyente. Es la evidencia visible de que se han efectuado ya los cambios espirituales a los que apunta el Bautismo; pero no debemos interpretar que el propio acto bautismal tiene en sí mismo propiedades milagrosas capaces de borrar el pecado original, o los pecados personales, ni incluso de transformar al pecador y darle el nuevo nacimiento, pues todo ello es obra de Dios, que se obtiene por la sola fe, y no cumpliendo los mandamientos de Dios, ni realizando ninguna alguna obra por buena que sea. El Bautismo es un mandamiento más de Dios (Mt. 28:19-20; Mr. 16:16; Hch. 2:38,39), que no debemos cumplir para tratar de salvarnos sino porque ya somos salvos y queremos agradar a Dios cumpliendo en todo su voluntad. El cumplimiento de la ley de Dios (Mateo 5; 22:37-39) no es un acto voluntarioso y legalista sino que es el resultado del nuevo nacimiento en Cristo, que proviene de un corazón regenerado donde mora el Espíritu Santo, que produce en nosotros sus frutos de “amor, gozo, paz…” (Gálatas 5:22-25).
Por otro lado, soy consciente que fundamentándonos solo en la Palabra de Dios no podemos afirmar con absoluta rotundidad que el Bautismo únicamente se pueda representar o celebrar mediante la inmersión total en agua del catecúmeno, pues es posible que sea bíblico también realizarlo mediante rociamiento, aspersión o ablución de agua sobre la cabeza del aspirante, y en este caso simbolizaría la unción del Espíritu Santo (1ª Juan 2:20,27).
Sin embargo, hay detalles en el NT que parecen sugerir que, en la Iglesia de los apóstoles, el Bautismo se celebraba por inmersión en agua, y de ahí que la propia palabra griega “baptizein” –de la que deriva “bautismo”– tenga el sentido de sumergir totalmente en agua; por otro lado, tanto en el Bautismo de Jesús (Mt. 3:16) como en el del etíope eunuco (Hechos 8:27-39) se habla de “subir del agua”, lo que se puede interpretar como levantarse del agua donde previamente habían sido sumergidos; pero como ya lo expresé arriba esto no es una prueba definitiva, aunque los siguientes textos también sugieren una “sepultura en agua” como mejor símbolo para representar el Bautismo que es morir el hombre pecador –al ser sepultado en agua– y resucitar como nueva criatura en Cristo –al emerger del agua como nacido de nuevo– (Ro. 6:3-8; Col 2:12; 2 Co. 5:17).
Romanos 6:3-8: ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? (4) Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.(A) (5) Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; (6) sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (7) Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. (8) Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él;
Colosenses 2:12: sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos.
Desde mi perspectiva bíblica actual entiendo que el Bautismo solo procede recibirlo a personas con uso de razón, pues la primera y única condición es “creer”, es decir, tener fe en Cristo: “El que creyere y fuere bautizado será salvo” (Mr. 16:16); y un niño hasta cierta edad es incapaz de creer y de entender el Evangelio de la Gracia y de la salvación. Como ya hemos probado, de este texto aislado no podemos deducir que la salvación es mediante la fe y las obras, porque si así lo afirmamos contradeciríamos a otros pasajes de la Palabra de Dios que indican que es Dios el que salva mediante la fe del creyente (Ro. 3:24,28; Ef. 2:8,9), sin las obras de la ley (Ro. 3:28; 4:3-5; Gá.3:16).
Efesios 2:8-9: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se gloríe.
Romanos 3:24: siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,
Romanos 3:28: Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.
Romanos 4:3-5: Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. (4) Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; (5) mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.
El pecado original es la causa de la muerte primera (Ro. 5:12; 1 Co. 15:21) –la que todos experimentaremos en algún momento, si antes no se produce la venida gloriosa de Jesucristo (1ª Tes. 4:13-18)–. Esta muerte es como un sueño, es decir, un estado de inconsciencia hasta la segunda venida de Cristo, y no tiene consecuencias eternas para los que le aceptan y viven de acuerdo a su fe, pues ellos serán resucitados y transformados a semejanza de Jesús resucitado (1ª Co. 15).
La muerte primera no es un castigo por nuestros pecados personales, sino solo consecuencia del pecado de Adán y Eva: “Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Romanos 5:17). El juicio de Dios por nuestros pecados personales se produce en la resurrección. Y los “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:24), no tienen nada que temer en ese juicio, pues Él los ha redimido.
Ciertamente, pues la Palabra de Dios y nuestra experiencia así lo ratifican, el pecado original no solo transmitió la muerte sino también por él mismo “los muchos fueron constituidos pecadores” –“por cuanto todos pecaron” (Ro. 3:23), aunque también “por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Ro. 5:19). Es decir, nacemos con una naturaleza carnal que es pecaminosa, que permanece durante toda la vida, y que necesariamente necesita una regeneración o nuevo nacimiento en el Espíritu, porque “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6).
Sin embargo, Jesús nació “Santo” (Lucas 1:35), es decir, sin pecado original, porque ¿cómo podía Él liberar a la humanidad si hubiera tenido su mismo problema (Mt. 1:21; Jn 1:29)? Cristo es “el postrer Adán” (1ª Corintios 15:45), y, por tanto, debía tener la naturaleza humana perfecta que tenía el Primer hombre –Adán–, antes de la Caída. Por eso la Sagrada Escritura repite varias veces que Jesús no tuvo ni cometió pecado alguno (Jn 8:46; 2 Co. 5:21; Heb.. 4:15; 1 P. 2:22; 1 Jn. 3:5):
2 Corintios 5:21: Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
Hebreos 4:15: Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.
1 Pedro 1:18-20: sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros,
1 Pedro 2:22: el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca;
1 Juan 3:5: Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él.
Cuando la Palabra declara que Dios envió “a su Hijo en semejanza de carne de pecado” (Romanos 8:3), quiere decir, que era semejante en todo a nosotros, que somos “carne de pecado” o “pecaminosa”; pero semejante no equivale a que Él fuera igual a nosotros también en ese aspecto, pues Él como “postrer Adán” (1ª Corintios 15:45), fue engendrado por el Espíritu Santo (Mt. 1:20). “Al que no conoció pecado, por nosotros [Dios] lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). Leamos también el pasaje de Romanos 8:3 completo:
Romanos 8:3: Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne;
Resumiendo lo que entiendo por “pecado original”: cuando la Primera Pareja –Adán y Eva– desobedeció la clara orden de Dios – “mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17)–, se produjo un cambio en su naturaleza humana, que era santa y estaba en comunión con Dios, iniciándose su depravación, al ser contaminada por el pecado, y, entonces, se produjo la separación de Dios. Pues bien, llamo “pecado original” –“el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12)– a la naturaleza pecaminosa que adquirió la Primera Pareja con su Caída, y que ha ido transmitiéndose, a través de sus descendientes, generación tras generación hasta nuestros días, la cual todo ser humano llevará hasta su muerte o el fin del mundo. Así lo explica el gran apóstol Pablo:
Romanos 5:18-19: Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. (19) Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.
Esta es la lógica del Plan de Salvación de Dios para la humanidad. “…porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación. (17) Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Romanos 5:16-17).
Por tanto, los seres humanos nacemos pecadores (Salmos 51:5), es decir, con una naturaleza imperfecta o pecaminosa, egoísta, tendente a pecar, lo que nos lleva irremisiblemente a pecar desde que tenemos uso de razón, y “la paga del pecado es muerte, mas la dadiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
Ninguno ser humano puede librarse de esa muerte primera –temporal, pasajera, un dormir inconsciente, como la describe la Sagrada Escritura–, excepto los salvos que vivan en el momento de la Segunda Venida de Cristo (1ª Corintios 15:51-56; 1ª Tesalonicenses 4:13-18; Juan 5:28,29).
1 Corintios 15:51-54: He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, (52) en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.(K) (53) Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. (54) Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria.(L)
1 Tesalonicenses 4:13-18: Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. (14) Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. (15) Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. (16) Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. (17) Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.(A) (18) Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.
Juan 5:28-29: No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; (29) y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.
Naturalmente Dios no nos inculpa los pecados de nuestros padres sino que “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4,20,31). Esos textos, sin duda, se refieren a la responsabilidad del individuo no colectiva. En mi artículo, “Por qué Jesucristo puede salvarnos de la muerte”, hago el siguiente análisis de los mencionados textos, que transcribo para ahorrarle tener que leerlo todo:
Cuando Dios dice “el alma que pecare esa morirá”, lo primero que debemos preguntarnos aquí es: ¿A qué muerte se está Él refiriendo, la primera o la segunda muerte? Esto es fundamental saberlo. Para averiguarlo, supongamos, en primer lugar, que Dios está hablando de la muerte primera, es decir, aquella que nos iguala a todos porque algún día la experimentaremos.
En ese caso, al preguntarnos –¿por qué todos los que se han arrepentido de sus pecados y apartado de toda iniquidad, con un corazón nuevo y un espíritu nuevo, todavía mueren (Ezequiel 18:22,32)? -enseguida encontraremos en las palabras del Señor, algo sin sentido que no encajaría con la realidad de nuestro mundo, pues nuestra experiencia nos dice que, hasta ahora, nunca ha habido nadie, en este planeta tierra, que se salvara de sufrir la primera muerte, salvo las dos excepciones que relata la Biblia –Enoc y Elías.
Continuando con el análisis de Ezequiel 18:32, cuando “dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis.”, Él no se está refiriendo a la primera muerte, de la que nadie puede escapar (salvo los creyentes que estén viviendo en el momento de la segunda venida de Cristo en gloria- 1 ª Tesalonicenses 4:13-18). Evidentemente, nadie, salvo las excepciones citadas, será librado de la primera muerte, sino que Dios declara que aquellos que se arrepientan y se conviertan vivirán, puesto que “la segunda muerte no tiene potestad sobre ellos” (Apocalipsis 2:11; 20:6; 20:14; 21:8). Les librará de la segunda muerte y vivirán eternamente, pero no de la primera muerte que es común a toda la humanidad como herederos del pecado de Adán.
Por tanto, cuando Dios dice “el alma que pecare esa morirá”, se está refiriendo, sin duda, a la segunda muerte, pues de la primera nadie se salva. En nuestra opinión, esto quiere decir, que las criaturas no tienen vida en sí mismas, sino que toda vida depende del Creador, y por consiguiente no pueden tener un alma inmortal. La Biblia dice que el único inmortal es Dios (1ª Timoteo 6:16), luego las criaturas no tienen inmortalidad.
Y aquí debo dejar el tema del pecado original que ni mucho menos está agotado. No obstante, le recomiendo que lea también el siguiente artículo, porque en él trato el tema de la naturaleza impecable de Jesús:
¿Por qué solo Jesucristo, Dios-Hombre puede salvar?
Espero haberle sabido responder a sus interesantes preguntas, no obstante, quedo a su disposición en lo que pueda servirle.
Afectuosamente en Cristo
Carlos Aracil Orts
Referencias bibliográficas
*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
(1) Jesús de Nazaret II (Su Persona y sus Obras); Pedro de Felipe del Rey, Licenciado en Teología y Filología románica; Ediciones Alymar, 2013.