¿Por qué es necesario nacer de nuevo?
La vida nueva en Cristo
Versión: 03-02-2021
Carlos Aracil Orts
1. Introducción*
Jesús dijo a Nicodemo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). Estas palabras de Jesús expresan la condición universal que Dios requiere al ser humano para que sea salvo. Y, para que nadie aún albergue alguna duda, Él lo confirma, lo aclara y lo reitera en los tres siguientes textos:
“Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. (7) No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Jn. 3:5-7).
En estas pocas palabras de arriba, nuestro Señor Jesucristo nos ha enseñado, en primer lugar, cómo se nace de nuevo, y en segundo lugar, la razón por la que es imprescindible nacer de nuevo para alcanzar la salvación eterna.
¿Cómo podemos nacer de nuevo?
Así como no intervenimos en nuestro nacimiento físico, tampoco podemos actuar en el nacimiento espiritual. Es decir, el nuevo nacimiento del ser humano es una obra exclusiva de la acción del Espíritu Santo. Pero notemos que Jesús se refirió a que en ese proceso intervienen dos elementos: “nacer de agua” y “nacer del Espíritu”. Esto quiere decir que el Espíritu de Dios usa esta “agua” como instrumento para engendrar espiritualmente al ser humano, que ha nacido siendo solo “carne”.
Este estudio bíblico tratará de presentar los textos y argumentos bíblicos para probar lo siguiente:
Primero, el agua simboliza dos cosas al mismo tiempo:
A) La Palabra de Dios (Stgo. 1:17,18; cf. 1 P. 1:23-25), “porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Ro. 1:16) y es el medio que el Espíritu Santo utiliza para convertir y convencer de pecado a los seres humanos.
B) El bautismo por inmersión en agua, ordenado por Dios a todo ser humano nacido de nuevo (Mt. 28:19; Mr. 16:16; Hch. 2:38-39).
Segundo, la “carne” no se refiere a la materia de la que está formada toda criatura humana.
Es imprescindible desterrar de nosotros todo concepto helenista, platónico, o gnóstico que considere despreciable, inútil y mala la “carne”. Tengamos siempre presente que Dios, el Verbo, segunda Persona de la Divinidad, “fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Jn. 1:14); E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles, Predicado a los gentiles, Creído en el mundo, Recibido arriba en gloria” (1 Timoteo 3:16).
Sin embargo, la “carne” de Cristo, aunque de la misma sustancia física que la de cualquier ser humano no era pecaminosa, “porque lo que en ella [María] es engendrado, del Espíritu Santo es” (Mt. 1:20), “por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lc. 1:35).
Hebreos 2:14-18: Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él [Cristo] también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, (15) y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. (16) Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. (17) Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. (18) Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.
Hebreos 5:7-9: Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. (8) Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; (9) y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen;
Jesús aunque “en todo semejante a sus hermanos”, era también distinto a todos los seres humanos, pues Él tenía una naturaleza humana perfecta, sin ninguna tendencia al pecado, pues fue santo desde su nacimiento, como vimos en el párrafo de arriba. Esto quiere decir que, al igual que Adán antes de su Caída, su voluntad estaba inclinada al bien. Cristo era “sin mancha y sin contaminación” (1ª Pedro 1:19); “el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1. P.2:22); “no conoció pecado” (2ª Corintios 5:21); “uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15); “Y sabéis que él [Cristo] apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él [Cristo]” (1 Juan 3:5). Si Cristo hubiera nacido con una naturaleza igual a la nuestra, Él no podría ejercer de Salvador, puesto que Él mismo necesitaría ser salvado. (1)
La “carne” es la condición natural en la que nace todo ser humano, egoísta, separado e ignorante de Dios; en la que no puede habitar el Espíritu Santo. Por eso nos dice la Palabra: “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender…” (1 Co. 2:14).
Tercero, con el nuevo nacimiento da comienzo la vida cristiana:
Solo entonces empieza el proceso de crecimiento espiritual, que a diferencia del crecimiento físico que se detiene al llegar a la edad adulta, debe continuar durante toda la vida del creyente (Ef. 4:13-16), madurando día a día hasta asemejarse a Cristo, ser hecho a Su imagen y tener la mente de Cristo (1 Co. 2:16).
El propósito de Dios es recrear al ser humano a la imagen de Cristo. De ahí que necesitamos aprender más de nuestro modelo Jesucristo, especialmente en lo que más le caracterizaba, que siendo Dios se hizo hombre, “y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil.2:6,8). Asimismo nos mandó en Su Evangelio: “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt. 11:29).
Si queremos hacer la voluntad de Dios, debemos siempre tener en la mente Su propósito, del cual nos exhorta también nuestro amado apóstol Pablo: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, (6) el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, (7) sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; (8) y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (9) Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, (10) para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; (11) y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:5-11).
Cuarto, la vida nueva en Cristo debe consistir en “crucificar la carne con sus pasiones y deseos” (Gá. 5:24), “despojándose del viejo hombre”, “sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Ro. 6:6; cf. Ef. 4:22-24; Col. 3:5-15).
Los pasos que deberíamos seguir si queremos hacer la voluntad de Dios, y alcanzar la salvación y con ello la vida eterna, son:
- Aceptar que Dios nos recree a la imagen de Su Hijo Jesucristo, a partir del nacimiento “de agua y del Espíritu” (Juan 3:5), a fin de que “lo que es nacido de la carne, que es carnal, sea nacido del Espíritu, que es espiritual” (parafraseado de Juan 3:6). Lo que nos hace idóneos para entrar en el Reino de Dios. Porque esta transformación de nuestra vida carnal a espiritual no se hará sin nuestro consentimiento.
- Reconocer que la “carne”, que es la condición natural del ser humano, significa que nacemos espiritualmente muertos y permanecemos así hasta que nos arrepentimos de nuestros pecados, admitimos nuestra impotencia para cambiar nuestra situación ante Dios, deseamos y le pedimos la conversión, regeneración o nuevo nacimiento.
- Una vez nacidos de nuevo, se inicia la vida nueva en Cristo, con un claro objetivo en mente: asemejarse a Cristo, llegar a ser Su misma imagen, así como Él es la imagen del Padre.
Si de verdad aceptamos y obedecemos el Evangelio de Salvación, tendremos paz, seguridad y felicidad en el presente, y, en el futuro, la vida eterna en la Jerusalén Celestial (Hebreos 12:22).
“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; (21) el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosa” (Fil 3.20-21).
2. ¿Por qué nos “es necesario nacer de nuevo”, “de agua y del Espíritu” (Juan 3:3, 5-7)?
“Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. (7) No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Jn. 3:5-7).
En el versículo 6, Jesús mismo contesta a la pregunta que nos hemos planteado en este epígrafe. Nos “es necesario nacer de nuevo” porque “lo que es nacido de la carne es carnal”; es decir ese ser humano, tal como es engendrado por sus padres, nace físicamente con una naturaleza carnal pecaminosa, que no es idónea o adecuada para el Reino de Dios.
Sin embargo, Dios, que había previsto el problema del pecado del hombre antes de la creación del mundo, puesto “que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Ef. 2:4-7).
La única solución posible al problema del pecado y de la “carne” pecadora o “cuerpo de pecado” (Ro. 6:6), que significa que nacemos espiritualmente muertos (Ef. 2:1,5), la aporta Dios mismo, al darnos “vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó” (Ef. 2:5). Esta vida nueva que el creyente obtiene en Cristo, equivale a la resurrección espiritual que Él nos otorga cuando Dios nos hace nacer “de agua y del Espíritu” (Juan 3:5), a fin de que “lo que es nacido de la carne, que es carnal, sea nacido del Espíritu, que es espiritual” (parafraseado de Juan 3:6). Lo que nos hace idóneos para entrar en el Reino de Dios. Podemos, pues, entender que Dios, por medio “de agua y del Espíritu”, nos ha dado vida juntamente con Cristo, es decir, éramos muertos espirituales, y nos ha resucitado espiritualmente con Cristo, que es el nuevo nacimiento.
2.1 ¿Qué significa nacer “de agua y del Espíritu”?
Significa ser resucitado espiritualmente con Cristo, es decir, recibir la vida espiritual, de la que se carece cuando uno nace físicamente de nuestros padres terrenales. El nuevo nacimiento es, pues, la obra del Espíritu Santo, que engendra en el pecador la nueva vida en Cristo. Y desde ese momento, somos hijos de Dios: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! (7) Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo” (Gálatas 4:6-7).
Juan 1:12-13: Mas a todos los que [a Cristo] le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.
Entonces, cuando recibimos a Cristo, “Él nos da el poder de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1:12) por medio de Su Espíritu Santo, que nos engendra, es decir, nos regenera o lo que es lo mismo, nos hace nacer de nuevo en Cristo. Aunque esto se puede experimentar en un instante, se necesita un proceso de gestación más o menos largo, que varía con cada persona, en el que el Espíritu Santo prepara nuestros corazones y nos forma por medio “de agua”. Comprobemos ahora qué simboliza esta “agua”.
El agua simboliza dos cosas al mismo tiempo: la Palabra de Dios y el bautismo por inmersión.
A) La Palabra de Dios (Stgo. 1:18; cf. 1 P. 1:23-25), “porque no me avergüenzo del Evangelio porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Ro. 1:16), y es el medio de gracia que el Espíritu Santo utiliza para convertir y convencer de pecado a los seres humanos.
Por tanto, cuando somos resucitados con Cristo es cuando recibimos la naturaleza espiritual, es decir, somos regenerados o engendrados, o nacidos de nuevo por el Espíritu Santo, por medio de “agua”, que es Su Palabra (Stgo. 1:18: 1 P. 2:23-25). En los pasajes citados, que transcribo a continuación, se comprueba perfectamente la equivalencia simbólica de “agua” con “Palabra”, puesto que realmente es la Palabra la que nos hace nacer de nuevo, en lugar del “agua”, que es solos un símbolo.
Santiago 1:18: Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.
1 Pedro 1:23: siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.
Hay otro texto importante que nos habla de que la iglesia –que son los cristianos– ha sido purificada “en el lavamiento del agua por la palabra” (Ef. 5:26); en el que se comprende que la cualidad de purificación física que tiene el agua, representa la función purificadora espiritual que realmente le corresponde a la Palabra de Dios.
Efesios 5:25-27 Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, (26) para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra.
Comprobemos, pues, que la Palabra de Dios es la que nos hace nacer de nuevo por el Espíritu, y la que purifica del pecado, y no el agua que no tiene poder espiritual alguno. Por lo que necesariamente se ha de deducir que “nacer de agua” es equivalente a nacer de la Palabra de Dios.
B) El agua también simboliza el bautismo por inmersión, porque se realiza en agua, y es ordenado por Dios a todo ser humano nacido de nuevo (Mt. 28:19; Mr. 16:16; Hch. 2:38-39).
Mateo 28:18-20: Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. (19) Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; (20) enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.
Marcos 16:15-16: Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. (16) El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.
Hechos 2:38-39: Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. (39) Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.
El bautismo debe practicarse por inmersión en agua, como se deduce de la Palabra de Dios (véase Hch 8:35-40). Por ejemplo, en el episodio de Felipe y el etíope, se ve claramente que “descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. Cuando subieron del agua…” (Hch. 8:38-39). La operación de descender y subir del agua evidencia una inmersión en la misma. Veamos algo del contexto:
Hechos 8:35-40: Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús. (36) Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? (37) Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. (38) Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. (39) Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino. (40) Pero Felipe se encontró en Azoto; y pasando, anunciaba el evangelio en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea.
La inmersión en agua es necesaria para que el bautismo sea un fiel y adecuado símbolo de lo que representa el mismo: la sepultura en agua simboliza la muerte del pecador, y el emerger de la misma simboliza resucitar a una nueva vida en Cristo.
Romanos 6:3-8: ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? (4) Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. (5) Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; (6) sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (7) Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. (8) Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él.
El bautismo es rico en simbolismos. Representa también la purificación y perdón de todos nuestros pecados (Ef. 5:25-27; cf. Hch. 2:38), y, además, “el lavamiento de la regeneración y la renovación en el Espíritu Santo” (Tito:3:4-7). Comprobémoslo:
Efesios 5:25-27 Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, (26) para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, (27) a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.
Tito 3:4-7 Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, (5) nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, (6) el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, (7) para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.
3. Bíblicamente, “carne” es la condición natural del ser humano y significa que nacemos espiritualmente muertos.
La Sagrada Escritura nos descubre, y nuestra experiencia nos lo ha confirmado, que los seres humanos nacemos con una naturaleza carnal pecaminosa, que nos hace incapaces, por nosotros mismos de no pecar. La Biblia nos revela que se trata de una experiencia universal, cuando declara: “todos están bajo pecado” (Ro. 3:9), “No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro. 3:12), “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23); incluso el mismo apóstol Pablo dijo: “yo soy carnal, vendido al pecado” (Ro. 7:14). Leamos también en este mismo capítulo 7, de su Epístola a los Romanos, desde el versículo 21 hasta el final del capítulo:
Romanos 7:21-25: Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. (22) Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; (23) pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. (24) ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (25) Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.
Notemos el significado profundo de las frases del Apóstol que, al enfatizar la pecaminosidad de nuestro yo carnal, nos da a conocer nuestra primigenia naturaleza humana: “…hallo esta ley: que el mal está en mí…. veo otra ley en mis miembros… que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros…con la carne sirvo a la ley del pecado”.
Comparémoslas con otra expresión similar que aparece en el capítulo 6: “para que el cuerpo del pecado sea destruido”, que forma parte del versículo 6 de citada Epístola a los Romanos (6:6):
“Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él [Cristo], para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Ro. 6:6).
Ahora, es necesario volver a reiterar que las siguientes expresiones –“mis miembros” (Ro. 7:23), “cuerpo de muerte” (Ro. 7:24), o “cuerpo de pecado” (Ro. 6:6)–, que es donde actúa la ley del pecado, son todas equivalentes, pero no se refieren a la parte material del ser humano que es el cuerpo, sino que aluden a la totalidad de la unidad psicosomática que es el hombre, pues “la ley del pecado” (Ro. 7:23; 8:2) no está en nuestro cuerpo material –la materia es aséptica–, sino en la “carne”, entendida como el “yo carnal” que se opone al “yo espiritual”.
En el texto citado arriba de Romanos 6:6, resulta claro y evidente que “cuerpo de pecado” es equivalente a “carne”, que como dijimos arriba, no se puede identificar de ninguna manera con la parte material del hombre, sino que se refiere al ser humano entero, que es el “yo carnal”, el cual es necesario destruir, es decir, ir anulándolo, para que, al ser debilitado, pueda siempre prevalecer nuestro “yo espiritual”, recibido en el nuevo nacimiento.
Por tanto, la condición del ser humano, desde que nace hasta que el Espíritu Santo le convierta a Cristo, es de muerte espiritual (Ef. 2:1,5). Porque “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Co. 2:14). Sencillamente, se nace carnal, pero, para ser ciudadano del Reino de Dios con vida eterna, es necesario recibir a Cristo para adquirir el espíritu; es decir, la naturaleza espiritual, que es la que nos hace hijos de Dios. Aclaremos que no se es hijo de Dios hasta ser engendrado espiritualmente por Él, como también se prueba en los siguientes textos:
“Mas a todos los que le [a Cristo] recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-13).
Antes de nacer de nuevo, estábamos muertos en pecados (Ef. 2:1,5), es decir, muertos espiritualmente: “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef. 2:5-6).
Notemos que Dios ve, a los resucitados con Cristo, sentados “en los lugares celestiales con Cristo Jesús”, porque para Él todas las cosas están en un presente eterno: Dios “nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, (4) según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo” (Ef. 1:3-5).
Esta es la razón para que, constantemente, demos “gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; (13) el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, (14) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Col. 1:13-14).
Si somos capaces de vernos a nosotros mismos así como Dios nos ve cuando estamos en Cristo, es porque “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (17) Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:16-17).
Cuando recibimos el nuevo nacimiento, Dios crea en nosotros el espíritu –la dimensión que nos permite la comunión con Él–, es decir, el “yo espiritual”, pero no destruye nuestro “yo carnal”; porque Dios no coacciona nuestra voluntad, nuestro libre albedrío, sino que hemos “sido libertados del pecado –que nos esclavizaba–, y [hemos sido] hechos siervos de Dios” (Ro. 6:22). A partir de ese momento ya somos libres, y debemos elegir colaborar con Dios, pues ante nosotros siguen habiendo dos alternativas: seguir viviendo en la carne” o, por el contario, elegir servir a Dios, “viviendo en el Espíritu”; para experimentar –como San Pablo– “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Por eso, no debe extrañarnos que, aunque ya hayamos nacido de nuevo, se nos siga advirtiendo que “si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Ro. 8:13). La lucha contra la “carne” no acaba en el momento de nacer de nuevo en Cristo, sino que empieza, y se prolonga durante toda nuestra vida; pues a partir de ese momento, –habiendo sido libertados de la esclavitud del pecado– la obediencia al Evangelio (Ro.6:17), depende de que elijamos nuestra manera de vivir, si en la “carne, o en el Espíritu; por ello se nos ordena: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. (17) Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gálatas 5:16-26).
Romanos 6:16-23: ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? (17) Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; (18) y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. (19) Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia. (20) Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia. (21) ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte. (22) Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. (23) Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.
Puesto que con el nuevo nacimiento hemos sido libertados de la esclavitud del pecado, ahora tenemos libertad para pecar o para no pecar, es decir, para seguir viviendo en la “carne” –y entonces moriremos–, o por el contrario, decidimos vivir en el Espíritu, obedeciendo al Evangelio de Salvación. Esto es lo que nos vienen a confirmar los textos citados arriba. Fijémonos especialmente en el versículo 17 y 18: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; (18) y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Romanos 6:17-18). Aquí tenemos una clave para la nueva vida en Cristo: “obedecer de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados”. Otras versiones de la Biblia traducen así:
Romanos 6:17 (NBJ): Pero, gracias a Dios, vosotros, que erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón al modelo de doctrina al que fuisteis entregados,
Romanos 6:17 (N-C): Pero gracias sean dadas a Dios, porque siendo esclavos del pecado, obedecisteis de corazón a la norma de doctrina a la que habéis sido entregados,
La clave, pues, de la victoria en la vida cristiana, es la obediencia y entrega de corazón, sin reservas al Evangelio y a Cristo, “el autor y consumador de la fe” (Heb. 12:1)
4. Una vez que Dios nos ha salvado por medio de Cristo y su Evangelio, iniciamos la Vida nueva en Cristo hasta que se implante Su imagen en nosotros.
Quizá muchos nos hayamos formulado alguna vez la misma pregunta que hizo el carcelero de Filipos a Pablo y Silas (Hechos 16:30):
4.1 “¿Qué debo hacer para ser salvo?”
¿Sabes lo que dice la Palabra de Dios que se le respondió?
“Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:31). Así de simple y de sencillo.
Por tanto, no es necesario ser un héroe, ni un “superman” o una “superwoman”, tampoco hace falta que hagas el Camino de Santiago, ni que peregrines a la Jerusalén terrenal, ni que intentes hacer grandes cosas y méritos para ganarte la salvación; porque la salvación es un regalo de Dios. Lo único que tienes que hacer es aceptar el don que se te ofrece en Cristo.
Pero ¿en qué consiste esa creencia?, ¿qué hay que creer de Jesucristo, además de que existe? Hay que creer en Su Evangelio, y eso implica obedecerlo, porque “la fe sin obras está muerta” (Stgo. 2:26).
4.2 ¿En qué consiste el Evangelio?
¿Por qué el Evangelio salva?
Porque “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Co. 1:3): Su vida, muerte y resurrección a cambio de nuestra vida eterna (Jn. 3:16; Jn. 5:24; 6:39,47,54; 2 Ti. 1:9-10). El Evangelio es la “Buena Nueva de Salvación” que hizo posible Cristo con Su muerte vicaria en la cruz, porque mediante ella, se efectuó la expiación o “propiciación no solo por nuestros pecados sino también por los de todo el mundo” (1 Jn. 1:2; 4:10; cf. Heb. 2:17), la redención o rescate (Mt. 20:28; Mr. 10:45), la justificación (Ro. 3:24, 4:25), la sustitución y la reconciliación con Dios (Ro. 5:8-11; 2 Co. 5:19-21; 1 P. 1:18-25).
Juan 6:39-40,44,47,54: Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. (40) Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.[…] (44) Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. […] (47) De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. ([…] (54) El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.
2 Timoteo 1:9-10: quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, (10) pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio.
Sin embargo, nunca podremos creer esto, si antes no reconocemos que hemos pecado, que somos pecadores, y nos arrepentimos, y, además, aceptamos que Cristo, al sufrir la muerte en lugar de cada pecador, nos limpia de todo pecado. Porque “llevó él [Cristo] mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.” (1 Pedro 2:24). Esto es lo que significa recibir a Cristo y creer en su nombre (véase Jn. 1:12-13).
1 Pedro 1:18-25: sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, (21) y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios. (22) Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; (23) siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. (24) Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; (25) Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.
4.3. La vida nueva en Cristo es posible cuando permitimos que el Espíritu venza a lo carnal que hay en nosotros.
Creer que Cristo murió por mí es también creer que mi “viejo hombre”, es decir, mi yo carnal –de naturaleza pecaminosa que era antes de ser convertido en un hombre espiritual por el nuevo nacimiento– ha sido crucificado juntamente con Cristo (Ro. 6:6). Lo que ocurre, pues, cuando recibimos el nuevo nacimiento, es que el yo carnal aunque debilitado permanece junto al yo espiritual. Por eso se nos exhorta: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, (23) y renovaos en el espíritu de vuestra mente, (24) y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:22-24).
Durante toda nuestra vida cristiana, debemos identificarnos con la experiencia del apóstol Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Los párrafos que cito a continuación son extraídos de mi libro ¿Cuál es la naturaleza del ser humano? (2)
Por tanto, mientras que el ser humano no reciba el Espíritu de Cristo, que le capacita para la comunión con Dios, no tendrá vida espiritual, ni podrá tener paz, ni gozo verdadero, hasta que Dios no le dé el nuevo nacimiento, y con ello inicie su vida cristiana, teniendo siempre en mente, que el propósito final de Dios es crear en la criatura humana la imagen de Cristo, que, a su vez, es la imagen de Dios (2 Co. 4:4; Col. 1:15; Heb. 1:3). Leamos los textos citados:
1 Corintios 2:14: Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.
2 Corintios 4:4: en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.
Colosenses 1:12-17: con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; (13) el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, (14) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados. (15) El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. (16) Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. (17) Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;
Hebreos 1:1-3: Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (2) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; (3) el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.
Romanos 8:29: Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.
Comprobemos en los textos citados, primero, que Cristo es la “Imagen de Dios”, y, en segundo lugar, que el propósito de Dios es transformar al “hombre natural” (1 Co. 2:14) a la Imagen de Cristo (Ro. 8:29), para convertirlo en el “nuevo hombre” (Ef. 4:24; Col. 3:10), de la nueva creación en Cristo, que sustituye al “viejo hombre” (Ro.6:6; Ef. 4:22; Col. 3:5) de la antigua creación que proviene de Adán.
Como decía en el párrafo anterior, para que el “hombre natural” (1 Co. 2:14) se convierta en un hombre espiritual, es necesario que Dios cree en él la “Imagen de Cristo”, lo que solo es posible mediante el nuevo nacimiento por el Espíritu Santo. Y para eso Dios envió a Su Hijo, –que también es el Hijo del Hombre– la imagen de Dios, para que todos los hombres que quieran la salvación y la vida eterna, sean semejantes a Su Hijo, Jesucristo. Es, pues, importante que leamos los textos de más abajo, porque especifican no solo la necesidad de nuestra colaboración o cooperación para recibir la Imagen de Cristo en nuestras vidas, sino que también concretan su significado; lo que sin duda nos ayudará a que Dios conforme la imagen de Su Hijo en nosotros.
Colosenses 3:5-10: Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; (6) cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, (7) en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. (8) Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. (9) No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, (10) y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno.
Notemos que, aunque Dios es el que crea en nosotros Su imagen a partir de la de Su Hijo, esto no se hace sin nuestro consentimiento y nuestra activa colaboración con Él. Por eso se nos insta a que hagamos morir todo lo negativo que procede de lo terrenal, la “carne”. Cuando nos convertimos a Cristo, Dios, por Su Espíritu Santo, nos da el poder de “despojarnos del viejo hombre” y “revestirnos del nuevo”, que va siendo, a lo largo de su vida, transformado “conforme a la imagen del que lo creó [Dios]”.
Por tanto, Dios crea la imagen de Su Hijo en todo nacido de nuevo de forma parcial y potencial, no es una obra totalmente acabada, porque eso significaría someter o coaccionar la voluntad del creyente. Es decir, Dios ha transformado y capacitado al creyente para conseguir ese objetivo, liberando su voluntad de la esclavitud del pecado. Sin embargo, Dios no determina al creyente, sino que le permite que diariamente ejercite su voluntad, tomando sus propias decisiones y elecciones para la consecución de ese fin, en armonía con el Espíritu Santo que mora en aquél. La obra del creyente es, pues, hacer morir al «viejo hombre» y a las obras de la carne, hasta que el «nuevo hombre creado» según Cristo llegue a la plenitud de un verdadero hombre espiritual.
Leamos ahora unos pasajes paralelos que nos ayudan a complementar la visión de cuál es el propósito de Dios para el hombre, y cómo Él lo implanta en todos los seres humanos de buena voluntad.
Efesios 4:20-32: Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, (21) si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. (22) En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, (23) y renovaos en el espíritu de vuestra mente, (24) y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (25) Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. (26) Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, (27) ni deis lugar al diablo. (28) El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. (29) Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. (30) Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. (31) Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. (32) Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.
La victoria sobre todo lo negativo que se describe en los interesantes textos de arriba, es lo que caracteriza al hombre espiritual, en el que mora el Espíritu Santo (1 Co. 3:16; 6:19-20), que le dará Su poder y le capacitará, si él ejerce su voluntad, en armonía con la del Espíritu, para “[despojarse] del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, (23) y [renovarse] en el espíritu de [su] mente, (24) y [vestirse] del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:22-24).
5. Conclusión
Aunque el nuevo nacimiento del ser humano –cuyo significado es que Dios le ha dado la fe en Su Hijo y el poder sobre el pecado, y que ha venido a morar en la criatura humana el Espíritu Santo– se produce en un instante, análogamente a su nacimiento físico, también desde ese mismo momento, debe empezar el crecimiento espiritual, “renovando o transformando su entendimiento” (Ro. 12:1,2) –o “el espíritu de nuestra mente”– “hasta el conocimiento pleno” (Col. 3:10).
Romanos 12:1-2: Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. (2) No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
Con la idea preconcebida que todos poseemos, procedente de nuestra cultura y filosofía griega, enseguida, nosotros pensamos que, el apóstol Pablo, en los versículos de arriba (Ro. 12:1), se está refiriendo solo a una parte del ser humano, que es el cuerpo. Sin embargo, en la antropología bíblica, el cuerpo designa al ser humano total, porque no existe cuerpo humano sin vida, porque ya no sería un cuerpo, sino un cadáver. Esto se confirma en el versículo dos, cuando él nos exhorta a “transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (v.2). El “entendimiento” no es una función del “cuerpo” según nuestros conceptos filosófico y cultural, sino del “alma”, entendida desde esa idea preconcebida. Notemos, además, que el Apóstol se dirige a “hermanos”, es decir, personas ya convertidas a Cristo, nacidas de nuevo por el Espíritu Santo, seres espirituales.
Aunque debemos dejar claro que esta condición o naturaleza espiritual no es una obra humana, sino obra de Dios, absolutamente un don de Su gracia. Sin embargo, a partir de esa condición, ya recibida por gracia, es cuando se nos pide que colaboremos con Dios: “que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Ro. 12:1); y esto consiste en la “renovación de vuestro entendimiento”. Y, solo entonces, cuando obedecemos a Dios voluntariamente y colaboramos con Él, “comprobaremos cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. (Ro. 12:2).
Añado a continuación unos textos para corroborar la idea de que Dios tiene el propósito de crear en el ser humano la Imagen de Cristo, a fin de hacerle apto para Su Reino Celestial:
2 Corintios 3:16-18: Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. (17) Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. (18) Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.
Colosenses 3:10: y revestido del nuevo [hombre], el cual conforme a la imagen del que lo creó [a imagen de Dios] se va renovando hasta el conocimiento pleno,
Por tanto, podemos deducir de los pasajes bíblicos anteriores que el ser humano necesita recobrar esa imagen de Dios, que tuvo el primer hombre antes de caer en el pecado; y, el único modo que Dios ha establecido es por medio de revestirse de la imagen de Jesucristo (véase Ro. 8:29; 1 Co. 15:49; 2 Co. 3:16-18; Col. 3:10; Ef. 4:24.). Leamos estos textos y tratemos de aplicarlos a nuestras vidas, si de verdad deseamos la paz ahora mismo, aquí en este mundo, y disfrutar o gozar de la vida eterna en el futuro.
Romanos 8:29: Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.
Como todos nacemos siendo “almas vivientes”, es decir, sin esa “imagen de Su Hijo”, que representa la naturaleza espiritual perdida a causa del pecado original, somos solo “carne” ante los ojos de Dios (Gn. 6:3), y el objetivo o propósito de Él es la transformación de nuestras vidas, para obtener esa semejanza con Cristo y convertirnos en seres espirituales. Pero, observemos que ello, aunque se consigue por gracia, pues es un don gratuito de Dios, precisa de nuestro asentimiento y colaboración, como antes comprobamos, pero que ahora reitero; porque solo comprendiendo bien la Palabra de Dios, podremos obedecerla. Vuelvo, pues a citar los textos de Romanos 12:1-2, para que meditemos y profundicemos en ellos.
Romanos 12:1-2: Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. (2) No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
Se nos insta a que presentemos nuestros “cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios”; –no olvidemos que “cuerpo” es la persona entera, la totalidad del ser humano, no una parte del mismo–; pues bien, este sacrificio, consiste, en que si somos de Cristo hemos de crucificar “la carne con sus pasiones y deseos” (Gá. 5:24) –recordemos que la “carne” es el hombre natural o anímico, que todos somos desde el nacimiento físico– ; y se nos reitera, una y otra vez: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gá. 5:16). “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. (6) Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. (7) Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Ro. 8:5-8).
Es decir, se nos exhorta –puesto que Dios ya nos ha concedido, con el nuevo nacimiento, la naturaleza espiritual– a colaborar con Él, a realizar nuestra parte, ejerciendo nuestra voluntad, para adquirir, día a día, la imagen de Cristo, que es asemejarse a la naturaleza espiritual que Él tiene como Hijo del Hombre, y que nos proporciona mediante el poder de Su Espíritu Santo. Esto es lo que significa “transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Ro. 12:2), que es la parte que a nosotros nos corresponde hacer. Y, si obedecemos, el resultado será que Dios nos transformará en seres espirituales a la imagen de Su Hijo Jesucristo.
Por eso el autor de la Epístola a los Hebreos nos exhorta a tomar consciencia de lo que significa que hayamos sido “santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Heb. 10:10); “porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). Y como cristianos debemos cada vez más ser conscientes de que pertenecemos a “la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos” (Heb. 12:23). Leamos también su contexto:
[…] “Os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, (23) a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, (24) a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel. (25) Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos. (26) La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo. (27) Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles. (28) Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia” (Hebreos 12:22-28).
“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; (21) el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosa” (Fil 3.20-21).
“El Espíritu… me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, (11) teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. (12) Tenía un muro grande y alto con doce puertas” (Ap. 21:10-12).
“La ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb. 11:10).
Esperamos un mundo mejor, “un Cielo nuevo y una Tierra nueva”, donde “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” y Dios morará con todos nosotros (véase Ap. 21:1-8).
Apocalipsis 21:1-8: Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. (2) Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. (3) Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. (4) Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. (5) Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. (6) Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. (7) El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. (8) Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.
Si queremos aumentar nuestra fe y mejorar en nuestra forma cristiana de vivir, deberíamos seguir las enseñanzas y exhortaciones que Jesús nos proporciona en los Evangelios, y también las que Sus apóstoles y discípulos nos dan en las Epístolas del Nuevo Testamento, como, por ejemplo, las que a continuación cito:
“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. (2) Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. (3) Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. (4) Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Colosenses 3:1-4).
La condición, pues, para que busquemos “las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios”, es que hayamos resucitado con Cristo, es entonces cuando nuestro yo carnal pecaminoso va poco a poco siendo anulado. Pero ¿qué significa resucitar con Cristo?
Notemos que Dios ve, a los resucitados con Cristo, sentados “en los lugares celestiales con Cristo Jesús”, porque para Él todas las cosas están en un presente eterno: Dios “nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, (4) según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo” (Ef. 1:3-5).
Esta es la razón para que, constantemente, demos “gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; (13) el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, (14) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Col. 1:13-14).
Si somos capaces de vernos a nosotros mismos así como Dios nos ve cuando estamos en Cristo, es porque “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (17) Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:16-17).
Esperando haberme hecho entender, quedo a disposición del lector para lo que pueda servirle.
Afectuosamente en Cristo
Carlos Aracil Orts
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Referencias bibliográficas
*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
Abreviaturas frecuentemente empleadas:
AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento
AP = Antiguo Pacto
NP = Nuevo Pacto
Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)
pp, pc, pú referidas a un versículo bíblico representan «parte primera, central o última del mismo».
Abreviaturas empleadas para diversas traducciones de la Biblia:
NBJ: Nueva Biblia de Jerusalén, 1998.
BTX: Biblia Textual
Jünemann: Sagrada Biblia-Versión de la LXX al español por Guillermo Jüneman
N-C: Sagrada Biblia- Nacar Colunga-1994
JER 2001: *Biblia de Jerusalén, 3ª Edición 2001
BLA95, BL95: Biblia Latinoamericana, 1995
BNP: La Biblia de Nuestro Pueblo
NVI 1999: Nueva Versión Internacional 1999
Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)
Bibliografía citada
(1) Aracil Orts, Carlos. https://amistadencristo.com: ¿Por qué solo Jesucristo, Dios-Hombre puede salvar?
(2) Aracil Orts, Carlos. https://amistadencristo.com: libro ¿Cuál es la naturaleza del ser humano?, págs. 14-26
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