“A ti te daré las llaves del reino de los cielos”
“y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mateo 16:19)
Versión 13-09-2013
Carlos Aracil Orts
1. Introducción
Hola, estimado hermano Deny, encantado de tener noticias de ti. Gracias por formularme dos interesantes preguntas. En relación con la primera –“¿Realmente fue Jesús tentado?”– citas los textos de Hebreos 4:15-16 y Santiago 1:13-14:
Hebreos 4:15-16: Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. (16) Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.
Santiago 1:13-14: Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; (14) sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.
Me complace comunicarte que este interesante tema lo abordé ampliamente en los dos siguientes estudios bíblicos publicados en www.amistadencristo.com.
¿Podía Jesucristo haber pecado?
¿Por qué solo Jesucristo, Dios-Hombre, puede salvarnos?
Por cierto, curiosamente, como anticipándome a tu inquietud, el segundo de ellos lo he publicado hoy mismo. No obstante, incluyo, en esta introducción, una breve respuesta a tu interesante pregunta, que puedes ampliar, si lo deseas, leyendo los citados artículos.
Entiendo perfectamente que te hagas esa pregunta –“¿Realmente fue Jesús tentado?”–, y que te bases en los mencionados textos bíblicos; porque, muy probablemente te hiciste el siguiente razonamiento: Si Jesús es Dios, y “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15úp.) ¿cómo, pues, dice el apóstol Santiago que “Dios no puede ser tentado por el mal” (Santiago 1:13 úp)?
La respuesta es muy sencilla y simple. En Jesucristo se conjugan la naturaleza humana y la divina mediante la unión hipostática; Él es verdaderamente Dios y completa y totalmente Hombre verdadero, de carne y sangre, como todo ser humano, pero sin pecado (Hebreos 2:17,18; 4:15; 7:26; Juan 8:46; 2ª Corintios 5:21; 1ª Pedro 2:22; 1ª Juan 3:5). Él pudo ser tentado en su condición de hombre porque “debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo” (Hebreos 2:17).
Hebreos 2:14-15: Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, (15) y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.
A semejanza de Adán y Eva, que fueron tentados por el diablo, Jesús también lo fue. Aquellos fracasaron porque rehusaron confiar en Dios y obedecer su claro y sencillo mandamiento. Sin embargo, Jesús, sometido a tres típicas tentaciones (Mateo 4:1-11; Lucas 4:1-13), salió victorioso de todas ellas respondiendo con la Palabra de Dios, demostrando de esta manera que nadie puede ser engañado ni vencido por Satanás, cuando uno decide libremente estar en comunión con Dios y con su Palabra.
Cristo debía, como “postrer Adán” (1 Corintios 15:45), obtener la victoria total sobre el pecado, el diablo y la muerte, mediante Su vida de perfecta obediencia al Padre (Romanos 5:19). Por eso, Jesús es nuestro Salvador porque donde Adán fracasó, Él triunfó, “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo y con su muerte” (Hebreos 2:14), y al imputarnos su justicia (Romanos 3:24; 5:1), obtenemos la vida eterna.
Con lo escrito arriba considero contestada tu primera pregunta. En adelante, pues, en el cuerpo de este estudio, me limitaré a desarrollar el tema principal que figura en el título del presente artículo, que he titulado “A ti te daré las llaves del reino de los cielos”, pero que tú lo formulas de la siguiente manera:
“¿Cuál es el mensaje o la interpretación correcta de Mateo 16:19 y Mateo 18:18?
Mateo 16:19: Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.
Mateo 18:18: De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo.
Muchas gracias y que Dios le siga llenando de bendiciones. (Deny)
Aprovechando tu pregunta sobre la interpretación correcta de Mateo 16:19 y Mateo 18:18, voy, también a tratar algunos puntos que guardan cierta relación con los textos que citas, y que la Iglesia católica ha malinterpretado, como son los siguientes:
- ¿Dio autoridad Jesús a los apóstoles para que –en Su nombre– perdonasen los pecados de los creyentes mediante o previa confesión de los mismos a ellos?
- ¿Es el apóstol Pedro el fundamento de la Iglesia cristiana?
- ¿Fue el apóstol Pedro el primer papa?
2. ¿Qué significa “A ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mateo 16:19)?
Esta es, especialmente, una declaración de Jesús al apóstol Pedro que no se puede entender de forma aislada; sino que requiere ser interpretada a la luz de toda la Biblia, o, como mínimo, del Nuevo Testamento. De lo contrario, es decir, si dejamos volar nuestra imaginación, cada uno podría dar un sentido y un alcance diferente a estas aparentes misteriosas palabras de Jesús. Ahí tenemos el ejemplo de la Iglesia católica que en el colmo de la soberbia se ha atrevido a creer que Jesús, en esta ocasión, confirió a Pedro –y, como consecuencia, a todos los papas– que lo que él y ellos decidan Dios lo tiene necesariamente que suscribir. Esto no hace falta decir que es una aberración.
Veamos primero el contexto inmediato en que se inserta el pasaje que nos ocupa:
Mateo 16:15-19: Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? (16) Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. (17) Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. (18) Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. (19) Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.
Empecemos analizando las palabras determinantes de estas frases que son “las llaves del reino de los cielos” y “atar y desatar”. Está claro que tener “las llaves” es lo que posibilita “atar y desatar”. Por tanto, si averiguamos lo primero estaremos en condiciones de saber lo que significa lo segundo.
¿Qué son “las llaves del reino de los cielos”?
Todos sabemos que la función que realizan las llaves en su sentido literal es abrir puertas. Naturalmente, Jesús no le dio a Pedro un juego de llaves para que abriera las dependencias del cielo. No nos imaginamos a Pedro, cumpliendo el oficio –ya desaparecido– de “sereno”, y abriendo las moradas celestiales que Cristo ha preparado para los que han de ser salvos (Juan 14:2).
¿Qué representan o simbolizan, pues, las llaves del reino de los cielos?
¿Son, acaso, las llaves una autoridad especial que recibe solo Pedro, y no el resto de los apóstoles de Jesús? En cualquier caso, ¿en qué consistiría esa autoridad? ¿Sería para decidir quién va a salvarse o quién va a condenarse? ¿Es quizá poder para perdonar pecados? ¿Se trata de una autoridad para legislar nuevos mandamientos para los fieles o para administrar la gracia de Dios a los hombres?
Veamos quién afirma la Biblia que es el Único que tiene la llave:
Apocalipsis 3:7: Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre:
Este versículo, que es el cumplimiento de una profecía del libro del profeta Isaías, dice que Jesús es el único que tiene “la llave de la casa de David”:
Isaías 22:22: Y pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; y abrirá, y nadie cerrará; cerrará, y nadie abrirá.
Jesús no solo tiene “la llave de la casa de David” sino que es el Único digno de abrir el libro de la historia de la salvación, y desatar los siete sellos que lo cerraban (Apocalipsis 5:1-10):
Apocalipsis 5:1-10: “Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. (2) Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos? (3) Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo. (4) Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo. (5) Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos. (6) Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. (7) Y vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. (8) Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos;(F) (9) y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; (10) y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.
Jesús es también el que tiene “las llaves de la muerte y del Hades”, porque Él destruyó “por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebreos 2:14). Es decir, con Su muerte vicaria obtuvo para los creyentes la vida eterna. Por tanto, se puede deducir que las llaves que tenía Cristo simbolizaban su autoridad y poder sobre la muerte.
Apocalipsis 1:18: y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.
Ahora nos interesa especialmente referirnos a cierta ocasión en la que Jesús amonestó a los intérpretes de la ley porque habían “quitado la llave de la ciencia” o del conocimiento como traducen otras versiones de la Biblia. Debemos tener en cuenta que la Biblia llama “ciencia”, en primer lugar, a la Torá y todas las enseñanzas del AT (Núm. 24:16; Prov. 30:3; Romanos 2:20; y en segundo lugar, a las doctrinas y enseñanzas del NT (Romanos 10:2; 1 Corintios 1:5; 12:8; 13:8).
Lucas 11:52: ¡Ay de vosotros, intérpretes de la ley! porque habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis.
Los intérpretes de la ley y escribas tenían “la llave de la ciencia”, es decir, su misión consistía en interpretar la ley, ajustándose al espíritu de la misma, a fin de enseñar al pueblo a que hiciera lo correcto, y guardara la ley, para que no pecara y todo le fuera bien. Ellos tenían, pues, “la llave”, o sea, la autoridad y responsabilidad que se les había asignado para que por su adecuada enseñanza los creyentes siguieran el camino trazado por Dios para la salvación.
Sin embargo, Jesús les amonestó porque al no enseñar la ciencia de Dios (Prov. 30:3; Romanos 2:20) sino las tradiciones de los hombres (Marcos 7:5-9), su “llave”, en lugar de abrir, estaba cerrando la entrada al “reino de los cielos” (Mateo 23:13), y ni entraban ellos ni dejaban entrar al pueblo al que guiaban al oscuro abismo. También el apóstol Pablo incide en lo mismo, cuando refiriéndose a los sacerdotes y dirigentes de Israel, dice: “…yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia” (Romanos 10:2).
Compárese el versículo de Lucas 11:52, citado arriba con el de Mateo 23:13, y comprobaremos que los que tienen la llave de la ciencia de Dios tienen una gran responsabilidad en abrir el camino al reino de los cielos, enseñando y predicando la Palabra de Dios; pero sin introducir doctrinas de hombres, que pudieran desviar de la Verdad, y cerrar, de alguna manera, el Camino al cielo, que sin duda es solo Cristo y Su Palabra.
Mateo 23:13: Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando.
Notemos que hay cierta similitud entre la llave o autoridad que recibieron los maestros y doctores de la ley con la misión que encomienda Jesús a Pedro y demás apóstoles. No estoy afirmando que fuera el mismo tipo de autoridad. Porque, los apóstoles, bajo la inspiración del Espíritu Santo, tuvieron que interpretar el AT para enseñar a la Iglesia lo que se había cumplido del mismo, y lo que permanecía. Pero además recibieron la gran comisión, cuando Jesús, después de Su resurrección, reunió a los once discípulos en un monte de Galilea, “y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. (19) Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; (20) enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”. (Mateo 28:16-20).
La autoridad que confirió Cristo a los apóstoles era distinta a la que tenían los escribas, maestros, intérpretes y doctores de la ley. Y también de la autoridad que se ha arrogado la jerarquía católica. Jesucristo dijo “el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor; (27) el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo” (Mateo 20:26,27)
Mateo 23:8-13: Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. (9) Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. (10) Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo. (11) El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. (12) Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. (13) Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando.
Mateo 20:25-28: Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. (26) Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, (27) y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; (28) como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.
Lucas 22:24-26: Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. (25) Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; (26) mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve.
El grave error que cometieron los intérpretes, maestros y doctores de la ley es semejante al que ha cometido la jerarquía católica, liderada por el Papa, los cuales pretenden ser los herederos legítimos de los apóstoles. Su apego a la Tradición, menosprecio a la autoridad de Dios que viene por Su Palabra, junto con su múltiples interpretaciones erróneas de la misma, entre las que se encuentra el asunto que nos ocupa en este estudio bíblico, han llevado a los fieles de esta Iglesia a una gran confusión. Entre otras cosas se les ha hecho creer que el ofrecimiento de misas por los difuntos puede reducir la estancia de sus fieles en el Purgatorio, o que, igualmente, por medio sus bulas otorgadas por el papa y su jerarquía, pueden obtener ciertos beneficios o privilegios espirituales referidos a la salvación y a la santificación de los mismos. Comprobemos la fuerte reprimenda de Jesús a todos los que “Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición” (Marcos 7:5-9).
Marcos 7:5-9: Le preguntaron, pues, los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen pan con manos inmundas? (6) Respondiendo él, les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, Mas su corazón está lejos de mí. (7) Pues en vano me honran, Enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. (8) Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres […] (9) Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición.
“Las llaves del reino de los cielos” fueron dadas a todos los discípulos de Jesús y no únicamente al apóstol Pedro.
Hasta aquí hemos comprobado que las llaves del Reino de los cielos no se corresponden con una autoridad o poder especial que fuera dado solo al apóstol Pedro. Pues todos los apóstoles y discípulos de Jesús recibieron lo mismo en lo que respecta a interpretar el AT, desarrollando, por medio del Espíritu Santo, la Revelación del Nuevo Testamento (NT); y, especialmente, la gran comisión dada por Cristo mismo registrada en los textos de Mateo 28:16-20), que se complementa con lo registrado en Lucas 24:46-49:
Lucas 24:46-49: y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; (47) y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. (48) Y vosotros sois testigos de estas cosas. (49) He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.
Una vez que el canon del Nuevo Testamento quedó establecido, y a partir, de que murió el último apóstol nadie tiene autoridad para cambiar o añadir un ápice al mismo. Y la misma Biblia debe interpretarse a sí misma; nadie tiene derecho a incluir doctrina no conforme a la ciencia de Dios (Romanos 10:2); y mucho menos, a considerar la Tradición como autoridad de Dios.
La predicación del Evangelio de la Gracia de Dios (Hechos 20:24) es responsabilidad de todo verdadero discípulo de Cristo. Por tanto, no es exclusivo de ningún apóstol; es un mandamiento de Jesucristo para todo cristiano auténtico. Ello incluye que todos los cristianos prediquemos “en su nombre [el de Cristo] el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lucas 24:47); y también que “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16). Estas son “las llaves del reino de los cielos” que fueron dadas no solo a Pedro sino a los demás apóstoles, y por extensión a todos los discípulos de Jesús. Y con ellas como dijo Él “todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” (Mateo 18:18). Comprobemos que, en el contexto de este versículo, Jesús concede a todos Sus discípulos la misma autoridad que le dio al apóstol Pedro de “atar y desatar”.
Mateo 18:15-20: Por tanto, si tu hermano peca contra ti, vé y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. (16) Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. (17) Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano. (18) De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. (19) Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. (20) Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
El significado de “atar y desatar” queda bastante aclarado con los textos citados. Ni el Papa ni la Iglesia entera tienen ningún poder ni autoridad para cambiar ni interpretar particularmente la Palabra de Dios (2 Pedro 1:19-21); ni tampoco para decidir quiénes van a formar parte del Reino de los cielos. No obstante, según estos mismos textos de Mateo 18:15-20, cualquier congregación cristiana tiene derecho a separar de la misma a cualquier miembro que lleve conductas externas escandalosas o inmorales, y desobedientes a la Palabra de Dios de forma evidente.
Como es bien manifiesto en los textos citados arriba, Jesús no dio esta autoridad a un solo apóstol –Pedro–, sino que, por el contrario, estableció que ese proceso fuera hecho con amor, llevado a cabo mediante dos o tres testigos, y, por fin sino fueran escuchados, sería la Iglesia entera congregada, la que de no ser oída, solo entonces, se separaría de la congregación al miembro de la misma al que se amonesta, pero, pensando siempre en el bien de la Iglesia y en el mismo pecador, para instarle a que se arrepienta de sus errores.
Por tanto, nada más lejos del Espíritu de la Palabra de Dios el atribuir a Pedro todo el poder de “atar y desatar”, cuando en realidad, no le corresponde a él solo sino también a todo cristiano, y además no se trata de un “poder” sino de una responsabilidad proveniente del compromiso que todo cristiano hace con Jesús cuando le acepta como Su Señor y Salvador, “porque el amor de Cristo nos constriñe” (2 Corintios 5:14), a llevar el Evangelio de Salvación a todas las gentes, a fin de que puedan entrar en el reino de los cielos, por amor a ellos.
Jesús, pues, no dio las llaves del Reino, o sea, la autoridad a un solo apóstol, sino a todos; y ésta no se circunscribe a separar a los miembros que apostatan o que manifiestan una conducta reprobable moralmente, sino también, y fundamentalmente, la de predicar “en su nombre [el de Cristo] el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lucas 24:47); y también que “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16). La predicación de Jesús, Dios Hijo, y del verdadero Evangelio (Romanos 1:16), con el poder del Espíritu Santo son las únicas llaves que Dios Padre eligió “para llevar a muchos hijos a la gloria” (Hebreos 2:10; 1 Pedro 5:1,4,10).
Hebreos 2:9-11: Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos. (10) Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos. (11) Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos,
El mismo apóstol Pedro nunca se consideró a sí mismo como portador de una autoridad superior a la de los otros apóstoles, ni se arrogaba mayor autoridad que cualquier otro anciano que estuviese al frente de cualquier iglesia local (1 Pedro 5:1-5). Notemos que en el NT, se llama ancianos a los pastores o dirigentes que pastorean o lideran las iglesias de cada localidad (Hechos 14:23; 15:4,23; 20:17; 1 Timoteo 5:17; Tito 1:5; 2:2,3; etc.).
1 Pedro 5:1-5: Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: (2) Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; (3) no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. (4) Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria. (5) Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes.
1 Pedro 5:10-11: Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. (11) A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.
2 Pedro 1:3-4: Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, (4) por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia;
¿Dio autoridad Jesús a los apóstoles para que –en Su nombre– perdonasen los pecados de los creyentes mediante o previa confesión de los mismos a ellos?
La Iglesia católica lo cree así, y sus sacerdotes y demás dirigentes exigen a sus fieles que les confiesen privadamente todos sus pecados como condición previa indispensable para que ellos los puedan absolver o no de los mismos, dependiendo de si estiman que existe en el penitente un arrepentimiento sincero o no y que cumplen ciertas condiciones. Pero además el perdón o la absolución de los pecados conlleva también la aplicación por parte del sacerdote de cierta penitencia al fiel pecador, que éste deberá cumplir para que se pueda considerar liberado de sus pecados. Esta Iglesia se apoya, –además de lo de “atar y desatar” que dijo Jesús a Pedro en Mateo 16:19, y a todos los apóstoles en Mateo 18:18– en el texto registrado en Juan 20:23, que transcribimos a continuación, con un breve contexto:
Juan 20:21-23: Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. (22) Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. (23) A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos.
Sin embargo, este texto no prueba en absoluto la validez bíblica de la llamada “confesión auricular” que exigen los sacerdotes católicos a sus fieles para poder absolverlos o no de sus pecados. Primeramente, este versículo de Juan 20:23 viene a ser una clarificación o concreción del “atar y desatar”, y, entre otras cosas, prueba que el apóstol Pedro no recibió de Jesucristo una autoridad distinta a la del resto de los apóstoles.
A partir de este texto todos los sacerdotes, y demás jerarquía católica, se han atribuido a sí mismos el poder de perdonar los pecados de sus fieles, aduciendo para ello que lo hacen en nombre de Cristo, y por la autoridad que ellos creen que Él les ha concedido. Algo similar y parecido a la frase de “atar y desatar que ya hemos aclarado. En realidad el versículo (23) “A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos”, es, como hemos visto ya, una parte de la autoridad conferida a los apóstoles, y por extensión a todos los cristianos comprometidos con el Señor, pues está implícita en Mateo 16:19 y 18:18: “todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo”.
En la medida que los discípulos cumplan con la misión encomendada por Jesús de predicar “en su nombre [el de Cristo] el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lucas 24:47), –y también que “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16)– estarán atando y desatando en la tierra, lo que se traducirá en la misma obra en el cielo, pero aquí es Jesús el que juzga las acciones y decisiones de todos los hombres, pues solo Él, como Dios, conoce hasta sus más íntimas intenciones y motivaciones, y tendrá en cuenta las circunstancias de cada uno.
Lo único que pueden hacer los discípulos de Jesús, o sea Su iglesia es predicar “en su nombre [el de Cristo] el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lucas 24:47), y a todos los pecadores que se arrepientan, acepten el Evangelio y se bauticen, la Iglesia los declara perdonados y entran a formar parte del Cuerpo de Cristo, es decir, atados a Él, desatados de sus pecados; y esto que ha hecho la Iglesia en la Tierra, será también atado y desatado en el Cielo, o sea, confirmado por Dios que conoce las intenciones motivaciones del corazón de todos las personas. Pero en este proceso la Palabra o Dios no mandan al pecador que confiese sus intimidades más o menos pecaminosas a ningún hombre por muy sacerdote que sea, sino solamente que confiese su fe en Cristo públicamente y que crea que Él le ha perdonado y liberado de todos sus pecados (Romanos 10:8-11). Así lo declara y confirma la Santa Biblia:
Romanos 10:8-13: Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: (9) que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. (10) Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. (11) Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. (12) Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; (13) porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.
Por tanto, los discípulos de Jesús no remiten o retienen los pecados de los creyentes recibiendo una confesión privada de ellos sino que eso lo consiguen solo predicando la Palabra de Dios –el Evangelio de Salvación–, cuando el pecador se arrepiente ante Dios, y confiesa públicamente su fe en Cristo, queda perdonado y admitido en la Iglesia de Cristo, y en caso contrario, si rechaza la salvación y el perdón de pecados que se le ofrece mediante Cristo, es cuando le son retenidos sus pecados, es decir, no puede ser admitido en la Iglesia, y tampoco en el Reino de los Cielos, mientras persista en su rechazo al “camino verdad y vida” que es Cristo (Juan 14:6).
La misión de la Iglesia y de sus dirigentes, en general, la de todos sus miembros del Cuerpo de Cristo, no es pues escuchar en confesión pecados para poder perdonarlos; esto no es bíblico sino solo una mala interpretación de la Sagrada Escritura, un error garrafal. La Iglesia de Cristo, es decir, Sus discípulos, solo pueden “atar y desatar”, “remitir pecados o retener los mismos”, mediante la predicación del Evangelio. Para eso Cristo los envió y no para confesar y perdonar los pecados. Comprobémoslo.
Romanos 10:15-17: ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! (16) Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? (17) Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.
Esta es la función fundamental de la Iglesia de Cristo, predicar las Buenas Nuevas de Salvación para que mucha gente oiga “la Palabra de Dios”, y pueda creer, y entre en el Reino de los Cielos. Estas son las llaves que recibió el apóstol Pedro y todos los demás, y por extensión todos los cristianos comprometidos con el Señor. Los creyentes nunca tienen que confesar necesariamente sus pecados a los hombres para ser perdonados sino a Dios (1ª Juan 1:8-9: 2:1).
1 Juan 1:8-10: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. (9) Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. (10) Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.
1 Juan 2:1-2: Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. (2) Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.
Otra cosa muy distinta es que si alguien ofende o hiere a otra persona se dirija a la persona afectada para pedirle perdón y reparar en lo posible el daño ocasionado; y si los pecados han sido públicos debería haber también una confesión pública ante toda la congregación para demostrar su arrepentimiento.
Las Sagradas Escrituras, en las que no puede existir contradicción alguna, también no dan a entender que nadie puede perdonar pecados, sino solo Dios, que conoce el interior de las personas (Lucas 5:20-24).
Lucas 5:20-24: Al ver él [Cristo] la fe de ellos, le dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados. (21) Entonces los escribas y los fariseos comenzaron a cavilar, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? (22) Jesús entonces, conociendo los pensamientos de ellos, respondiendo les dijo: ¿Qué caviláis en vuestros corazones? (23) ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? (24) Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa.
3. ¿Es el apóstol Pedro el fundamento de la Iglesia cristiana?
El alcance de la famosa frase de Jesús –”Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro [griego: Petros], y sobre esta piedra [griego: petra] edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.” (NBJ)–, que se registra en el Evangelio de San Mateo (16:18), se debe discernir a la luz de lo que el mismo San Pedro afirma en sus epístolas, y, también, en los textos de San Pablo; en general, se debe tener en cuenta todo el Nuevo Testamento para hacer una interpretación cabal.
Las dos palabras clave sobre las que la Iglesia católica ha creado la institución del Papado, y el Primado de Pedro son “petros” y “petra”; ambas se pueden traducir por “piedra”, siendo la primera una piedra corriente o pequeña, pero la segunda significa además piedra grande o roca. Pero en cualquier caso, pretender fundamentar una doctrina en un solo texto de la Escritura tomado de forma aislada, es, calificándolo suavemente, una frivolidad, incoherencia y barbaridad. Aun en el supuesto de que “petra” fuera igual a “petros”, y que, además, Jesús se hubiera referido con la palabra “petra” al mismo “Petros”, no sería lógico ni sensato deducir que Cristo edificaría su Iglesia sobre un hombre; ni siquiera sobre los once apóstoles. Pues, como veremos más adelante, tanto el mismo apóstol Pedro como el apóstol Pablo dejan bien claro que “nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1ª Corintios 3:11).
El texto transcrito se ha tomado de la Biblia de Jerusalén de 1998 (NBJ); aunque también hay otras versiones que traducen “petra” del griego como “piedra”. Pero también existen otras traducciones de la Biblia, que vierten la palabra griega “petra” como “roca” o sea una piedra mayor o más grande, para diferenciarla de “petros”; por ejemplo, la versión Reina Valera de 1960, que es la que suelo usar por defecto en todos mis estudios, traduce “petra” como “roca”.
Mateo 16:18: Y yo también te digo, que tú eres Pedro [Petros], y sobre esta roca [petra] edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
El nombre verdadero de Pedro es Simón; y fue Jesús el que se lo cambió; porque la costumbre hebrea era colocar nombres cuyo significado coincidiera con algo que se esperaba de esa persona o de alguna cualidad que había de tener, etc. Dios mismo también cambió los nombres de varios personajes importantes del AT: Abram, por Abraham, Sarai por Sara, Jacob por Israel, etc. No podemos entrar ahora en el significado de estos nombres, ni en los motivos por los que Dios quiso hacerlo, porque nos desviaríamos del tema que nos ocupa. Pero está claro, que Jesús le puso a Simón por sobrenombre Pedro o Cefas que viene del arameo “kepha”, que también significa “piedra”; y esto lo hizo al principio de Su ministerio, en el momento en que lo escogió como discípulo y apóstol, porque Él sabía que indudablemente Pedro iba a ser un pilar muy importante en la formación de la Iglesia, pero desde luego, no más que san Pablo o san Juan. Así lo prueba el siguiente texto:
Juan 1:42: Y le trajo a Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro).
Al parecer, según la Tradición, el Evangelio de Mateo fue escrito originalmente en arameo y luego traducido al griego. Y parece ser que en arameo no existen dos palabras distintas para designar “piedra” sino que es el mismo término “kepha” el que es traducido al griego, primeramente por “Petros”, y luego por “petra”.
No es correcto tomar este versículo aisladamente y decir, como afirma la Iglesia católica, que Pedro es el fundamento de la Iglesia cristiana, y el primer Papa, basándose en que solo a él le dio Jesús, en esta ocasión, “las llaves del reino de los cielos”, y considerar a Pedro como “el Vicario de Cristo”. Esto es absurdo e incongruente con la Palabra de Dios. Pero sí es correcto afirmar lo que la Sagrada Escritura dice, o sea, que los cristianos –la Iglesia de Cristo o “miembros de la familia de Dios”– estamos “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,” (Efesios 2:20). Veamos un poco de contexto:
Efesios 2:20-22: edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, (21) en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; (22) en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.
El apóstol Pedro es una piedra más en el edificio que constituye la Iglesia de Cristo, pero, en absoluto, se puede deducir del texto citado, que a san Pedro se le distinga con autoridad sobre los demás apóstoles de Jesús. De hecho, san Pedro fue el que negó tres veces a Cristo, e hizo acepción de personas entre judíos y gentiles (Hechos 10:28; Gálatas 2:11-15), por lo que fue amonestado por san Pablo.
La declaración de Jesús –“Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos…”– es dirigida solo al apóstol Pedro, porque éste, en esta ocasión, fue el que se adelantó a responder la previa pregunta que Jesús había formulado a todos los discípulos que estaban con Él: “quién decís que soy yo?” (Mateo 16:15). La respuesta de Pedro –“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (16)– le fue revelada por Dios, el Padre, y es el fundamento de nuestra fe cristiana, y por tanto, de Su Iglesia. En la cuestionada y polémica frase de Mateo 16:18, Jesús, no dice que Pedro es la piedra sobre la que edificará Su Iglesia, sino simplemente se dirige a él, confirmándole su sobrenombre “tú eres Pedro”, y acto seguido, dice: “y sobre esta roca edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18).
Teniendo en cuenta el previo contexto ¿es gramaticalmente plausible que “sobre esta roca” o, como prefieren los católicos, “sobre esta piedra” –obsérvese que roca o piedra son del género femenino– se pueda o tenga que referir necesariamente a “Petros” que es del género masculino? ¿No es más lógico, y acorde con todo el Nuevo Testamento, que “sobre esta piedra” se refiera a la previa declaración de Pedro “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”? Esta fe de Pedro –Cristo es el Hijo de Dios–, que no le fue revelada por los hombres sino por Dios, es la piedra o fundamento sobre el que se edifica la Iglesia de Cristo. Él mismo, pues, es la piedra o roca sobre la que se apoya la fe de todos los cristianos. Esto sí concuerda con la Palabra de Dios.
Mateo 16:15-19: Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? (16) Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. (17) Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. (18) Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. (19) Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.
Jesucristo, único fundamento de la Iglesia cristiana.
Esta iglesia tiene su fundamento en el mismo Cristo según declaran San Pablo y San Pedro en algunas de sus epístolas: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo.” (1ª Corintios 3:11). Además, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, el escritor San Lucas narra que el apóstol San Pedro, cuando estaba preso y fue preguntado, por los dirigentes de Israel, estando presentes, los ancianos, escribas, el sumo sacerdote Anás, Caifás y todos los de su familia (Hechos 4:6), respondió con valentía y rotundidad: “Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. (12) Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hechos 4:11,12). Por tanto, la Iglesia cristiana se fundamenta en las palabras, la enseñanza, las obras y la vida del Dios- Hombre, Jesucristo.
Hago una lista a continuación de textos –sin pretender ser exhaustivo– que demuestran indudablemente que la Iglesia de Cristo no se fundamenta sobre el apóstol Pedro sino sobre la “Roca de la eternidad” que es Cristo. Si el Papa y demás jerarquía católica no estuvieran atados a su Tradición reconocerían que no tienen base bíblica para considerar al Papa Vicario de Cristo o Santo Padre, etc.
Hechos 4:11,12: Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. (12) Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.
1ª Corintios 3:10,11: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. 11 Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo.”
Efesios 2:20: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,
1ª Pedro 2:4-7: Acercándoos a él [Cristo], piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, 5 vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. 6 Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sión la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; Y el que creyere en él, no será avergonzado. 7 Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso; pero para los que no creen, La piedra que los edificadores desecharon, Ha venido a ser la cabeza del ángulo; 8 y: Piedra de tropiezo, y roca que hace caer, porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados.
1 Corintios 10:4: y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo.
4. ¿Fue el apóstol Pedro el primer papa?
De ninguna manera san Pedro fue el primer Papa, como proclama la Iglesia católica. La historia demuestra que la figura papal fue creada muy posteriormente al siglo I. Este apóstol murió hacia el año 64, ó 67 d.C. según otras fuentes, durante la persecución de Nerón; y Roma siguió persiguiendo a los cristianos hasta que el emperador Constantino, en el año 313 d.C., con el edicto de Milán, puso fin a estas sangrientas y crueles persecuciones y se convirtió en protector y cabeza política de la Iglesia cristiana. Algunos años después, a causa de que Constantino trasladó la capital del Imperio Romano a Constantinopla (Bizancio), el Obispo de Roma empezó a alcanzar mayor poder político, debido a que el emperador, de alguna manera dejaba en manos de éste muchos asuntos del gobierno político-religioso de Roma. El emperador Teodosio, en el año 380, con el nuevo Edicto de Tesalónica, no conformándose con esto, quiso favorecer todavía más a la Iglesia cristiana, al designar el cristianismo como la religión oficial del Imperio Romano, reconociendo la autoridad del Obispo de Roma. Con esta unión entre el poder civil y político con el religioso empezó la hegemonía de la Iglesia sobre el Estado (2). Cuando el Imperio Romano se colapsó –hacia el 476 d.C.–, los obispos de Roma tomaron el título que previamente había pertenecido a los emperadores romanos – “Pontificus Maximus”. El origen de la Iglesia Católica es el trágico compromiso del cristianismo con las religiones paganas que la rodeaban. En vez de proclamar el Evangelio y convertir a los paganos, la Iglesia Católica “cristianizó” las religiones paganas, y “paganizó” el cristianismo (3).
Como hemos podido comprobar a lo largo de este estudio la Iglesia católica no tiene base bíblica para sostener la institución del papado. Clarísimamente San Pedro no fue ningún Papa.
5. Breve historia del sacramento de la penitencia, confesión o reconciliación
Dios no nos exige penitencia alguna para el perdón de los pecados sino fe en su Hijo y obediencia a Él.
Con respecto al mandamiento que prescribe la iglesia a sus feligreses de confesarse a un sacerdote, para que este le imponga una penitencia proporcional a los pecados cometidos por cada uno de ellos, para que puedan ser purificados y perdonados, tampoco es bíblico (1ª Juan 1:8-2:1-2). Cristo es nuestra propiciación por todos los pecados que cometemos. No hay nada en el mundo que podamos hacer para recibir ese perdón sino aceptar la sangre de Cristo, su sacrificio expiatorio. Él solo nos purifica y nos perdona (Hebreos 1:3; 9:14,22, 26; 10:10-14; etc.). Nuestros actos y penitencias de nada sirven para obtener el perdón de Dios. Si así fuera “por demás murió Cristo” (Gálatas 2:21; léase, por favor, a partir del verso 16).
“El sacramento de la penitencia o confesión a partir del siglo II (1)
Este sacramento no existió en la Iglesia cristiana primitiva del siglo I, mientras vivieron los apóstoles, sino que fue estableciéndose paulatinamente. Simplificando mucho, podemos decir que se han sucedido tres diversas formas de celebración: la penitencia pública en la antigüedad, la penitencia «tarifada» y la penitencia «privada».
Ya desde el siglo II existía la reconciliación de los pecadores, pero solamente para los pecados graves (apostasía, asesinato, adulterio, etc.) y una sola vez en la vida. La Iglesia exigía mucho de los cristianos al inicio, tanto que algunos por este motivo retrasaban la hora de bautizarse. Hay que esperar hasta el siglo V para ver cómo se inicia la confesión privada, gracias a los monjes británicos e irlandeses.
La penitencia pública consistía en que al pecador o penitente se le incluía en el grupo de penitentes mediante la celebración comunitaria de ciertos ritos, como la imposición de cenizas o la expulsión simbólica del templo, incluso con la imposición de ciertos hábitos y rapado de cabeza. A este grupo no les estaba permitido comulgar. Estas prácticas litúrgicas eran duras y penosas. Pero la cosa no terminaba allí. El grupo debía «hacer penitencia», no solamente en la asamblea, sino también en la vida cotidiana. Los penitentes estaban sometidos a ayunos y actos de humildad. Debían renunciar a fiestas y diversiones y cargos honoríficos. Estaban obligados a la abstinencia sexual. Muchas de estas prescripciones durísimas no cesaban del todo ni siquiera con la reconciliación.
A la dureza de las penitencias se añadía un elemento terrible: sólo se podía recibir el sacramento una sola vez en la vida. No podía repetirse. Por eso, muchos demoraban la penitencia hasta el momento de la muerte, para no malgastar la última oportunidad y para evitar las severidades consecuentes.
Los aspectos negativos de esta forma de penitencia eran evidentes: el rigor excesivo de la misma desvirtuaba el carácter compasivo de Jesús hacia el pecador y lo convertía en un juez tirano en lugar de un misericordioso salvador. La excesiva, inadecuada e innecesaria satisfacción por los pecados cometidos por el creyente hacía parecer que el perdón de los pecados era una conquista personal y no un regalo gratuito de Dios. Además, esto hacía inútil la muerte expiatoria de Jesús por los pecados de todos los fieles. Se anulaba su acción redentora y se negaba la promesa principal del NT que afirma “que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hechos 10:43; 5:31;13:38; 26:17,18; 2:38; Jn 1:29; Ef. 1:7; Col 1:14, etc.). Por otra parte, esta distinción en dos grupos entre grandes pecadores y pecadores normales, aparte de ser vergonzosa y discriminatoria para los primeros, podía crear en los fieles no sujetos a penitencia un sentimiento de fariseísmo en sus corazones, porque podrían decirse a sí mismos: “al fin y al cabo los pecadores serios son los otros, los que están allí, en ese grupo. «Nosotros, después de todo, tan malos no somos…”
La penitencia tarifada, es un nuevo modo de celebrar la penitencia que aparece hacia fines del siglo VI. Con ella, desaparece la publicidad de la penitencia, y ya no hay grupo especial de penitentes; no hay reconciliación en el marco de una celebración comunitaria; todo el proceso es ahora reservado y secreto. Además, se abroga el principio de una confesión en la vida. La penitencia es ahora repetible todas las veces que se demande. Y la satisfacción o expiación de los pecados no queda al arbitrio del sacerdote, sino que era determinada de acuerdo con libros específicos, los «libros penitenciales», que establecían una medida, una tasa, una tarifa por cada pecado. De aquí el nombre de penitencia «tarifada».
La penitencia privada. Dado que algunas penitencias tarifadas eran exorbitantes y no plausibles para todos, la Iglesia encontró una manera de redimir las «tasas» penitenciales. Y lo hace creando un sutil sistema de compensaciones penitenciales, declarando como obras penitenciales, además del ayuno, la limosna y la oración: tanta oración (recitación de los salmos, por ejemplo) equivale a tantos días de ayuno. O bien, tanta limosna equivale a una penitencia de tal duración.
Pero, ¿qué ocurre con quien no puede leer los salmos o, en razón de su debilidad, no puede ni ayunar ni velar, ni hacer genuflexiones, ni tener los brazos en cruz, ni postrarse en tierra? «Que elija a alguno que cumpla la penitencia en su lugar y que le pague por eso, pues está escrito: Llevad las cargas los unos por los otros» (Gálatas 6:2) (Cánones del rey Edgar, siglo X (reinó 959-975).
Como se puede uno imaginar, esto dio lugar a abusos. Esta solidaridad nunca podía reemplazar la propia parte personal. Nada más personal e inalienable que la conversión y la penitencia. Los méritos de los demás vienen en apoyo, en ayuda; pero no son sustitutivos. Y sobre todo, no pueden comprarse. He aquí el abuso: había nacido una nueva profesión, la de los penitentes «a sueldo». Peor aún, la penitencia se había convertido, prácticamente, en una actividad para pobres. El rico encuentra quien lo sustituya. De esta manera la tarifa penitencial desemboca en un mercado de penitencias.
Menos mal que no faltaron las intervenciones sensatas de la jerarquía. Pero había que atacar la raíz de estos abusos. Y la raíz estaba en la tarifa penitencial, en los libros penitenciales. Estos abusos suscitaron una severa reacción eclesial: los obispos individualmente, y reunidos en concilios, prohibieron el uso de las tarifas penitenciales y ordenaron incluso la destrucción de los libros penitenciales.
Nace así, prácticamente desde el siglo XI, esa forma de celebración del sacramento de la penitencia que podríamos llamar «privada» y que es aquella en la que hemos sido educados la mayoría de nosotros, en la que queda suprimida cualquier tipo de tasa penitencial. Se aconseja que la satisfacción, expiación o penitencia consista en actos pertenecientes a la virtud que ha sido conculcada por el pecador, por ejemplo: actos de humildad a los soberbios, pureza y mortificación a los impuros, justicia a los deshonestos, actos de generosidad a los tacaños, etc.
Ya no hay etapas penitenciales, pues se concede la absolución en la misma ceremonia de la confesión, sin haber cumplido la satisfacción. Por eso el sacerdote que confiesa tiene que lograr todo ese clima de arrepentimiento en el penitente, para que la confesión no se convierta en algo formalista sin peso interior. El dolor de la confesión bien hecha, la vergüenza, eran en sí mismos ya satisfactorios.
La confesión se convierte en el elemento fundamental, ya no tanto la satisfacción. Por eso, se llamará el sacramento de la confesión.”
6. Conclusión
La declaración de Jesús –“Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos…”(Mateo 16:19)–, como hemos comprobado en este estudio bíblico, significa la autoridad y la responsabilidad, que le son otorgadas a Pedro, para la interpretación y predicación de la Palabra de Dios. Pero esta autoridad no es exclusiva de este apóstol sino de todos (Mateo 18:18); y es dirigida solo al apóstol Pedro en esta ocasión, porque éste fue el que se adelantó a responder la previa pregunta que Jesús había formulado a todos los discípulos que estaban con Él: “quién decís que soy yo?” (Mateo 16:15). La respuesta de Pedro –“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (16)– le fue revelada por Dios, el Padre, y es el fundamento de nuestra fe cristiana, y por tanto, de Su Iglesia.
Muy probablemente, Jesús otorgó, en esa ocasión, especialmente, “las llaves del Reino de los cielos” a Pedro, porque Cristo, como Dios, sabía el importante papel que este apóstol iba desempeñar en el inicio de la Iglesia cristiana primitiva. Me estoy refiriendo al Día de Pentecostés, hacia el año 30 de la muerte y resurrección de Jesucristo, cuando Jesús –desde el Cielo– envió el Espíritu Santo, cumpliendo la promesa del Padre, sobre todos los apóstoles, no solo sobre Pedro. Pero “Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras” (Hechos 2:14); es decir, fue el apóstol Pedro, que cumpliendo la profecía de Cristo de Mateo 16:19, el que, en representación de los Once apóstoles, tomó la palabra con la autoridad divina que Jesús le había conferido. San Pedro, pues, tuvo el privilegio de predicar el Evangelio de salvación con el poder del Espíritu Santo, por primera vez; y como consecuencia de ello “los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hechos 2:41). Estas fueron las llaves del Reino de los cielos que recibió Pedro –la autoridad y responsabilidad de predicar la Palabra de Dios estando lleno del Espíritu Santo (Hechos 2:4)–, y estas llaves abrieron el Reino de los cielos “como tres mil personas” (Hechos 2:41).
Hechos 2:14: Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras.
Hechos 2:41: Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas.
Y lo que Pedro ató o desató en la Tierra el Señor lo ató o desató en el Cielo: “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:46-47). Pero este “atar o desatar” nunca fue decisión del Apóstol sino que dependía de la aceptación o rechazo al Evangelio de cada persona, y el Señor es el que decide en el Cielo, pues Él es el único que sabe las motivaciones profundas de cada corazón humano.
Hechos 2:46-47: Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, (47) alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.
¿Fue acaso el apóstol Pedro el único que recibió las llaves de la predicación, y por tanto de “atar y desatar”? La respuesta es muy obvia y evidente. Solo tenemos que leer el libro de los Hechos de los Apóstoles o las epístolas de San Pablo.
La Iglesia de Cristo entera ha recibido estas llaves, es decir la autoridad, y, sobre todo, la responsabilidad de que con su predicación del Evangelio, unos lo reciban y entren al reino, y otros, por el contario, rechacen la Palabra, y como consecuencia queden excluidos del Reino. Además de esto, a la Iglesia le corresponde hacer también una tarea disciplinaria de separar de la congregación cristiana a aquellos que se autocalifican como cristianos, pero que escandalizan con su conducta a los demás. Esta es otra función de “atar y desatar” conferida no solo a Pedro sino a toda la Iglesia:
Mateo 18:15-20: Por tanto, si tu hermano peca contra ti, vé y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. (16) Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. (17) Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano. (18) De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. (19) Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. (20) Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
El significado de “atar y desatar” queda bastante aclarado con los textos citados. Ni el Papa ni la Iglesia entera tienen ningún poder ni autoridad para cambiar ni interpretar particularmente la Palabra de Dios (2 Pedro 1:19-21); ni tampoco para decidir quiénes van a formar parte del Reino de los cielos. No obstante, según estos mismos textos de Mateo 18:15-20, cualquier congregación cristiana tiene derecho a separar de la misma a cualquier miembro que lleve conductas externas escandalosas o inmorales, y desobedientes a la Palabra de Dios de forma evidente.
Por tanto, nada más lejos del Espíritu de la Palabra de Dios el atribuir a Pedro todo el poder de “atar y desatar”, cuando en realidad, no le corresponde a él solo sino también a todo cristiano, y además no se trata de un “poder” sino de una responsabilidad proveniente del compromiso que todo cristiano hace con Jesús cuando le acepta como Su Señor y Salvador, “porque el amor de Cristo nos constriñe” (2 Corintios 5:14), a llevar el Evangelio de Salvación a todas las gentes, a fin de que puedan entrar en el reino de los cielos, por amor a ellos.
El apóstol Pedro es una piedra más en el edificio que constituye la Iglesia de Cristo, pero, en absoluto, se puede deducir del texto citado, que a san Pedro se le distinga con autoridad sobre los demás apóstoles de Jesús. De hecho, san Pedro fue el que negó tres veces a Cristo, e hizo acepción de personas entre judíos y gentiles (Hechos 10:28; Gálatas 2:11-15), por lo que fue amonestado por san Pablo. San Pedro no es el fundamento de la Iglesia cristiana ni fue el primer Papa. “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo.” (1ª Corintios 3:11).
Hechos 4:11,12: Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. (12) Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.
1ª Corintios 3:10,11: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. 11 Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo.”
Efesios 2:20: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,
1ª Pedro 2:4-7: Acercándoos a él [Cristo], piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, 5 vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. 6 Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sión la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; Y el que creyere en él, no será avergonzado. 7 Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso; pero para los que no creen, La piedra que los edificadores desecharon, Ha venido a ser la cabeza del ángulo; 8 y: Piedra de tropiezo, y roca que hace caer, porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados.
1 Corintios 10:4: y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo.
Esperando haber respondido satisfactoriamente a tus preguntas, quedo a tu disposición para lo que pueda servirte.
Afectuosamente en Cristo.
Carlos Aracil Orts
Referencias de la Bibliografía utilizada
* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
(1) Rivero, Antonio, L.C. Profesor de oratoria y teología en el Seminario María Mater Ecclesiae de sao Paulo. “Breve historia de la Iglesia”. http://www.conoze.com/doc.php?doc=7860
(2) Bentué, Antonio, Profesor de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Introducción a la Historia de las religiones (pág. 191 e.a.). (8) 263 Cf. Textos n. 10.B/ 5.
(3) ¿Cuál es el origen de la Iglesia Católica? http://www.gotquestions.org/espanol/origen-Iglesia-Catolica.html