¿Qué muerte sufrió Jesús en la cruz la primera muerte o la segunda?

¿Por qué, instantes antes de morir, Jesús dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46)

Versión 10-10-2008 (Revisión 24-11-2012)

Carlos Aracil Orts

1. Introducción(1)

Este estudio bíblico se redacta partiendo de un tema tratado anteriormente, que titulé “Por qué Jesucristo es el único que puede salvarnos de la muerte”, publicado en la sección de Soteriología de la web: www.amistadencristo.com.

Por esa razón, se recomienda leer el citado artículo antes que el presente. No obstante, al final de este artículo(2) transcribimos parte del epígrafe nº 4, por si se quiere omitir la lectura total de dicho estudio. Mi propósito –además de desarrollar y ampliar el sentido de los párrafos 8 y 9 del citado epígrafe nº 4, que se transcriben más adelante– es explicar la misteriosa oración que pronunció Jesús pocos instantes antes de morir –“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”–, porque no se comprende bien que nuestro valiente, íntegro y santo Salvador, expresara un sentimiento ante la muerte, que aparentemente denota desconsuelo y desesperación; lo que parece contradecir su plena disposición a entregar su vida por nosotros, los pecadores. En el capítulo veintisiete del Evangelio según san Mateo se registran estas últimas palabras de Jesús:

Mateo 27:46: Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?

¿Por qué muchos mártires de la historia de la cristiandad fueron capaces de morir cantando mientras sus cuerpos eran quemados en la hoguera?

¿Qué diferencia existe entre la muerte de Cristo y la de los mártires?

¿Por qué Jesús, sin embargo, experimentó ese desamparo, como si Dios, Su Padre, le abandonara en ese momento tan dramático cercano a la muerte?

¿Fue su muerte distinta a la de tantos mártires que murieron siendo atormentados de múltiples refinados y crueles procedimientos?

En este estudio bíblico trataré de dar respuesta a estos interrogantes. Y a continuación transcribo los párrafos 8 y 9 del epígrafe nº 4, del artículo mencionado arriba, sobre los que nos apoyaremos para desarrollar este estudio bíblico:

“Así mostró Dios su infinita misericordia hacia la humanidad caída: el Cordero inmolado (Salmo 85:10, Apocalipsis 5:1-14) y destinado desde antes de la fundación del mundo (1ª Pedro 1:20), toma nuestro lugar y entrega su vida para recibir la muerte segunda que a todos nos corresponde por nuestras transgresiones (Rom. 6:23; Efesios 2:1), y al resucitar libera a la humanidad de esa muerte (1ª Corintios 15:54-57).

“En este momento, quizá sea necesario aclarar que Cristo no sufrió la primera muerte sino la segunda, puesto que Jesús no heredó el pecado de Adán, debido a que su Padre es Dios mismo (Mateo 1:20; Lucas 1:35). Era esencial, pues, que el Salvador del mundo, no estuviera afectado del pecado original para que su sacrificio fuera válido. Y como tampoco cometió ningún pecado en su vida personal, Él fue idóneo para ofrecerse como rescate por todos los pecados que nos condenaban a la muerte eterna, y que fueron cargados sobre Él (Isaías 53:5,6; Romanos 6:23; Mateo 20:28; Marcos 10:45, 1ª Timoteo 2:6; Romanos 8:3; 2ª Corintios 5:21).”

2. La primera muerte –común a todos– es consecuencia del pecado original de Adán. Jesús, el postrer Adán (1ª Corintios 15:45), nos devuelve la vida.

1 Corintios 15:45: Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante.

Brevemente, voy a tratar de ampliar los argumentos y textos bíblicos en que me fundamento para hacer la afirmación mencionada arriba.

La muerte primera entró por un hombre, el primer Adán (Romanos 5:12); y la vida eterna, por el postrer Adán, que es Jesús, según lo registran Romanos 5:17; 1 Corintios 15:21.22.

Parece evidente que eso mismo es lo que san Pablo declara en los siguientes textos:

Romanos 5:12: Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.

Romanos 5:17: Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.

1ª Corintios 15:21, 22: 21 Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. 22 Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.

Esta frase “en Adán todos mueren” se refiere, en mi opinión, indudablemente, a la muerte primera, por la que todos hemos de pasar, y que procede de Adán, debido a que su culpa nos es imputada a todos sus descendientes, como se deduce de los textos citados.

La primera muerte, la que todos conocemos y algún día experimentaremos, si Cristo no aparece a tiempo para rescatarnos en su segunda venida, es consecuencia de la caída de Adán en el pecado. De la misma, todos seremos resucitados, “…los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; más los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.” (Juan 5:29 úp). Por tanto, las decisiones y elecciones que tomemos en esta vida son las que determinan nuestro destino eterno.

Por eso Jesús afirma solemnemente: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, más ha pasado de muerte a vida. (Juan 5:24; Romanos 8:1-3). Es decir, si en esta vida somos obedientes a su Palabra, aunque muramos por culpa de Adán, nuestros pecados son imputados o cargados a Cristo, y Él, nos imputa su justicia, lo que representa y significa el derecho a la vida eterna, que Él ha logrado para nosotros, venciendo a la muerte con su muerte y resurrección (Romanos 3:24).

Romanos 3:24: siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,

También san Pablo nos estimula a identificarnos con la muerte que Cristo sufrió en nuestro lugar: “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron;(15) y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó”. (2ª Corintios 5:14, 15)

3. Cristo Jesús no fue afectado por el pecado original de Adán

Jesús es llamado “el postrer Adán” porque su naturaleza humana era perfecta y sin pecado, al igual que la de Adán antes de la caída. Ambos estaban en perfecta comunión y armonía con Dios y disfrutaban de perfecto libre albedrío. Así debía de ser porque Cristo, el segundo o postrer Adán, en circunstancias mucho peores, puesto que Él no vivió en un paraíso sino en un mundo degenerado y depravado por más de cuatro mil años de pecado, logró obtener la victoria contra el pecado, la muerte y el diablo. Al vencer las múltiples tentaciones del diablo con las que fue probado, Jesús demostró que Adán pudo también haber vencido a la tentación del diablo, y haber permanecido siendo fiel a Dios, que le había dado la vida.

Como hemos podido comprobar anteriormente, la muerte primera, como consecuencia directa del pecado original que cometió Adán, afecta, evidentemente, a todos sus descendientes, pero no a Jesús que fue engendrado directamente por Dios, mediante el Espíritu Santo (Mateo 1:20: “…porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es.”). Lucas añade: “…por lo cual el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.” (Lucas 1:35).

Si la virgen María le hubiera transmitido a Jesús el pecado original que a todos los seres humanos se nos imputa, Él debería morir por ello, y no podría dar su vida en rescate por la humanidad. Sin embargo, Él puede decir: “…pongo mi vida por las ovejas (Juan 10:15 úp.), y “Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar…” (Juan 10:18).

A continuación citamos más textos que ratifican nuestra afirmación de que Jesús no tuvo ni conoció pecado.

2ª Corintios 5:21 (Ver además Romanos 8:3): Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.”

Hebreos 4:15: Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.

La Biblia, pues, prueba que la naturaleza humana de Jesús es impecable y santa, sin atisbo de pecado. Por eso el puede ofrecerse como rescate y paga por nuestro pecado (Véanse los siguientes textos: Romanos 6:23; Mateo 20:28; Marcos 10:45, 1ª Timoteo 2:6; Romanos 8:3; 2ª Corintios 5:21).

Jesús carga sobre sí nuestros pecados, y al morir por ellos nos libera de la penalidad del pecado que es la muerte eterna (Isaías 53: 5, 6; Romanos 6:23)

Isaías 53: 5, 6: “5 Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. 6 Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.”

Romanos 6:23 (Ver también Ezequiel 18:4-32): “23 Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.”

4. Jesús no nos salva de la primera muerte sino de la segunda

Jesús no nos salva de la primera muerte sino de la segunda, puesto que todos somos pecadores y merecemos la muerte eterna por nuestras trasgresiones. Él carga sobre sí todos los pecados y paga con el valor infinito de su vida nuestro rescate. Dios lo resucita porque Él es inocente, sin pecado, y con Él, todos los que le aceptamos recibimos la vida eterna que Él ha conseguido para nosotros.

Por eso Ezequiel 18 afirma que “el alma que pecare esa morirá”. Aquí, evidentemente, no se está refiriendo a la primera muerte –de la que nadie se libra- sino de la segunda. Sin embargo, Dios da la solución a este problema mediante Jesucristo: Él sufre la muerte que nos correspondería a nosotros, es decir la muerte segunda. Ahora bien, para recibir la vida eterna, debemos reconocer que somos pecadores, y convertirnos, apartándonos de toda iniquidad, y aceptar la vida y muerte de Jesús por la nuestra.

Si cuando sufrimos la muerte primera estamos unidos a Cristo, ésta no provoca una separación espiritual de Dios sino que se puede recibir con paz en el alma y esperanza en la resurrección gloriosa, porque nuestros pecados han sido perdonados por medio de la sangre de Jesucristo.

¿Por qué Jesús, –que soportó con suprema entereza y dignidad los múltiples tormentos de que fue objeto, incluida la misma crucifixión, que ya fue en sí misma la más grande tortura inimaginable– en el momento de morir, se sintió abandonado por Su Padre?

¿Por qué Él no pudo seguir experimentando la comunión con Su Padre, como es normal que suceda con todo creyente verdadero que confía plenamente que Dios le resucitará en el día final?

La respuesta no puede ser otra que Jesús fue hecho pecado por nosotros (2ª Corintios 5:21). Cargó con nuestros pecados, y sufrió, no la primera muerte que no le correspondía, sino la segunda muerte, en nuestro lugar, la paga de nuestro pecado que cayó sobre el inocente, para que nosotros fuésemos declarados justos y salvados por su sangre. Al contrario de la primera muerte que no implica separación de Dios, la segunda muerte es el juicio y condenación eternos y la separación total de Dios.

2 Corintios 5:21: Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

Jesús no temió la muerte en ningún momento, pues Él confiaba plenamente en Su Padre. Sin embargo, Jesús, que durante toda su vida estuvo en perfecta comunión con Dios, cuando Él pendía de la cruz, poco antes de exhalar su espíritu, experimentó una terrible separación de Su Padre, al que había estado totalmente unido, porque en ese momento, la carga de nuestros pecados requería su muerte, para que la justicia de Dios se cumpliera en Él (Romanos 3:25).

Romanos 3:25: a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados,

Los evangelios de Mateo y Marcos nos narran ese momento tan dramático de los últimos instantes de la vida de Jesús. Lo que Él experimentó, sin duda, fue la muerte segunda, la cual tuvo que sobrellevar en nuestro lugar por nuestros pecados. Para Él fue terrible no la muerte en sí misma, sino el rompimiento de la unión con el Padre, que nunca había experimentado hasta ese momento, en que Dios Padre le imputa nuestros pecados, separándose de Él, lo que le hizo exclamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mateo 27:46 úp.; Marcos 15:34 úp.).

Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortshttp://www.amistadencristo.com/images/a.gifgmail.com

Carlos Aracil Orts

www.amistadencristo.com


1 Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

2 Aracil Orts, Carlos, https://amistadencristo.com

Se transcribe, a continuación, parte del epígrafe nº 4 del estudio –“Por qué Jesucristo es el único que puede salvarnos de la muerte”–, citado como contexto, a fin de comprender mejor los párrafos extraídos del mismo.

4. ¿Participa o comparte el resto de la humanidad el pecado de Adán, es decir, es este pecado imputado a todos los seres humanos?

No podemos explicar por qué el pecado original de Adán y Eva afectó no sólo a ellos, sino que también contaminó la naturaleza de todos sus descendientes. Sin embargo, eso es un hecho evidente que todos comprobamos cada día, observándolo en nosotros mismos y en los que nos rodean, pues nacemos con una naturaleza contaminada y debilitada por el pecado y separados de Dios. El mismo rey David reconoce que su naturaleza es pecaminosa desde su nacimiento: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre. (Salmo 51:5). Nosotros no hemos sido formados de distinta manera que David. No podemos dudar de esa verdad que el Espíritu Santo puso en boca de David.

A este respecto, la Palabra de Dios es tajante y clara: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno;..” (Romanos 3:10); y “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios.” (Romanos 3:23). Por otro lado, el apóstol Pablo describe nuestra naturaleza moral, antes de la conversión a Cristo, como “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),” (Efesios 2:5).

No hay, pues, duda de que todos los seres humanos heredamos de Adán una naturaleza pecaminosa, o sea inclinada y tendente a pecar o hacer lo malo, como así lo demuestra la experiencia diaria de cada uno. Por otro lado, es también evidente que esa naturaleza egoísta y de imperfección moral, ha hecho que todos hayamos pecado y, por tanto, merecemos la muerte como paga del pecado.

Puesto que todos vamos a morir más tarde o temprano, cabe aquí preguntarse, si esa muerte es una consecuencia de nuestros pecados, la pena justa por nuestras transgresiones a la ley de Cristo, la ley del amor; o si, por el contrario, esa primera muerte corresponde a la pena por el pecado de Adán, que como representante y cabeza federal de toda la humanidad se nos imputa a todos, sin excepción, independientemente de cuan justos o malvados seamos o hayamos sido.

En Romanos 5:12-21, el apóstol Pablo da a entender que la muerte que todos conocemos es causada por la transgresión de Adán (Véase Romanos 5:17-18). Pablo, a fin de que penetre en nuestras mentes esta verdad fundamental, reitera en más de una ocasión, que “…el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Romanos 5:15), y en Romanos 5:16, afirma de nuevo que “...el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación.

San Pablo intenta que comprendamos que aunque por culpa de un solo pecado, el de Adán, todos vamos a sufrir una primera muerte cuando finalicen nuestros días en esta vida, esa muerte no es definitiva, es sólo un sueño, que no tiene consecuencias eternas, pues todos seremos resucitados cuando Cristo regrese en gloria para trasladar a sus santos al cielo (1ª Tesalonicenses 4:13-18).

Por otro lado, Él nos hace ver que el don de la misericordia y gracia de Dios hacia los hombres es mucho más abundante que su justicia y juicio que vino sobre la humanidad a causa del pecado de Adán. A pesar de que los seres humanos cometemos muchos pecados en nuestra corta vida, si nos arrepentimos y convertimos, Él perdona todos nuestros pecados, por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Por tanto, nuestra salvación está asegurada porque Cristo venció a la muerte con su muerte y resurrección. Nuestra parte consiste sólo en creer que eso es verdad, reconocer nuestra condición de pecador, y arrepentirnos, y al aceptar a Jesús como Salvador y Redentor, obtenemos, en ese mismo instante la justificación y reconciliación ante Dios, resultando asegurada nuestra salvación, y la vida eterna mediante la resurrección cuando Él venga (1ª Corintios 15).

Así mostró Dios su infinita misericordia hacia la humanidad caída: el Cordero inmolado (Salmo 85:10, Apocalipsis 5:1-14) y destinado desde antes de la fundación del mundo (1ª Pedro 1:20), toma nuestro lugar y entrega su vida para recibir la muerte segunda que a todos nos corresponde por nuestras transgresiones (Rom. 6:23; Efesios 2:1), y al resucitar libera a la humanidad de esa muerte (1ª Corintios 15:54-57).

En este momento, quizá sea necesario aclarar que Cristo no sufrió la primera muerte sino la segunda, puesto que Jesús no heredó el pecado de Adán, debido a que su Padre es Dios mismo (Mateo 1:20; Lucas 1:35). Era esencial, pues, que el Salvador del mundo, no estuviera afectado del pecado original para que su sacrificio fuera válido. Y como tampoco cometió ningún pecado en su vida personal, Él fue idóneo para ofrecerse como rescate por todos los pecados que nos condenaban a la muerte eterna, y que fueron cargados sobre Él (Mateo 20:28; Marcos 10:45, 1ª Timoteo 2:6; Romanos 8:3; 2ª Corintios 5:21).

Veamos a continuación como los siguientes versículos bíblicos continúan incidiendo en que la culpa de Adán se imputa a todos sus descendientes, a causa de lo cual, es decir por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres y por tanto la muerte primera que todos conocemos:

Romanos 5: 18, 19:18 Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. 19 Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.”

Así como participamos de la transgresión de uno, Adán, es decir, algo que no hemos cometido personalmente se nos atribuye, del mismo modo, cuando creemos y aceptamos a Jesús, también se nos imputa la justicia que no es nuestra, sino la que Cristo ganó para nosotros en la cruz, siendo obediente a Dios hasta la muerte.

Por eso, la Biblia desmitifica el sentido de la primera muerte equiparándola o identificándola con el sueño. Un muerto es como alguien que duerme. Así lo calificó Jesús en Juan 11:11-13 “..Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy a despertarle…. (13) pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro;..”. Igualmente el apóstol Pablo, en 1ª Corintios 15:51 se refiere a que no todos estarán muertos cuando regrese Jesús en gloria, diciendo “….No todos dormiremos…”.

La primera muerte, pues, no afecta a nuestro destino eterno, y la segunda muerte no afecta a los que reconocen que Jesucristo es el camino, la verdad y la vida y la resurrección, y aceptan su sacrificio expiatorio, su muerte, en lugar de las suyas. Por tanto, ya no debemos temer tampoco a la segunda muerte, pues Jesús obtuvo su victoria sobre la misma, mediante su vida de perfecta obediencia al Padre, muerte vicaria y resurrección. Nuestra salvación está en manos de Dios (Apocalipsis 7:10), nuestra parte es sólo confiar por fe en Él y en Cristo, no dudando de su poder y amor para con nosotros. Veamos los siguientes versos del libro de Hebreos para respaldar lo que afirmamos:

Hebreos 2:14, 15: “14 Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, 15 y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.”

Aunque la vida del hombre es corta, efímera y precaria, creemos que Dios da, a lo largo de la vida de todo ser humano, suficientes oportunidades para que se arrepienta de sus malas acciones y trate de obrar rectamente. De ahí lo importante que los años que dura su vida se utilicen de una manera correcta, haciendo el bien, no despilfarrando el tiempo, ni realizando excesivo trabajo que le impida de ocuparse de las cosas espirituales. Sólo en esta vida decidimos nuestro destino eterno (Hebreos 9:27). No hay más oportunidades de arrepentirse después de muerto. La creencia de que las almas, que en esta vida no se han purificado suficientemente, van al purgatorio, y cuando Dios lo considere conveniente, al cielo, no es bíblica.

Hemos, pues, comprobado que la primera muerte, es fundamentalmente consecuencia del pecado de Adán, puesto que si Adán no hubiera pecado tampoco habría habido muerte. Por tanto, nadie puede escapar a ella, excepto los dos casos singulares, relatados en la Biblia, de Enoc y Elías, que fueron traspuestos al cielo sin haber gustado la muerte primera (Hebreos 11:5; 2ª Reyes 2:11). Entonces, ¿Tanto el inicuo como el creyente que ha sido justificado y salvo en Cristo Jesús pasan igualmente por la primera muerte? Así es, pero hay una diferencia esencial, los malvados serán resucitados para condenación (Juan 5:28, 29), y los creyentes justos para vida eterna, y “la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos,” (Apocalipsis 20:6; véase también: 2:11; 20:14; 21:8).

Puesto que todos participamos de la primera muerte, fácilmente podemos concluir que el sacrificio de Jesús en la cruz nos libra de la segunda muerte, la pena o paga que nos correspondería a causa de todas las transgresiones que realizamos a lo largo de nuestra vida. Por tanto, sólo los que acepten a Cristo como Salvador personal, en sustitución de sus pecados, serán librados de la segunda muerte, que es la erradicación definitiva del universo de todo vestigio de mal.

Carlos Aracil Orts

www.amistadencristo.com

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