¿Fue Cristo a los infiernos del Hades?

Versión: 06-10-2023

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

La finalidad del presente artículo es tratar de refutar una serie de objeciones que ha recibido mi anterior artículo titulado ¿Sufren las almas injustas en el Seol o Hades? (1)

La mayoría del cristianismo evangélico, conocido también como protestantismo, todo el catolicismo y prácticamente todas las religiones no cristianas piensan que el alma o espíritu es inmortal y tiene vida consciente eterna cuando se separa del cuerpo en la muerte. Esa creencia está muy extendida y arraigada en todo el mundo; y en la parte occidental, donde nos ubicamos nosotros, proviene de los filósofos griegos, Platón (Siglo IV a.C.), y anteriores y posteriores a él. Por tanto, esta doctrina al ser muy anterior al cristianismo tiene un origen totalmente pagano.

La citada doctrina tal y como la comparten católicos y evangélicos es muy consoladora y atractiva; porque siempre resulta más agradable pensar que la muerte no existe, al aceptar como verdad el “no moriréis”, que dijo el diablo a Eva (Génesis 3:4). Si la muerte significa despojarse del cuerpo para pasar a vivir a una existencia o dimensión espiritual superior, e ir a reunirse con Dios en el cielo, entonces, tenía razón Satanás, cuando contradijo la sentencia de “ciertamente morirás” (Génesis 2:17) que Dios había pronunciado poco antes, y su siguiente declaración: “polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:18; cf. Salmo 104:29; Eclesiastés 3:20, 12:7).

En dicho artículo me referí a que toda esta mayoría de iglesias cristianas sostienen que el espíritu/alma, al morir el ser humano, sería llevada, en la época anterior a la resurrección de Cristo, a un lugar que el Antiguo Testamento denomina “Seol” (hebreo) y que el Nuevo Testamento le da el nombre de “Hades” (griego); pero no hay duda alguna de que ambos Testamentos se refieren al mismo lugar (véase Sal. 16:10; cf. Hch. 2:27), donde van a parar los muertos. Comprobémoslo:

Salmos 16:10: Porque no dejarás mi alma en el Seol, Ni permitirás que tu santo vea corrupción.”

Hechos 2:27 (Compárese con Salmos 16:10): Porque no dejarás mi alma en el Hades, Ni permitirás que tu Santo vea corrupción.

Notemos que en el Antiguo Testamento no se conocía la existencia de lo que el Nuevo Testamento llama infierno, que es una traducción libre de la palabra original griega gehenna o gehena, la cual representa el fuego como medio con el que Dios castigará a los impíos en el juicio del fin del mundo.

La palabra gehenna o gehena, que aparece en el original del Nuevo Testamento, se ha traducido, en la versión de la Biblia Reina-Valera de 1960, y en varias más, por infierno. No obstante, he consultado también otras versiones como, por ejemplo, la Latinoamericana de 1995 (BL95/BLA95), o bien las distintas revisiones de la Biblia de Jerusalén (BJ76, NBJ98, JER 2001), las cuales han preferido mantenerse fieles al término original griego transliterado gehena. Comprobémoslo:

Marcos 9:43 (BL95): Si tu mano te está haciendo caer, córtatela; pues es mejor para ti entrar con una sola mano en la vida, que ir con las dos a la gehenna, al fuego que no se apaga.

Marcos 9:43 (NBJ): Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga.

Por tanto, de ninguna manera debemos confundir Seol o Hades, que es el lugar terreno de los muertos –el cementerio o sepultura en nuestra cultura–, con el infierno que representa el castigo por fuego de Dios con el que se ejecutará a los impíos en el juicio final del mundo (Ap. 20:11-15): “el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Ap. 20:15), “que es la muerte segunda” (Ap. 21:8 úp).

Resumiendo, el término infierno no existe en el Antiguo Testamento. Pero aparece por primera vez en el Nuevo Testamento, con un significado totalmente diferente al que le correspondía antiguamente por su etimología. Sin embargo, Seol o Hades representan únicamente “el lugar de los muertos” (Gn. 37:35; cf. Mt. 11:23; 16:18; Lc. 16:23; Hch. 2:27,31; Ap. 1:18; 6:8; 20:13,14) –, y en nuestra cultura ambos términos son sinónimos de cementerio o sepultura, y se encuentran en el Antiguo y Nuevo Testamentos, que se escribieron originalmente en idiomas hebreo y griego, respectivamente.

Ahora, se nos pueden suscitar algunas preguntas, como, por ejemplo, ¿dónde está ese lugar que la Biblia denomina Seol/Hades? Solo se me ocurren dos opciones lógicas; o está bajo tierra o fuera de la misma, en alguna parte del espacio sideral; porque no creo que un lugar tan tenebroso pueda estar en el Tercer Cielo donde está el Paraíso celestial ((2 Co. 12:1-4), donde suponemos se ubica el trono de Dios Padre y de su Hijo (Mt. 26:64; Mr. 14:62; Col. 3:1; Ef, 1:20; Heb. 1:3; 10:12; Ap. 3:21; etc.).

2 Corintios 12:1-4: Ciertamente no me conviene gloriarme; pero vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor. (2) Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. (3) Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), (4) que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar.

Hebreos 10:12: pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios.

Apocalipsis 3:19-22: Yo [Cristo glorioso] reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. (20) He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. (21) Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.

La palabra Seol se encuentra en la Biblia por primera vez en el libro de Génesis, cuando Jacob, que había acabado de recibir la noticia de que había muerto su hijo José, “dijo: Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol” (Gn. 37:35 úp). Y la versión de la Biblia Reina-Valera de 1960 inserta la siguiente nota a pie de página, referida a Seol: “Nombre hebreo del lugar de los muertos”. En otra ocasión, él, al recibir una mala noticia con respecto a sus hijos, dijo: “haréis descender mis canas con dolor al Seol. (Génesis 42:38 úp). Lo que significa que Jacob moriría de tristeza si el otro hijo menor moría, y, entonces, descendería a ese lugar bajo tierra, junto con sus canas. En la época en que vivimos se suele decir: ¡Este disgusto me va a llevar a la sepultura! (2)

Es cierto que en el Antiguo Testamento, cuando se relata la muerte de algunos de sus protagonistas importantes, se termina diciendo “que son reunidos con sus antepasados”. Vamos, pues a citar algunos textos al respecto, en distintas versiones de la Biblia, para ver si nos arrojan alguna luz adicional:

Génesis 37:35 (RV 1960): Y se levantaron todos sus hijos y todas sus hijas para consolarlo; mas él no quiso recibir consuelo, y dijo: Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol. Y lo lloró su padre.

Génesis 37:35 (NBJ, 1998): Todos sus hijos e hijas acudieron a consolarle, pero él rehusaba consolarse y decía: «Voy a bajar en duelo al Seol, donde mi hijo.» Y su padre le lloraba.

Génesis 37:35 (NVI 1999): Todos sus hijos y sus hijas intentaban calmarlo, pero él no se dejaba consolar, sino que decía: «No. Guardaré luto hasta que descienda al sepulcro para reunirme con mi hijo.» Así Jacob siguió llorando la muerte de José.

2ª Reyes 10:35 (RV; 1960): Y durmió Jehú con sus padres, y lo sepultaron en Samaria;…

2ª Reyes 10:35 (NBJ, 1998): Jehú reposó con sus antepasados y lo enterraron en Samaría.

Todas estas frases “reunirse con los antepasados muertos”, “descender al Seol” o al sepulcro (otras versiones) para reunirse con sus parientes, o “dormir con sus padres” (2ª Reyes 10:35) no demuestran en absoluto que la reunión sea de espíritus conscientes que son llevados al paraíso provisional del Hades o a la zona del Hades que es infierno, sino simplemente que descienden al Seol (AT) o al Hades (NT). La Biblia misma indica que el Seol, y por consiguiente, también el Hades, puesto que ambos nombres se refieren a lo mismo, es una fosa que se sitúa bajo tierra (Nm. 16:30-33). La morada y reunión de los muertos es un simbolismo que manifiesta la realidad de que todos los seres humanos cuando mueren van a parar a un lugar común, la sepultura, el sepulcro, la tumba, la tierra, el mar, etc. Una vez más así lo identifica la Biblia en el siguiente pasaje:

Números 16:30-33: Mas si Jehová hiciere algo nuevo, y la tierra abriere su boca y los tragare con todas sus cosas, y descendieren vivos al Seol, entonces conoceréis que estos hombres irritaron a Jehová. (31) Y aconteció que cuando cesó él de hablar todas estas palabras, se abrió la tierra que estaba debajo de ellos. 32 Abrió la tierra su boca, y los tragó a ellos, a sus casas, a todos los hombres de Coré, y a todos sus bienes. 33 Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación.

En estos textos se relata el castigo de Dios sobre Coré y sus hombres que encabezaron una rebelión contra Moisés; por eso Jehová los castiga mandando que la tierra se abriera bajo ellos y se los tragase: “Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación” (Nm. 16:33). Aquí se identifica con claridad que se llama Seol al lugar bajo tierra donde van a parar Coré y sus hombres. Por tanto, el Seol no es otra cosa que el lugar donde fueron sepultados los que se rebelaron, o lo que es lo mismo, lo que les sirvió de sepultura. En este caso el Seol fue el instrumento ejecutor que eligió Dios para ejercer su juicio, porque al ser sepultados por la tierra, perecieron, y ahí se acabó todo; y además, se ahorraron tener que excavar una fosa para enterrarlos. (3)

Por tanto, la interpretación más plausible es que las frases «reunirse con su pueblo» (Génesis 25:8,17; Cf. Jueces 2:10), “bajar en duelo al Seol” (Génesis 37:35); “Vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en buena vejez” (Génesis 15:15), son figuras o metáforas comunes del lenguaje hebreo, cuyo significado es “morir y ser sepultado”. El “morir” también se suele equiparar en el lenguaje cotidiano como “reposar” (2ª Reyes 10:35; BJ, 1998). La Biblia suele llamar “dormir” al “morir” (2ª Reyes 10:35). Véase Juan 11:11,13; Job 7:21; Sal. 13:3; Daniel 12:2; Mr. 5:39; Lc.8:52; Hechos 7:60; 1ª Cor. 15:6, 20,51; 1 Ts. 4:13; etc.).

Juan 11:11-13: Dicho esto, les dijo después: Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle. Dijeron entonces sus discípulos: Señor, si duerme, sanará. Pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro; y ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño.

Debemos tener en cuenta que la Revelación que Dios da a través de la Biblia es progresiva, y en tiempo de Abraham, y de Moisés, el autor del Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia), el pueblo no disponía de una revelación específica y detallada sobre el destino de los muertos. Poco a poco todo eso se va aclarando a lo largo del resto de libros que componen la Biblia, en especial en el Nuevo Testamento. Posiblemente, Abraham y sus nietos podían haber conservado la tradición de los pueblos de donde provenían, de que el espíritu sobrevivía al cuerpo con algún tipo de vida consciente. Por eso, Jacob, quizás albergaba la esperanza de que al descender al Seol, se reuniría con el espíritu de su hijo José, al que creía muerto (Génesis 37:35).

Sin embargo, el profeta Daniel, hacia el año 538 a.C., le fue revelado que “muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.” (Dn. 12:2; cf. Jn. 5:29). Esto coincide con lo que nos reveló Jesucristo (Jn. 5:28-29); notemos que Él no llama a los muertos que están en el Seol/Hades sino a los que están en los sepulcros. Una prueba más de que dichos lugares simbolizan la sepultura:

Juan 5:28,29: 28: No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; 29 y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.

Otra pregunta importante: ¿es cierto que las almas de los muertos sobreviven y tienen vida consciente? O también

¿Cómo es posible que tanto las almas justas como las injustas sean llevadas al mismo lugar llamado Seol/Hades?

Se deduce fácilmente según la Biblia que el Seol o Hades representan únicamente “el lugar de los muertos” (Gn. 37:35; cf. Mt. 11:23; 16:18; Lc. 16:23; Hch. 2:27,31; Ap. 1:18; 6:8; 20:13,14), que para nuestra cultura equivale a cementerio o sepultura. Esto resuelve el enigma, y coincide con el sentir general, cuando decimos que la muerte nos iguala a todos, porque tanto justos como injustos van al mismo lugar: la sepultura. Sin embargo, a los primeros les espera la resurrección de vida [eterna]” (Jn. 5:29), y a estos últimos la resurrección de condenación (de juicio, según versiones) (Ap. 20:5,6, 11-15), y la muerte segunda en el lago de fuego (Ap. 2:11; 20:14,15; 21:8).

No obstante, las pruebas bíblicas aportadas, y lo evidente, lógico y razonable que todo lo que antecede resulta, aún se nos matiza que el “Seol/Hades” está configurado en dos secciones separadas por una “gran sima” (Lc. 16:26); y en una de las partes, que es llamada “el seno de Abraham” (Lc. 16:22), es donde son llevadas las almas de los justos; en cambio, las almas injustas serían llevadas a la otra zona, que se identifica con el Hades propiamente dicho. Sin embargo, es curioso que los defensores de esa creencia se fundamenten únicamente en la parábola de “El rico y Lázaro”, que está registrada en el Evangelio de San Lucas (16:19-31) y que recoge las palabras de nuestro Señor Jesucristo.

Nadie tiene derecho a sostener, basado en dicha parábola, la existencia real de almas impías y santas conviviendo a distancia en una fosa bajo tierra durante miles de años; las primeras siendo atormentadas continuamente como por fuego, y las segundas –las almas santas, un poco agobiadas por la tierra que las cubría (entiéndase la ironía)–, en espera de que Jesús muriera en la cruz y, durante el poco tiempo que estuvo Él muerto (poco más de 24 horas), fuese en su espíritu a liberarlos de esa prisión paradisíaca, para luego llevarlos al Cielo. (4)

En lo que antecede he pretendido responder a parte de las primeras objeciones o comentarios de mi lector a mi anterior artículo, y que transcribo a continuación:

«El seno de Abraham está en el Hades o Seol, y es el lugar al que iban los justos en el Antiguo Testamento. Según la doctrina más extendida en las iglesias cuando Jesucristo descendió a los infiernos fue al seno de Abraham y liberó a los justos del Antiguo Testamento y los llevó al paraíso. A esto alude el salmo 68 cuando dice: «Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad, Tomaste dones para los hombres» (Sal. 68:18). Y Pablo en Efesios añade: «Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo» (Ef. 4:8-10).

En Hebreos dice: «Y todos estos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros» (He. 11:39-40). Se entiende que los justos del Antiguo Testamento tuvieron que esperar hasta que Cristo consumara la redención y los sacara del seno de Abraham.

Jesucristo habla, en la parábola [del Rico y Lázaro (Lc. 16:19-31)], del “seno de Abraham” porque era la creencia generalizada entre los judíos. Es cierto que esta expresión no aparece en el Antiguo Testamento, allí se dice: «se reunió con sus padres», «fue unido a su pueblo» o expresiones similares.

El lugar de tormento en el Hades se entiende que es un infierno provisional, mientras el alma está a la espera del juicio final, ya que el infierno definitivo es el lago de fuego (Ap. 20:14-15; 21:8).

En general se cree que después de la muerte hay un juicio, el cual se menciona en Hebreos 9:27: «Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio». Los católicos le llaman el juicio particular y en él se decidiría el destino de las almas mientras esperan el juicio final. (5) (Comentarios de un lector)

En el cuerpo del presente estudio bíblico seguiré desarrollando este tema y también otras objeciones que he recibido; para ello desarrollaré los siguientes epígrafes o capítulos:

  • ¿Puede haber algún tipo de vida espiritual en el Seol o Hades?
  • ¿Jesucristo descendió a los infiernos y fue al seno de Abraham?
  • ¿Qué significa que Cristo “llevó cautiva la cautividad” (Efesios 4:8)?
  • ¿Fue el espíritu de Jesús al Paraíso el día que murió en la cruz?

2. ¿Puede haber algún tipo de vida espiritual en el Seol o Hades?

En el Nuevo Testamento, en el libro de Hechos de los Apóstoles (13:36), también se registra que David “durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción”. Esto no es ninguna prueba de que haya vida después de la muerte. Realmente está probando lo contrario, pues, como dije antes, “dormir” simboliza la inconsciencia total del ser. “Reunirse con sus padres” es claramente una figura que alude al destino común de todos los humanos cuando mueren. Todos van a un mismo lugar: la tierra:

[…] hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.(Génesis 3:19)

Con respecto a la parte final de Hechos 13:36 que dice y vio corrupción” ¿qué significa? Para responder esta cuestión, veamos primeramente el contexto, solo un verso anterior y otro posterior:

Hechos 13:35-37: Por eso dice también en otro salmo: No permitirás que tu Santo vea corrupción. (36) Porque a la verdad David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad de Dios, durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción. (37) Mas aquel a quien Dios levantó [Cristo], no vio corrupción.

“Aquel a quien Dios levantó [de los muertos] [que] “no vio corrupción” es, incuestionablemente, Cristo. ¿Por qué no vio corrupción Cristo? Porque resucitó al tercer día (poco más de veinticuatro horas sepultado) y no dio tiempo a que su cuerpo se descompusiera, cosa que sí ocurrió con el de Lázaro, el hermano de María y Marta (Jn. 11:39), también con el rey David (Hch. 13:36), y sucede con todos los cadáveres de los que mueren. En estos versos citados, la incorrupción de Cristo se contrasta con la corrupción de David. Éste sí “vio” corrupción” porque su cuerpo se descompuso y se convirtió en polvo. El verbo “ver” es una manera simbólica de hablar, para indicar que pasó por ese estado de corrupción. Pues si el espíritu de David, que “no subió a los cielos” (Hechos 2:34), estuviera viviendo conscientemente en cualquier otro lugar, poco le importaría la corrupción de su cuerpo.

Notemos que no hay contradicción alguna entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, pues, el primero registra que los muertos van al Seol donde “no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría” (Eclesiastés 9: 10), es decir, ningún tipo de vida consciente. Y el evangelista San Juan nos relata que Jesús dijo que los muertos están en los sepulcros (Jn. 5:28; cf. Dn. 12:2), donde tampoco hay ningún tipo de vida; coincidiendo, por tanto, ambos Testamentos. Leamos los textos citados que lo prueban:

Eclesiastés 9:10: Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría.

Daniel 12:1-2: En aquel tiempo [el del fin del mundo] se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro. (2) Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.

Juan 5:28-29: No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; (29) y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.

En el Seol, es decir, en la sepultura donde todos tenemos que ir a parar algún día, es donde se entierran a los muertos; y no existen más misterios; todo lo demás no son más que imaginaciones truculentas de las que somos muy dados los seres humanos. El texto de arriba con rotundidad expresa que en el Seol no puede haber ningún tipo de vida; y en el supuesto que la existiera sería horrible, podríamos decir, infernal. Lugar de total oscuridad y ausencia de vida humana; simboliza también los estados de oscuridad y de angustia por los que podemos pasar las personas, como le ocurrió al rey David (Sal. 30:3) cuando fue pertinaz y cruelmente perseguido por el Rey Saúl.

Salmos 30:3: Oh Jehová, hiciste subir mi alma del Seol; Me diste vida, para que no descendiese a la sepultura.

Salmos 30:9: ¿Qué provecho hay en mi muerte cuando descienda a la sepultura? ¿Te alabará el polvo? ¿Anunciará tu verdad?

En este Salmo (30:3), el rey David relata su experiencia de sentirse tan abatido, como si estuviera a punto de morir y en la oscuridad de la sepultura. Notemos como se equipara ésta con el Seol, porque son la misma cosa. Él siente como Dios le eleva desde la profundidad del Seol, donde se sentía sumergido, y le da vida, para que no muera y tenga que descender a la sepultura. En el siguiente Salmo (30:9), David sigue dialogando con Dios: si él moría y descendía a la sepultura o Seol ¿le alabaría el polvo (lo que uno se convierte cuando se muere)? Y lógica y naturalmente tampoco podría anunciar la verdad de Dios, porque un muerto, que es polvo, nada puede hacer.

Sin duda el Seol es un lugar bajo tierra, donde se entierran a los muertos, por eso es necesario excavar la tierra porque no se encuentra en la superficie de la misma. Por eso, en la Biblia siempre se habla de “descender al Seol” (Gn. 37:33-35; 42:38:44:29-34; 1 R. 2:6; 2:9), que se equipara con descender al sepulcro o a la sepultura. Descender al Seol equivale, pues, ir a la muerte, o morir. Librarse del Seol es librarse de la muerte, porque ser redimido o rescatado del Seol es ser librado de la muerte (cf. Os. 13:14).

Veamos otro ejemplo muy esclarecedor:

Salmos 88:3-5: Porque mi alma está hastiada de males, Y mi vida cercana al Seol. (4) Soy contado entre los que descienden al sepulcro; Soy como hombre sin fuerza, (5) Abandonado entre los muertos, Como los pasados a espada que yacen en el sepulcro, De quienes no te acuerdas ya, Y que fueron arrebatados de tu mano.

Salmos 89:48: ¿Qué hombre vivirá y no verá muerte? ¿Librará su vida del poder del Seol? Selah

Notemos el paralelismo entre la vida del salmista cercana al Seol –es decir, él se sentía cercano a la muerte– y ser contado entre los que descienden al sepulcro (Sal. 88:3,4). Esto demuestra una vez más la equivalencia de Seol y sepulcro o sepultura; todo ello relacionado con la muerte; porque allí –al Seol o la sepultura– es donde van a parar los muertos. El poder del Seol no es más que el poder de la muerte, que solo Dios vence, mediante Su resurrección. (6)

¿Qué quiere decir: “ni permitirás que tu Santo vea corrupción” (Hch. 2:27; 13:35)?

Significa que tanto el Seol/ Hades o las sepulturas son lugares donde se corrompen los cuerpos de los seres humanos. Es lo mismo que ocurre en las sepulturas o tumbas. Un cadáver, a los pocos días después de ser enterrado, empieza a descomponerse, hasta convertirse en polvo con los años. Dios no permitió que esto le ocurriera al cuerpo de Jesús porque fue resucitado al tercer día de su muerte –Jesús murió un viernes antes de la puesta del sol, y resucitó el domingo de madrugada–: “Porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción.” (Hechos 2: 27).

El apóstol Pedro, que en el texto anterior (Hch. 2:27) ha citado el Salmo 16:10 del rey David, lo explica magistralmente en los versos siguientes (Hechos 2: 29-35)

Hechos 2:27-34 (Compárese con Salmos 16:10): Porque no dejarás mi alma en el Hades, Ni permitirás que tu Santo vea corrupción. […] Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. (30) Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, (31) viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción. (32) A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. (33) Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. (34) Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, (35) Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.

San Pedro explica el significado del Salmo 16:10; y por eso, se refiere de nuevo al Rey David que, aunque murió y fue sepultado, “siendo profeta”, por la revelación que Dios le dio, profetizó sobre “la resurrección de Cristo, que su alma no sería dejada en el Hades, ni su carne vería corrupción” (Hch. 2:31); es decir, David tuvo la revelación del Salmo (16:10), que anticipaba lo que ocurriría más tarde al Mesías. Y san Pedro termina ratificando que, aunque el rey David fue profeta, murió y fue sepultado como todo el mundo, pero así como “…David no subió a los cielos;” (Hechos 2:34), tampoco nadie sube al cielo hasta el día de la resurrección (1 Co. 15:51-58; 1 Ts. 4:13-17).

El rey David, como profeta, tuvo el privilegio de conocer que Cristo Jesús nacería, según la carne, de su descendencia (verso 30) y le fue revelado que Jesús sería resucitado, por lo que “su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción” (Verso 31). Esto significa, pues, que solamente la resurrección evitó la corrupción del cuerpo de Jesús, al ser recreada su alma –o lo que es lo mismo: su espíritu, en el sentido de esencia de su ser entero como Hombre verdadero que Él es–, que había dejado de existir por tres días inclusivos. (7)

En resumen, los muertos van al Seol donde “no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría” (Eclesiastés 9: 10), es decir, ningún tipo de vida consciente. Jesús dijo que los muertos están en los sepulcros (Jn. 5:28-29), donde tampoco hay ningún tipo de vida. (8)

Juan 5:28-29: No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; (29) y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.

3. ¿Jesucristo descendió a los infiernos y fue al seno de Abraham?

Supongo que mi comentarista –al que le agradezco el indudable esfuerzo que ha realizado para compartirme su creencia– puede que use la palabra “infierno” en su sentido etimológico –y no como lugar de tormento–, porque según Wikipedia, “La palabra infierno viene del latín inférnum o ínferus (por debajo de, lugar inferior, subterráneo), y está en relación con las palabra Seol (del hebreo) y Hades (del griego)” (9). O bien, según otra definición hallada en Internet: “El lugar donde los romanos enterraban a los muertos en la antigüedad se le denominaba “infernus (abajo) (seis pies bajo tierra). De ahí nuestra palabra infierno y las palabras inferior e infernal.” (10) Transcribo algunos de sus primeros comentarios a continuación:

«El seno de Abraham está en el Hades o Seol, y es el lugar al que iban los justos en el Antiguo Testamento. Según la doctrina más extendida en las iglesias cuando Jesucristo descendió a los infiernos fue al seno de Abraham y liberó a los justos del Antiguo Testamento y los llevó al paraíso. A esto alude el salmo 68 cuando dice: «Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad, Tomaste dones para los hombres» (Sal. 68:18). Y Pablo en Efesios añade: «Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo» (Ef. 4:8-10).

En Hebreos dice: «Y todos estos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros» (He. 11:39-40). Se entiende que los justos del Antiguo Testamento tuvieron que esperar hasta que Cristo consumara la redención y los sacara del seno de Abraham.

El lugar de tormento en el Hades se entiende que es un infierno provisional, mientras el alma está a la espera del juicio final, ya que el infierno definitivo es el lago de fuego.

(11) (Comentarios del lector)

Como bien expresa el primer párrafo de estos comentarios, la doctrina a la que se refiere –Jesucristo descendió a los infiernos [y] fue al seno de Abraham– no es aceptada por la generalidad de las iglesias cristianas evangélicas, aunque quizá pueda ser “la más extendida” entre ellas. Sin embargo, no se trata realmente de una doctrina específicamente protestante o evangélica, sino que procede de la Iglesia católica que la oficializó como dogma de fe para todos sus fieles en su Catecismo. El Credo –conocido como “Símbolo de los Apóstoles”, ya recogía que “Jesucristo descendió a los infiernos” (12) (Catecismo Iglesia católica, p. 41); por eso ahora es muy interesante que veamos algunas porciones de los párrafos de los Artículos 4 y 5 del citado Catecismo, donde se desarrolla esta doctrina que nos ocupa y preocupa, porque ha sido adoptada por gran parte del cristianismo evangélico.

A fin de poder comentar las frases o párrafos que discrepo del Catecismo los destacaré con letra negrilla, e indicaré un número de referencia precedido por un asterisco, a fin de relacionar mi comentario que situaré bajo la transcripción del Catecismo:

Artículo 4, Párrafo 3, ps.122,123
JESUCRISTO FUE SEPULTADO

624 «Por la gracia de Dios, gustó la muerte para bien de todos» (Hb 2, 9). En su designio de salvación, Dios dispuso que su Hijo no solamente «muriese por nuestros pecados» (1 Co 15, 3) sino también que «gustase la muerte», es decir, que conociera el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo (*1), durante el tiempo comprendido entre el momento en que él expiró en la Cruz y el momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba (Cf. Jn 19, 42) manifiesta el gran reposo sabático de Dios (Cf. Hb 4, 4-9) después de realizar (Cf. Jn 19, 30) la salvación de los hombres, que establece en la paz el universo entero (Cf. Col 1, 18-20). (13) (Catecismo de la Iglesia católica) (Lo destacado en letra negrilla marca la frase que comentaré abajo)

(*1) El Catecismo se refiere a que el Hijo de Dios gustó “el estado de muerte” como un “estado de separación entre el alma y su cuerpo. No obstante, aquí es necesario recordar que Jesucristo es un Hombre único en el universo, porque Su Persona es divina. Por lo tanto, la muerte que Él experimentó en la cruz afectó solo a su ser humano/naturaleza humana, puesto que la Persona única del Hijo de Dios era imposible que muriera, porque Dios es “el único que tiene inmortalidad” (1 Ti. 1:17; 6:16). En el instante cuando iba a morir en la cruz, “cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: […] Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt 27:46; Mr. 15:34). Lo que significa que el Hombre Jesús experimentó por primera vez la separación de Dios, porque Su Persona divina se separó del Hombre Jesús, coincidiendo simultáneamente, o casi, con el instante en el que “Jesús entregó el espíritu” (Mt. 27:50; Jn. 19:30), o bien “Jesús expiró” (Mr. 15:37; Lc. 23:46). La muerte que el Hombre Jesús gustó, exceptuando la experiencia única y singular de su separación previa de Su Persona divina, es análoga o semejante a la de cualquier ser humano.

Sigo transcribiendo los párrafos del Catecismo que abordan el tema que nos ocupa, para comentar a continuación aquello en que disiento del mismo.

Artículo 4, Párrafo 3, ps.122-123
El cuerpo de Cristo en el sepulcro

625 La permanencia de Cristo en el sepulcro constituye el vínculo real entre el estado pasible de Cristo antes de Pascua y su actual estado glorioso de resucitado. Es la misma persona de «El que vive» que puede decir: «estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos» (Ap 1, 18):

Dios [el Hijo] no impidió a la muerte separar el alma del cuerpo, según el orden necesario de la naturaleza pero los reunió de nuevo, uno con otro, por medio de la Resurrección, a fin de ser El mismo en persona el punto de encuentro de la muerte y de la vida deteniendo en él la descomposición de la naturaleza que produce la muerte y resultando él mismo el principio de reunión de las partes separadas (S. Gregorio Niceno, or. catech. 16).

626 Ya que el «Príncipe de la vida que fue llevado a la muerte» (Hch 3,15) es al mismo tiempo «el Viviente que ha resucitado» (Lc 24, 5-6), era necesario que la persona divina del Hijo de Dios haya continuado asumiendo su alma y su cuerpo separados entre sí por la muerte:

Por el hecho de que en la muerte de Cristo el alma haya sido separada de la carne, la persona única no se encontró dividida en dos personas; porque el cuerpo y el alma de Cristo existieron por la misma razón desde el principio en la persona del Verbo; y en la muerte, aunque separados el uno de la otra, permanecieron cada cual con la misma y única persona del Verbo (S. Juan Damasceno, f.o. 3, 27).

«No dejarás que tu santo vea la corrupción»

627 La muerte de Cristo fue una verdadera muerte en cuanto que puso fin a su existencia humana terrena. Pero a causa de la unión que la Persona del Hijo conservó con su cuerpo, éste no fue un despojo mortal como los demás (*2) porque «no era posible que la muerte lo dominase» (Hch 2, 24) y por eso de Cristo se puede decir a la vez: «Fue arrancado de la tierra de los vivos» (Is 53, 8); y: «mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás mi alma en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la corrupción» (Hch 2,26-27; Cf. Sal 16, 9-10). La Resurrección de Jesús «al tercer día» (1 Co 15, 4; Lc 24, 46; Cf. Mt 12, 40; Jon 2, 1; Os 6, 2) era el signo de ello, también porque se suponía que la corrupción se manifestaba a partir del cuarto día (Cf. Jn 11, 39). (14) (Catecismo de la Iglesia católica) (Lo destacado en letra negrilla marca la frase que comentaré abajo)

(*2) “La muerte de Cristo fue una verdadera muerte en cuanto que puso fin a su existencia humana terrena.” Totalmente de acuerdo con la primera frase del punto 627 del Catecismo. Sin embargo, discrepo en cuanto a la segunda parte del párrafo destacado arriba: “Pero a causa de la unión que la Persona del Hijo conservó con su cuerpo, éste no fue un despojo mortal como los demás.” (15) (Catecismo I. C.). Por la siguiente razón:

La Persona del Hijo de Dios está unida hipostáticamente con el Hombre Jesús, pero dicha unión se disuelve en el instante de Su muerte como Hombre; porque es imposible que haya unión entre Dios y el cadáver de Jesús Hombre. No se puede aceptar que éste no fuese un despojo mortal como los demás; puesto que si Él es Hombre verdadero, desde el momento en que Cristo murió y durante todo el tiempo que estuvo enterrado, su cuerpo muerto era un cadáver o despojo mortal como el de cualquier otro cadáver de hombre que llevase el mismo tiempo muerto. Aunque es totalmente cierto que “la muerte no podía retener al Hombre Jesús” (Hch. 2:24), porque nunca pecó, ni tenía una naturaleza humana pecaminosa porque fue “engendrado por el Espíritu Santo en el vientre de la Virgen María, y nació santo” (Mt. 1:20; Lc. 1:31,35); por eso, la muerte no le podía retener, y fue resucitado al tercer día. “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebreos 2:14).

Por tanto, no murió solo una parte del Hombre Jesús –su cuerpo–, eso es imposible, porque no se muere por partes, sino que murió el Hombre entero; no cabe, pues, decir, que murió solo su cuerpo; eso sería absurdo e ilógico, porque arriba se probó bíblicamente que el ser humano no es un compuesto de cuerpo y alma sino que es un alma viviente; y Cristo es, además, “espíritu vivificante” (1 Co. 15:45), lo que significa que “Él tiene poder para entregar su vida y volverla a tomar” (Jn. 10:18); y para dar “vida eterna a los que creen en Él” (Jn. 6:33, 40,47; etc.).

Los siguientes párrafos del Catecismo, que transcribo abajo, desarrollan la doctrina de que Cristo descendió a los infiernos, es decir al Hades a liberar a los supuestos santos cautivos en la simbólica morada de los muertos. Al coincidir dicha doctrina católica con la evangélica, me limitaré a comentar solo esta última.

Artículo 5, Párrafo 1, p.122-123
«JESUCRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS,
AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS»

631 «Jesús bajó a las regiones inferiores de la tierra. Este que bajó es el mismo que subió» (Ef 4, 9-10). El Símbolo de los Apóstoles confiesa en un mismo artículo de fe el descenso de Cristo a los infiernos y su Resurrección de los muertos al tercer día, porque es en su Pascua donde, desde el fondo de la muerte, él hace brotar la vida:

Párrafo 1
CRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS

632 Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales Jesús «resucitó de entre los muertos» (Hch 3, 15; Rm 8, 11; 1 Co 15, 20) presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos (Cf. Hb 13, 20). Es el primer sentido que dio la predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos. Pero ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos (Cf. 1 P 3,18-19).

633 La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (Cf. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (Cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (Cf. Sal 89, 49; 1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el «seno de Abraham» (Cf. Lc 16, 22-26). «Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos» (Catech. R. 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados (Cf. Cc. de Roma del año 745; DS 587) ni para destruir el infierno de la condenación (Cf. DS 1011; 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (Cf. Cc de Toledo IV en el año 625; DS 485; Cf. también Mt 27, 52-53).

634 «Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Nueva…» (1 P 4, 6). El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase condensada en el tiempo pero inmensamente amplia en su significado real de extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares porque todos los que se salvan se hacen partícipes de la Redención.

635 Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la muerte (Cf. Mt 12, 40; Rm 10, 7; Ef 4, 9) para «que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan» (Jn 5, 25). Jesús, «el Príncipe de la vida» (Hch 3, 15) aniquiló «mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud «(Hb 2, 14-15). En adelante, Cristo resucitado «tiene las llaves de la muerte y del Hades» (Ap 1, 18) y «al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos» (Flp 2, 10). (16) (Catecismo de la Iglesia católica)

Por consiguiente, según mi interpretación de la Biblia, “el estado de muerte” no es exactamente un “estado de separación entre el alma y su cuerpo puesto que el ser humano es una unidad psicosomática indivisible, no es factible su división en partes independientes con autonomía propia; porque cuando muere el cuerpo, es decir, las neuronas cerebrales, deja de haber la vida psíquica que es función del cerebro. Pero toda la identidad de la persona que ha llegado a ser, con todos sus conocimientos, sentimientos, emociones, y demás caracteres, tanto físicos como psíquicos, que conforman lo que llamamos la persona o el “yo”, no se pierden con la muerte, porque Dios guarda el depósito de cada persona (2 Ti. 1:12), en su Memoria infinita, a fin de recrear toda su vida, que “está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3:3 úp), en el día del juicio final y resurrección de los muertos (1 Co. 15:51-57; 1 Ts. 4:13-18).

Es decir, lo que cada ser humano ha alcanzado durante toda su vida terrena, su vida entera, queda depositado en Dios. De ahí que Jesús dijo: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para Él todos viven” (Lc. 20:38). Para Dios, que existe en la eternidad, todo es un eterno presente. Por eso, el apóstol Pablo pudo decir: “yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día (2 Ti. 1:12).

Nótese que aquel día, al que se refiere Pablo, es el de la venida gloriosa de Jesús, “el día postrero” (Jn. 6:39, 40, 44, 54) en el que, él y todos los santos, serán resucitados, es decir, recreados a partir de ese depósito guardado en Dios; “porque habéis muerto, vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria” (Col. 3:3-4).

Sin embargo, para que Dios nos inscriba en “el libro de la vida” (Fil. 4:3; Ap. 3:5; 13:8; 20:15; 21:27; 22:19; cf. Éx. 32:32; Sal. 69: 28; Dn. 7:10; 12:1), es condición imprescindible haber “nacido de nuevo de agua y del Espíritu” (Jn. 3:3,5; cf. Jn. 1:12-13); porque “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6); es decir, si deseamos la vida eterna tenemos que rogar a Dios que nos resucite espiritualmente para darnos esa vida espiritual que nos hace seres espirituales, idóneos para Su Reino celestial. Lo que dijo Jesús es que todo nacido del Espíritu es “espíritu”, que significa ser espiritual. Aquí encontramos, pues, el primer significado para la palabra “espíritu”; es decir, es la vida espiritual que solo Dios puede dar (Jn. 1:12-13); la cual completa a la vida física que todos poseemos al nacer de la “carne”.

La segunda acepción de “espíritu” procede de la creación del primer hombre, Adán, al que Dios le “sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente (Gn. 2:7; cf. 6:17; 7:15,22); es decir, “Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postre Adán, espíritu vivificante.” (1 Co. 15:45). Por eso el apóstol Santiago dijo que “el cuerpo sin espíritu está muerto” (Stg. 2:26), y el apóstol Juan explicó que a “los cadáveres de los dos testigos muertos” (Ap. 11:8 pp), “después de tres días y medio entró en ellos el espíritu de vida enviado por Dios, y se levantaron sobre sus pies” (Ap. 11: 11). Vemos que dicho espíritu de vida es el que transforma la materia inerte de los cadáveres en seres humanos vivientes, pero no se trata de insuflar el alma/espíritu de la filosofía griega, sino que es la energía o poder creador de Dios que proporciona la vida a todas sus criaturas.

Estas dos acepciones de la palabra espíritu, se encuentran incluidas, complementándose, en las palabras que pronunciaron tanto Jesús como Esteban, poco antes de morir: “Jesús entregó el espíritu” (Mt. 27:50; Jn. 19:30), o bien “Jesús expiró” (Mr. 15:37; Lc. 23:46); e igualmente con similar significado, cuando Esteban oró “Señor Jesús, “recibe mi espíritu” (Hch. 7:59). En el caso de Jesús, los evangelistas describen su muerte como expirar o entregar el espíritu, es decir, su vida entera creada por el espíritu de vida de Dios (Gn. 6:17; 7:15,22), para que sea guardada en depósito (2 Ti. 1:12), en su Memoria infinita, hasta la resurrección, que para Jesús se produciría al tercer día inclusivo (pocos minutos del viernes, sábado completo y algo del domingo, de manera que en total poco más de 24 horas); en cambio, en el caso, de Esteban su resurrección, al igual que la de todos los santos muertos, se producirá en el día de la segunda venida de Cristo en gloria (1 Ts. 4: 13-18).

Veamos ahora los siguientes textos claves que demuestran que el espíritu de vida o aliento de vida no es el alma ni es el espíritu del ser humano, sino que es la esencia de la vida que solo es posible por el poder de Dios que transforma la materia.

Génesis 6:17: Y he aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir toda carne en que haya espíritu de vida debajo del cielo; todo lo que hay en la tierra morirá.

Génesis 7:15,22: Vinieron, pues, con Noé al arca, de dos en dos de toda carne en que había espíritu de vida. […] (22) Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices, todo lo que había en la tierra, murió.

En los textos presentados arriba, la Sagrada Escritura nos revela, en primer lugar, “el espíritu de vida”, que no puede ser otra cosa que una forma de nombrar a la fuente de la vida que procede de Dios, Su poder creador (cf. Ro. 8:2). En segundo lugar, que “el aliento de vida” (Gn. 2:7), que Él usó para crear al hombre es lo mismo que “el espíritu de vida”; y, en tercer lugar, que “el espíritu de vida” o “el aliento de espíritu de vida” es común a “toda carne” (Gn. 6:17; 7:15,22); es decir, tanto a los animales como al hombre, les fue dada la vida de la misma manera, al proporcionarles Dios “el espíritu de vida”.

Por tanto, es totalmente imposible que “el aliento de vida” (Gn. 2:7), “el espíritu de vida”, o “el aliento de espíritu de vida”, que es común a “toda carne” (Gn. 6:17; 7:15,22), sea equivalente al alma del concepto tradicional derivado de la cultura y filosofía griega antigua, que defiende el dualismo, cuerpo-alma; dos elementos o sustancias totalmente antagónicos; los cuales sería imposible que, dada su heterogeneidad, pudieran unirse y, luego, ser capaces de mantener su independencia, de tal forma que uno de ellos –el alma– sobreviva a la muerte del cuerpo. Esto, además de indemostrable bíblicamente, está en total contraposición con la idea que se deriva de los textos citados arriba de Génesis y de 1 Corintios 15:45, que demuestran que el ser humano no es un compuesto de cuerpo y alma sino un alma viviente o ser unitario.

Por consiguiente, mucho más racional y lógico es el pensamiento bíblico de que el alma humana es equivalente a la persona humana. El ser humano, todo él, es un alma viviente, resultado de la creación de Dios, que dio vida a la materia, al cuerpo físico y biológico y psíquico, que previamente Él modeló, formó y compuso “del polvo de la tierra”, al insuflarle Su “aliento de vida”. Como hemos visto arriba, este “aliento de vida” o espíritu (heb: ruaj; gr.: pneuma) de vida, no es el alma sino el poder de Dios que da la vida al cuerpo muerto (Lc. 8:54-56; Stgo. 2:26; Ap. 11:11).

Para probar que Jesucristo es el Mesías y que la Escritura había profetizado la resurrección del Mesías, el apóstol Pedro cita el Salmo mesiánico del rey David (16:10), quien “siendo profeta” (Hch. 2:30 pp), y, por tanto, “viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción; “alma” representa a la persona entera o la vida, no una parte, e igualmente carne, aunque en este caso, la “carne” se refiere al cuerpo muerto de Jesucristo, que como cadáver que era no había alcanzado a corromperse, porque fue resucitado a poco más de 24 horas de su muerte. El Hades, como hemos visto en lo que antecede, simboliza la sepultura o morada de los muertos.

Como hemos podido comprobar, la doctrina evangélica que sostiene que “Jesucristo descendió a los infiernos” y “fue al seno de Abraham a liberar a los justos del Antiguo Testamento y los llevó al paraíso”, es igual o similar a la que aparece en el Catecismo de la Iglesia católica, citado arriba. Por tanto, prescindo de comentar el párrafo 1 anterior del Artículo 5 del Catecismo de la Iglesia católica, limitándome, en lo que sigue a comentar la doctrina evangélica.

Voy a continuación a enumerar una serie de argumentos que prueban los errores en que se basa la mencionada doctrina, que es consecuencia de una incorrecta interpretación que proviene de un cúmulo o sarta de errores, los cuales voy a exponer en lo que sigue de este estudio bíblico.

Primero, “el seno de Abraham” (Lc. 16:22) es una fábula que circulaba entre los judíos de la época de Jesucristo, que solo aparece una sola vez en la Biblia, y sólo en el Evangelio de San Lucas, cuando nuestro Señor la usó para ilustrar su parábola del Rico y Lázaro; por tanto, también los personajes citados en dicha parábola son posiblemente ficticios, excepto el patriarca Abraham del que se vale Jesús, dada la gran relevancia que dicho personaje tiene en la historia de la salvación, para que aquél, –al responder figuradamente al hombre rico que supuestamente vivía, después de muerto, en el Hades–, fuera el que finalmente mostrara o expusiera la enseñanza moralizante, que es, en definitiva, la finalidad de toda parábola, siendo secundarios los actores y detalles de la historia, y de ninguna manera necesariamente reales. De esta parábola, como de muchas otras, tales como, por ejemplo, la parábola de la cizaña (Mt. 13:36-43), de la fiesta de bodas (Mt. 22:1-14; cf. Lc. 14:15-24), de las diez vírgenes (Mt. 25:1-13), de la oveja perdida (Lc. 15:1-7), del hijo pródigo (Lc. 15:1-7), del mayordomo infiel (Lc. 16:1-18); de la viuda y el juez injusto (Lc. 18:2-8); etc., lo importante es la enseñanza que Jesús pretende transmitir; y de ninguna manera podemos pretender que los hechos, lugares, situaciones, o personajes sean reales.

Por otra parte, sería muy temerario y sin sentido elaborar una doctrina en la que están involucrados temas esenciales, como son la vida después de la muerte, el destino de los justos e injustos, la existencia del Hades como un lugar bajo tierra real, capaz de dar morada a los espíritus de los muertos; y todo ello fundamentándose meramente en una parábola, que, además, se registra en un solo lugar de la Biblia. Me resulta difícil concebir como son tantos los cristianos que se han dejado arrastrar por estas doctrinas que no se ajustan a la verdad revelada en la Sagrada Escritura.

Segundo, el Hades no es otra cosa que un símbolo del lugar donde van a parar los muertos, que se sitúa, como la sepultura que representa, bajo tierra, y donde no existe ningún tipo de vida humana, ni podrían vivir los espíritus humanos, en el caso de que fuera posible que éstos fuesen entidades conscientes capaces de vivir con independencia de los seres humanos de los que salieron en sus muertes respectivas. Existen muchas pruebas bíblicas que demuestran mi aseveración, como hemos comprobado en lo que antecede; y a lo que añado la siguiente selección de los muchos pasajes, que al respecto registra la Biblia:

Números 16:33: Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación.

Eclesiastés 9: 5, 6, 10: Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. 6 También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya; y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol.” […] 10 Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría.

Salmo 6:5: Porque en la muerte no hay memoria de ti; En el Seol, ¿quién te alabará”?

Salmo 104:29 (cf. Sal. 30:3 y 30:9): Escondes tu rostro, se turban; Les quitas el hálito, dejan de ser, Y vuelven al polvo.

Salmo 88:10-12: ¿Manifestarás tus maravillas a los muertos? ¿Se levantarán los muertos para alabarte? Selah 11 ¿Será contada en el sepulcro tu misericordia, O tu verdad en el Abadón? 12 ¿Serán reconocidas en las tinieblas tus maravillas, Y tu justicia en la tierra del olvido?

Salmo 115:17: No alabarán los muertos a JAH, Ni cuantos descienden al silencio.

Salmo 146:4: Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; En ese mismo día perecieron sus pensamientos.

Isaías 38:18, 19: Porque el Seol no te exaltará, ni te alabará la muerte; ni los que descienden al sepulcro esperarán tu verdad. 19 El que vive, el que vive, éste te dará alabanza, como yo hoy; el padre hará notoria tu verdad a los hijos.

Daniel 12:2: Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.

Juan 5:28,29: No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.”

Tercero, es inconcebible el descenso al Hades de Cristo mientras estuvo muerto, a), porque es un lugar que no existe, pues es símbolo de la sepultura, b) el seno de Abraham es claramente una fábula judía; c) porque en el supuesto que existiera tal lugar, tampoco podría mantenerse o desarrollarse la vida de ninguna criatura inteligente; d) los espíritus, o almas en el sentido platónico, de los muertos tampoco existen como tales entidades conscientes; e) por la misma razón, no murió una parte del Cristo Hombre –su cuerpo–, sino que murió el Hombre entero, porque no es posible separar su espíritu humano como si fuera una entidad consciente con vida propia independientemente del cuerpo; su espíritu, como el de todo ser humano, entendiendo por ello su vida, es entregado al Padre en el momento de morir; como vimos arriba; pero sostengo que murió Cristo el Hombre entero, no solo su cuerpo, como sostiene la mayoría del cristianismo.

No obstante, debemos tener en cuenta que Jesucristo es un Hombre singular, único en el universo; porque en Él concurren la naturaleza humana y la divina, unidas hipostáticamente –sin mezclarse entre sí– en una sola Persona, la Persona divina de Dios el Hijo. Por lo tanto, lo que ocurrió cuando el Hombre Jesús murió en la cruz fue que la Persona divina se separó del Hombre Jesús, disolviéndose momentáneamente – durante las poco más de 24 horas que Él estuvo muerto– la unión hipostática que existía entre las dos naturalezas. Lo cual fue restaurado por el Dios Trino –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, al tercer día inclusivo de su muerte, mediante su resurrección.

En resumen, puesto que el Hades es símbolo de la sepultura o sepulcro, el seno de Abraham es claramente una fábula judía, por tanto, dicho lugar no existe en ninguna parte; de lo que se deduce que jamás nuestro Señor Jesús pudo ir allí durante las cerca de veinticuatro horas que estuvo muerto, ni tampoco cabe, ni siquiera pensarlo, que podría haberlo visitado después de ascender al Cielo; primero, y principal, porque no existe tal lugar, y aún en el caso de que existiera bajo tierra, ¿a qué iba ir allí Cristo? A Él le habría bastado dar una orden para liberar a los supuestamente justos encarcelados en la “prisión” del “seno de Abraham”, así como hizo con la resurrección de Lázaro, el hermano de Marta y María, para que saliera de la sepultura (Jn. 11:43: “¡Lázaro, ven fuera!”), cuando su cadáver “hedía de cuatro días” (Jn. 11:39), de igual modo, “el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero.” (1 Ts. 4:16).

4. ¿Qué significa que Cristo “llevó cautiva la cautividad” (Efesios 4:8)?

A mediodía de ayer 26 de septiembre de 2023 me formulé la pregunta que encabeza esta sección; y, sinceramente, me sorprendió mucho que después de haber cumplido veinte años de lectura y estudio de forma autónoma y constante de la Palabra de Dios, aún no supiera cómo explicar a qué se refiere el apóstol Pablo cuando, citando el Salmo 68:18, escribió: «Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres” (Ef. 4:8; cf. Sal. 68:18). En este mes de septiembre se han cumplido veinte años desde que escribí la carta de mi despedida a la Iglesia adventista del séptimo día; y, a éstos años recientes, he de añadirles los treinta años anteriores que estudié la Biblia, cada sábado con ellos. Durante esos cincuenta años es seguro que leí muchas veces el capítulo 4 de la Epístola a los Efesios. Sin embargo, he de reconocer que durante esos mismos años, pocas veces leí el Salmo 68:18 citado por San Pablo; el cual muestro en las siguientes dos versiones de la Biblia:

Salmos 68:18 (Versión R-V, 1960): Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad, Tomaste dones para los hombres,(ref. Ef. 4:8) Y también para los rebeldes, para que habite entre ellos JAH Dios.

Salmos 68:18 (Versión BTX): Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad, Tomaste dones y los diste a los hombres, incluso a los rebeldes, Para habitar entre ellos, ¡oh YH ’Elohim!

Cristo, que “había descendido primero a las partes más bajas de la tierra” (Ef. 4:9), fue el mismo que ascendió gloriosamente al Cielo a la diestra del Padre (1 P. 3:22; etc.).

Entiendo, sin lugar a dudas, que el que subió a lo alto es Cristo, porque Pablo en el versículo 7 anterior de Efesios se refiere a Él: “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo.” (Efesios 4:7); Y, además, el Apóstol en los versículos siguientes añade unas características que solo pueden pertenecer a Cristo; comprobémoslo:

Efesios 4:9-12: Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? (10) El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. (11) Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, (12) a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.

Argumentos de por qué Cristo, al subir “por encima de todos los cielos” pudo “llenarlo todo” (Ef. 4:10 úp).

Primero, solo Cristo que “había descendido primero a las partes más bajas de la tierra” (Ef. 4:9) es “el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo.” (Ef. 4:9); esto significa que solo un Ser infinito, como es Dios el Hijo puede llenar el universo, porque Él mismo se identifica como “el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último” (Ap. 22:13); además, el apóstol Juan registró que Jesús le dijo: “Yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.” (Ap. 1:17,18)

Segundo, por otra parte, el Evangelio de San Juan registra que el mismo Jesucristo dijo: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo.” (Juan 3:13). Es decir, el énfasis no está en que “nadie subió al cielo” sino en el hecho que aunque haya habido alguien que haya subido al Cielo [como, por ejemplo, Enoc (Gn. 5:24; cf. Heb. 11:5), Elías (2 R. 2:1-11) y Moisés (Mt. 17:3; Mr. 9:4; Lc. 9:30)], nunca habría podido descender para revelar las cosas celestiales, pues éstas solo corresponden a Dios (Mt. 11:27; cf. Jn. 10:38), y ningún ser humano tiene acceso a Dios excepto “el Hijo del Hombre, que está en el cielo”. Jesús, como Hombre verdadero, se circunscribía al tiempo y al espacio, pero como Persona divina, es decir, como Dios, es omnipresente, está en todas partes y, por tanto, también en el Cielo simultáneamente.

Tercero, “por la resurrección de Jesucristo, quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades.” (1 P. 3:21 úp, 22)

“Él [Cristo] es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. (16) Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. (17) Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; (18) y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; (19) por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, (20) y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.” (Colosenses 1:15-20)

¿Qué significa que Cristo “descendió a las partes más bajas de la tierra” (Ef. 4:9)?

En su Epístola a los Efesios (4:8), el apóstol Pablo cita el Salmo 68:18, para aplicarlo al triunfo que Cristo obtuvo sobre el pecado, la muerte, el diablo y los enemigos de Dios que son los hijos del diablo (Jn. 8:44; Hch. 10:38; Col. 2:15; Heb. 2:14);

Juan 8:44: Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.

Hechos 10:38: [vosotros sabéis…] cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

Colosenses 2:15: y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.

Hebreos 2:14: Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo.

¿Qué significan “las partes más bajas de la tierra” (Efesios 4:9 úp)?

Significa como veremos a continuación la tremenda humillación a la que Cristo se sometió para reconciliar a los seres humanos con Dios (2 Co. 5:18-20; Ro. 5:6,10-11), gustando la muerte, y siendo enterrado bajo tierra, lo que se pone en contraste con el sublime ensalzamiento que significó su resurrección y ascensión al cielo, retomando la posición que tenía antes de su encarnación, pero llevando consigo cautiva la cautividad.

Todo lo que antecede fue hecho posible porque “aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros” (Jn. 1:14 pp); porque “Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, (7) sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; (8) y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (9) Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, (10) para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; (11) y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Filipenses 2:6-11).

Así lo corroboran ilustres y eruditos teólogos como William Hendriksen, que cito abajo:

[…] En su análisis final la diferencia entre el punto de vista de Calvino, Hodge, etc. y el que yo [William Hendriksen] y muchos otros sostenemos, llega a ser mínimo si este descenso a la tierra se interpreta en su sentido más amplio, vale decir, como una encarnación que comprende profunda humillación: “Jesús de su alto trono vino a este mundo a morir”. Así Calvino comenta acerca del descenso de Cristo a la tierra como sigue: “¿Y cuándo fue que Dios descendió más bajo que cuando Cristo se vació a sí mismo (Fil. 2:7)? Si hubo alguna ocasión en que… Dios ascendiese gloriosamente, ésta fue al ser Cristo levantado desde nuestra más baja condición en la tierra, y recibido en la gloria celestial”. Aquí los dos puntos de vista, el de Calvino y el que yo [William Hendriksen] favorezco, aunque están basados en diferentes traducciones del texto, ¡coinciden totalmente! (17) (William Hendriksen)

Por tanto, lo que quiso trasmitirnos el apóstol Pablo es que “las partes más bajas de la tierra” (Ef. 4:9 úp) son una figura o símbolo de la gran humillación y anonadación que tuvo que sufrir Cristo para salvarnos. Desde lo más alto, en el Cielo, donde estaba, llegó a lo más bajo de la tierra, es decir, el sepulcro, que implicó previamente la vergonzosa humillación de ser torturado, crucificado junto a dos malhechores, muerto y enterrado. Pablo hace un contraste entre el descenso de Jesús a la tierra hasta lo más bajo, es decir, siendo torturado, muerto y enterrado, con la posición victoriosa que Él alcanzó para nosotros cuando subió al cielo, a lo más alto. Pablo lo describe magistralmente, cuando afirma que “El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. (Efesios 4:10). Así también lo confirma el ilustre teólogo citado arriba, que vuelvo a citar:

[…] una mejor interpretación es la que proporciona el contexto inmediato [de Efesios 4:8], tanto precedente como el que sigue, y que es la siguiente: que como resultado del descenso al infierno del Calvario donde realizó la expiación por el pecado, que sirvió como evidencia del hecho que la expiación había sido totalmente aceptada, Cristo, como el ya exaltado Mediador, llena todo el universo con “bendiciones” o, si se prefiere, con “dones”, los mismos dones que había ganado: salvación plena y libre y los servicios de aquellos que lo proclaman; como los apóstoles, profetas, evangelistas, etc. Aquí, también es mejor dejar que Pablo sea su propio intérprete. Él ya ha llamado a Cristo, Aquel “que lo llena todo en todos”, lo cual se ha interpretado como significando, en parte, que con miras a su programa universal Cristo llena su iglesia con sus generosos dones. Véase Ef. 1:23, cf. 1:3; Jn. 1:16; 1 Co. 12:5, 28–31. Es a algunos de estos “dones” del Cristo ascendido que Pablo dirige su atención al proseguir: v.11. Y fue él quien dio a algunos (ser) apóstoles; y a algunos, profetas; y a algunos, evangelistas; y a algunos, pastores y maestros. El Cristo ascendido dio lo que había recibido: hombres que habían de rendir servicio a la iglesia en forma especial.” (18) Comentario a Efesios (4:8-11) (William Hendriksen, p.144)

Jesucristo en el cielo lo llena todo, porque ha triunfado, ha obtenido la victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo. “Él es la cabeza del cuerpo que es su iglesia” (Ef. 4:15-16; cf. Col, 1:18), y desde allí, gobierna, por medio de su Santo Espíritu, como “Rey de reyes y Señor de señores” (Ap. 19:16) “… esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies” (Hebreos 10:13). Y desde el Cielo, además de enviarnos el Espíritu Santo (Jn. 15:26; 16:7; Hch. 2:33-34), intercede por nosotros (Heb. 7:25), cumpliendo la profecía del Salmo 68:18 – dio dones a los hombres–: “Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, (12) a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.” (Ef. 4:11).

Cito abajo, la explicación que proporciona Jamieson y Fausset, en su Comentario bíblico acerca del Salmo 68:18, que, como hemos visto arriba, el apóstol Pablo, lo aplica a Cristo y los dones que adquirió para su Iglesia, gracias a su obra de expiación y de salvación en la cruz:

“dio dones a los hombres— En el Salmo se dice: “Tomaste dones para los hombres”, hebreo, “entre los hombres”, es decir, “Has recibido dones para repartir entre los hombres”; así como el conquistador reparte, en señal de su triunfo, los despojos del enemigo como regalos entre su pueblo. El reparto de los dones y gracias del Espíritu dependía de la ascensión de Cristo (Juan 7:39; 14:12). (19) (Comentario Jamieson y Fausset, p. 529)

¿Qué es la cautividad que Jesús se llevó con Él al cielo?

Según un diccionario antiguo del año 1920, que he encontrado, el único que dispongo en el lugar de veraneo, cautividad es sinónimo de cautiverio, que es el estado del cautivo, que todos sabemos equivale a prisionero o preso. De mi consulta por Internet obtengo, entre otras acepciones, que cautiverio es “la falta de libertad” o bien “lo contrario a la libertad.

Si Jesucristo llevó cautiva la cautividad” (Ef. 4:8) significa que con su vida santa, muerte y resurrección obtuvo la victoria sobre el pecado y la  muerte que todos merecemos, y, como pecadores, nos liberó del pecado que nos esclavizaba y de la muerte eterna.

En la misma línea, del comentario anterior, argumenta William Hendriksen cuando explica la relación que tiene dicho Salmo (68:18) con la aplicación que San Pablo realiza en Efesios 4:8. Comprobémoslo:

[…] Al ascender Cristo al cielo, no volvía con las manos vacías. Al contrario, como resultado de su obra de mediación realizada volvió al cielo triunfante, siendo totalmente dueño de la salvación para su pueblo. Este pueblo estaba en su procesión triunfal. Eran cautivos en fila, como si estuvieran encadenados a su carro. Era una gran hueste de cautivos. Entre ellos estaba Pablo, destinado juntamente con los demás a esparcir por todo el mundo la fragancia del evangelio. ¡Gracias sean dadas a Dios! Véase 2 Co. 2:14. Ahora bien, Cristo recibió a fin de dar. Había ganado con el fin de otorgar. Recibió a estos cautivos con el propósito de darlos al reino, para la obra del reino. Razones para adoptar esta interpretación:

1. La costumbre muy extendida de que el victorioso dividía los despojos se reconoce también en las Escrituras. Fue así como Abraham, al derrotar a Quedorlaomer y sus aliados tomó el botín con la intención de darlo: a Lot, lo que éste había perdido; a Melquisedec, los diezmos; a Aner, Escol y Mamre, sus partes (Gn. 14). ¿Acaso David no recibió también despojos para repartirlos? (1 S. 30:26–31). Los enemigos de Israel, también, tenían la costumbre de dividir los despojos, primero tomándolos y después distribuyéndolos (Jue. 5:30).

2. Is. 53:12 dice con referencia al Mesías venidero, “y con los fuertes repartirá los despojos”.

3. De acuerdo a Hch. 2:33 Pedro en el día de Pentecostés recuerda en forma bien específica a los que le oían que “habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, él (Cristo) ha derramado lo que veis y oís”.

[…]

5. Esta explicación se ajusta al contexto presente en el cual los apóstoles, profetas, evangelistas, etc., se describen como los dones de Cristo ascendido a la iglesia. (20) (Comentario a Ef 4:8- (p.141-142 William Hendriksen)

[…]

Ahora bien, esta ascensión por medio de la cual él [Cristo], siendo vencedor sobre Satanás, el pecado, y la muerte, volvió a entrar al cielo con todos los méritos de su sacrificio expiatorio jamás habría sido posible si no hubiese descendido de las glorias del cielo a la vergüenza y sufrimiento del mundo. Es sencillamente otro modo de decir que la exaltación de Cristo fue el resultado de su humillación, humillación tan profunda e indescriptible que el apóstol la caracteriza diciendo que “descendió a las regiones más bajas que la tierra”. Esta expresión del v. 9 está en contraste directo con “más alto que todos los cielos” del v. 10. Las dos expresiones se pueden entender solamente cuando se examinan en relación la una con la otra. Y deben ser consideradas así pues corresponden a la misma persona: “El que descendió es el mismo que también ascendió más alto que todos los cielos”. Pablo es el mejor comentarista de sus propias palabras. Provee este comentario en Fil. 2:5–11: “Se vació a sí mismo… y se hizo obediente aun hasta la muerte; sí, y muerte en la cruz. Por lo cual Dios lo exaltó hasta lo sumo”, etc.

Notas al pie de página

[…]

Objeción: Nada hay en el contexto ni tampoco en el Sal. 68:18 o en Efesios que sugiera tal descenso [de Cristo al infierno]. Tampoco hay indicación de ello en Filipenses 2, ni en lugar alguno de las epístolas de Pablo. De acuerdo a los Evangelios el Cristo agonizante encomendó su alma al Padre. En el día de la resurrección fue devuelta al cuerpo de donde había sido tomada. En cuanto a 1 P. 3:19 y 4:6, si estos pasajes, que no podemos considerar ahora, se interpretan contextualmente, tampoco enseñan nada por el estilo. Basta con decir por ahora que se refieren a la predicación a aquellos que, aunque ahora están muertos, vivían en la tierra cuando recibieron las advertencias de Dios.

Para los creyentes de toda época es verdaderamente un aliento saber que aquel que ascendió más alto que todos los cielos, expresión que no debe tomarse en el sentido meramente literal sino expresando majestad y exaltación a la diestra del Padre de modo que reina sobre todo el universo y sobre toda criatura (Ef. 1:20–23), es siempre el mismo Jesús, lleno del mismo tierno amor y comprensiva preocupación que exhibió cuando en la cruz del Calvario descendió a regiones más bajas que la tierra, es decir, a la experiencia de las bajísimas profundidades, las agonías mismas del infierno (Mt. 27:46). Añádase a ésta la igualmente alentadora verdad de que cuando él regrese en las nubes de gloria será aún “este mismo Jesús” (Hch. 1:11) la amante y única cabeza que gobierna a la iglesia única. ¡Qué notable incentivo para el espíritu de unidad que debe reinar entre todos los miembros de la iglesia! Este mismo Jesús. (21) (Comentario a Ef 4:8- (p.142-143 ea) William Hendriksen)

La cautividad es, pues, también el poder que el pecado tiene sobre nuestra naturaleza caída, que nos esclaviza y, como muy bien dijo Pablo, “me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (Ro. 7:23)

Romanos 6:17-22 Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; (18) y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. (19) Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia. (20) Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia. (21) ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte. (22) Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.

Romanos 7:23-25: pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. (24) ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (25) Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

Hebreos 1:1-3: :Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (2) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; (3) el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,

Por consiguiente, llevar “cautiva la cautividad” significa también “…librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda su vida sujetos a servidumbre.” (Hebreos 2:15).

“Subiendo a lo alto—Dios es la persona indicada en el Salmo [68:18] […] Pablo cita este hecho como refiriéndose a Cristo que ascendió al cielo, y quien es por lo tanto Dios. llevó cautiva la cautividad—Es decir, una banda de cautivos. En el Salmo se trata de los enemigos que fueron hechos cautivos por David. Estos enemigos tipifican los enemigos de Cristo, el Hijo de David: el diablo, la muerte, la maldición y el pecado (Colosenses 2:15; 2 Pedro 2:4), que son llevados, como si fuera, en procesión triunfal como señal de la destrucción del enemigo. (22) (Comentario Jamieson y Fausset, p. 530)

[…]

“El llevar cautivos los poderes satánicos, no se dice que haya sido en su descenso, sino en su ascensión; de modo que no se puede sacar de esto un argumento que compruebe su descenso a las moradas de Satanás. Hechos 2:27, 28, y Romanos 10:7, favorecen la opinión de que la referencia es sólo a su descenso al Hades.” (23) (Comentario Jamieson y Fausset, p. 530)

Para llevar a cabo la salvación de la humanidad, Cristo tuvo que humillarse hasta lo máximo (Véase Filipenses 2: 6-10). Ello supuso que, Cristo sin dejar de ser Dios, aceptara formar parte de la humanidad caída, tomando un cuerpo semejante al nuestro pero sin pecado, y padecer mucho por nosotros, ser insultado, humillado, azotado por personas malvadas, hasta el extremo de morir atormentado en una cruz.

Hebreos 5:7-10: Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. (8) Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; (9) y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; (10) y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.

Hebreos 9:26-28 De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. (27) Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, (28) así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.

Hebreos 10:12-14: pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, (13) de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; (14) porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.

5. ¿Fue el espíritu de Jesús al Paraíso el día que murió en la cruz?

Ahora voy a responder a otra objeción importante que me formuló el citado lector:

Se entiende que las almas de los santos están en el paraíso, en el tercer cielo, esperando la resurrección. «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc. 23:43). (28) (Comentario del lector, lo destacado es mío)

La prueba de que el espíritu/alma del ser humano no es una entidad con vida propia autónoma y consciente se encuentra en el Evangelio de San Juan (20:17), cuando Jesús recién resucitado se aparece, al amanecer del domingo, a María Magdalena (Jn. 20:1,11-17), que estaba junto al sepulcro (Jn. 20:11), y Él “le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). (17) Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. (18) Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas.” (Juan 20:16-18).

Por consiguiente, cuando murió en la cruz el Hombre Jesús, su espíritu/alma no fue al Cielo, ni a los infiernos del Hades, sino que, al morir lo entregó (Mt. 27:50; Jn. 19:30; Mr. 15:37; Lc. 23:46) y lo recibió el Dios Trino mismo. Como comprobamos arriba, el espíritu del Hombre Jesús, como sucede con el espíritu de todo ser humano, no pudo subir al cielo como una entidad autónoma con vida consciente, porque el Hombre Jesús, recién resucitado, al amanecer del domingo de resurrección, le dijo a María Magdalena que “aún no [había] subido a [Su] Padre” (Jn. 20:17); si cuando exhaló su espíritu, en el instante mismo de su muerte, hacia las 15 horas (3.0h PM) del viernes, si su espíritu hubiera sido una entidad autónoma con vida consciente, Jesús habría faltado a la verdad cuando una vez resucitado, al amanecer del día domingo, le dijo a María Magdalena que “aún no [había] subido a [Su] Padre” (Jn. 20:17); porque su espíritu no era una entidad autónoma con vida consciente, Jesús realmente aún no había ascendido a la presencia del Padre, aunque su espíritu/alma al morir había sido recibido sin duda por el Dios Trino. Lo que prueba que dicho espíritu recibido por el Dios Trino el viernes tarde, no era una entidad con vida propia consciente.

Notemos que Jesús murió en la cruz el viernes al atardecer, poco antes de la puesta de sol –a la hora novena, es decir, hacia las 15 horas (3.0h PM)– y resucitó poco antes del “amanecer del primer día de la semana” (Mt. 28:1) – o bien, como relatan Marcos y Lucas: “muy de mañana, el primer día de la semana, vinieron al sepulcro, ya salido el sol” (Mr. 16:2; cf. Lc. 24:1)–; es decir, Jesús, cuando resucitó, al amanecer del primer día de la semana –lo que nosotros llamamos “domingo”–; “aún no [había] subido a [Su] Padre” (Jn. 20:17); o sea, aún no había ascendido a la presencia del Padre, aunque su espíritu/alma al morir había sido recibido sin duda por el Dios Trino. Por tanto, es imposible que el espíritu de Jesús –como entidad consciente– hubiera ido al Cielo, al Paraíso, a la presencia de Dios, en ese mismo día viernes cuando murió en la cruz; porque Él dijo a María Magdalena, cuando hubo resucitado el domingo al amanecer, que “aún no [había] subido a [Su] Padre” (Jn. 20:17).

Por todo lo que antecede, se infiere que tampoco pudo ir el espíritu del buen ladrón al Paraíso celestial, ni al Hades, ni al Seno de Abraham, ni a ningún parte, en ese día viernes, ni en ningún otro día, como una entidad autónoma con vida consciente. Si el espíritu de Jesús, antes de ser resucitado el domingo de madrugada, “aún no [había] subido a [Su] Padre” (Jn. 20:17); también es imposible que el espíritu del buen ladrón fuera al Paraíso en ese día viernes cuando Jesús expiró. Ahora todo concuerda, porque el ladrón arrepentido murió e irá al Paraíso cuando sea resucitado y transformado en gloria, en el día de la segunda venida de Jesús (1 Co. 15:51-55; cf. 1 Ts. 4:13-18); así como Jesús estuvo muerto y totalmente inconsciente hasta que fue resucitado al tercer día, así será con el buen ladrón, con la única diferencia que éste no permanecerá muerto el mismo tiempo que Jesús, puesto que, para aquél, ya han pasado casi dos mil años en ese estado de absoluta inconsciencia.

La objeción citada arriba que me ha planteado el lector se fundamenta en un único texto de la Biblia (Lc. 23:43) que está en flagrante contradicción con muchos textos de la misma, y especialmente contradice las palabras de Jesús, pues, como hemos comprobado, el Evangelio de San Juan registra que el espíritu/alma del Hombre Jesús no fue conscientemente a la presencia del Padre cuando expiró en la cruz, puesto que Jesús le dijo a María Magdalena que “aún no [había] subido a [Su] Padre” (Jn. 20:17); por tanto, existe una contradicción entre este texto y el de Lucas 23:43, en el que Jesús, el viernes tarde poco antes de expirar, le dice al buen ladrón: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc. 23:43). Por lo tanto, puesto que este texto no puede contradecir al resto de la Biblia, es más lógico pensar que en este versículo se ha deslizado un error de traducción del primer manuscrito del Evangelio de Lucas, por algún traductor, en algún momento de la larga lista de traducciones efectuadas posteriormente del original primer manuscrito en griego.

La mayoría de las versiones traducen este texto (Lc. 23:43) de forma similar a la versión, que he usado, de la Biblia de Reina-Valera de 1960; no obstante, he consultado muchas otras con las mismas palabras o similares y con el mismo sentido de la frase y prácticamente iguales; excepto dos versiones algo distintas; la que presento en primer lugar, tengo entendido que es una traducción hecha en colaboración con los teólogos adventistas del séptimo día. Las dos versiones de la Biblia a las que me refiero, con traducciones ligeramente distintas, son:

Nueva Reina Valera de 1990 (NRV1990). Lucas 23:43: “Entonces Jesús le contestó: «Te aseguro hoy, estarás conmigo en el paraíso».

Sagrada Biblia Nácar Colunga de 1944 (N-C). Lucas 23:43: “Él le dijo: En verdad te digo, hoy serás conmigo en el paraíso”.

Observemos que, en esta última versión, basta con cambiar de lugar la coma para obtener un significado totalmente diferente:

Sagrada Biblia Nácar Colunga de 1944 (N-C). Lucas 23:43: “Él le dijo: En verdad te digo hoy, serás conmigo en el paraíso”.

De esta forma, Jesús, dice lo mismo que en la anterior versión, en cuanto al destino final del buen ladrón, pero su énfasis está puesto en la circunstancia de terrible sufrimiento en la cruz, que sabe que le llevará en unos instantes a la muerte; ese es el hoy, en el que estaba pensando Jesús seguramente; pues Él sabía perfectamente que el viernes, el día de la cruz –Su hoy– no iba a ir al Paraíso sino a la tumba, al igual que el buen ladrón.

El malhechor crucificado al mismo tiempo que Jesús, conocido como el “buen ladrón”, poco antes de morir, demostró su fe reconociendo a Jesús como su Salvador, por lo que recibió la promesa de que iría al Paraíso. Podemos leer el contexto más amplio en Lucas 23:39-43. Mi análisis se enfoca a los siguientes dos textos 42 y 43 de Lucas 23.

Lucas 23:42-43: Y dijo a Jesús: acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. (43) Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.

En esta declaración de Jesús, tal como está expresada en la mayoría de las traducciones, muchos han querido encontrar la confirmación de que el alma o el espíritu son inmortales, y que cuando uno muere, sólo muere el cuerpo, en tanto que el espíritu sigue viviendo, de forma consciente, y es trasladado al Paraíso o al infierno.

En primer lugar, cualquier pasaje o versículo de la Biblia se debe interpretar siempre a la luz del contexto inmediato, cercano, lejano, así como del contexto general de la entera Palabra de Dios. Por tanto, no sería correcto que sobre un versículo aislado, sacado totalmente de su contexto y sin tener en cuenta el resto de la Biblia, se pretendiera extraer, y fundamentar la doctrina de la supervivencia e inmortalidad del alma después de la muerte.

En segundo lugar, el significado o sentido último que obtengamos o que se desprenda de la lectura superficial y ligera del mismo no puede estar en contradicción con las declaraciones y afirmaciones del resto de la Biblia. Si este fuera el caso deberíamos pensar que se interpreta incorrectamente o que la traducción del texto literal ha podido tener algún error, lo cual es muy plausible en este caso, pues se trata solo de una coma, que dependiendo de la creencia del traductor se puede insertar en uno u otra lugar.

Por otra parte, observemos que el malhechor arrepentido no pretende ni pide estar en el “paraíso” con Jesús en ese mismo día, sino que denota ser bastante conocedor de la Sagrada Escritura al rogarle: “acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.” (Lucas 23:42). Esa es la petición correcta y la clave para entender lo que responde Jesús, que coincide plenamente con la bienaventurada esperanza de todos los cristianos de la venida en gloria de nuestro Salvador y Redentor Jesucristo en el día del fin del mundo (Tito 2:13; Mateo 24:31; 25:31; Marcos 13:26-27; Lucas 13:28; etc.).

La Palabra de Dios afirma en multitud de textos que los creyentes irán al “paraíso” al fin de este mundo, Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria,(32) y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos.” (Mateo 25:31,32). Voy a citar unos pocos pasajes de la Biblia que he seleccionado a fin de no cansar al lector:

1ª Corintios 4:5: Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios.

Entonces, “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, no antes, sino en la Parusía, será cuando cada uno recibirá su alabanza de Dios, y “serán vivificados”, es decir, los muertos volverán a vivir, “en su venida” (1 Co. 15:23).

1ª Corintios 15:22-23: Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. (23) Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.

Colosenses 3:4: Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.

1ª Tesalonicenses 2:19: Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?

2ª Timoteo 1:12: Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.

2ª Timoteo 4:7-8: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. (8) Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.

La vida eterna no es algo inherente a la naturaleza humana sino un don de Dios que se alcanza mediante la fe en Cristo.

Juan 6:40: Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.

Juan 6:47: De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.

Jesucristo, sin lugar a dudas, vincula la vida eterna con la resurrección en el día postrero. Luego hasta la resurrección no hay vida y por tanto posibilidad de gozar del “paraíso”.

Juan 14:3: Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.

Los salvos irán con Jesús al Paraíso cuando Él vuelva en gloria y los lleve consigo a ese Reino (1ª Tesalonicenses 4:13-18), preparado desde la fundación del mundo (Mateo 25:34).

Ahora, es necesario preguntarnos ¿cómo pudo Cristo prometer al “buen ladrón” que iría en ese mismo día al “paraíso”? ¿No está esto totalmente en contradicción con todos los otros textos de la Palabra de Dios que afirman lo contrario y con lo que Él mismo dijo en muchas ocasiones?

¿No puede haber habido un error en la traducción de ese texto tan discordante porque afirma “hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23: 43) echando por el suelo y contradiciendo abiertamente todos los otros muchos pasajes bíblicos, incluso aseveraciones del propio Jesús?

En la frase de Jesús de Lucas 23:43 existen dos palabras clave que es necesario analizar para interpretar correctamente el texto bíblico: “hoy” y “paraíso”, y una tercera, la conjunción “que”, la cual, no está, al parecer, en los manuscritos más antiguos.

Lucas 23:43: “Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso

Espero haber probado suficientemente, por la sola Biblia, que al Paraíso nadie va si no es mediante la resurrección.

6. Conclusión

Como hemos podido comprobar, la doctrina evangélica que sostiene que “Jesucristo descendió a los infiernos” y “fue al seno de Abraham a liberar a los justos del Antiguo Testamento y los llevó al paraíso”, es igual o similar a la que aparece en el Catecismo de la Iglesia católica, citado en el epígrafe nº 3. Aunque esta doctrina es aceptada por el catolicismo y por una parte significativa del evangelismo, eso no garantiza en absoluto que la interpretación que esas iglesias han realizado sea verdadera, fidedigna y ajustada a la Biblia. Creo haber demostrado en lo que antecede la falta de rigor bíblico de esta doctrina. No obstante, más abajo comprobaremos por qué, cuando Jesús murió en la cruz –el viernes al atardecer, a la hora novena del año 30 d.C.– no pudo descender a los infiernos ni al “Seno de Abraham” (Lc. 16:22); doctrina que se basa en la interpretación fantástica de unos pocos textos: Sal. 68:18; Ef. 4:8-10; Heb. 11:39-40.

La mencionada doctrina es consecuencia de una incorrecta interpretación que proviene de un cúmulo o sarta de errores de interpretación de la Biblia. Me resulta difícil concebir como son tantos los cristianos que se han dejado arrastrar por estas doctrinas que no se ajustan a la verdad revelada en la Sagrada Escritura. Ellos, al ser mayoría y fundamentarse en una doctrina que oficialmente ha sido aceptada por la Iglesia católica, que parece remontarse a las creencias de los primeros Padres de la Iglesia, se creen con el derecho de llamarnos herejes a los que no participamos de la misma; considerándonos quizá con cierta autosuficiencia como cristianos raros, incluso calificarnos de materialistas, por no creer en la inmortalidad del alma ni en su supervivencia después de la muerte. Todo ello huele a ciertas reminiscencias inquisitoriales del pasado.

Como hemos comprobado en lo que antecede, la citada doctrina se basa en el Salmo 68:18, que San Pablo lo recoge en su Epístola a los Efesios (4:8-10), lo interpreta y lo aplica a Jesucristo, quien “Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo» (Ef. 4:8-10).

Llevar cautiva la cautividad, como vimos en epígrafe nº 4 anterior, representa el triunfo de Cristo sobre los enemigos de Dios, el pecado, la muerte, y el diablo y los hijos de éste. Y todo ello, es decir, nuestra salvación y vida terna, se lo debemos a que Jesús “había descendido primero a las partes más bajas de la tierra” (Ef. 4:9). Pero esto no significa en absoluto, como defienden esa mayoría de cristianos, que “Él descendiese a los infiernos y fuese al Seno de Abraham a liberar a los justos del Antiguo Testamento para llevarlos al Paraíso”, como me comenta el lector. Ésta es una narración fantástica y truculenta de las que somos muy dados los seres humanos, pero que no tiene nada que ver con el sentido real o verdadero del texto que dice que Jesucristo “había descendido primero a las partes más bajas de la tierra” (Ef. 4:9).

“Las partes más bajas de la tierra”, representan mucho más que el descenso literal de Jesús a la sepultura; sino que, sobre todo, simbolizan la gran humillación que tuvo que sufrir Cristo con su encarnación, vida santa, sufrimientos inimaginables cuando fue apresado, insultado, burlado, azotado, etc., para morir en una cruz como un malhechor; todo ello significa que Cristo “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, (7) sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; (8) y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (9) Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, (10) para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; (11) y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Filipenses 2:6-11).

Esta interpretación es apoyada por eminentes teólogos como los citados en el epígrafe nº 4. Vuelvo a citar a William Hendriksen de su comentario bíblico, porque me parece muy acertado lo que nos enseña: “Jesús de su alto trono vino a este mundo a morir. Así Calvino comenta acerca del descenso de Cristo a la tierra como sigue: ¿Y cuándo fue que Dios descendió más bajo que cuando Cristo se vació a sí mismo (Fil. 2:7)? Si hubo alguna ocasión en que… Dios ascendiese gloriosamente, ésta fue al ser Cristo levantado desde nuestra más baja condición en la tierra, y recibido en la gloria celestial” (24).

[…] Una mejor interpretación es la que proporciona el contexto inmediato [de Efesios 4:8], tanto precedente como el que sigue, y que es la siguiente: que como resultado del descenso al infierno del Calvario donde realizó la expiación por el pecado, que sirvió como evidencia del hecho que la expiación había sido totalmente aceptada, Cristo, como el ya exaltado Mediador, llena todo el universo con “bendiciones” o, si se prefiere, con “dones”, los mismos dones que había ganado: salvación plena y libre y los servicios de aquellos que lo proclaman; como los apóstoles, profetas, evangelistas, etc. Aquí, también es mejor dejar que Pablo sea su propio intérprete. Él ya ha llamado a Cristo, Aquel “que lo llena todo en todos”, lo cual se ha interpretado como significando, en parte, que con miras a su programa universal Cristo llena su iglesia con sus generosos dones. Véase Ef. 1:23, cf. 1:3; Jn. 1:16; 1 Co. 12:5, 28–31. Es a algunos de estos “dones” del Cristo ascendido que Pablo dirige su atención al proseguir: v.11. Y fue él quien dio a algunos (ser) apóstoles; y a algunos, profetas; y a algunos, evangelistas; y a algunos, pastores y maestros. El Cristo ascendido dio lo que había recibido: hombres que habían de rendir servicio a la iglesia en forma especial.” (25) (Comentario a Efesios (4:8-11) (p.144 ea), William Hendriksen)

En lo que sigue voy a tratar de resumir, algunos de los múltiples argumentos expuestos en el cuerpo de este estudio bíblico, que prueban los errores en que se basa la imaginativa doctrina citada: Jesucristo descendió a los infiernos” y “fue al seno de Abraham a liberar a los justos del Antiguo Testamento y los llevó al paraíso”.

Primero, “el seno de Abraham” (Lc. 16:22) es una fábula que circulaba entre los judíos de la época de Jesucristo, que aparece una sola vez en la Biblia, y sólo en el Evangelio de San Lucas, cuando nuestro Señor la usó para ilustrar su parábola del Rico y Lázaro; por tanto, también los personajes citados en dicha parábola son posiblemente ficticios, excepto el patriarca Abraham del que se vale Jesús, dada la gran relevancia que dicho personaje tiene en la historia de la salvación, para que aquél, –al responder figuradamente al hombre rico que supuestamente vivía, después de muerto, en el Hades–, fuera el que finalmente mostrara o expusiera la enseñanza moralizante, que es, en definitiva, la finalidad de toda parábola, siendo secundarios los actores y detalles de la historia, y de ninguna manera necesariamente reales. De esta parábola, como de muchas otras, tales como, por ejemplo, la parábola de la cizaña (Mt. 13:36-43), de la fiesta de bodas (Mt. 22:1-14; cf. Lc. 14:15-24), de las diez vírgenes (Mt. 25:1-13), de la oveja perdida (Lc. 15:1-7), del hijo pródigo (Lc. 15:1-7), del mayordomo infiel (Lc. 16:1-18), de la viuda y el juez injusto (Lc. 18:2-8); etc., lo importante es la enseñanza que Jesús pretende transmitir; y de ninguna manera podemos pretender que los hechos, lugares, situaciones, o personajes, sean reales.

De ninguna manera sería admisible fundamentarse en dicha parábola, para crear una doctrina que desvirtúa el espíritu de la Biblia, que consiste en ser “libertados del pecado” en Cristo (Ro. 6:18), por su Evangelio, y en la promesa de vida eterna a todos los que le aceptan y le obedecen (Jn. 1:12-13), gracias a su obra expiatoria y redentora de la cruz (Ro. 5:6-11; 1 Co. 15:3; 2 Co. 5:17-21; etc.), mediante su resurrección, “las primicias: luego los que son de Cristo, en su venida(1 Co. 15:23); “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos (1 Co. 15:21). Es decir, el espíritu de la Biblia señala que sin resurrección no hay vida eterna para nadie; por tanto, no existe la inmortalidad del espíritu/alma humano.

Por otra parte, sería muy temerario y sin sentido elaborar una doctrina en la que están involucrados temas esenciales, como son la vida después de la muerte, el destino de los justos e injustos, la existencia del Hades como un lugar bajo tierra real, capaz de dar morada a los espíritus de los muertos; y todo ello fundamentándose meramente en una parábola, que, además, se registra en un solo lugar de la Biblia.

Segundo, el Hades no es otra cosa que un símbolo del lugar donde van a parar los muertos, que se sitúa, como la sepultura o cementerio que representa, bajo tierra (Nm. 16:33), y donde no existe ningún tipo de vida humana (Ec. 9:5,6,10), ni podrían vivir los espíritus humanos, en el caso de que fuera posible que éstos fuesen entidades conscientes, capaces de vivir con independencia de sus cuerpos, cuando se separaron de éstos en sus muertes respectivas. Existen muchas pruebas bíblicas que demuestran mis aseveraciones, como hemos comprobado en lo que antecede; pero que repito en este apartado, por su alto valor probatorio y esclarecedor:

Números 16:33: Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación.

Eclesiastés 9: 5, 6, 10: Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. 6 También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya; y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol.” […] 10 Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría.

Salmo 6:5: Porque en la muerte no hay memoria de ti; En el Seol, ¿quién te alabará”?

Salmo 104:29 (cf. Sal. 30:3 y 30:9): Escondes tu rostro, se turban; Les quitas el hálito, dejan de ser, Y vuelven al polvo.

Salmo 88:10-12: ¿Manifestarás tus maravillas a los muertos? ¿Se levantarán los muertos para alabarte? Selah 11 ¿Será contada en el sepulcro tu misericordia, O tu verdad en el Abadón? 12 ¿Serán reconocidas en las tinieblas tus maravillas, Y tu justicia en la tierra del olvido?

Salmo 115:17: No alabarán los muertos a JAH, Ni cuantos descienden al silencio.

Salmo 146:4: Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; En ese mismo día perecieron sus pensamientos.

Isaías 38:18, 19: Porque el Seol no te exaltará, ni te alabará la muerte; ni los que descienden al sepulcro esperarán tu verdad. 19 El que vive, el que vive, éste te dará alabanza, como yo hoy; el padre hará notoria tu verdad a los hijos.

Daniel 12:2: Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.

Juan 5:28,29: No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.”

Tercero, es inconcebible e imposible el descenso al Hades de Cristo mientras estuvo muerto, por las siguientes razones:
  1. Porque el Hades es un lugar que no existe realmente, pues es símbolo de la sepultura.
  2. El Seno de Abraham es claramente una fábula judía.
  3. Porque en el supuesto que existieran tales lugares –Hades y Seno de Abraham, tampoco podría mantenerse o desarrollarse la vida de ninguna criatura inteligente en ellos, puesto que la Biblia los ubica bajo tierra.
  4. Los espíritus, o almas en el sentido platónico, de los muertos tampoco existen como tales entidades conscientes, pues el espíritu/alma humano separado del cuerpo no tiene vida consciente propia. Además, la Sagrada Escritura reitera la total mortalidad de nuestro ser entero, y que solo Dios es inmortal (1 Co. 15:53; 1 Ti. 6:16).
  5. Puesto que el hombre es un ser unitario, que no puede dividirse en entidades independientes autónomas, no se puede sostener que solo murió una parte del Cristo Hombre –su cuerpo–, sino que murió el Hombre entero, porque no es posible separar su espíritu humano como si fuera una entidad consciente con vida propia independientemente del cuerpo; su espíritu [el de Jesús Hombre], como el de todo ser humano, que se entiende que es su vida y, a la vez, lo que le proporciona la misma, es entregado al Padre en el momento de morir, como vimos en epígrafe nº 3, y al cabo de las poco más de veinticuatro horas que estuvo muerto en la sepultura, le fue devuelta su vida por Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo– mediante Su gloriosa resurrección. Tengamos en cuenta que la Persona del Hijo de Dios no podía morir, pues para ese fin se había encarnado en el Hombre Jesús, en el vientre de María (Mt. 1:20-21; Lc. 1:30-38), porque “cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo nacido de mujer” (Gá. 4:4).

Por lo tanto, la encarnación del Hijo de Dios en Jesús Hombre se realiza mediante una sola Persona, la Divina, y dos naturalezas: divina y humana. Y como consecuencia de ello, Jesucristo es un Hombre singular, único en el universo; porque en Él concurren la naturaleza humana y la divina, unidas hipostáticamente –sin mezclarse entre sí– en una sola Persona, la Persona divina de Dios el Hijo. Por lo tanto, lo que ocurrió cuando el Hombre Jesús murió en la cruz fue que la Persona divina se separó del Hombre Jesús, disolviéndose momentáneamente – durante las poco más de 24 horas que Él estuvo muerto– la unión hipostática que existía entre las dos naturalezas. Lo cual fue restaurado por el Dios Trino –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, al tercer día inclusivo de su muerte, mediante su resurrección.

Ahora que acabo de abordar, en este último ítem (e), la cuestión de características únicas que se produce con la muerte de Jesucristo al ser una Persona Divina, pero dos naturalezas, viene bien aprovechar aquí para corregir un error que cometí en mi anterior artículo ¿Sufren las almas injustas en el Seol o Hades?, que se localiza en la página 8, al final del siguiente párrafo, que transcribo abajo, y que destaco con letras en negrilla:

El rey David, como profeta, tuvo el privilegio de conocer que Cristo Jesús nacería, según la carne, de su descendencia (Hch. 2: 30) y le fue revelado que Jesús sería resucitado, por lo que “su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción” (Verso 31). Esto significa, pues, que solamente la resurrección evitó la corrupción del cuerpo de Jesús, al ser recreada su alma –es decir, su espíritu o persona entera–, que había dejado de existir por tres días inclusivos. (26) (Carlos Aracil Orts)

El lector, que me envió sus comentarios, críticas y objeciones, al detectar mi error, me envió el siguiente comentario, que le agradezco mucho:

“Si Cristo es Dios no pudo dejar de existir, en todo caso se podría argumentar que como hombre dejó de existir; pero entonces, ¿quién descendió a los infiernos, como dice el credo de los apóstoles? ¿Solo la persona divina de Jesús? Por supuesto que la muerte (el espíritu de la muerte que será arrojado al lago de fuego, según Apocalipsis; el postrer enemigo que será vencido), a Dios no lo pudo retener; pero, ¿se refiere a eso la Biblia, o se refiere al Dios hecho hombre?” (27) (Comentario del citado lector)

El desliz al que me he referido consiste en identificar el espíritu/alma del Hombre Jesús con Su Persona divina; puesto que en la encarnación del Hijo de Dios en Jesús Hombre solo hay una Persona, la Divina, y dos naturalezas: divina y humana. Sin embargo, un ser humano común es “un alma viviente” (1 Co. 15:45), concepto que bíblicamente se corresponde con el concepto de persona. Y ésta coincide con el espíritu del hombre en su sentido de esencia del “yo”, es decir, lo que es esa persona, lo que le identifica como individuo. Pero, en el caso de Jesucristo que es Dios y Hombre a la vez, no podemos equiparar su vida/alma/espíritu como hombre con la Persona que es divina. Por tanto, es cierto lo que escribí que la resurrección evitó la corrupción del cuerpo de Jesús, al ser recreada su alma, es decir, su espíritu humano; pero no puedo hablar de la persona entera de Jesús, sino del Hombre Jesús entero, que había dejado de existir por tres días inclusivos.

Como dije arriba (apartado e), la Persona del Hijo del Hombre no podía morir, por ser Dios el Hijo, segunda Persona del Dios Trino; sino que fue el Hombre Jesús, que se había encarnado en el vientre de María –“cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo nacido de mujer” (Gá. 4:4)–, el que murió y fue sepultado y resucitado al tercer día. Sin embargo, no murió solo su cuerpo –como dicen los que creen que el espíritu sobrevive al cuerpo como una entidad capaz de tener vida consciente propia– sino que murió el Hombre Jesús entero; por tanto, su espíritu no pudo ir a los infiernos, sino que, al morir lo entregó (Mt. 27:50; Jn. 19:30; Mr. 15:37; Lc. 23:46) y lo recibió el Dios Trino mismo (que incluye a Su Persona Divina el Dios Hijo).

En el caso de Jesús, los Evangelistas describen su muerte como expirar o entregar el espíritu, es decir, su vida entera creada por el espíritu de vida de Dios (Gn. 6:17; 7:15,22), para que sea guardada en depósito (2 Ti. 1:12), en su Memoria infinita, hasta la resurrección, que para Jesús se produciría al tercer día inclusivo (pocos minutos del viernes, sábado completo y algo del domingo, de manera que en total poco más de 24 horas); similarmente a lo que ocurrió con el protomártir Esteban, que cuando fue apedreado por los fariseos, y estaba a punto de morir, oró “Señor Jesús, “recibe mi espíritu” (Hch. 7:59), con el mismo significado que en el caso del Hombre Jesús, aunque en el primer Mártir, su resurrección, al igual que la de todos los santos muertos, se producirá en el día de la segunda venida de Cristo en gloria (1 Co. 15:51-57;1 Ts. 4: 13-18).

Las preguntas que me formula mi comentarista –¿quién descendió a los infiernos, como dice el credo de los apóstoles? ¿Solo la persona divina de Jesús?– creo que ya han sido respondidas en lo que antecede de este estudio bíblico. No obstante, puedo aclarar que el error que cometieron los Padres de la Iglesia cristiana primitiva fue creer, primero, en que el espíritu del ser humano sobrevive a la muerte como una entidad consciente y autónoma; y, segundo, que existía un lugar bajo tierra donde esos espíritus/almas iban a vivir. Arriba expliqué que no existen lo espíritus de los muertos pululando por bajo de la tierra ni por el cielo atmosférico, ni por el espacio sideral, ni en ninguna parte, los muertos están solo guardados en la Memoria infinita de Dios; y todos los santos muertos serán resucitados en el día de la segunda venida de Cristo (1 Co. 15:51-55; cf. 1 Ts. 4:13-18); y los muertos que han sido injustos será resucitados después del Milenio para ser juzgados y ejecutados en el lago de fuego que es la muerte segunda (Ap. 20:11-15; 21:8). Y la Persona de Jesús, que es solo una –no dos– y divina es omnipresente y todopoderosa, y no necesitaba ir a ninguna parte, puesto que está presente en todos los sitios; y le basta pronunciar su Palabra para que se cumpla su voluntad: “Él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió.” (Sal. 33:9).

En resumen, el error que cometí en mi anterior artículo citado no estuvo en decir que al resucitar Jesús fue recreada su alma o su espíritu, sino en identificarlo con su “persona entera”, cuando debí decir, el Hombre Jesús, que había dejado de existir por tres días inclusivos; por tanto, lo primero es cierto, no lo es lo segundo, porque la Persona de Cristo nunca muere pues es Divina, y, por tanto, inmutable. La clave está en no olvidar que en la encarnación del Hijo de Dios en Jesús Hombre, solo hay una Persona, la Divina, y dos naturalezas: divina y humana.

Por tanto, el desliz consistió en referirme al Hombre Jesús como una persona humana, cuando Él es una Persona divina. Y lo que ocurrió realmente es que su alma –en su significado de vida– o bien su ser humano entero, fue recreado/a por el Dios Trino, no Su Persona que al ser Divina no se inmutó, sino el Hombre Jesús entero fue vuelto a la vida pero en un cuerpo glorificado (1 Co. 15:51-55; cf. 1 Ts. 4:13-18), que no se nos ha revelado, con detalle, como será; lo único que se puede decir es que implicará una transformación gloriosa como la que experimentó el propio Jesucristo, cuando resucitó.

Con la explicación de arriba, espero haber sabido aclarar debidamente el desliz que cometí en el artículo citado.

Continúo con el siguiente argumento bíblico: si los espíritus/almas de los santos muertos estuvieran “en el paraíso, en el tercer cielo”, la Biblia estaría llena de contradicciones; y, por supuesto, todo lo que hemos expuesto hasta aquí y en todos los cientos de artículos que he escrito contendrían muchos errores; aunque esto último tendría poca importancia, si lo que deseamos es conocer la verdadera antropología humana que se ajusta mejor al espíritu de la Biblia. Si aquella opción es verdadera, la que estoy exponiendo es falsa. Por tanto, ahora sería un momento propicio para analizar, Biblia en mano, las dos grandes concepciones de la antropología humana, descartando la tercera posibilidad: Antropología tricótoma; porque está basada en una interpretación incorrecta de un único versículo de la Biblia (1 Ts. 5:23).

  1. Antropología unitaria: el ser humano es un ser unitario, “un alma viviente” (1 Co. 15:45; cf. Gn. 2:7), que cuando muere, muere todo él, y su espíritu/alma –su yo o persona que ha llegado a ser– es recogido por Dios y guardado en su Memoria infinita, y si es santo será recreado y transformado en un ser humano perfectamente santificado y glorificado en el día de la resurrección (1 Co. 15:51-57), que será cuando venga Jesús en gloria (1 Ts. 4:13-18). Sin embargo, si es injusto/impío permanecerá muerto –totalmente inconsciente– hasta que sea resucitado para juicio de condenación, después del Milenio (Jn. 5:28-29; cf. Ap. 20:5-6; 11-15), y ejecutado en “el lago de fuego que es la segunda muerte” (Ap. 2:11; 20:14-15; 21:8). En el caso de la antropología dual, Dios recrearía y transformaría, no al ser humano entero, sino solo su cuerpo, como explico a continuación.
  2. Antropología dual: contrariamente a la concepción unitaria, el ser humano cuando muere, se separa de su cuerpo su espíritu/alma inmortal, como una entidad autónoma capaz de vivir conscientemente con independencia de su cuerpo, y si es santo es llevado al Cielo a la presencia de Dios; y en este caso la resurrección sería secundaria y no estrictamente necesaria, pues se podría prescindir de la misma para vivir eternamente como espíritu, pues en la resurrección solo se recrearía el cuerpo, aunque también el espíritu/alma recibiría, adicionalmente, el grado mayor de santidad; en cambio, si el espíritu/alma es injusto/impío es llevado al infierno del Hades, donde sufre tormento hasta que sea resucitado para juicio de condenación, después del Milenio (Jn. 5:28-29; cf. Ap. 20:5-6; 11-15), y ejecutado en el lago de fuego que es la segunda muerte (Ap. 2:11; 20:14-15:21:8). Pero como en este caso se parte de la creencia que el espíritu/alma es inmortal, el castigo en el lago de fuego duraría eternamente.
  3. La antropología tricótoma. Se fundamenta en este único versículo: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Tesalonicenses 5:23).

Esta antropología que concibe al hombre como un ser compuesto de tres sustancias tan heterogéneas, es decir, un ser tricótomo, es totalmente descartable; porque, aunque es cierto que en el ser humano existen tres dimensiones, la espiritual, la psíquica y la corporal, no constituyen entidades separables y autónomas, que puedan configurar la unidad esencial integral que existe en todo ser humano. Al respecto, el Diccionario Ilustrado de la Biblia, del Dr. Wilton M. Nelson, afirma lo siguiente:

“Sería muy aventurado interpretar 1 Ts 5.23 como una enseñanza de la tricotomía griega (cf. Heb 4.12); es más bien una manera de subrayar la totalidad de la persona (≪todo vuestro ser≫) como objeto de la santificación (cf. Dt 6.4; Mc 12.30 )”. (29) (p.61)

Si la antropología dual no se ajustaba al espíritu de la Biblia, mucho menos se adaptará la concepción tripartita o tricótoma de un cuerpo y dos entidades espirituales o psíquicas formando partes del ser humano. Realmente, San Pablo, en este texto (1 Ts. 5:23) se refiere a que el ser humano debe desarrollarse, para que haya armonía en su ser unitario, en tres dimensiones; es decir, todos nacemos con una naturaleza carnal pecaminosa, que conforma una unidad psicosomática, y todos los que anhelamos participar en el reino de Dios imprescindiblemente debemos orar a Dios para que nos otorgue el nuevo nacimiento, porque “el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios” (Jn. 3:3). Y con el nuevo nacimiento, el hombre natural (1 Co. 2:14), que es “carne”, como dijo Jesús (Jn. 3:5,6), adquiere la naturaleza o vida espiritual, al ser adoptado hijo de Dios (Ro. 8:14-17; cf. Gá. 4:4-7) y, por tanto, “participante de la naturaleza divina” (1 P. 1:4), lo que también es llamado resurrección espiritual (Ef. 2:1-6).

En relación con esta antropología tricótoma, hago ahora un inciso para responder unos comentarios de mi lector, pues al parecer él entiende que esta concepción es la interpretación correcta del texto de la primera epístola a los Tesalonicenses (5:23); pero si he entendido bien se basa también en Génesis 2:7, comparado con 1 Corintios 15:45. Él también descarta el dualismo cuerpo alma de los griegos:

Comentarios de mi lector

El dualismo cuerpo-alma de los griegos no es idéntico al dualismo cuerpo y alma de los cristianos. Los griegos creían que el cuerpo era una cárcel para el alma y que el estado ideal del hombre era estar desencarnado. Los cristianos creemos que Dios hizo al hombre con cuerpo y alma por ese motivo Dios no solo se limita a salvar las almas, por eso quiere redimir el cuerpo mediante la resurrección, de modo que el hombre una vez alcanzada la redención total no sea un alma desencarnada sino que tenga un cuerpo (como es propio del ser humano tal como Dios lo creó), pero un cuerpo inmortal glorificado.

Watchman Nee por ejemplo dice que al soplar Dios en el hombre el espíritu, al unirse este con el cuerpo, se originó el alma, que es algo intermedio. De modo que este versículo [creo que se refiere a Génesis 2:7, comparado con 1 Corintios 15:45] manifiesta la constitución tripartita del hombre, como espíritu, alma y cuerpo. (30) (Comentarios del lector)

Jamás deberíamos invocar, para probar una doctrina, otro fundamento que el de la misma Sagrada Escritura. Ciertamente, el predicador y escritor Watchman Nee, de origen chino, fue el más destacado preconizador, promotor y acérrimo defensor de la teoría sofisticada y antibíblica que sostiene que el ser humano es un compuesto de “espíritu, alma y cuerpo”. Decir que “el espíritu se relaciona con el cuerpo por medio del alma” es hacer separaciones y divisiones dentro del ser unitario que es el hombre, y es un puro artificio. Y también creer que el alma y el espíritu tienen una realidad física, que podría ser “energética como un campo de energía, pero con forma y estructura”, es pura entelequia, es decir, imaginación. Esto prueba que cuando uno se separa de la Biblia se cae en infinidad de errores y abstracciones absurdas, que solo conducen a una mayor confusión.

Considerar que tenemos un alma como sustancia autónoma representa un gran problema, porque ello implica, en primer lugar, explicar su fusión con el cuerpo, y cómo podría ser independiente del mismo a pesar de ello. Y también debemos explicar su origen. Pero, si a lo anterior se le añade un “espíritu”, la naturaleza simple y unitaria del hombre se convierte en un artificio inexplicable, improbable, ilógico, antinatural, antibíblico, etc. Un total absurdo e increíble.

La visión antropológica o concepto del hombre que tiene el apóstol Pablo “es fundamentalmente el del Antiguo Testamento” (31). Así lo prueba y explica el teólogo católico Don Juan Luis Ruiz de la Peña, en los siguientes párrafos extraídos de su libro La Imagen de Dios:

“[…] La continuidad con el Antiguo Testamento se manifiesta en la expresión pása psyché, que traduce literalmente al hebreo kol nefes, con el significado de «ser vivo» o, más concretamente, «ser humano»: Rm 2:9; 13:1. La equivalencia psyché-nefes se impone, por lo demás, en el uso paulino sin excepciones; psyché significa, como nefes, la fuerza vital propia de cada ser, el mismo ser y, en fin, el hombre o el pronombre personal. Rm 11:3 y 1 Co 15:45 citan respectivamente a 1 R 19:10 y a Gn 2:7; en Rm 16:4, 1 Ts 2:8 y Flp 2:30, la ecuación psyché = vida es palmaria; en 2 Co 12:15, el «vuestras almas» está evidentemente por el pronombre «vosotros»”. (32) (Juan Luis Ruiz de la Peña, La Imagen de Dios)

“En resumen, soma [cuerpo] es el hombre incardinado en el espacio-tiempo (2 Co 5:6-10), solidario de los demás hombres (1 Co 6:15-16), portador de la imagen de Adán y capaz de reproducir la imagen de Cristo (1 Co 15:49), sometido a la debilidad de su condición natural y llamado a una gloriosa transformación de su modo de existencia (1 Co 15:42-44, 50-53; Rm 8:11). Pablo, prolongando la tradición veterotestamentaria y remodelándola a sus nuevas necesidades, hace del concepto soma «la clave de bóveda» de su antropología, que le permite diseñar al hombre en las plurales dimensiones de su ser relacional, no como magnitud comprensible en su cerrada individualidad, sino siempre como lo co-implicado con Dios y con su prójimo. Dicho concepto, liberado de la connotación peyorativa que el apóstol asigna a la sarx [carne], deviene el más apto para significar las diversas vicisitudes por las que el sujeto humano atraviesa en su existencia personal y en su relación con Dios.

e) De cuanto antecede podemos extraer las conclusiones siguientes. En Pablo las nociones antropológicas remiten siempre al hombre concebido como totalidad indivisible. Particularmente significativa al respecto es la ausencia de la contraposición alma-cuerpo como partes distintas y mutuamente separables del mismo yo, así como la importancia que cobra en Pablo el término soma. Ese yo encarnado, unitario, es un ser relacional, que se logra o se malogra en su encuentro con el prójimo y con Dios; es un sujeto responsable, capaz de optar por la afirmación de sí mismo o por la apertura al Espíritu, que lo sustrae al ámbito de la sarx para introducirlo en una nueva esfera vital. (33) (Juan Luis Ruiz de la Peña, La Imagen de Dios)

“En ese caso, aun «viviendo en la carne», ya no vive «según la carne»; su «cuerpo viviente», que es ahora «templo del Espíritu», está llamado a transformarse en «cuerpo espiritual». El hombre-carne no tiene porvenir, subyace al imperio de la caducidad y de la muerte. El hombre-cuerpo, en cambio, puede anexionarse al «cuerpo de Cristo que es la Iglesia» y traspasar así su finitud nativa”. (34) (Juan Luis Ruiz de la Peña, La Imagen de Dios, ps.77-78)

Con la cita del teólogo Ruiz de la Peña, considero respondido el comentario de mi lector. Y ahora planteo al lector que elija entre las dos concepciones antropológicas expuestas en primer lugar arriba, pero escogiendo la que se ajusta mayormente al espíritu de la Sagrada Escritura, descartando las opciones que se apoyan en la interpretación de unos pocos textos.

Terminado el inciso, solo reiterar una vez más que el ser humano no muere por partes, sino que muere el hombre entero; y puesto que Jesús es verdadero Hombre, cuando murió en la cruz, le ocurrió lo mismo que a todo ser humano, como ya he descrito arriba.

Ahora, viene muy a propósito responder al comentario que realizó mi lector al siguiente párrafo que se ubica en la página nº 23 de mi citado estudio bíblico ¿Sufren las almas injustas en el Seol o Hades? [Debo aclarar que todos sus comentarios se refieren a dicho artículo]

Nótese que “aquel día” (2 Ti. 1:12 úp), al que se refiere Pablo, es el de la venida gloriosa de Jesús, “el día postrero”, en el que, él y todos los santos, serán resucitados, es decir, recreados a partir de ese depósito guardado en Dios; “porque habéis muerto, vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria” (Col. 3:3-4). (35) (Carlos Aracil Orts)

Su comentario referido a mi párrafo anterior, lo transcribo abajo y destaco en él, con letras en negrilla, la palabra a la que se refiere su comentario:

Esto [se refiere a recreados (ver contexto arriba)] no lo dice la Escritura; el cuerpo mortal de Cristo no se encontró, el cuerpo espiritual de Cristo no se hizo de la nada sino a partir de su cuerpo mortal, por eso conservaba las marcas de los clavos. El cuerpo de los que sean arrebatados a la final trompeta será trasformado [1 Co. 15:52]. Es decir el cuerpo corruptible será la materia prima del cuerpo glorioso. Los cristianos siempre han querido conservar los restos mortales a la espera de la resurrección. En el siglo XIX los ateos empezaron a incinerar los cadáveres con la intención de hacer imposible la resurrección. (36) (Comentario de mi lector, lo destacado es mío)

¿Es verdad que si un cadáver se incinera se imposibilita su resurrección?

Si eso fuese cierto, miles de millones de cadáveres de humanos, convertidos en polvo, que existen desde que murió el primer ser humano, y que habrán hasta el fin del mundo, no podrían ser resucitados, por lo que nunca “volverían a vivir” (cf. Ap. 20:5). La incineración de los cadáveres no produce otra cosa distinta que la aceleración del proceso de conversión de los mismos en polvo. Por otro lado, hoy en día la citada incineración es elegida muy frecuente por muchas personas con independencia de sus creencias religiosas, atendiendo simplemente a consideraciones prácticas. En absoluto es razonable ni bíblico creer que todas ellas vayan a perder su salvación eterna, solo por haber sido incineradas cuando murieron. Dicho comentario aún plantea la siguiente cuestión.

¿El cuerpo corruptible será la materia prima del cuerpo glorioso?

En absoluto necesitará nuestro Creador recoger el mismo polvo en que nos habremos convertido para, a partir de ahí, resucitarnos. ¿Por qué limitar el poder de Dios haciéndolo poco superior al del ser humano?

No obstante, es cierto que Dios recreará a todos los santos muertos, con independencia del estado en que se encuentren sus cadáveres, no usando la materia procedente/precedente de sus restos, sino que será una nueva materia, gloriosa e incorruptible; aunque Él la modelará de acuerdo a la imagen que hayamos alcanzado, como “nueva criatura en Cristo” (2 Co. 5:17), sin desvirtuar nuestros rasgos físicos esenciales que nos han identificado a lo largo de nuestra vida, pero perfeccionándolos para que no existan defectos ni ninguna huella de pecado. Y a los santos que vivan en el día de la segunda venida de Cristo, igualmente serán/“seremos transformados”, es decir, recreados en “cuerpos espirituales” (1 Co. 15:44), porque “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción.” (1 Corintios 15:50); no quedará pues un átomo o molécula que coincida con la composición del anterior cuerpo que tuvimos, sino que será una “nueva creación” física, psíquica y espiritual (Gá. 6:15) perfectos en santidad y en todo y glorificados: “No todos dormiremos [es decir, no todos estaremos muertos cuando aparezca en gloria nuestro Señor]; pero todos seremos transformados, (52) en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Co. 15:51-52). Leamos el contexto:

“He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, (52) en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. (53) Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. (54) Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. (55) ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? (56) ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. (57) Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. (58) Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” (1 Corintios 15:51-58).

¿”El cuerpo espiritual de Cristo no se hizo de la nada sino a partir de su cuerpo mortal”?

Repito ahora la frase del anterior comentario del citado lector de la que surge la cuestión, que más abajo analizaré:

“El cuerpo mortal de Cristo no se encontró, el cuerpo espiritual de Cristo no se hizo de la nada sino a partir de su cuerpo mortal, por eso conservaba las marcas de los clavos.” (37) (Comentarios de un lector)

El cuerpo mortal de Cristo no se encontró porque el Dios Trino lo transformó enteramente, de la misma manera que transformará a los santos que vivan en el día de la venida gloriosa de nuestro Salvador y Redentor Jesucristo. Es cierto que en el cuerpo glorioso de Jesús resucitado existían las marcas de los instrumentos que se utilizaron para torturarle y sujetarle en la cruz –en pies y manos–, y la cicatriz de la herida que, “uno de los soldados le abrió [en] el costado con una lanza” (Jn. 19:34); así lo testifica el evangelista San Juan cuando relata lo que Jesús le dijo a Tomás “llamado Dídimo” (Jn. 24, 27-29): “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado” (Jn. 20:27); leamos también su interesante contexto, en que una vez más se reconoce la divinidad de Cristo Jesús:

Juan 20:27-29: Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. (28) Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! (29) Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.

Sin embargo, el hecho que el cuerpo glorificado de Jesús conservara las marcas de lo que tuvo que sufrir en su muerte en la cruz, –porque “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. (1 Pedro 2:24)– no fue porque Dios tuviera que usar su cuerpo, semejante al de cualquier ser humano, con el que fue clavado en la cruz, como materia de partida para la nueva creación o recreación, sino porque fue voluntad del Dios Trino que el nuevo cuerpo glorioso fuese recreado conservando las marcas del sufrimiento de Cristo, las cuales llevará con él por la eternidad, para que ninguna criatura humana olvide jamás las consecuencias que nuestros pecados ocasionaron, y porque esas marcas representan que “por cuya herida fuisteis/fuimos sanados.” (1 P. 2:24 úp).

En resumen, puesto que el Hades es símbolo de la sepultura o sepulcro, el seno de Abraham es claramente una fábula judía, dichos lugares no existen realmente, en ninguna parte; de lo que se deduce que jamás nuestro Señor Jesús pudo ir allí durante las cerca de veinticuatro horas que estuvo muerto, ni tampoco cabe, ni siquiera pensarlo, que podría haberlos visitado después de ascender al Cielo; primero, y principal, porque no existe tal lugar, y aún en el caso de que existiera bajo tierra, ¿a qué iba ir allí Cristo? A Él le habría bastado dar una orden para liberar a los supuestamente justos encarcelados en la “prisión” del “seno de Abraham”, así como hizo con la resurrección de Lázaro, el hermano de Marta y María, para que saliera de la sepultura (Jn. 11:43: “¡Lázaro, ven fuera!”), cuando su cadáver “hedía de cuatro días” (Jn. 11:39); de igual modo, ocurrirá en el Día de la venida gloriosa de Cristo: “el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero.” (1 Ts. 4:16; cf. 1 Co. 15:51-28).

Como expresé anteriormente, nadie tiene derecho a elaborar, basándose, 1) en la parábola de “el Rico y Lázaro”, y 2) en la interpretación torcida y errada del Salmo 68:18 –«Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad, Tomaste dones para los hombres»–, que el apóstol Pablo cita en Efesios 4:8, una doctrina truculenta de la existencia real de almas impías y santas conviviendo a distancia en una fosa bajo tierra durante miles de años; las primeras siendo atormentadas continuamente como por fuego, y las segundas –las almas santas, un poco agobiadas por la tierra que las cubría (entiéndase la ironía)–, en espera de que Jesús muriera en la cruz y, durante el poco tiempo que estuvo Él muerto (poco más de 24 horas), fuese en su espíritu a liberarlos de esa prisión paradisíaca, para inmediatamente llevarlos al Cielo.

Como se demostró en lo que antecede, fue Jesucristo el que “Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres” (Ef. 4:8; cf. Sal. 68:18). Lo que significa que con su vida santa, muerte y resurrección obtuvo la victoria sobre el pecado y la muerte que todos merecemos, y, como pecadores, nos liberó del pecado que nos esclavizaba y de la muerte eterna.

La cautividad es, pues, también el poder que el pecado tiene sobre nuestra naturaleza caída, que nos esclaviza y, como muy bien dijo Pablo: “me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (Ro. 7:23)

Romanos 6:17-22 Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; (18) y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. (19) Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia. (20) Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia. (21) ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte. (22) Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.

Romanos 7:23-25: pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. (24) ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (25) Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

Hebreos 1:1-3: :Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (2) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; (3) el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,

Por consiguiente, llevar “cautiva la cautividad” significa también “…librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda su vida sujetos a servidumbre.” (Hebreos 2:15).

De lo que se deduce el tremendo error de interpretación de los que sostienen –como hacen muchos evangélicos y católicos– que dicho Salmo 68:18 en relación con Efesios 4:7-11, signifique que “Jesucristo descendió a los infiernos y fue al seno de Abraham, para liberar a los justos del Antiguo Testamento y llevarlos al paraíso”.

Para llevar a cabo la salvación de la humanidad, Cristo tuvo que humillarse hasta lo máximo (Véase Filipenses 2: 6-10). Ello supuso que, Cristo sin dejar de ser Dios, aceptara formar parte de la humanidad caída, tomando un cuerpo semejante al nuestro pero sin pecado, y padecer mucho por nosotros, ser insultado, humillado, azotado por personas malvadas, hasta el extremo de morir atormentado en una cruz.

Hebreos 5:7-10: Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. (8) Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; (9) y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; (10) y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.

Hebreos 9:26-28 De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. (27) Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, (28) así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.

Hebreos 10:12-14: pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, (13) de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; (14) porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados

El lector necesita comprender que la complejidad del tema abordado en este estudio es tal que sería imposible dar respuesta a todos los interrogantes que puedan surgir. No obstante, le recomiendo, si quiere ampliar y profundizar más sobre este tema, que lea muchos de mis artículos publicados en la web https://amistadencristo.com, de esta misma temática, en los que he tratado de responder dichos interrogantes, y cuyos enlaces cito en el siguiente apartado de la bibliografía (38).

Quedo a disposición del lector para lo que pueda servirle.

Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortshttp://www.amistadencristo.com/images/a.gifgmail.com

Afectuosamente en Cristo

Carlos Aracil Orts

www.amistadencristo.com


Referencias bibliográficas

*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

Abreviaturas frecuentemente empleadas:

AT = Antiguo Testamento

NT = Nuevo Testamento

AP = Antiguo Pacto

NP = Nuevo Pacto

Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)

pp, pc, úp referidas a un versículo bíblico representan «parte primera, central o última del mismo».

Abreviaturas empleadas para diversas traducciones de la Biblia:

DHH L 1996: Biblia Dios Habla Hoy de 1996

NBJ: Nueva Biblia de Jerusalén, 1998.

BTX: Biblia Textual

Jünemann: Sagrada Biblia-Versión de la LXX al español por Guillermo Jüneman

N-C: Sagrada Biblia- Nacar Colunga-1994

JER 2001: *Biblia de Jerusalén, 3ª Edición 2001

BLA95, BL95: Biblia Latinoamericana, 1995

LBLA: La Biblia de las Américas

BNP: La Biblia de Nuestro Pueblo

NVI 1999: Nueva Versión Internacional 1999

Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)

Bibliografía citada

(1) Comentarios de un lector a mi artículo titulado ¿Sufren las almas injustas en el Seol o Hades?

(2) Aracil, Orts, Carlos, <https://amistadencristo.com>. Párrafos extraídos del artículo ¿Sufren las almas injustas en el Seol o Hades?,

(3) Ibíd.

(4) Ibíd.

(5) Comentarios de un lector a mi artículo titulado ¿Sufren las almas injustas en el Seol o Hades?

(6) Aracil, Orts, Carlos, <https://amistadencristo.com>. Párrafos extraídos del artículo ¿Sufren las almas injustas en el Seol o Hades?,

(7) Ibíd.

(8) Ibíd.

(9) (Infierno – Wikipedia, la enciclopedia libre)

(10) (INFIERNO (dechile.net)

(11) Comentarios de un lector a mi artículo titulado ¿Sufren las almas injustas en el Seol o Hades?

(12) Catecismo de la Iglesia católica, p. 41 (versión digital)

(13) Ibíd. p. 122

(14) Ibíd. p. 122

(15) Ibíd.

(16) Ibíd. p. 123

(17) Hendriksen, William. Comentario bíblico a Efesios 4:8, p.143 ea

(18) Ibíd. p. 144

(19) Jamieson y Fausset, Comentario del Nuevo Testamento, p . 529

(20) Hendriksen, William. Comentario bíblico a Efesios 4:8, ps.142-143 ea

(21) Ibíd. ps. 142-143

(22) Jamieson y Fausset, Comentario del Nuevo Testamento, p . 530

(23) Ibíd. p. 530

(24) Hendriksen, William. Comentario bíblico a Efesios 4:8, ps.142-143 ea

(25) Ibíd. p. 144

(26) Aracil, Orts, Carlos, <https://amistadencristo.com>. Párrafos extraídos del artículo ¿Sufren las almas injustas en el Seol o Hades?, p.8

(27) Comentarios de un lector a mi artículo titulado ¿Sufren las almas injustas en el Seol o Hades?

(28) Ibíd.

(29) Nelson, Wilton M. Diccionario Ilustrado de la Biblia, p.61

(30) Comentarios de un lector a mi artículo titulado ¿Sufren las almas injustas en el Seol o Hades?

(31) Ruiz de la Peña, Juan Luis, Imagen de Dios (Antropología teológica fundamental), Sal Terrae, Tercera Edición, 1996, p.70.

(32) Ibíd., p.70

(33) Ibíd., p. 77

(34) Ibíd., p. 77-78

(35) Aracil, Orts, Carlos, <https://amistadencristo.com>. Párrafos extraídos del artículo ¿Sufren las almas injustas en el Seol o Hades?, p.23

(36) Comentarios de un lector a mi artículo titulado ¿Sufren las almas injustas en el Seol o Hades?

(37) Ibíd.

(38) Aracil, Orts, Carlos, <https://amistadencristo.com>. Artículos relacionados con el tema en cuestión:

¿Cuál es la naturaleza del ser humano?

Estudio 1. Sobre el estado de los muertos

1. Objeciones sobre el estado inconsciente de los muertos

2. Objeciones sobre el estado inconsciente de los muertos: El Rico y Lázaro.

3. Objeciones sobre el estado inconsciente de los muertos: el rey Saúl y la pitonisa de Endor

Cuando Jesucristo murió, ¿fue su espíritu al Hades a predicar a los espíritus encarcelados de los días de Noé?

¿Fue Jesús al paraíso el mismo día que murió en la cruz o fue al Hades?

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¿Qué es el Infierno, el Seol o Hades y la segunda Muerte?

¿Los que mueren pasan a mejor vida?

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¿Es eterno el fuego del infierno?

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Alicante, octubre de 2023

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