¿Qué significa beber la sangre y comer la carne de Cristo?
Versión: 21-07-2015
Carlos Aracil Orts
1. Introducción
Estimado hermano Daniel, me alegro que me contactara, y le agradezco la siguiente cuestión que me formula:
“Abstenerse de sangre está claro; lo que dice tanto en Hechos 15:29 como en Hechos 21:25. Pero cómo entendemos entonces la santa Cena, o Juan 6:54-55…Gracias!!!”
(Daniel)
Su escrito es breve pero sustancioso, porque plantea una importante cuestión, la cual, cuando no se ha entendido correctamente, ha sido causa de mucha confusión y desviado a muchos del verdadero cristianismo, pues se ha llegado a creer que, en la celebración del rito de la santa Cena o Eucaristía –como también es llamada–, el pan y el vino son transformados por la mediación del sacerdote en verdaderos cuerpo y sangre de Cristo. Pero, además de lo absurdo o aberrante que supone hacer creer a los fieles que, en ese acto, realmente comen al Cristo entero, también les instan a que rindan adoración a estas especies consagradas, que guardan en un mueble al que denominan “sagrario”, pues realmente creen que en ellas está el Ser Humano-Divino de Cristo, haciendo que los citados fieles cometan el pecado de idolatría.
Leamos, primero de todo, los dos primeros textos citados en su escrito del libro de los Hechos de los Apóstoles:
Hechos 15:29: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien.
Hechos 21:25: Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación.
La explicación de estos textos fue abordada en el artículo:¿Qué significa abstenerse de sangre y de ahogado?, que se relaciona y se complementa con el de La ley de animales puros e impuros del Antiguo Testamento.
Por lo tanto, en este artículo solo trataremos de explicar o aclarar si existe contradicción entre el mandato divino de abstenerse de tomar sangre, y las palabras de Jesús registradas en el Evangelio de Juan (6:54-55), y si estos textos son una anticipación del rito de la santa Cena, que Cristo establece posteriormente durante su última cena (Mateo 26:26-29; cf. Mr. 14:12-25; Lc. 22:7-23; 1 Co. 11:23-26). Pero empecemos por leer los principales pasajes referidos antes:
Juan 6:47-58: De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. (48) Yo soy el pan de vida. (49) Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. (50) Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. (51) Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. (52) Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (53) Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. (54) El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. (55) Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. (56) El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. (57) Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. (58) Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente.
Mateo 26:26-29 (cf. Mr. 14:12-25; Lc. 22:7-23; 1 Co. 11:23-26): Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. (27) Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; (28) porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. (29) Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.
Vamos a tratar, pues, en primer lugar, a lo largo de este estudio bíblico, de ver en qué consiste el mandamiento divino de abstenerse de tomar sangre y cómo se conjuga ello con las palabras de Jesús de comer su carne y beber su sangre (Jn 6:54,55). En segundo lugar, veremos si estos textos del Evangelio de Juan guardan alguna relación con el rito de la santa Cena instituido por Cristo como señal del Nuevo Pacto.
2. ¿Existe contradicción entre el mandato divino de abstenerse de tomar sangre y el de Jesús, de comer su carne y beber su sangre?
Decíamos en ambos estudios bíblicos citados arriba, que Dios prohibió, muy temprano en la historia de este mundo, a los supervivientes del Diluvio –Noé y su familia–, que “carne con su vida, que es su sangre, no comeréis” (Gn. 9:4), lo que fue ratificado en las leyes que, varios siglos después, Dios dio a Moisés en el Antiguo Pacto (Lv. 3:17; 19:26; Dt. 12:16). En el Nuevo Pacto estas leyes han sido todas abolidas, con la única excepción de lo prescrito en los pasajes mencionados arriba, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, que ordenan “que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación” (Hch. 15:29; 21:25).
Es evidente que todos estos pasajes bíblicos, que ordenan abstenerse de tomar sangre, por el contexto donde están insertos, se refieren a sangre de animales, pero no prohíben comer su carne una vez desangrada (véase Gn 9:3,4); porque es obvio que la carne de los seres humanos no puede ser de ninguna manera objeto de alimentación humana, y tampoco su sangre, pues el canibalismo es totalmente abominable e inaceptable. Si Dios requiere que nos abstengamos de tomar la sangre de los animales junto con su carne, quizá, con el objeto de rendimos respeto y reconocimiento a la vida que procede de Él, con mucho más motivo debemos abstenernos de tomar sangre humana; pero entiéndase bien que la prohibición divina afectaría solo a tomarla vía aparato digestivo, como si se tratara de un alimento común, otra cosa muy distinta es transfundida por vía intravenosa, porque entonces la sangre cumple su finalidad que es proporcionar vida a aquellos que la precisan para superar una enfermedad, o bien, para compensar las pérdidas por intervenciones quirúrgicas, u otras causas.
Si Jesús hubiera convertido el pan y el vino, que dio a sus discípulos en la última cena – cuando dijo: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo. (27) Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; (28) porque esto es mi sangre del nuevo pacto” (Mt. 26,26-27)–, en su cuerpo y sangre físicos, realmente tendríamos un problema, es decir, solo en este caso se habría producido una flagrante contradicción con el mandamiento divino de abstenerse de tomar sangre (Gn. 9:3,4; Hch. 15:29; 21:25).
Sin embargo, este problema solo lo tienen aquellos que malinterpretan y tergiversan las Sagradas Escrituras, cuando afirman lo siguiente:
1374. […] En el santísimo sacramento de la Eucaristía están «contenidos verdadera, real y substancialmente» el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero» (Cc. de Trento: DS 1651). «Esta presencia se denomina `real’, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen `reales’, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente» (MF 39).
1376. El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: «Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación» (DS 1642).
1377. La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf Cc. de Trento: DS 1641).
1378. El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. «La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión» (MF 56).
1379. El Sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia; debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santo sacramento. (1) (Catecismo de la Iglesia Católica)
3. ¿Qué significa beber la sangre y comer la carne de Cristo? Interpretación de Juan 6:31-63.
En los citados textos del capítulo seis del Evangelio de san Juan, Jesús afirma repetidamente: “Yo soy el pan de vida” (véase Jn. 6:35, 41, 48, 51, 58). Este formidable énfasis en su Persona como “pan de vida” nos evidencia la misión salvadora de Jesucristo, el único que puede darnos vida, no solo espiritual, sino física y eterna mediante la resurrección en el día de su segunda venida (Tes. 4:13-18).
“Comer su carne y beber su sangre”, que es clara y absolutamente imposible tomarlas literalmente, significa simplemente aceptarle a Él, como Dios Salvador y Redentor y a toda su Palabra; pero este proceso implica que cada cristiano entienda y experimente en su vida que el sacrificio de Jesucristo nos libera del pecado, nos justifica y santifica, haciéndole idóneo para recibir la salvación eterna en su Reino actual, y en el Reino celestial definitivo.
Sus palabras –“Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn. 6:53)– indican que Él mismo es el único medio que tiene el ser humano para salvarse (Hch. 4:11-12), al creer en Cristo, identificándose con Él, y aceptando el sacrificio redentor que Él consumaría en la cruz posteriormente; pero las citadas palabras no tienen relación con la institución de “la Cena del Señor”, porque Jesús no instituye la “Cena” hasta el día antes de su muerte, y solo entonces fija las especies de pan sin levadura y el fruto de la vid como símbolos de su Cuerpo y Sangre. Como veremos más adelante, el rito de la santa Cena es un memorial que instituye nuestro Señor para que nunca olvidemos que es gracias a su sacrificio redentor que podemos obtener la salvación y la vida eterna. El apóstol Pablo lo explica sencilla y magistralmente a la vez en los siguientes textos:
1 Corintios 11:23-26: Porque yo recibí del Señor lo que os transmití: que el Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó pan, (24) dando gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.» (25) Asimismo tomó el cáliz después de cenar, diciendo: «Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en memoria mía.» (26) Pues cada vez que comáis este pan y bebáis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.
“Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.” (Juan 6:35); y poco más adelante, Él aclara y reitera: “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. (48) Yo soy el pan de vida” (Juan 6:47,48).
Es decir, la vida eterna se obtiene al creer en Jesús y en su sacrificio expiatorio, y no comiéndose a Jesús literalmente, lo cual, si fuera posible, sería un acto de canibalismo; ciertamente, Él también dijo: “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí” (Juan 6:57). Y no se cansó de reiterar también lo siguiente:
Juan 6:51-56: Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. (52) Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (53) Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. (54) El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. (55) Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. (56) El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. (57) Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. (58) Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente. (59) Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Capernaum. (60) Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? (61) Sabiendo Jesús en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os ofende? (62) ¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero? (63) El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.
Aunque es evidente que no podemos comernos a Jesús literalmente, el Papa y todos los representantes del Magisterio de la Iglesia católica han inventado una fórmula verbal, y se han arrogado un poder de mediación por el cual pretenden forzar u obligar a Dios a que, ineludiblemente, intervenga en todos sus ritos eucarísticos y de la Misa, y haga el milagro de convertir las especies del pan y vino en la verdadera carne y sangre de Cristo, –en el Cristo vivo mismo, incluida su Divinidad, lo que ellos mismos han acordado en denominar la “transustanciación”– a fin de poder comerse literalmente a Cristo en cada celebración eucarística.
No obstante, los cristianos, que no pertenecemos a esa confesión religiosa, tenemos muy claro que Jesucristo no nos está pidiendo que seamos caníbales o antropófagos, pues eso es lo que significaría comer literalmente a Cristo, ni siquiera a través de las especies del pan y vino, si creyéramos que ahí está presente Cristo, porque como Él mismo dijo, “la carne para nada aprovecha” (Jn. 6:63), y “lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina” (Mateo 15:17).
Mateo 15:17: ¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina?
Juan 6:63: El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.
Por otro lado, también sería un error semejante interpretar que la salvación se alcanza cumpliendo el mandamiento de la Cena del Señor, es decir, “comiéndose a Jesús”, aunque sea de forma figurada a través de las especies del pan y el vino, pues la salvación no procede de ahí, sino que viene de ejercer fe en nuestro Salvador, solamente fe, no obras (Efesios 2:8,9; cf. Romanos 3:24; 5:1).
Puesto que “comer la carne y la sangre de Jesucristo” no puede ser de ninguna manera literal sino que claramente es una metáfora,
¿Qué significa ello para los cristianos, y cómo pueden éstos obedecer este mandamiento de Jesús?
Si la salvación fuera mediante la participación en la Cena del Señor comiendo el pan y el vino símbolos de la carne y sangre de Cristo ¿no equivaldría esto a salvación por obras al adjudicarle al rito de la “Cena del Señor” un poder salvífico?
En primer lugar, la Sagrada Escritura afirma rotunda y claramente que “la salvación es solo por Gracia, mediante la fe” (Efesios 2:8,9). Y, en segundo lugar, “la salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero” (Apocalipsis 7:10).
Y si todavía tenemos dudas en cuanto a cómo se interpretan las palabras de Jesús –“El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:54)–, solo tenemos que leer los textos siguientes donde Él mismo las explica e interpreta:
Juan 6:60-64: Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? (61) Sabiendo Jesús en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os ofende? (62) ¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero? (63) El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. (64) Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar.
Sus palabras son “espíritu y vida”, y son las que nos salvan – gracias a su sacrificio expiatorio– cuando las “comemos”, es decir, las asumimos, las obedecemos y las experimentamos en nuestras vidas, pero ningún poder mágico hay en comer el cuerpo y beber la sangre de Cristo, ni simbólica ni físicamente, y esto último imposible, por mucho que los sacerdotes católicos pretendan hacernos creer que ellos son capaces de hacer ese milagro, y, en este último supuesto, sería una aberración comerse al Jesús entero Dios-Hombre.
En cualquier caso no se puede aceptar de ninguna manera que la salvación dependa de practicar la “Cena del Señor”; pues la salvación viene solo por medio de la fe en la obra de Cristo (Efesios 2:8-9; Hebreos 10:10-14) “Porque con una sola ofrenda –la de sí mismo, Cristo Jesús– hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). Nada que ver con practicar el rito de la Cena del Señor como un medio de salvación.
4. A modo de conclusión: ¿qué significa la santa Cena para el cristiano?
Primero de todo, tenemos que tener claro que la santa Cena no tiene relación alguna con el mandato de Dios del AT (Gn. 9:4; Lv. 3:17; 19:26; Dt. 12:16), que es recogido en el NT (Hechos 15:29; 21:25); en este último caso se trata de un mandamiento que prohíbe tomar sangre de los animales –y con más motivo la de seres humanos– para la alimentación humana. Evidentemente se trata de sangre física, es decir, literal, no humana, sino de los animales. Sin embargo, en la santa Cena no se toma ningún tipo de sangre sino que se celebra un rito ordenado por Jesucristo, consistente en beber del “fruto de la vid” (Mt. 26:29; Lc. 22:18) en memoria de que fuimos salvados gracias a su muerte expiatoria, es decir, del derramamiento de su sangre; por eso el Nuevo Pacto es en su sangre; pero no bebemos su sangre, sino que en ese rito, recordamos la gran salvación que le debemos a Él, y que se trata de no olvidar nunca, pues de eso depende nuestra fe cristiana (1 Co. 11:23-26).
1 Corintios 11:23-26: Porque yo recibí del Señor lo que os transmití: que el Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó pan, (24) dando gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.» (25) Asimismo tomó el cáliz después de cenar, diciendo: «Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en memoria mía.» (26) Pues cada vez que comáis este pan y bebáis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.
La Pascua que celebraban los israelitas prefiguraba el sacrificio de Cristo en la cruz por nuestros pecados. Por eso el apóstol San Pablo declara que Cristo es nuestra Pascua:
1ª Corintios 5:7: “Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. (8) Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad.”
Números 28:16-18: Pero en el mes primero, a los catorce días del mes, será la pascua de Jehová. (17) Y a los quince días de este mes, la fiesta solemne; por siete días se comerán panes sin levadura. (18) El primer día será santa convocación; ninguna obra de siervos haréis.
La levadura es símbolo del pecado. De ahí que en la Pascua, Dios ordenó comer panes sin levadura. Sabemos con certeza que Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29,36). Es decir, Él es nuestra Pascua (1ª Corintios 5:7). En Él se cumple el plan de Dios para la Salvación de la humanidad. Cristo tenía que ser sacrificado el día de Pascua: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado. (Mateo 26:2).
Cristo celebra la Pascua la noche antes de su muerte y establece la Santa Cena o Eucaristía, y nos ordena: “haced esto en memoria de mí”.
Lucas 22: 14-20 (Véase también 1ª Corintios 11:23-26):“14 Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. 15 Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! 16 Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios. 17 Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros; 18 porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga. 19 Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. 20 De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama”.
Números 28:16-18: 16 Pero en el mes primero, a los catorce días del mes, será la pascua de Jehová. 17 Y a los quince días de este mes, la fiesta solemne; por siete días se comerán panes sin levadura. 18 El primer día será santa convocación; ninguna obra de siervos haréis.
Significado de la Cena del Señor según lo expresó el mismo Jesucristo cuando la instituyó el día antes de ser crucificado.
A la vista de estos textos que relatan este evento podemos deducir lo siguiente:
– Jesucristo instituye la Cena como una celebración o conmemoración de su muerte –“haced esto en memoria de mí”–, y nos dice que esa entrega de su vida por nosotros es el “Nuevo Pacto”.
– El cuerpo de Cristo que es entregado y Su sangre que es derramada son simbolizados por el pan sin levadura y el vino sin fermentar (mosto).
– El cristiano al participar de este rito hace un recordatorio de su unión, identificación y comunión con Cristo y con los hermanos, y para reafirmación de su aceptación y reconocimiento al sacrificio vicario del Salvador.
¿Qué estamos realmente conmemorando o recordando cuando celebramos ese rito de comer el pan sin levadura y beber el vino sin fermentar?
La Pascua judía prefiguraba la liberación de la esclavitud del pecado y la salvación mediante el sacrificio del cordero que representaba a Cristo, el Cordero de Dios (Juan 1:29). La santa Cena o Pascua cristiana es la celebración del cumplimiento de la promesa de salvación del pecado, de la muerte y del diablo, que fue hecha a Abraham, renovada a sus descendientes, y que es Cristo, nuestra justicia (Jeremías 33:16: 1ª Corintios 1:30) y la justicia de Dios (Romanos 3;21).
La Pascua que instituye Jesús inaugura también el Nuevo Pacto, que no es otra cosa que el cumplimiento de las promesas hechas a Abraham y a Moisés, y a todos los profetas del AT, de que vendría un Libertador, Salvador o Mesías (Génesis 22:18; Gálatas 3:16; Isaías 53; 2 Samuel 22:2; Salmo 18:2; 40:17; Romanos 11:26; etc.).
Mateo 26:26-29 (ver Marcos 14:22-25): Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. (27) Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; (28) porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. (29) Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.
Por tanto, cada vez que tomamos la santa Cena, estamos recordando que debemos la libertad del pecado y su remisión, la salvación y la vida eterna al sacrificio vicario de Cristo en la cruz. Al mismo tiempo, nos identificamos con Él, y con sus sufrimientos que tuvo que padecer por nuestra causa, y nos unimos en comunión a Él y a nuestros hermanos que son parte del Cuerpo de Cristo. Celebramos, pues, también, la unión con Cristo y con todos los hermanos que componen Su Cuerpo.
1ª Corintios 10:16,17,21,22: La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? (17) Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan. […] (21) No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios. (22) ¿O provocaremos a celos al Señor? ¿Somos más fuertes que él?
Quedo a su disposición en lo que pueda servirle.
Afectuosamente en Cristo.
Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com
Referencias de la Bibliografía utilizada
* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
(1) Catecismo de la Iglesia Católica