¿El Milenio transcurre antes o después de la Parusía gloriosa del Señor?
Versión 27-03-2019
Carlos Aracil Orts
1. Introducción
El presente artículo sobre el Milenio tiene por objeto responder, en primer lugar, a las objeciones y cuestiones que me ha planteado un lector a mi anterior estudio sobre este mismo tema, titulado ¿Reinarán Cristo y sus santos un Milenio en la Tierra restaurada? Y, en segundo lugar, me sirve de ocasión para aclarar ideas y ampliar las interpretaciones que pudieran haber quedado algo incompletas en el citado artículo.
Responder correctamente a la pregunta que encabeza este estudio bíblico es de vital importancia para poder cuadrar el misterioso, intrigante y a la vez glorioso puzle que es el libro de Apocalipsis. Una de las objeciones a las que el lector se refería es que, en su opinión, este servidor confundía el fin del Milenio, con el principio del mismo. Por eso, me escribía que, según su parecer, los dos siguientes acontecimientos ocurren al final del Milenio:
- “El día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Pedro 3:10).
- “Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Apocalipsis 20:9).
El texto citado en primer lugar (2 Pedro 3:10) no admite lugar a dudas. Se refiere, con toda claridad, al “Día del Señor”, que no es otro que el Día de la Segunda venida de Cristo; es decir, el Día de Su Parusía gloriosa; el Día del Juicio final y del fin del mundo. El tiempo de Dios para dar el castigo a los malvados y la recompensa a los santos. Cuando llegue ese Día el destino de todos los que vivan en ese momento se consumará para siempre; no habrá más oportunidades; unos, los injustos, recibirán “el castigo eterno, y otros, los justos, la vida eterna” (Mt. 25:46). “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años” (Ap. 20:6).
“La Primera Resurrección” se realiza “a la final trompeta” (1 Co.15:52), en el Día de la venida gloriosa de Cristo, cuando “los muertos en Cristo resucitan primero” (1 Ts. 4:16). Esta es “la resurrección para vida” –“es la resurrección de justos” (Hch. 24:15)–, pero hay otra resurrección para juicio o condenación (Jn. 5:28-29), que es la “de injustos” (Hch. 24:15).
Notemos que la resurrección para vida eterna se produce en el Día del Señor, pero, en los textos citados, nada se dice de cuándo son resucitados los injustos, los que no alcanzaron la salvación. Necesitamos acudir al último libro del Nuevo Testamento, el Apocalipsis de Juan, y al antepenúltimo capítulo del mismo, para enterarnos que “los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años” (Ap. 20:5).
En el cuerpo de este estudio bíblico trataremos de averiguar quiénes son “los otros muertos” (Ap. 20:5) que volvieron a vivir, es decir, a resucitar, no en el Día de la venida gloriosa de Cristo, sino “mil años” después, pero con cuerpos mortales.
También trataremos de probar que el Día del Señor no corresponde al final del Milenio sino con el principio del mismo. Y que el texto dado arriba, en segundo lugar –“Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Apocalipsis 20:9)–, no se corresponde con el Día del Señor, es decir, no se produce al inicio del Milenio sino al final del mismo.
Aunque mi objetivo principal es probar cuándo transcurre el Milenio, si antes o después de la Venida gloriosa de Cristo, también trataré de responder a las objeciones que me plantea el lector, entre las que se encuentra, cuál es la naturaleza del Reino que Dios nos ha prometido.
2. ¿Qué es el Día del Señor? ¿Qué acontecimientos ocurren en ese Día?
En los Evangelios, Jesús se refirió al Día glorioso de su venida, y de las señales previas a la misma (véase Mt. 24:11-14,24-30; cf. Mr. 13:24-29; Lc. 21:25-31,33-36), a las que deberíamos estar muy atentos, para no ser sorprendidos por los acontecimientos finales: “Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuando será el tiempo” (Mr. 13:33).
Jesús y sus apóstoles nos proporcionaron muchas señales para que pudiéramos estar preparados y discernir la proximidad de Su Venida y del fin del mundo, como, por ejemplo: “se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mt. 24:24). Pero más importante son las señales que muestran las condiciones sociales y morales que predominarán en nuestro mundo cuando ese Día esté cercano: “Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. (38) Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, (39) y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre” (Mt. 24:37-39).
Por tanto, para saber cuán cerca está, el Día del Señor, de la época en vivimos –casi el inicio de la tercera década del siglo XXI– basta con comparar los grados de depravación, maldad y violencia que estamos sufriendo en nuestros días, con los que padecían en tiempos de Noé, poco antes del Diluvio, para tomar conciencia de que el Día del Señor está muy próximo, a las puertas. Veámoslo y obtengamos nuestras propias conclusiones:
Génesis 6:5,7,11-13: Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. […] (7) Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho. […] (11) Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. (12) Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra. (13) Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra.
Ese Día no vendrá con advertencia: “Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; (3) que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán. (4) Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón. (5) Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. (6) Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios” (1 Tesalonicenses 5:2-6).
Aunque no habrá anuncio previo del Día de la Venida gloriosa del Señor, nadie podrá decir que no ha sido avisado de la certeza de esa promesa de Dios, y de las consecuencias que tendrá, de destrucción eterna para unos y de vida eterna para otros. De ahí la importancia que no pasemos por alto las reiteradas e insistentes llamadas del propio Jesucristo y sus apóstoles a que “no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios” (1 Ts. 5:6); porque Él vuelve a insistir: “He aquí, yo vengo como ladrón” (Ap.16:15); porque el ladrón viene el día y la hora en el que nadie le espera.
A continuación leamos más pasajes en los que se asocia la inesperada Venida gloriosa del Señor con la sorprendente visita que hace un ladrón cuando asalta un hogar: “vendré sobre ti como ladrón” (Ap. 3:3)
Mateo 24:42-51 (cf. Lc.12:39-40): Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor. (43) Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa. (44) Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis. (45) ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo? (46) Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. (47) De cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá. (48) Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; (49) y comenzare a golpear a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos, (50) vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, (51) y lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes.
Apocalipsis 3:2-3: Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. (3) Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti.
Apocalipsis 16:15: He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza.
¿Qué acontecimientos ocurren en ese Día?
Primero. “El día del Señor vendrá como ladrón en la noche” (2 P. 3.10 pp). Este texto concuerda perfectamente con los citados arriba, que se referían a la Segunda venida de Cristo, “como ladrón”, es decir, sin apercibimiento. Por tanto se trata del mismo y único acontecimiento de la Parusía gloriosa del Señor, para rescatar a sus santos. La Palabra de Dios muestra claramente que entonces se produce el arrebatamiento de todos los hijos de Dios, de todo el mundo y de todas las épocas, previa resurrección y transformación de sus cuerpos (ver 1ª Co. 15:35-58 y 1 Tes. 4:13-18); esto, pues, se realizará en el momento de la aparición gloriosa de nuestro Señor en el cielo. Y este será un acontecimiento que, como dice el Evangelio (Mt. 24:27- 31; cf. Hch. 1:9-11; Ap.1:7), todos podrán ver y oír, porque Jesús viene en gloria y ésta se manifiesta como “el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre” (Mt. 24:27).
1 Tesalonicenses 4:13-18: Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. (14) Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. (15) Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. (16) Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. (17) Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.(A) (18) Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.
Segundo. Inmediatamente después de la Parusía gloriosa de nuestro Señor, una vez resucitados los muertos en cuerpos celestiales gloriosos, y transformados los santos vivientes en aquel tiempo, “… los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Pedro 3:10). Si comparamos este texto con los que anteceden, no tendremos dudas en identificar “El día del Señor [que] vendrá como ladrón en la noche” de 2 Pedro 3:10, con el Día de la Segunda Venida de Cristo; es necesario volver a enfatizar este extremo, para que todos seamos conscientes que se trata del mismo y único acontecimiento que ocurre al fin de este mundo, en el cual se da recompensa de vida eterna a los justos, y castigo de muerte eterna a los malvados, y el planeta Tierra es destruido por el fuego, junto con todos sus habitantes sin excepción –puesto que los santos ya “han sido arrebatados a las nubes a recibir al Señor en el aire” (1 Ts. 4:17)–, como describe a grandes rasgos el apóstol Pedro, en el pasaje citado arriba.
En los siguientes textos, Jesús, en su ministerio terrenal, nos mostró una visión de cómo será su aparición gloriosa en el cielo, en ese Día:
Mateo 24:27-31 (cf. Mr. 13.24-37; Lc. 21.25-36; 17.25-36; 12.41-48): Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre […] (29) E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. (30) Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. (31) Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro.
A estos textos, podíamos añadir otros muchos que también se refieren al mismo acontecimiento de la Segunda Venida de Cristo y del fin del mundo, puesto que ambos sucesos son simultáneos, p.e.: Ap. 6:12-17; 8:1; 10:5-7; 11:15-19; 14:14-20; 16:1-21; 18:21-24; 19:20-21. Se trata del mismo fin del mundo en el que se introducen más detalles de cómo serán esos terribles acontecimientos.
Muchos otros matices encontramos en la “Revelación de Jesucristo” que Él le dio al apóstol Juan (Ap. 1:1). Es decir, las revelaciones y visiones que Juan recibió de Jesús, desde su Santuario Celestial; y a continuación transcribimos algunas de las visiones citadas en el párrafo anterior, y que nos presentan nuevas perspectivas de cómo será ese Día glorioso, de recompensa y felicidad para los salvos, pero de terrible espanto y temor para los que se pierden:
Apocalipsis 6:12-17: Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; (13) y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento. (14) Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. (15) Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; (16) y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; (17) porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?
Apocalipsis 11:15,18: El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos […] (18) Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra.
Los textos de Apocalipsis (14:14-20), que transcribo más abajo, describen la versión apocalíptica de la familiar parábola del trigo y de la cizaña: “De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo. (41) Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, (42) y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. (43) Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga” (Mt. 13:40-43).
Apocalipsis 14:14-20: Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda. (15) Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura. (16) Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada. (17) Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz aguda. (18) Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó a gran voz al que tenía la hoz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra, porque sus uvas están maduras. (19) Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios. (20) Y fue pisado el lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta los frenos de los caballos, por mil seiscientos estadios.
Sin embargo, en estos textos del libro de Apocalipsis, primero el ángel siega “la mies”, que simboliza a los salvos, y a continuación, otro ángel mete su “hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra, porque sus uvas están maduras” (Ap. 14:15-18), y estas van al lagar para ser pisadas, lo que representa el juicio de condenación de las naciones malvadas.
3. ¿Cómo podemos entender la promesa de Jesús: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, (27) y las regirá con vara de hierro” (Ap. 2:26-27)?
Este epígrafe viene a propósito de uno de los comentarios u objeciones que me ha escrito el lector de mi artículo citado arriba sobre el Milenio: “Si solo los santos forman el Reino, ¿necesitaremos ser gobernados con ‘vara de hierro’?”
Aunque, en mi opinión, esto ya había sido aclarado suficientemente en el citado estudio (1), dado que es también un tema que ha provocado mucha confusión y polémica, es importante que lo vuelva a reproducir aquí, algo extractado:
El siguiente Salmo (2:1-12) es mesiánico, ejemplo de profecía del AT, que se cumple a la perfección, una parte, con la primera venida del Mesías, y el reinado terrenal de Jesús, y otra, con la segunda venida del Señor en gloria:
Salmos 2:1-12: ¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? (2) Se levantarán los reyes de la tierra, Y príncipes consultarán unidos Contra Jehová y contra su ungido, diciendo: (3) Rompamos sus ligaduras, Y echemos de nosotros sus cuerdas. (4) El que mora en los cielos se reirá; El Señor se burlará de ellos. (5) Luego hablará a ellos en su furor, Y los turbará con su ira. (6) Pero yo he puesto mi rey Sobre Sion, mi santo monte. (7) Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. (8) Pídeme, y te daré por herencia las naciones, Y como posesión tuya los confines de la tierra. (9) Los quebrantarás con vara de hierro; Como vasija de alfarero los desmenuzarás. (10) Ahora, pues, oh reyes, sed prudentes; Admitid amonestación, jueces de la tierra. (11) Servid a Jehová con temor, Y alegraos con temblor. (12) Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; Pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en él confían.
El Nuevo Testamento nos da testimonio de cuándo y cómo se ha cumplido, lo que dice este Salmo, en Jesucristo y su misión terrenal; como podemos comprobar si leemos los textos del Nuevo Testamento que aluden a este Salmo. Veámoslo.
La prueba de que el Salmo 2 es mesiánico, es decir, se refiere al Cristo, nos la da el apóstol Pedro en Hechos 4:25-28, donde él cita Salmos 2:1,2, confirmando que estos Salmos, cuyo autor es el rey David, aluden a nuestro Señor en su misión terrenal, su vida, muerte en la cruz y resurrección.
Hechos 4:25-28: que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? (26) Se reunieron los reyes de la tierra, Y los príncipes se juntaron en uno Contra el Señor, y contra su Cristo. (27) Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, (28) para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera.
Igualmente ocurre con el Salmo (2:7) que se cumplió con la resurrección de Cristo, según se cita en Hechos 13:32-33, y en Hebreos 1:5-6 y 5:5.
Hechos 13:32-33: Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, (33) la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy.
Hebreos 1:5-7: Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre, Y él me será a mí hijo? (6) Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios. (7) Ciertamente de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles espíritus, Y a sus ministros llama de fuego.
Hebreos 5:5: Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le [Dios Padre] dijo: Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy.
Sin embargo, en el Salmo 2:9 –“Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás”–, que se corresponde con Apocalipsis 2:26-27; 12:5 y 19:15, hay, al menos, dos interpretaciones:
Primera, que se refiere a la acción de juicio de Cristo sobre los malvados que vivan en la Tierra en su venida gloriosa.
Segunda, que se trata de la descripción de un forma de gobierno, dura y disciplinar, que establecerá Cristo en su Venida gloriosa, reinando con sus santos sobre un supuesto resto de los habitantes de la Tierra restaurada, durante un Milenio –“y vivieron y reinaron con Cristo mil años” (Ap. 20:4úp)–, en el que no existirá la tentación del diablo, porque habrá sido atado (Ap. 20:1-5) en ese mismo periodo de los mil años.
Veamos ahora como aplica, o interpreta, este Salmo, el apóstol Juan, en su libro del Apocalipsis, en los textos citados arriba del libro de Apocalipsis:
Apocalipsis 2:23-29: Y a sus hijos [los de esa mujer llamada Jezabel] heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que yo soy [Cristo] el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras. (24) Pero a vosotros y a los demás que están en Tiatira, a cuantos no tienen esa doctrina, y no han conocido lo que ellos llaman las profundidades de Satanás, yo [Cristo] os digo: No os impondré otra carga; (25) pero lo que tenéis, retenedlo hasta que yo [Cristo] venga. (26) Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo [Cristo] le daré autoridad sobre las naciones, (27) y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero;(I) como yo también la he recibido de mi Padre; (28) y le daré la estrella de la mañana. (29) El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.
La parte que nos interesa de estos textos de arriba es la subrayada (Ap. 2:25-27), pero que, de momento, nos limitaremos al versículo 27, en lo que coincide con el Salmo 2:9. Aquí –en Apocalipsis 2:27–, nuestro Señor está usando y aplicando el Salmo 2:9, que acabamos de comentar. Fijémonos que el rey David, autor del citado Salmo, profetiza que Cristo, en su venida gloriosa –en el Día del Señor–, destruirá a los malvados: “los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás” (Sal. 2:9). Notemos que la última parte de este Salmo es un simbolismo, que pretende explicar el resultado de la primera acción; es decir, como consecuencia de “quebrantarlas con vara de hierro”, las naciones malvadas son desmenuzadas “como vaso de alfarero”. Y esto, que profetizó el rey David, debería corresponderse con lo que Cristo revela en el libro de Apocalipsis, porque todo es inspirado por el Espíritu Santo.
En Apocalipsis 2:27, es Cristo el que habla, y, aplicando el Salmo 2:9, hace la siguiente promesa: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo [Cristo] le daré autoridad sobre las naciones, (27) y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero” (Apo. 2:26,27).
Recordemos que, en el Salmo 2:9, David profetizaba que el Mesías quebrantaría “con vara de hierro” a las naciones malvadas, y que éstas serían desmenuzadas como “vasija de alfarero”, en el juicio del Día del Señor.
Si comparamos el Salmo citado con los textos de Apocalipsis (2:26,27), ¿qué coincidencias y novedades descubrimos?
Las coincidencias son evidentes, Cristo confirma la profecía del Salmo 2:9, de que las naciones malvadas, que representan a gentes o personas malvadas, “serán quebradas como vaso de alfarero” y se sigue utilizando “la vara de hierro”, pero, en este caso, para “regir a las naciones” (Ap. 2:27).
¿Cuándo ocurrirá esto? Cristo mismo lo anuncia en el versículo anterior (v.25): cuando Él venga en gloria. ¿Qué diferencias se aprecian? Bajo mi punto de vista, nuestro Señor añade, a la profecía del Salmo 2:9, dos elementos nuevos:
En primer lugar, “la vara de hierro” con la que Cristo iba a desmenuzar a los malvados (Salmo 2:9), ahora la comparte con todo aquel “que venciere y guardare mis obras hasta el fin” (Ap. 2:26), pero no para destruir a las naciones sino para regirlas férreamente. Sin embargo, observemos que esto no cambia nada el sentido del Salmo 2:9, que se cumplirá inexorablemente en el Día del juicio final, como Jesucristo ratifica en Apocalipsis 2:27, que las naciones malvadas “serán quebradas como vaso de alfarero”.
En segundo lugar, el elemento nuevo que introduce nuestro Señor, que no estaba en el Salmo 2:9 es que, por una lado, atribuye a “la vara de hierro”, además de la función de quebrar o de desmenuzar a las naciones, la de regir a las mismas con dureza; y, por otro, “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo [Cristo] le daré autoridad sobre las naciones” (Ap. 2:26). Es decir, Cristo comparte Su autoridad, que “ha recibido del Padre” (Ap. 2:27 úp), con aquellos que “vencen y guardan sus obras hasta el fin”; o sea les otorga Su autoridad para que los citados vencederos puedan usar “la vara de hierro” contra las naciones, pero no para destruirlas, sino para regirlas.
En lo que sigue, trataremos de averiguar cuál es el sentido de “regir con vara de hierro” en este contexto del Día del Señor. Para ello, debemos analizar los restantes textos que se encuentran en los capítulos 12 y 19 del libro de Apocalipsis, que vamos a leer y analizar a continuación:
Apocalipsis 12:4-17: […] Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese. (5) Y ella dio a luz un hijo varón que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono. (6) Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días. (7) Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles;
El contexto, de este capítulo 12 de Apocalipsis, no deja lugar dudas en cuanto a quién es el “hijo varón que regirá con vara de hierro a todas las naciones”. Indudablemente se refiere a Jesucristo. No obstante, si queremos confirmarlo con toda nitidez y rotundidad, leamos los siguientes textos del capítulo 19:
Apocalipsis 19:13-16: Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. (14) Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. (15) De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso.(I) (16) Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES.
El origen de la profecía que nos ocupa, fuente de la frase “vara de hierro”, está en el Salmo 2:9: “Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás”. Se trata de un Salmo mesiánico, es decir, que se aplica a Jesucristo.
Si comparamos el Salmo 2:9, con sus tres aplicaciones distintas, en los tres contextos del libro de Apocalipsis, deduciremos cómo debe ser interpretado lo de “regir a las naciones con vara de hierro”; pero siempre teniendo en cuenta que el Nuevo Testamento es el que nos debe aportar más luz; porque éste es cumplimiento y explicación del Antiguo Testamento.
Aquí, como ya hemos visto arriba, “la vara de hierro” no tiene otro uso que quebrantar a los malvados hasta desmenuzarlos.
Una de las acepciones que da el Diccionario RAE al término “quebrantar”, y que más se ajusta al contexto de Salmos 2:9, es: “Machacar o reducir una cosa sólida a fragmentos relativamente pequeños, pero sin triturarla” (3).
Primera aplicación del Salmo 2:9 en Apocalipsis 2: 26,27: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo [Cristo] le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero”.
Ya hemos visto los dos elementos que aquí Cristo introduce nuevos: 1) atribuye a la “vara de hierro” además de la función de quebrantar, la de regir; y 2) da autoridad a los vencedores para que usen esa “vara de hierro” en este último sentido, sobre las naciones malvadas.
La “autoridad sobre las naciones” que dará Jesús “al que venciere y guardare [sus] obras hasta el fin” (Ap. 2:26) es para “regirlas “con vara de hierro”; y esto no sucederá antes de la venida gloriosa del Señor. Esta autoridad no es para destruir a los malvados, porque de eso ya se encarga Dios, al que pertenece ejercer justicia y juicio.
Como hemos visto, en el Día del Señor se ejecuta el juicio sobre todos los moradores la Tierra, que rechazaron la Palabra de Dios, y serán juzgados por esa misma Palabra “en el día postrero” (véase Jn. 12:46-49).
Juan 12:46-49: Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas. (47) Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. (48) El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero. (49) Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.
Recordemos que esta autoridad que Jesús otorga a los vencederos, es la misma que Él ha recibido del Padre (Ap. 2:27 úp); consiste, pues, en una potestad que solo corresponde a Dios. Esta autoridad no puede ser otra que la facultad de juzgar a todos los que no alcanzaron la salvación; y, así como Jesús la recibe del Padre, Aquél la transmite a todos los vencedores. Por tanto, deducimos que “regir a las naciones malvadas o gentes malvadas con vara de hierro”, equivale a juzgarlas, después que se haya producido la ejecución del Juicio divino en el Día del Señor y de la ira de Dios. Veamos algunos textos, que parecen señalar en ese sentido:
Lucas 22:24-30: Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. (29) Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, (30) para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel.
1 Corintios 6:2-3: ¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas? (3) ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida?
“¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?” (1 Co. 6:2)
Esta es la autoridad que Jesús concede a los santos para “regir con vara de hierro al mundo”, es la facultad de juzgar al mundo e incluso “a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día” (Judas 1:6).
Segunda aplicación del Salmo 2:9 en Apocalipsis 12:5: “Y ella dio a luz un hijo varón que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono”.
De este texto de Apocalipsis 12:5, considerado aisladamente, no se debería tratar de deducir el significado del verbo regir “con vara de hierro”, sino es comparándolo, primero, con el sentido original indudable que tiene el Salmo 2:9, segundo, con el texto de Apocalipsis 2:26-27, que ya he comentado, y, tercero, con la aplicación que hace el texto de Apocalipsis 19:15, que estudiaremos a continuación.
Tercera aplicación del Salmo 2:9 en Apocalipsis 19:15: “De su boca [del Verbo de Dios] sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso”.
El contexto nos dice que esta Boca que emite el Juicio divino es la del “Verbo de Dios” (Ap. 19:13), “De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones” (Ap. 19:15; cf. Is. 11:1-4); y lo que ahora se anuncia es la acción de castigo y del Juicio final de los malvados en el Día del Señor, el día de la ira de Dios, como cumplimiento de la profecía del Salmo 2:9, que predecía el fin de los malvados que, por el Señor, serían “quebrantados con vara de hierro y desmenuzados como vasija de alfarero”.
Este texto de Apocalipsis (19:15) describe el Día del Señor y de la ira de Dios, cuando se ejecuta el juicio divino sobre las naciones, que rechazaron “la Luz del mundo”. Y, por eso, después de ser juzgados los malvados por la Palabra de Dios (Jn. 12:46-49), el siguiente paso es la ejecución de la sentencia: “él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso” (Ap. 19:15).
¿Qué significa: “él [El Verbo de Dios, Rey de reyes y Señor de señores] pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso”
Simplemente, es la obra del Juicio divino en el Día del Señor, Día “de la ira del Dios Todopoderoso”. El lagar del vino es donde son llevados los racimos de uvas –que es otro símbolo para los malvados, semejante al de la cizaña–, que el ángel vendimió de “la viña de la tierra” (Ap. 14:14-20). Esto se describe mejor en los siguientes textos.
Apocalipsis 14:14-20: Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda. (15) Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura. (16) Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada. (17) Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz aguda. (18) Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó a gran voz al que tenía la hoz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra, porque sus uvas están maduras. (19) Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios. (20) Y fue pisado el lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta los frenos de los caballos, por mil seiscientos estadios.
Observemos que primero el ángel siega “la mies”, que simboliza a los salvos, y a continuación, otro ángel mete su “hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra, porque sus uvas están maduras” (Ap. 14:15-18); y estas van al lagar para ser pisadas, lo que representa el juicio de condenación de las naciones malvadas.
Pisar “el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso” simboliza la ejecución de la sentencia de muerte de todos los malvados que han sido juzgados y condenados por Dios. En el Antiguo Testamento existen muchos textos que se refieren al Día del Señor o Día de la Ira de Dios, que es el Día de la Segunda venida de Cristo, como ya probamos en anterior epígrafe. Citaré aquí los siguientes, que se corresponden con los textos de Apocalipsis 19:11-21, algunos de los cuales he comentado arriba.
Isaías 63:1-6: ¿Quién es éste que viene de Edom,(A) de Bosra, con vestidos rojos? ¿éste hermoso en su vestido, que marcha en la grandeza de su poder? Yo, el que hablo en justicia, grande para salvar. (2) ¿Por qué es rojo tu vestido, y tus ropas como del que ha pisado en lagar? (3) He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos nadie había conmigo; los pisé con mi ira, y los hollé con mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y manché todas mis ropas. (4) Porque el día de la venganza está en mi corazón, y el año de mis redimidos ha llegado. (5) Miré, y no había quien ayudara, y me maravillé que no hubiera quien sustentase; y me salvó mi brazo, y me sostuvo mi ira. (6) Y con mi ira hollé los pueblos, y los embriagué en mi furor, y derramé en tierra su sangre.
Notemos que también en Apocalipsis 19:13, se describe, simbólicamente, a Cristo, llevando una ropa teñida de sangre: “Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS” (Ap. 19:13).
El día del Señor o Día de la ira de Dios Todopoderoso, se encuentra profetizado a menudo en el Antiguo Testamento. Como ejemplo, citaré solo del libro del profeta Malaquías:
Malaquías 4:1-6: Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama. (2) Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada. (3) Hollaréis a los malos, los cuales serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies, en el día en que yo actúe, ha dicho Jehová de los ejércitos. (4) Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel. (5) He aquí, yo os envío el profeta Elías,(A) antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. (6) El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición.
4. ¿El Milenio transcurre antes o después de la Parusía gloriosa del Señor? ¿Quiénes son “los otros muertos” y cuándo resucitan (Ap. 20:5)?
Dejando, de momento, aparte el Milenio, que es lo que produce más dudas, lo que no ofrece lugar a dudas es que, cuando llegue el fin del mundo, en la Parusía de nuestro Señor, los santos “muertos en Cristo” (1 Ts. 4:16) serán resucitados con cuerpos transformados, es decir, cuerpos celestiales o espirituales (1 Co. 15:44,47-50-54); y los santos que permanezcan vivos en Su Parusía, serán transformados en cuerpos a la semejanza del cuerpo de Cristo resucitado, y, ambos grupos, juntamente serán arrebatados al encuentro del Señor en el aire (1 Ts. 4:13-18). Esta es la primera y única resurrección de los muertos que expresamente se declara, tanto en 1 Corintios 15:50-57 como en 1 Tesalonicenses 4:13-18. Cuando ese acontecimiento se produzca, la Tierra y todos sus habitantes que no hayan sido arrebatados al encuentro con el Señor, serán destruidos mediante fuego de Dios.
Sin embargo, nada se dice de cuándo serán resucitados los muertos impíos de todas las épocas, aunque sabemos, positivamente que habrá “una resurrección de vida y otra de condenación o juicio” (Jn. 5:28-29), o dicho con otras palabras: “resurrección de los muertos, así de justos como de injustos” (Hch. 24:15; cf. Dan. 12:1-3).
Daniel 12:1-13: En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro. (2) Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. (3) Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad.
Pero en ningún lugar de la Sagrada Escritura se habla de cuándo ocurrirá la resurrección de los injustos, excepto en Apocalipsis (20:4-6). Uso la versión de “la Biblia Textual”, porque parece más lógicamente redactada.
Apocalipsis 20:4-6 (BTX): Y vi tronos, y se sentaron en ellos, y les fue concedido juzgar. Vi también las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por causa de la palabra de Dios, y a los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni habían recibido la marca en la frente y en su mano, y volvieron a vivir para reinar con el Mesías mil años: Ésta es la primera resurrección, (5) pero los demás muertos no volvieron a vivir hasta que fueron cumplidos los mil años. (6) Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y del Ungido, y reinarán con Él mil años.
Si solo nos atenemos estricta y literalmente al versículo (20:4), los que “volvieron a vivir para reinar con el Mesías mil años” son solo los santos que habían sufrido algún tipo de martirio o “no habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni habían recibido la marca en la frente y en su mano”; solo estos habrían tenido parte en “la primera resurrección”.
Sin embargo, teniendo en cuenta el versículo (20:6), la bienaventuranza se extiende también a todos los santos que participan en “la primera resurrección”: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y del Ungido, y reinarán con Él mil años” (Ap. 20:6). Sin duda, este texto incluye, en “la primera resurrección”, no solo a los mártires sino a todos los santos.
Una cosa es inamovible según la Palabra de Dios: los muertos que “son de Cristo” resucitan “en su venida” (1 Co. 15:23); ni antes ni después; pero hay muchos más textos que confirman esta importante verdad, de que “la primera resurrección de los muertos” se realiza en la Segunda venida de Cristo. Veamos, por ejemplo, los siguientes:
1 Corintios 15:51-52: He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, (52) en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.
1 Tesalonicenses 4:16-17: Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. (17) Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.
2 Timoteo 4:1-2: Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, (2) que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.
Notemos que el texto anterior (2 Timoteo 4:1-2), revela que tanto los vivos como los muertos serán juzgados por nuestro Señor Jesucristo en “su manifestación y en su Reino”; luego hay dos tiempos de Juicio. El primer juicio es para todos los habitantes que vivan en la Tierra en su Parusía: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, (32) y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. (33) Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. (34) Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. […] (41) Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. […] (46) E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mt. 25:31-34, 41,46). Y el segundo Juicio es el que realizan Cristo con su santos durante los mil años de reinado, sobre todos los que no se salvaron y aún no han sido resucitados para juicio, y que culmina con el Juicio final de los malvados, “lo otros muertos”, que no tuvieron parte en la Primera Resurrección; se trata del Juicio ante el Gran Trono blanco” (Ap. 20:11-15), que más adelante veremos con algo de detalle.
Estos pasajes citados arriba, sobre el juicio de las naciones que se efectúa en el tiempo de la Segunda venida de Jesús, tienen por objeto revelarnos, en primer lugar, que existe un Juicio en el tiempo de la Venida gloriosa de Cristo para separar el “trigo” de la “cizaña” (Mt. 13:40-43) o bien para segar la “mies madura” –los santos– y vendimiar “los racimos de la tierra, porque sus uvas está maduras” (Ap. 14:14-20) –los malvados–. Y, en segundo lugar, se proponen darnos una importante enseñanza de cuál debe ser nuestra conducta para ser dignos de la salvación; porque, en este juicio, se hace énfasis, como es lógico, en lo más importante, que es lo que debe caracterizar a todo cristiano, que es esencialmente el amor al prójimo, porque “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 7:21). Porque “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Jn. 4:8).
1 Juan 3:14-23: Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. (15) Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. (16) En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. (17) Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? (18) Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. (19) Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; (20) pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. (21) Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; (22) y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él. (23) Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado.
Este es, pues, el Juicio de Cristo sobre las naciones que afecta solo a los ciudadanos que en ellas vivan cuando Él se manifieste en gloria, pues conviven la “cizaña” con el “trigo”. No obstante, la reunión de las naciones delante de Él y la consecuente separación de los “cabritos”, de las “ovejas”, no podemos tomarlo como una acción futura que se realizará literalmente; es decir, el Juicio es realizado mediante la omnisciencia de Cristo, pero sin necesidad de que estén presentes los enjuiciados, pues este extremo sirve como figura imprescindible para mostrarnos y enseñarnos una verdad fundamental, de que todos vamos a ser juzgados por nuestra coherencia entre nuestra fe y nuestras obras.
De aquí, que unos –los “cabritos” que simbolizan a los malvados– son inmediatamente sentenciados a muerte y destruidos por el fuego de Dios (Mt. 13:40-43). En cambio, los santos vivientes –“escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro” (Mt.24:31)–, juntamente con los muertos en Cristo resucitados, y ambos grupos de santos, transformados en cuerpos celestiales e incorruptibles, son arrebatados a recibir a Jesús en las nubes. En ese momento se inicia el Milenio; es decir, el reinado de los santos con Cristo durante mil años (Ap. 20:4-6).
Apocalipsis 20:4-6 (BTX): Y vi tronos, y se sentaron en ellos, y les fue concedido juzgar. Vi también las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por causa de la palabra de Dios, y a los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni habían recibido la marca en la frente y en su mano, y volvieron a vivir para reinar con el Mesías mil años: Ésta es la primera resurrección, (5) pero los demás muertos no volvieron a vivir hasta que fueron cumplidos los mil años. (6) Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y del Ungido, y reinarán con Él mil años.
¿Por qué deducimos que el Milenio se inicia con la Venida gloriosa del Mesías?
Porque hasta ese momento no sucede la primera resurrección, que indefectiblemente se asocia con un acontecimiento futuro, como es la Parusía de nuestro Señor en gloria. Notemos que la parte final del versículo (20:4) subrayada arriba por mí, registra expresa y contundentemente que todas esas almas santas, que se describen en el texto citado, “volvieron a vivir para reinar con el Mesías mil años: Ésta es la primera resurrección” (Ap. 20:4), y es inmediatamente después de la resurrección citada, cuando todos los santos son arrebatados al Cielo (1 Ts. 4:13-18) y llevados a las moradas celestiales preparadas, para los santos, por Jesús (Jn. 14:1-4); y estos lugares celestiales corresponden, posiblemente, al Paraíso, al que fue arrebatado el apóstol Pablo (2 Co. 12:1-4). Y en ese Reino o reinado los santos juzgarán a los muertos que no alcanzaron la vida eterna; esta es “la autoridad sobre las naciones para regirlas con vara de hierro que Cristo prometió a los vencedores” (Ap. 2:26-27), y que arriba –epígrafe nº 3– se trató extensamente.
Apocalipsis 2: 26-29: pero lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga. (26) Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, (27) y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre; (28) y le daré la estrella de la mañana. (29) El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.
El juicio de Cristo con sus santos se realiza sobre todos los que no alcanzaron la salvación, para reivindicar la justicia de Dios; y esto sucede durante el reinado del Milenio; es decir, los santos reinan con Cristo durante ese periodo de tiempo, que no tiene por qué ser exactamente mil años, porque “mil años”, en este contexto de simbología apocalíptica, pueden simbolizar una eternidad, para los humanos.
¿Quiénes son “los otros muertos” y cuándo resucitan (Ap. 20:5)?
Aunque el reinado de los santos con Cristo es por la eternidad, el Milenio ha de ser limitado en el tiempo, necesariamente, porque hasta el final del Milenio no se produce el Juicio ante el Gran Trono blanco (Ap. 20:11-13) de “los otros muertos” –aquellos que no tuvieron parte en la primera resurrección– y que “no volvieron a vivir hasta que fueron cumplidos los mil años” (Ap. 20:5).
Es decir, la erradicación completa del mal del universo y la reivindicación definitiva de la justicia e infinita bondad y misericordia de Dios no se producen hasta el fin del Milenio, cuando son resucitados “los otros muertos”, de todas las naciones y de todas las épocas –el número de los cuales es como la arena del mar” (Ap. 20:8 úp)–, y, como incorregibles que fueron, vuelven a dejarse engañar por Satanás, y vuelven a intentar hacer lo que siempre hicieron durante sus vidas terrenales: “Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora” (Gá. 4:29). Y en este objetivo perseverarán persiguiendo a los santos, allá donde se encuentren cuando sean resucitados, con cuerpos mortales, para juicio: “subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Ap. 20:9).
Esto demuestra el justo e infalible Juicio de Dios sobre los que se pierden. No necesitan más oportunidades, ni más vidas, porque eligieron ser hijos “de su padre el diablo” (Jn. 8:44), y despreciaron ser hijos de Dios, mediante la redención efectuada por el sacrificio del Hijo de Dios.
Con respecto a los santos que murieron –no es bíblica la doctrina del alma inmortal que sobrevive conscientemente y va al Cielo con Dios–, es preciso tener claro que la vida eterna no se recibe, de manera real, hasta la Segunda venida de Cristo, que es cuando “los muertos serán resucitados incorruptibles […] (43) porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Co. 15:52-53). Es solo, entonces, en la resurrección futura, asociada a la Venida gloriosa de Cristo, cuando recibiremos cuerpos celestiales o espirituales, los cuales nos harán idóneos para “heredar el reino de Dios” (1 Co. 15:45-50).
Recordemos que todos los grandes héroes de la fe, entre ellos incluso mártires, descritos en el capítulo 11 del libro de Hebreos, “Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra” (Heb. 11:13). Pero el autor de Hebreos –por si acaso algunos no han querido enterarse del hecho de que la recompensa de la vida eterna no se recibe hasta la resurrección– vuelve, más adelante, a reafirmarse en el mismo sentido: “Y todos éstos [los héroes de la fe y mártires citados], aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; (40) proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros” (Heb. 11:39-40).
¿Cuándo dice el apóstol Pablo que recibirá la corona de justicia, inmediatamente al morir o “en aquel día”, en “la venida del Juez justo” (2 Ti. 4:7)?
2 Timoteo 4:7: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. (8) Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.
Pero existen muchos textos que echan por tierra la nociva y errónea doctrina de la inmortalidad del alma; porque si somos inmortales, y cuando morimos vamos al Cielo en forma de espíritu puro, como si fuéramos ángeles, libres de la “prisión del cuerpo” ¿qué necesidad existe de que seamos resucitados en cuerpos gloriosos y celestiales? Esta doctrina es de una incoherencia total; y los que la creen, no quieren reconocer y aceptar las muchas evidencias que presenta la Palabra de Dios, en el sentido contrario, como ya hemos comprobado en lo que antecede, y añadimos ahora, que si no hubiera habido resurrección, “si Cristo no hubiera resucitado”, “entonces también los que durmieron en Cristo perecieron” (1 Co. 15:16-18), ¿por qué haría tanto énfasis en la resurrección el Nuevo Testamento, si los muertos ya fueron a vivir en el Cielo, en espíritu puro? Es totalmente absurdo e ilógico.
Veamos, para terminar esta polémica cuestión, unos textos que han podido pasar desapercibidos, y que nos interesan especialmente, no solo porque prueban que la recompensa de vida eterna no se recibe hasta la resurrección de los muertos, sino también porque están relacionados con el tema que nos ocupa del Reino celestial:
Mateo 19:27-30: Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos? (28) Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. (29) Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. (30) Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros.
Estos pasajes del Evangelio de Mateo registran las palabras que pronunció Jesús: “…en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt. 19:28).
¿Qué es la regeneración?
La regeneración en este contexto es la transformación de los santos en cuerpos espirituales o celestiales.
¿Cuándo se produce “la regeneración”?
“Cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria” (Mt. 19:28).
Y ¿cuándo se sienta Cristo en Su Trono de gloria?
“Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria” (Mt. 25:31). Por tanto, nadie recibe la vida eterna hasta la Primera Resurrección.
Algunos pocos argumentos bíblicos adicionales sobre la Primera Resurrección que se asocia sin duda con la Venida gloriosa del Mesías, y por tanto, con el inicio del Milenio.
“La final trompeta”, a la que se refiere el apóstol Pablo, será la señal para que ocurra el gran acontecimiento de la resurrección de los santos: “porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Co. 15:52).
Apocalipsis 11:15-18: El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos. (16) Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios, (17) diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado. (18) Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra.
Como es indudable, y ya ha sido probado arriba, “la primera resurrección” se produce en el Día del Señor, es decir, el Día de Su venida gloriosa; y, por si no quedó claro con lo que antecede, podemos volver a preguntarnos, ¿se inicia en ese momento el periodo milenario o, por el contrario, es el final del mismo?
Por tanto, si empieza el Milenio inmediatamente después del Día de la venida gloriosa del Señor es porque, entonces se efectúa “la primera resurrección”, y los santos son llevados a reinar con Cristo. Sin embargo, si Cristo viniese al final del Milenio, “la primera resurrección” se produciría, después que hayan transcurrido mil años.
Como “la primera resurrección de los muertos” está vinculada a la Parusía del Señor o el Día de Dios”, Día del juicio y del fin del mundo, si establecemos que el periodo del Milenio transcurre antes de la Segunda venida de Cristo, la primera resurrección no se produciría hasta la Parusía, al final del Milenio; lo que estaría en flagrante contradicción con la parte final de Apocalipsis 20:4: “y volvieron a vivir para reinar con el Mesías mil años: Ésta es la primera resurrección”.
Es decir, necesaria e indefectiblemente, la primera resurrección tiene que coincidir con la Venida gloriosa de Cristo, para que los santos resucitados y los santos vivos transformados –todos ellos con cuerpos espirituales gloriosos a semejanza del de Cristo resucitado– puedan ser arrebatados al Cielo para iniciar el reinado milenario con Él. Por tanto, no empieza el Milenio hasta la Parusía de nuestro Señor, porque hasta que no se produzca la primera resurrección, los santos muertos aún permanecen en sus tumbas y tampoco nadie de los santos vivientes, antes de la Parusía, habrá sido transformado con cuerpo espiritual; y, como consecuencia lógica, ninguno de los grupos habrá podido ser arrebatado al Cielo a reinar con Cristo.
5. Cómo será el Reino de Cristo, Reino de Dios o Reino de los Cielos, en el que participan los santos.
Al respecto, mi estimado lector me preguntaba: “¿Sobre quiénes reinan los santos? ¿Son acaso reyes de ellos mismos?”
No sé qué imagen tenemos del Reino de Dios, Reino de los Cielos o Reino de Cristo; pero quizá sea una imagen demasiado terrenal. Al parecer, subyace la idea preconcebida que el Reino de Dios necesariamente debe instaurarse en un territorio que no puede ser otro que el planeta Tierra. El lector me cita, en apoyo de sus ideas, los siguientes textos:
Lucas 23:42: Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
Mateo 6:10: Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.
Primero, independientemente del territorio, de la nación o del Estado, el Reino de Dios está donde mora Cristo. Si Cristo vive en nosotros, entonces ya pertenecemos al Reino de Dios. Este Reino es espiritual no terrenal. “El que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios”, ni por supuesto, tampoco puede entrar en él. (Jn. 3:3-4).
Preguntémonos ¿por qué, al comienzo de su ministerio, Cristo dijo: “El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios se ha cercado” (Mr. 1:15)? Varias cosas están claras:
Jesucristo es “el Rey de reyes y Señor de señores” no solo de ese Reino celestial, sino del universo entero, donde se incluye el planeta Tierra, donde sus rebeldes habitantes no le reconocen; pero los súbditos son todos los santos, es decir, todos los que han aceptado a Cristo como su Salvador y Redentor. Incluso, el Reino es el propio Jesús, porque donde Él mora, está Su Reino:
Lucas 17:20-30: Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, (21) ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros. (22) Y dijo a sus discípulos: Tiempo vendrá cuando desearéis ver uno de los días del Hijo del Hombre, y no lo veréis. (23) Y os dirán: Helo aquí, o helo allí. No vayáis, ni los sigáis. (24) Porque como el relámpago que al fulgurar resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro, así también será el Hijo del Hombre en su día.
Dios dijo a Su pueblo Israel: “vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa” (Éx. 19:6). ¿Qué significa eso?
1 Pedro 2:9-10: Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; (10) vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia.
¿Cuándo formamos un reino de sacerdotes y gente santa?
Cuando Cristo mora en nosotros, cuando hacemos la voluntad de Dios, cuando servimos a Dios y a nuestros semejantes.
¿Qué significa reinar en el Reino de Dios?
Amar, servir, ayudar al prójimo, anunciando “las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 P. 2:9). Gobernar o reinar en el Reino de Dios es servir a los demás; el que dirige es el que sirve (Mr. 9:34-37; cf. Lc. 22:24-30).
Marcos 9:34-37: Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de ser el mayor. (35) Entonces él se sentó y llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos. (36) Y tomó a un niño, y lo puso en medio de ellos; y tomándole en sus brazos, les dijo: (37) El que reciba en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió.
Lucas 22:24-30: Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. (25) Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; (26) mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. (27) Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve. (28) Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. (29) Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, (30) para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel.
Reinar es llevar a las almas al conocimiento de Dios, predicar su Palabra, el Evangelio de Salvación; ser sacerdote, es ser mediador para que todos conozcan a Dios, Su amor y misericordia para con todos. Creo que, los cristianos, mientras estemos en este mundo, tenemos claro lo que significa ser “reyes y sacerdotes para Dios” (Ap. 1:6; 5:10). Es gobernar con justicia; relacionarse justamente con todos; pero en este mundo no hay justicia, sino viene de Dios.
Apocalipsis 1:5-8: y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, (6) y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén. (7) He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén. (8) Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.
Apocalipsis 5:8-10: Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos; (9) y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; (10) y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.
Sin embargo, no tenemos tan claro, o es más difícil imaginar, lo que significa ser reyes y sacerdotes en el Reino de los Cielos, donde todos serán santos, y conocerán a Dios. No obstante, todo súbdito del Reino Celestial, por muy dirigente que sea, por muy alto puesto que ocupe, será un servidor de todos. Nunca se enseñoreara de sus semejantes: el que “sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve” (Lc. 22:26). Esto es lo que significa, en mi opinión, “reinar sobre la tierra” (Ap. 5:10). Los súbditos del Rey de reyes, en el Reino celestial, no reinan sobre la Tierra, porque ésta ya no existirá. Jesucristo no vendrá a tomar posesión de la Tierra sino a destruirla, y a llevarse con Él a todos los santos a Su reino celestial.
Así como no todos tienen los mismos talentos, no todos tendrán la misma misión. En Apocalipsis 20:4, el apóstol Juan nos dice que vio “tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar”. No especifica quiénes serán “los que recibieron facultad de juzgar”; pero Jesucristo nos dio la siguiente pista: “Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, (30) para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel” (Lc. 22:29-30). No estoy afirmando que solo los Doce apóstoles juzgarán, sino también otros muchos “que recibieron la facultad de juzgar”.
¿Podemos comprender mejor ahora qué significa pedir en oración “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Mt. 6:10)?
Es necesario que ese reino nazca o more primeramente en nuestro corazón; porque “el que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn. 3:5); primeramente debemos establecer el Reino en la Tierra, anunciando el Evangelio de Salvación, y en el futuro, cuando Cristo venga en gloria nos conducirá a Su Reino celestial.
“Lo cierto es que durante el milenio seremos sacerdotes y reinaremos con El. La pregunta es dónde y sobre quiénes” (Comentario de mi lector).
Así como hemos sido “real sacerdocio, nación santa” (1 P. 2:9) en la Tierra, lo seremos también en el Cielo, en el Paraíso de Dios, donde está “el trono de Dios y del Cordero” (Ap. 22:1,3). Reinaremos unos santos sobre otros santos, pero no será de la misma manera que en la Tierra, porque allí todos los santos son perfectos, y no necesitan corrección alguna; pero el que tenga una posición superior por sus talentos o méritos, será servidor de los demás; los grandes servirán a los pequeños. Nadie se enseñoreará de otros.
6. Analizamos otras interpretaciones del Milenio que, en mi opinión, no armonizan con el contexto bíblico del final del libro del Apocalipsis.
A lo largo de la historia del cristianismo, ha habido varias interpretaciones del periodo de los “mil años”, que es conocido como el Milenio. Este periodo de tiempo aparece únicamente en el libro del Apocalipsis (20:1-7), donde, en esos pocos siete versículos, se nombra seis veces.
Las dudas surgen, especialmente, sobre cuándo transcurre el Milenio, si antes de la Venida gloriosa de nuestro Señor o después de la misma. Nos vamos a referir a la interpretación amilenial, que considera que el Milenio es un periodo simbólico de años, que se corresponde a la totalidad de la Era Cristiana, o bien a una parte de la misma, pero, en todos los casos, este periodo de tiempo se extiende hasta el fin del mundo, o hasta un poco de tiempo antes de la Segunda venida de Cristo.
Estamos de acuerdo que los “mil años”, durante los cuales es atado “el dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás”, que coinciden con “los mil años” que los santos resucitados reinarán con Cristo (Ap. 20:1-4), no necesitan ser literales, porque “mil” (10x10x10) es un número simbólico que pretende transmitir la idea de plenitud, en este caso, plenitud del tiempo, una cantidad considerable de tiempo, y que, por tanto, no habría inconveniente en que abarcase la totalidad de la Era Cristiana, o cualquier otro lapso de tiempo que no necesariamente sean mil años exactamente, sino un periodo indefinido, que podría extenderse, en esta interpretación amilenial o amilenarista, hasta incluso la venida en gloria de nuestro Salvador Jesucristo.
Los mil años –el Milenio–
Apocalipsis 20:1-10: Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. (2) Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; (3) y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo. (4) Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. (5) Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección. (6) Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años. (7) Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, (8) y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar. (9) Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió. (10) Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.
En la interpretación citada arriba, el inicio del Milenio, unos lo sitúan con la muerte de Cristo en la cruz y su siguiente resurrección, hacia el año 30 de nuestra era; porque en ese momento el diablo quedó desenmascarado, como homicida y mentiroso (Jn. 8:44), y vencido por Cristo (Heb. 2:14; cf. Ap. 12:7-10).
Sin embargo, el diablo ha seguido haciendo muchas diabluras, durante una gran parte de la historia del cristianismo, especialmente, durante las persecuciones del imperio Romano a los cristianos, y más tarde, las persecuciones de la Roma papal, durante la Edad Media, el establecimiento de la Inquisición, etc. Por eso, otros sitúan el inicio del Milenio cuando el emperador Constantino firmó el tratado de paz con la Iglesia cristiana, con el Edicto de Milán del año 313 d.C. Y aún una tercera interpretación coloca el inicio del Milenio de paz, cuando termina la hegemonía Papal, hacia el 1815 d.C., o bien a finales del siglo XX, cuando la libertad de conciencia impera en la mayoría de las naciones. Si estas interpretaciones estuvieran en lo cierto ahora estaríamos viviendo en el Milenio, es decir, sería un Milenio en la Tierra, donde los santos, en la Tierra, también reinarían, en ese mismo periodo de tiempo, con Jesús en el Cielo. Y cuando apareciera el Cristo glorioso en las nubes, sería el fin del Milenio.
¿Por qué esta interpretación no concuerda o no armoniza con el contexto de Apocalipsis 20:1-10?
Primero, porque el apóstol Juan vio “tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar” (Ap. 20:4 pp). Y estos “tronos” no están en la Tierra, sino en el Cielo. Es la misma o similar escena del Juicio celestial que vio el profeta Daniel (7:9,10).
Daniel 7:9-10: Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. (10) Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos.
Segundo, “los que recibieron facultad de juzgar” se sentaron en esos “tronos”. Necesariamente los santos que se sentaron, o se sentarán en ellos, tienen que estar en el Cielo, pues allí están los “tronos”. Pero no son solamente ellos los que aparecen en el Cielo, juzgando y reinando con Cristo, sino que el apóstol Juan vio también: “las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos” (Ap. 20:4); y a todos estos se refiere Juan cuando registra que “volvieron a vivir para reinar con el Mesías mil años: Ésta es la primera resurrección” (Ap. 20:4- versión BTX).
Ahora es necesario preguntarse: ¿cómo, pues, puede transcurrir el periodo milenario antes de la Venida gloriosa de Cristo, y antes de que haya habido la Resurrección de los muertos (1 Co. 15: 50-57; 1 Ts. 4:13-18)?
En lo que antecede vimos que el texto citado se refiere a los santos que “volvieron a vivir” “y reinaron con Cristo mil años” (Ap. 20:4), entre los que se encontraban además de los mártires, y el resto de los santos, como fácilmente se puede deducir del siguiente texto: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y del Ungido, y reinarán con Él mil años” (Ap. 20:6- versión BTX). Es decir, todo el que ha tenido parte en la Primera Resurrección estará reinando con Cristo en el Milenio.
Pero, ¿cómo podrían reinar los santos antes de que Cristo venga en gloria y los resucite? Y ¿cómo puede empezar el Juicio final de Dios, antes de que el mundo llegue a su fin?
Aunque no necesariamente todos los santos se sentarán en tronos para juzgar, todos los santos reinarán con Cristo en el Milenio. Debe, pues quedar claro que, el juicio y el reinado del Milenio no ocurren en la Tierra, sino en el Cielo. Por tanto, para aquel tiempo, necesariamente deben estar todos los santos en el Cielo, empezando por los que se sentarán en los tronos, que vieron, tanto Daniel como Juan, en el Cielo, presididos por el Anciano de días, el Juez –que, no cabe duda, es Dios el Padre–, que estaba sentado en uno de los tronos. Y la frase del final, “y los libros fueron abiertos” (Dan. 7:10 úp.), indica que se trata de un Juicio, basado en lo que contienen los citados libros, y se corresponde también con “los libros que fueron abiertos”, mediante los cuales “fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Ap. 20:12). Este Juicio, en este libro de Apocalipsis es llamado “el Juicio ante el Gran Trono blanco” Ap. 20:11), que es el Juicio final de condenación de “los otros muertos”, los que “no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años” (Ap. 20:4pú).
Ciertamente, este Juicio ante el Gran Trono blanco se completa al final del Milenio, pero se inicia al principio del reinado milenario de Cristo y sus santos.
“¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?” (1 Co. 6:2)
Esta es la autoridad que Jesús concede a los santos para “regir con vara de hierro al mundo”, es la facultad de juzgar al mundo e incluso “a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día” (Judas 1:6).
Los que sostienen que el Milenio es un periodo de tiempo que transcurre antes de la Segunda venida de Cristo, ¿cómo pueden explicar, que los santos estén ya en el Cielo reinando y juzgando con Cristo, si la primera Resurrección aún no ha sucedido, ni, por tanto, ha habido el Juicio final? ¿Cómo, pues, “volvieron a vivir” (Ap. 20:4pú- versión BTX)?, y ¿cómo pueden los santos estar juzgando, antes de que llegue el fin del mundo? Ni Dios mismo juzga hasta que termine el tiempo que se concede a cada ser humano que vaya a vivir sobre este planeta Tierra. ¿Cómo van unos santos, ya sea que estén en la Tierra o en el Cielo, a juzgar a muchísimas personas que todavía ni siquiera han nacido, pues estamos en el supuesto de que el Milenio transcurre en la Tierra, antes del fin del mundo y de la venida gloriosa de nuestro Señor?
Notemos que muchos de estos santos, que van a reinar con Cristo durante los mil años, estaban muertos, y si “volvieron a vivir” (Ap. 20:4pú- versión BTX) es porque resucitaron; pero la Palabra de Dios nos dice que la Primera Resurrección se efectúa simultáneamente con la Venida gloriosa de nuestro Señor y Salvador.
A este respecto, hay otros estudiosos de la Biblia, que, además de interpretar que el Milenio es el periodo de tiempo que transcurre en la Tierra, desde la muerte, resurrección y ascensión de Cristo hasta Su Segunda Venida, creen que, en este contexto, los santos que el apóstol Juan ve en el Cielo, “los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos” (Ap. 20:4), y que “volvieron a vivir para reinar con el Mesías mil años” (Ap. 20:4pú- versión BTX), tomando parte así de la Primera Resurrección, son todos los escogidos de Dios, de la época cristiana, que han experimentado la Resurrección Espiritual, o sea el Nuevo Nacimiento.
Es decir, en la opinión de estos intérpretes de la Biblia, “la Primera Resurrección”, a que se refiere la parte final del versículo 4 de Apocalipsis (20:4, versión BTX), o (20:5, versión RV-1960), no sería una Resurrección literal, que nos convertiría en cuerpos incorruptibles e inmortales, transformados en cuerpos espirituales o celestiales a la semejanza del cuerpo de Cristo resucitado; sino que se trataría del Nuevo Nacimiento. Y ellos se basan en los textos que se refieren a que, Dios, “cuando estábamos muertos en pecados nos dio vida” (Ef. 2:1,5), “y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef. 2:6). También se apoyan en Juan 5:25.
Juan 5:25: De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán.
Efesios 2:1-7: Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, (2) en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, (3) entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. (4) Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
Los textos citados arriba, especialmente, los de la epístola de san Pablo a los Efesios, sin duda, por su contexto, se deduce claramente que se refieren al Nuevo Nacimiento o Resurrección Espiritual.
Sin embargo, no podemos extrapolar esta interpretación a otros versículos de la Biblia, como, por ejemplo, a los que tratan del Milenio, en Apocalipsis 20:1-10. Siempre el contexto nos determinará el sentido de las palabras, si debemos entenderlas literal, figurada o espiritualmente. Por eso, debemos formularnos algunas preguntas para averiguar cuál es el contexto; aunque, en el caso que nos ocupa, puede bastar con leer todos los versículos que componen el capítulo 20 del libro de Apocalipsis, o solo una parte de ellos, e incluso leer los capítulos anterior (Capitulo 19) y el posterior (Capitulo 21). Veamos de qué hablan los citados capítulos:
¿Qué visión o imagen presentan los versículos finales de Apocalipsis (19:11-21):?
No voy a transcribir aquí los citados textos, para no alargarme demasiado, pero cualquiera puede comprobar en su Biblia, que claramente, el apóstol Juan describe, de manera simbólica, la Segunda Venida de Cristo –“El Verbo de Dios” (Ap. 19:13)–, “el Rey de reyes y Señor de señores” (Ap. 19:16); y nadie puede dudar –por las imágenes que se describen– que viene “a juzgar a los muertos, y … dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra” (Ap. 11:18).
¿Está refiriéndose el capítulo de Apocalipsis (20:1-10), que presenta a los santos que “volvieron a vivir para reinar con el Mesías mil años”, a una primera resurrección espiritual?
El apóstol Juan vio a los santos que se sentaron en tronos para juzgar: “Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar” (Ap. 20:4pp). Aquí ya se ve claramente que es un tiempo de juicio, de personas salvas, santos, que van a juzgar en el Cielo, puesto que estos tronos están allí; y en el Cielo solo pueden juzgar los que han resucitado literalmente; no se trata, pues, de una resurrección espiritual o Nuevo Nacimiento.
¿No es esta una escena del Juicio de Dios, como la que describió el profeta Daniel (7:9-10)?
¿Cómo pueden los santos empezar a juzgar antes de la Segunda venida de Cristo, si el periodo milenario transcurre durante la Era Cristiana, y antes de la Parusía del Señor?
¿No es, al menos, significativo que en el capítulo 21 del Apocalipsis, al apóstol Juan se le presente “un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía” (Ap. 21:1); y que esto ocurra una vez cumplido el Milenio en el que los santos reinaron y juzgaron con Cristo, periodo milenario que culmina en el Juicio final del Gran trono blanco presidido por Dios (Ap. 20:11-15)?
¿No queda claro que estos capítulos no se refieren a un tiempo en que la conversión a Dios sea aún posible, sino a un tiempo de Juicio?
¿No son todas estas pruebas contextuales suficientes para descartar que “la Primera Resurrección” a la que se refiere Apocalipsis 20:4-5 no se corresponde de ninguna manera con el Nuevo Nacimiento, sino con la Resurrección literal que se efectuará el Día de la venida gloriosa de nuestro Señor (1 Ts. 4:13-18)?
7. Conclusión
Como escribí en la introducción a este estudio bíblico, se me objetaba que, este servidor, confundía el fin del Milenio, con el principio del Milenio; y para demostrármelo, el lector me citaba los dos siguientes pasajes aseverando él, que, según su parecer, ambos acontecimientos que se describen en los siguientes textos, ocurren al final del milenio:
- “El día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Pedro 3:10).
- “Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Apocalipsis 20:9).
En lo que respecta al primer texto, en mi opinión, ha quedado suficientemente probado, en lo que antecede, que “el día del Señor” es cuando se inicia el Milenio, con la Parusía del Señor en gloria, que viene a rescatar a sus santos; porque es entonces cuando no solo se produce la Primera Resurrección, sino que Él también ejecuta el Juicio sobre la Tierra, al destruirla junto con todos sus habitantes, que no fueron arrebatados al Cielo.
Por ese motivo, todos los santos resucitados y los santos vivos transformados, en cuerpos gloriosos a la semejanza de Cristo resucitado, serán arrebatados en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Ts. 4:17).
Aquí aparecen claramente dos cosas: primera, que los santos se reúnen con Jesús en las nubes, y segunda, que estarán siempre –eternamente– con el Señor.
Por tanto, creo que no será demasiado arriesgado deducir que los santos, con Cristo y sus millares y millares de ángeles que le acompañarán, no permanecerán mucho tiempo en las nubes, sino que todos ellos, dirigidos por nuestro Señor serán conducidos, en un abrir y cerrar de ojos, a las moradas celestiales preparadas por Él para los santos.
¿Dónde están esas moradas celestiales al que son conducidos los santos?
Creo que la respuesta no puede ser más sencilla: el Cielo está donde se encuentra el Señor, pues donde está Él está el Cielo; y todos los santos, a partir de ese momento del arrebatamiento, estarán con Él para siempre –toda la eternidad–.
Es un error muy extendido, creer que, del Cielo, los santos descienden a una Tierra restaurada, pero aún terrenal. Pero no es así. La nueva Tierra es el Paraíso de Dios, porque “… el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, (4) y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes” (Ap. 22:3; cf. 22:1); “…porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más” (Ap. 21:1).
La Palabra de Dios declara categóricamente que, cuando comienza el Juicio final de los malvados –mil años después de la Segunda Venida del Señor–, el planeta Tierra ha desaparecido o termina de desaparecer si aún quedaba algún resto del mismo: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos” (Ap. 20:11).
Es decir, en la Parusía de nuestro Señor, en el “Día de Dios” o “Día del Señor” (2 P. 3:10,12) se produce el juicio de los malvados, de todas las naciones, el planeta Tierra es destruido junto con todos sus habitantes, que dejan de existir, desaparecen completamente. En adelante, las moradas preparadas por Jesús para los santos (Jn. 14:1-3) estarán en el Paraíso de Dios, que está en “el tercer Cielo”, y que le fue mostrado milagrosamente al apóstol Pablo (2 Co. 12:1-7; cf. Fil. 3:20-21). Comprobémoslo.
2 Corintios 12:1-7: Ciertamente no me conviene gloriarme; pero vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor. (2) Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. (3) Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), (4) que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar. (5) De tal hombre me gloriaré; pero de mí mismo en nada me gloriaré, sino en mis debilidades. (6) Sin embargo, si quisiera gloriarme, no sería insensato, porque diría la verdad; pero lo dejo, para que nadie piense de mí más de lo que en mí ve, u oye de mí. (7) Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera;
De ahí que san Pablo declare que “nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:18-21). Es decir, a los santos con cuerpos espirituales o celestiales (1 Co. 15:40-50) les corresponde un habitáculo celestial y no terrenal.
Filipenses 3:18-21: Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; (19) el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal. (20) Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; (21) el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.
1 Corintios 15:40-50: Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales. (41) Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria. (42) Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. (43) Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. (44) Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual. (45) Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente;(J) el postrer Adán, espíritu vivificante. (46) Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. (47) El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. (48) Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales. (49) Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial. (50) Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción.
Por eso, mi lector, tenía toda la razón cuando me escribió: “Nada podría ser mejor que el Cielo”.
Ahora podemos comprender mejor lo que dijo Jesús: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. (2) En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. (3) Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:1-3).
Cristo en Su Venida gloriosa trasladará a todos los santos a esas moradas, que conforman el Paraíso de Dios, donde está “el trono de Dios y del Cordero” (Ap. 22:1,3).
Por lo tanto, cuando se produce la Primera Resurrección (1 Ts. 4:13-18; 1 Co. 15:51-57), solo entonces, se inicia el Milenio con los santos muertos resucitados que “volvieron a vivir para reinar con el Mesías mil años: Ésta es la primera resurrección” (Ap. 20:4 úp-versión BTX). Nunca podría tratarse del final del Milenio, porque entonces los santos no habrían podido ejercer la autoridad de juzgar y reinar junto con Cristo durante esos mil años.
Sin embargo, el segundo texto – “Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada” (Ap. 20:9); que se refiere a la primera acción que realizan los malvados, nada más ser resucitados al fin del Milenio–, claramente es un acontecimiento que no puede suceder hasta el fin del Milenio, porque “los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años.” (Ap. 20:5); es decir, “los otros muertos” son resucitados en una segunda resurrección, la de los malvados, para juicio y condenación (Jn. 5:28,29); y esto no ocurre “hasta que fueron cumplidos los mil años” (Ap. 20:4úp-versión BTX). Y estos impíos de todas las naciones – “el número de los cuales es como la arena del mar” (Ap. 20:8)–, que han sido resucitados en cuerpos mortales, se dejan engañar nuevamente por Satanás, intentan asaltar “el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Ap. 20:9).
Recapitulando, hemos visto lo que ocurre con la Segunda venida de Cristo, cuando se produce la Primera Resurrección, el arrebatamiento de todos los santos para ir con Jesús al Paraíso celestial (2 Co. 12:1-4), y la destrucción con fuego de Dios, de la Tierra y de todos sus habitantes, excepto los salvados que fueron arrebatados antes de que esto sucediera. Y después nos hemos trasladado al final de los mil años, cuando los “otros muertos –los impíos–volvieron a vivir”, y de nuevo son engañados por Satanás, y ellos intentan asaltar “el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Ap. 20:9).
Ahora, pues, comprobemos que durante ese periodo de mil años, los santos estarán en el Cielo, reinando con Cristo. Y el apóstol Juan describe, en la visión de Apocalipsis 20:4, tres grupos de santos, a saber:
- “Y vi tronos, y se sentaron en ellos, y les fue concedido juzgar” (Ap. 20:4pp-versión BTX).
Lo primero que debemos preguntarnos es ¿a quiénes están juzgando los santos que reinan con Cristo? La respuesta inequívoca es que juzgarán, junto con Cristo, a todos aquellos que no alcanzaron la salvación, y que aún siguen muertos, porque solo recibirán la resurrección de condenación y de juicio, al final de los mil años. En este grupo, participarán todos los santos que hayan sido designados para esta misión, los que tengan “capacidad de juzgar”; y, pueden pertenecer tanto al grupo siguiente –el de los mártires resucitados–, y, también pueden estar incluidos algunos o todos del grupo de los santos que no conocerán la muerte, porque estarán viviendo en la Parusía gloriosa de nuestro Señor, y que serán transformados en cuerpos celestiales.
2. “Vi también las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por causa de la palabra de Dios, y a los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni habían recibido la marca en la frente y en su mano, y volvieron a vivir para reinar con el Mesías mil años: Ésta es la primera resurrección” (Ap. 20:4 pp-versión BTX).
Notemos que este grupo es distinto del primero; porque, en este caso, se describe con precisión que lo componen los mártires que murieron; y que al ser resucitados en el Día de la Parusía y “arrebatados en las nubes para recibir al Señor en el aire”, “volvieron a vivir para reinar con el Mesías mil años”; obsérvese, que puesto que estaban muertos, necesitaron que se les resucitase, para que, al volver a vivir, pudieran “reinar con Cristo mil años”. Si no hubieran vuelto a vivir, tampoco hubieran podido reinar con Cristo; porque los muertos no viven, no tienen ningún tipo de vida, fuera del cuerpo. Aunque se use el tiempo pasado, como si ya hubiera sucedido, es claro, que son acontecimientos futuros que ocurren con la Venida gloriosa del Señor.
Este segundo grupo, parece estar compuesto por dos tipos de mártires: en primer lugar, “las almas” que vio el apóstol Juan “bajo el altar”, cuando el Cordero de Dios abrió el quinto sello (Ap. 6:9); y, en segundo lugar, los restantes que más adelante “habían de ser muertos como ellos”, “hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos” (Ap. 6:11). Notemos que todos ellos son los que “habían sido muertos por causa de la Palabra de Dios y por el testimonio que tenían” (Ap. 6:9). Es decir, ellos no murieron naturalmente, sino violentamente: “fueron muertos”, o sea, ejecutados injustamente, y posiblemente, sufriendo terribles tormentos, hasta la muerte. Todos estos santos mártires son los que “volvieron a vivir para reinar con el Mesías mil años: Ésta es la primera resurrección” (Ap. 20:4 úp -versión BTX).
3. “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y del Ungido, y reinarán con Él mil años” (Ap. 20:4 pp-versión BTX).
Aquí la única condición que tienen o que cumplen los santos, para “reinar con Cristo mil años”, es la de participar en la Primera Resurrección.
Es decir, todos los santos, los que serán resucitados en la Venida gloriosa de Cristo y los vivos transformados: “los muertos en Cristo resucitarán primero, luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:16-17). Los santos que vivan en la Parusía del Señor, puesto que no estarán muertos, no necesitarán ser resucitados, pero esto no es óbice para que participen del mismo acontecimiento, que es la Primera Resurrección; porque tanto unos como otros son igual de santos, y reciben el mismo tipo de cuerpo celestial, semejante al de Cristo resucitado. Por lo tanto, aunque no se los cite, expresamente, en estos textos de Apocalipsis, se sobreentiende que, del mismo modo, “reinarán con Él mil años” (Ap. 20:4pp-versión BTX), puesto que fueron igualmente “arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire” (1 Ts. 4:17).
Es importante ubicar cuándo transcurre el periodo del Milenio, si antes de la Segunda venida de Jesús o después de la misma; de ello depende la correcta interpretación de los textos de Apocalipsis 20:1-13.
Como “la primera resurrección de los muertos” está vinculada a la Parusía del Señor o el Día de Dios”, Día del juicio y del fin del mundo, si establecemos que el periodo del Milenio transcurre antes de la Segunda Venida de Cristo, entonces se trataría de un Milenio en la Tierra, y la primera resurrección no se produciría hasta la Parusía, al final del Milenio; lo que estaría en flagrante contradicción con la parte final de Apocalipsis 20:4: “y volvieron a vivir para reinar con el Mesías mil años: Ésta es la primera resurrección”.
Es decir, necesaria e indefectiblemente, la primera resurrección tiene que coincidir con la Venida gloriosa de Cristo, para que los santos resucitados y los santos vivos transformados –todos ellos con cuerpos espirituales gloriosos a semejanza del de Cristo resucitado– puedan ser arrebatados al Cielo para iniciar el reinado milenario con Él. Por tanto, no empieza el Milenio hasta la Parusía de nuestro Señor, porque hasta que no se produzca la Primera Resurrección, los santos muertos aún permanecen en sus tumbas y tampoco nadie de los santos vivientes, antes de la Parusía, habrá sido transformado con cuerpo espiritual; y, como consecuencia lógica, ninguno de los grupos habrá podido ser arrebatado al Cielo a reinar con Cristo.
Se podría quizá concluir aquí este artículo sobre el Milenio; sin embargo, quedaría algo incompleto, porque solo nos hemos referido superficialmente a la Tierra Nueva y el Juicio ante el Gran Trono blanco; y, además, faltaría establecer un posible orden cronológico de todos estos acontecimientos finales.
Para ello, en primer lugar, resumiré ordenadamente los acontecimientos descritos de lo que antecede. Y, en segundo lugar, comentaré los puntos del epígrafe de la conclusión del artículo anterior del Milenio.
Orden cronológico de los acontecimientos desde la Venida gloriosa de nuestro Señor, el Inicio de reinado milenario de Cristo con sus santos, hasta el fin del Milenio, y el Juicio final de los otros muertos ante el Gran Trono blanco.
Primero. La Venida en gloria de nuestro Señor al final de nuestra Era Cristiana, el arrebatamiento de los santos al Cielo con Jesús, previa resurrección de los muertos en Cristo, y la transformación de los Santos que permanezcan vivos en el momento de la Parusía de nuestro Señor; y ambos grupos con cuerpos celestiales o espirituales, semejantes al que obtuvo Cristo cuando resucitó, serán llevados al encuentro con Jesús “en la nubes” (1 Tes. 4:13-18).
Segundo. El Juicio y castigo del resto de habitantes de la Tierra, que no hayan sido arrebatados al Cielo, con el fuego de Dios, que incluirá la destrucción de la Tierra, quedando desierta, y no solo eso sino que incluso, “los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán” (2 P. 3:13), porque “El día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Pedro 3:10). El planeta Tierra se convertirá en una inmensa esfera de fuego, que irá poco a poco consumiéndose hasta desaparecer. Satanás queda atado simbólicamente porque no tiene a nadie a quien volver a tentar, hasta que pasen mil años (Ap. 20:1-3).
Tercero. Empieza el reinado milenario de los santos con Cristo en el Cielo, en el que, entre otras cosas, juzgarán a los que se perdieron; es decir, comprobarán por ellos mismos la infalible justicia de Dios, y Su nombre quedará reivindicado para siempre.
Cuarto. Al fin del Milenio, es entonces cuando son resucitados “los otros muertos [que] no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años” (Ap. 20:5), y a estos les espera inexorablemente la segunda muerte (Ap. 20:9-10,15; 21:8).
Quinto. “Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, (8) y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar” (Ap. 20:7,8).
Aunque todo lo que hemos escrito hasta aquí son acontecimientos futuros, hagamos un esfuerzo de imaginación, y situémonos al final del Milenio. Hemos comprobado con evidentes y sólidos textos de la Palabra de Dios, que llegó el fin de la Era Cristiana, es decir, el fin del mundo, los santos fueron al Cielo con Cristo a reinar y juzgar durante mil años. El planeta Tierra y sus habitantes fueron destruidos completamente, hasta el extremo que la Tierra ha desaparecido. Pero “se cumplieron mil años” y “los otros muertos”, es decir, todos los muertos de todas las épocas, vuelven a vivir (Ap. 20:5). Ahora Satanás es “soltado de su prisión”, lo que quiere decir es que ahora ya puede salir “a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra… a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar” (Ap. 20:7,8), porque ahora vuelve a tener a su alcance a los resucitados con cuerpos mortales, que habían muerto desde el comienzo de la humanidad hasta el fin de la Era Cristiana, pero que no alcanzaron la salvación.
Evidentemente aquí surge una dificultad interpretativa; porque cuando resucitan los malvados, el planeta Tierra claramente ya no existe, y los santos, como ya quedó demostrado están en el Cielo, en el Paraíso celestial, o en las moradas celestiales que Jesús fue a preparar (Jn. 14:1-3).
¿En qué Tierra resucitan los otros muertos, si ya no existe? ¿Contra quiénes van a batallar estos malvados resucitados liderados por Satanás? ¿Van a luchar entre ellos mismos?
La Palabra de Dios responde que “subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Ap. 20:9). Luego en esa Tierra sí estaban los santos, y no solamente ellos, sino también la Ciudad amada, que no puede ser otra que “la santa ciudad, la nueva Jerusalén” (Ap. 21:2).
Pero ¿de qué Tierra se trata si quedamos que ya no existía (véase Ap. 20:11)? Además, ¿cómo pueden rodear el campamento de los santos y la ciudad amada” (Ap. 20:9), si estos están en el Cielo? ¿Acaso no estaban los santos en las moradas celestiales, Paraíso celestial o en la Nueva Tierra (Ap. 21:1)?
Solo podemos cuadrar este “puzle”, de una manera. Recordemos que se han cumplido los mil años de reinado de los santos con Cristo, que han juzgado a “los otros muertos”, y ahora se completa el Juicio ante el gran Trono blanco, presidido por Dios, ejecutándose las sentencia definitiva sobre los otros muertos que han sido resucitados, porque “de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió. (10) Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.” (Ap. 20:9).
El Juicio ante el Gran Trono blanco
Apocalipsis 20:11-15: Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. (12) Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. (13) Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. (14) Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. (15) Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.
Aquí culmina el conflicto entre el bien y el mal. La justicia y el nombre de Dios han sido reivindicados, y los salvos heredan definitivamente, y por la eternidad, “Cielos nuevos y Tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 P. 3:13); “porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. (2) Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. (3) Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Ap. 21:1-3).
Llegado a este punto, con todos los datos bíblicos aportados y que han quedado claramente expuestos, en lo que antecede, no cabe imaginar, ni existir otra posibilidad que la siguiente:
Al final del Milenio, “los otros muertos” son resucitados, no en el Planeta Tierra donde habían vivido y muerto, sino que son resucitados en la Tierra Nueva.
¿Hay algo imposible para Dios? ¿Le hubiera sido más fácil a Dios resucitar a todos esos muertos partiendo del lugar en que fueron enterrados? ¿Tienen alguna importancia los cuerpos muertos y convertidos en polvo, que además, si algo quedaba de ellos, desaparecieron cuando el Planeta Tierra fue disuelto por el fuego de Dios?
Dios no tiene ninguna dificultad en recrear a todas las personas que murieron, pero sin que pierdan su identidad, es decir conservando la personalidad que cada uno se forja hasta que llega su muerte; porque Dios, como afirmó el apóstol Pablo, “es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Ti. 1:12). Obsérvese que “aquel día” es el Día de la Resurrección, en la Venida gloriosa de Cristo, y hasta entonces no se recibe la recompensa; unos, la vida eterna y otros, la muerte eterna. Por eso, no tiene importancia, el lugar donde yacían sus cuerpos antes de resucitar; y si la Tierra ya no existe, lo lógico es que Dios los resucite en la Tierra nueva, donde ya estaban, desde hace mil años antes, los santos, que habían sido arrebatados por Cristo para reinar con Él durante esos mil años.
¿Cuál es la primera reacción que tienen los otros muertos cuando vuelven a vivir –“el número de los cuales es como la arena del mar” (Ap. 20:8)?
“Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora” (Gálatas 4:29).
Seguramente, los carnales resucitados son conscientes de su superioridad numérica, respecto al número de los santos, y con incluso más pasión y energía con la que persiguieron a los santos cuando vivían antes de morir, estos resucitados malvados, con nuevas fuerzas, aunque con cuerpos mortales, quizá rejuvenecidos, porque ha sido recreados por Dios, vuelven a acometer contra los santos, tan pronto vislumbran su campamento y la Ciudad amada: “Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada” (Ap. 20:9), con no muy buenas intenciones.
Por lo tanto, el escenario del conflicto final entre el bien y el mal, entre Cristo y sus santos, y Satanás y sus hijos, se consuma sobre la Tierra nueva.
Para terminar, con esta nueva perspectiva de los acontecimientos finales, voy a comentar los puntos de la conclusión de mi anterior estudio bíblico sobre el Milenio, que este servidor escribió en el citado artículo sobre el Milenio.
Primero. Dios crea “un Cielo nuevo y una Tierra nueva; porque el primer Cielo y la primera Tierra pasaron” (Ap. 21:1). La segunda versión del Edén ha sido instaurada. Los santos descienden del Cielo, junto con la nueva Jerusalén sobre una nueva Tierra.
En este primer punto, a mi lector le parecía “correcto”, según su criterio. Sin embargo, pueden caber otras interpretaciones. Por ejemplo, notemos que el apóstol Juan no ve descender del Cielo a los santos –el primer acontecimiento fue producto de mi deducción lógica, puesto que habrían “subido” al Cielo con Jesús, también deberían “bajar” del mismo, para ocupar la Tierra nueva–, sino que él vio: “la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. (3) Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Ap. 21:2-3).
También se debe precisar que san Juan no dice que Dios crea “un cielo nuevo y una tierra nueva”, en ese momento, sino que el Apóstol ve “un cielo nuevo y una tierra nueva”; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más” (Ap. 21:1).
¿Representan “un cielo nuevo y una tierra nueva” el Paraíso que vislumbró el apóstol Pablo cuando “…fue arrebatado hasta el tercer cielo” (2 Co. 12:2), porque dos versículos más adelante concreta “que fue arrebatado al Paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado expresar” (2 Co. 12:4)?
¿Serán llevados los santos al Paraíso de Dios, en “el tercer Cielo”, cuando sean “arrebatados en las nubes para recibir al Señor en el aire” (1 Ts. 4:17)?
No veo razones para descartarlo. Es más, con esto se cuadran o completan mejor todas las piezas que componen el puzle apocalíptico de los acontecimientos finales.
Por tanto, es muy posible que los santos no tengan necesidad de descender del Cielo, porque ellos, probablemente, serán llevados –en la Parusía– al Paraíso, en “el tercer Cielo”. Por eso, el apóstol Juan solo ve “la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido” (Ap. 21:2).
Unos pocos versículos más adelante, Juan da más detalles sobre la Ciudad que ve “descender del cielo, de Dios”: “Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. (10) Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, (11) teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal” (Ap. 21:9-11).
Según estos textos, el ángel le dice a san Juan que le va a mostrar a “la desposada, la esposa del Cordero”, sin embargo, lo que le muestra es “la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios”. Esto sorprende mucho, porque “la esposa del Cordero” no puede ser “la gran ciudad santa de Jerusalén”, excepto como símbolo de la Iglesia de Cristo; porque hay muchos textos en muchos lugares de la Palabra de Dios (Jer. 3:14; Mt. 9:15; 25:1; Mr. 2:19; Lc. 5:34; Jn. 3:29; 2 Co. 11:2; Ef. 5:24-33; Ap. 19:7; 22:17), que identifican a la Iglesia con la Esposa de Cristo, y a éste con el Esposo. Aquí solo vamos transcribir algunos textos del AT, y unos pocos del NT, y, de estos últimos, tienen especial importancia los dos pasajes de Apocalipsis, por su cercanía a este contexto. Comprobémoslo:
Jeremías 3:14,17,20: Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo; y os tomaré uno de cada ciudad, y dos de cada familia, y os introduciré en Sion; […] (17) En aquel tiempo llamarán a Jerusalén: Trono de Jehová, y todas las naciones vendrán a ella en el nombre de Jehová en Jerusalén; ni andarán más tras la dureza de su malvado corazón. […] (20) Pero como la esposa infiel abandona a su compañero, así prevaricasteis contra mí, oh casa de Israel, dice Jehová.
Mateo 9:15: Jesús les dijo: ¿Acaso pueden los que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán
Apocalipsis 19:6-8: Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! (7) Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. (8) Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos.
Apocalipsis 22:16-17: Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana. (17) Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.
No cabe duda, pues, que la Esposa del Cordero representa a la Iglesia, es decir, todos los santos. Por tanto, la Ciudad Santa –la Jerusalén celestial, además de ser una Ciudad literal, es también símbolo de la Iglesia, puesto que el ángel la presenta como “la esposa del Cordero”; y el Cordero, indudablemente es Cristo, el Esposo de la Iglesia.
Segundo. Acabamos de comprobar que al final de los mil años se produce el descenso de los santos con la nueva Jerusalén. Pero no regresarán al planeta Tierra, tal y como lo conocemos hoy; “porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más” (Ap. 21:1). “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos” (Ap. 20:11).
Esto es lo que escribí en el artículo anterior; pero ahora, puedo, pues, imaginar que los santos no descienden porque ya están en el Paraíso de Dios. Pero, parece que si desciende “la nueva Jerusalén” (Ap. 21:10), pero el ángel le dice a Juan: “te mostraré la desposada, la esposa del Cordero” (Ap. 21:9). Y la esposa del Cordero es la Iglesia. ¿Es pues la Nueva Jerusalén, además de una ciudad, un símbolo de la Iglesia?
Tercero. Tanto el Antiguo Testamento (Is. 65:17; 66:22), como el Nuevo Testamento se refieren a “nuevos cielos y nueva tierra” (véase 2 P. 3:13-14 y Ap. 21:1-8).
2 Pedro 3:13: Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. (14) Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles
Apocalipsis 21:1-4: Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. (2) Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. (3) Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. (4) Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
Cuarto. No se trata, pues, de una tierra restaurada, sino totalmente nueva: “Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas” (Ap. 21:5).
Quinto. Todos los habitantes de esa Nueva Tierra tienen cuerpos celestiales a semejanza del cuerpo de Cristo resucitado (1 Co. 15:35-50). Es lógico, pues, que a cuerpos celestiales les corresponda una Tierra Nueva celestial y no terrenal, como la que conocemos.
Sexto. “Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años” (Ap. 20:5); es decir, son resucitados en cuerpos mortales sobre esa Nueva Tierra; entonces Satanás ya tiene a quienes tentar, y eso es lo que hace, vuelve a engañarles como había hecho en el pasado –esta vez no engaña a la primera pareja que hubo en el Edén, sino a todos los malvados resucitados que durante su vidas terrenales le eligieron a él antes que a Su Creador.
En este punto mi lector, me incluyó el siguiente comentario: “Lo que pasa es que la Nueva Jerusalén… la que baja del Cielo, es habitada por la presencia misma de Dios, no habrá paso a mas destrucción”.
Por supuesto, después de consumarse el Juicio final, y destruidos todos los malvados, incluso el diablo que los engañaba, solo queda que los santos vivan felizmente en el Paraíso por la eternidad.
Séptimo. Satanás es soltado de su prisión circunstancial, y vuelve a tener “trabajo”, sale a engañar “a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar” (Ap. 20:8).
¿A quiénes quieren asaltar estos malvados que forman “las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra”?
Ya lo hemos explicado en lo que antecede.
Octavo. Ellos siempre han considerado a Dios y a los santos como enemigos, y siempre han querido exterminarlos, por eso ahora –al final del Milenio, en la Tierra nueva– “rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada” (Ap. 20:9).
También acabamos de dar respuesta a lo que parecía una incongruencia, pero que realmente todo casa perfectamente, si imaginamos, que para entonces ya había descendido “la Nueva Jerusalén”, que aquí se la identifica la ciudad amada.
Noveno. Entonces Dios inaugura el Juicio ante el Gran Trono blanco: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. (12) Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. (13) Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. (Ap. 20:11-13).
Aunque este Juicio final de los malvados aparece relatado después del intento de asalto de ellos a los santos, por el diablo y sus seguidores, parece lógico situarlo cronológicamente antes de la sentencia del Juicio final citado, una vez que “los libros fueron abiertos”. En estos “libros” se encuentran todos los cargos por los que se les condena a la muerte segunda, que es la eterna y definitiva.
Décimo. “Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió. (10) Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap. 20:9,10). Esta es la ejecución de la sentencia del Juicio ante el Gran trono blanco: la segunda muerte –la definitiva muerte eterna–, que se describe, en el punto siguiente.
Undécimo. “(14) Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego Esta es la muerte segunda. (15) Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (véase Ap. 20:14-15). El mal y los malhechores han sido erradicados del universo para siempre. Dios ha sido reivindicado en su justicia y misericordia.
Nadie que no esté inscrito en el libro de la vida se salvará. Nadie puede salvarse por sus obras. Concuerdo con el comentario de mi lector: “Este es el final de los obras de Satanás y de la Carne, este último enemigo fue vencido a través de la inmortalidad”.
A continuación termino con unos textos muy hermosos para meditar, que nos hablan de que debemos estar preparados, y se nos invita a tomar “del agua de la vida gratuitamente” (Ap. 22:17), que es la Palabra de Dios; y Jesús nos vuelve a anunciar: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Ap. 22:12).
Apocalipsis 22:10-21: Y me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca. (11) El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía. (12) He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. (13) Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último. (14) Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad. (15) Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira. (16) Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana. (17) Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente. (18) Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. (19) Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro. (20) El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús. (21) La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén.
Esperando haberme hecho entender, quedo a disposición del lector para lo que pueda servirle.
Afectuosamente en Cristo
Carlos Aracil Orts
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Referencias bibliográficas
*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
Abreviaturas:
AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento
AP = Antiguo Pacto
NP = Nuevo Pacto
NBJ: Nueva Biblia de Jerusalén, 1998.
BTX: Biblia Textual
Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)
(1) Aracil Orts, Carlos. Https://amistadencristo.com: ¿Reinarán Cristo y sus santos un Milenio en la Tierra restaurada?
(2) Diccionario RAE. https://dle.rae.es/?id=UlCmwN4
(3) Aracil, Orts, Carlos. Artículos relacionados con el tema del Milenio en https://amistadencristo.com:
¿Están los fieles muertos viviendo en el cielo?
¿Dónde vivirán los santos: en el Cielo o en la Tierra?
¿Vivirán los salvados el Milenio en el Cielo o en la Tierra?
¿Serán simultáneas las resurrecciones de vida y de juicio?
¿Habrá dos resurrecciones distanciadas por un tiempo de mil años?
El pecado imperdonable y la escatología del Milenio
El dispensacionalismo y el Milenio
El Reino de Cristo, el Milenio y la muerte segunda
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