¿Sufren las almas injustas en el Seol o Hades?

¿Por qué el infierno no puede ser eterno?

Versión: 07-08-2023

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

La inmensa mayoría de las iglesias cristianas profesa la creencia en la existencia de un infierno de fuego que atormentará “por los siglos de los siglos” (Ap. 14:11; cf. 20:10), –es decir, eternamente, como castigo de Dios– a todos aquellos seres humanos que, por su maldad, o, simplemente, por su egoísmo y soberbia persistente, hayan rechazado la salvación que Dios ofrece a todos los hombres, posibilitada gracias a la entrega, en sacrificio expiatorio por los pecados, de su Hijo Jesucristo (Jn. 1:12-14; 29; 3:16; Ro.8:3; 2 Co. 5:21; Gá, 4:4; Ef. 5:25,26; Heb. 2:14-18; etc.).

Estos mismos cristianos creen que el alma, o el espíritu, del ser humano se separa del cuerpo cuando muere, y si ha sido una persona justa sería llevada al Paraíso que estaría ubicado en una parte del “Seol” (hebreo AT) o del “Hades” (griego NT), en una zona llamada “el seno de Abraham” (Lc. 16:22); en cambio, las almas injustas serían llevadas a otra zona diferente del Seol/Hades, separada del resto por una “gran sima” (Lc. 16:26).

Sin embargo, es curioso que ellos se aferren a esa creencia y la defiendan “con uñas y dientes” o “a capa y espada”, cuando se fundamentan únicamente en la parábola de “El rico y Lázaro”, que está registrada en el Evangelio de San Lucas (16:19-31) y que recoge las palabras de nuestro Señor Jesucristo. En este artículo no quería volver hablar de esta parábola, porque la expliqué recientemente en mi libro ¿Cuál es la naturaleza del ser humano?, pero si no lo hago, este estudio bíblico quedaría incompleto. Por tanto, decido dedicarle un apartado entero donde transcribiré lo que escribí en dicho libro, a fin de evitar que el lector tenga que molestarse en buscarla en otro sitio.

Existen muchas razones que nos demuestran la falsedad o incongruencia de esta doctrina, aceptada por gran parte de los cristianos, que consiste, a grandes rasgos, en la creencia en un infierno, cuyo objetivo sea castigar atormentando eternamente mediante fuego a todas las criaturas humanas y angélicas que hayan vivido en rebeldía contra Dios.

Incompatibilidad debida a las características de la naturaleza humana. El ser humano es finito y mortal, vulnerable e imperfecto, que nace con una naturaleza pecaminosa, cuya vida es efímera y breve. Por tanto, no es proporcional que Dios le castigue, por sus delitos y pecados cometidos en su vida precaria, con una vida de tormento eterno en el fuego del infierno.

La enseñanza o creencia en un infierno de fuego para atormentar eternamente a los impíos es incompatible, en primer lugar, con la naturaleza del ser humano; en segundo lugar, es contradictoria con la revelación y enseñanzas de las Sagradas Escrituras; y en tercer lugar, es totalmente incoherente con la naturaleza del Dios de amor, que se nos ha revelado en la Biblia.

En el cuerpo del presente estudio bíblico que sigue expondré los argumentos bíblicos que demuestran por qué el castigo del infierno de fuego no puede ser eterno; para ello desarrollaré los siguientes epígrafes o capítulos:

  • Significados de los vocablos Seol (AT) o Hades (NT) e infierno o gehena
  • Significado de la parábola de “El rico y Lázaro” (Lucas 16:19-31)
  • Los malvados no serán atormentados por una eternidad sino destruidos por fuego
  • Por qué el castigo del infierno de fuego no puede ser eterno.
  • ¿Es el hombre un compuesto de espíritu, alma y cuerpo, como dice la Biblia?

2. Significados de los vocablos Seol (AT) o Hades (NT) e infierno o gehena

Antes de entrar de lleno en el tema del infierno, para entender el significado de esta palabra y eliminar de ella toda connotación misteriosa, suele ser muy clarificador acudir a la etimología del vocablo. Para ello transcribo a continuación las dos primeras definiciones que he encontrado con el buscador de Internet:

Etimología del término infierno según Wikepedia:

“La palabra infierno viene del latín inférnum o ínferus (por debajo de, lugar inferior, subterráneo), y está en relación con las palabra Seol (del hebreo) y Hades (del griego). Según muchas religiones, es el lugar o estado donde después de la muerte son torturadas eternamente las almas de los pecadores. Es equivalente al Gehena del judaísmo, al Tártaro de la mitología griega, al Helheim según la mitología nórdica y al Inframundo de otras religiones.” (1) (Infierno – Wikipedia, la enciclopedia libre)

Por tanto, de su etimología, podríamos deducir que el infierno es un lugar subterráneo, es decir, que está por debajo de la superficie de la tierra; y la segunda definición hallada nos viene a decir lo mismo pero con alguna concreción, o matización, añadida:

“El lugar donde los romanos enterraban a los muertos en la antigüedad se le denominaba “infernus (abajo) (seis pies bajo tierra). De ahí nuestra palabra infierno y las palabras inferior e infernal.” (2) (INFIERNO (dechile.net)

Aunque Wikipedia relaciona la palabra infierno con los vocablos “Seol (del hebreo) y Hades (del griego)”, realmente su significado actual no tiene nada que ver con estas últimas palabras, que representan “el lugar de los muertos”; porque el término infierno ya no se corresponde con el uso que se le daba en la antigüedad y que coincidía con su significado etimológico; porque, en nuestra cultura, dicho término ha perdido su sentido original y se asocia inmediatamente con fuego, tormento y sufrimiento, que es el uso ordinario y popular que se hace de dicha palabra.

Sin embargo, Seol o Hades representan únicamente “el lugar de los muertos”, que para nuestra cultura equivale a cementerio o sepultura; en cambio, el término infierno, –que se revela sólo en el Nuevo Testamento y aparece por primera vez en el Evangelio de San Mateo (5:22)–, es una traducción libre de la palabra original griega gehenna o gehena, la cual representa el fuego como medio con el que Dios castigará a los impíos en el juicio del fin del mundo.

La palabra gehenna o gehena, que aparece en el original del Nuevo Testamento, se ha traducido, en la versión de la Biblia Reina-Valera de 1960, y en varias más, por infierno. No obstante, he consultado también otras versiones como, por ejemplo, la Latinoamericana de 1995 (BL95/BLA95), o bien las distintas revisiones de la Biblia de Jerusalén (BJ76, NBJ98, JER 2001), las cuales han preferido mantenerse fieles al término original griego transliterado gehena. Comprobémoslo:

Marcos 9:43 (BL95): Si tu mano te está haciendo caer, córtatela; pues es mejor para ti entrar con una sola mano en la vida, que ir con las dos a la gehenna, al fuego que no se apaga.

Marcos 9:43 (NBJ): Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga.

Por tanto, de ninguna manera debemos confundir Seol o Hades, que es el lugar terreno de los muertos –el cementerio o sepultura en nuestra cultura–, con el infierno que representa el castigo por fuego de Dios con el que se ejecutará a los impíos en el juicio final del mundo (Ap. 20:11-15): “Y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Ap. 20:9); o expresado lo mismo de otra forma: “el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Ap. 20:15), “que es la muerte segunda” (Ap. 21:8 úp).

Resumiendo, el término infierno no existe en el Antiguo Testamento. Pero aparece por primera vez en el Nuevo Testamento, con un significado totalmente diferente al que le correspondía antiguamente por su etimología. Sin embargo, Seol o Hades representan únicamente “el lugar de los muertos” (Gn. 37:35; cf. Mt. 11:23; 16:18; Lc. 16:23; Hch. 2:27,31; Ap. 1:18; 6:8; 20:13,14) –, y en nuestra cultura ambos términos son sinónimos de cementerio o sepultura, y se encuentran en el Antiguo y Nuevo Testamentos, que se escribieron originalmente en idiomas hebreo y griego, respectivamente.

Estudio del significado de Seol (AT) o Hades (NT) a partir de algunos textos del Antiguo y Nuevo Testamentos

Ahora, pues necesitamos investigar en la Biblia hebrea el significado que tiene Seol en función de los contextos en que aparece, para, a continuación, comparar y discernir el significado que tiene el Hades en el Nuevo Testamento.

El patriarca Jacob, al que Dios le dio el nombre de Israel, nos da una pista de lo que significa el Seol. La primera vez que aparece dicho vocablo en la Biblia es en Génesis 37:35:

Génesis 37:34-35: Entonces Jacob rasgó sus vestidos, y puso cilicio sobre sus lomos, y guardó luto por su hijo muchos días. (35) Y se levantaron todos sus hijos y todas sus hijas para consolarlo; mas él no quiso recibir consuelo, y dijo: Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol.[a] Y lo lloró su padre.

La versión de la Biblia Reina-Valera de 1960 inserta la siguiente nota a pie de página referida a Seol:

“[a] Nombre hebreo del lugar de los muertos”.

El contexto de los versículos citados arriba se refiere al momento cuando Jacob recibe la túnica de su hijo menor José, que previamente sus hermanos habían manchado o teñido con la sangre de un cabrito, que habían degollado expresamente, para hacerle creer a Jacob que su hijo José había muerto (vv. 37:31,32), y al recibirla, Jacob la reconoció, “y dijo: La túnica de mi hijo es; alguna mala bestia lo devoró; José ha sido despedazado.” (Génesis 37:33). Pero José realmente no había muerto sino que sus hermanos lo vendieron a “una compañía de ismaelitas o madianitas mercaderes…que iban a Egipto” (Gn. 37:25-28). La artimaña consiguió su objetivo, y entonces fue cuando Jacob “dijo: Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol” (Gn. 37:35 úp).

En otra ocasión, cuando sus hijos pidieron a Jacob que dejara que Benjamín les acompañase para ir a Egipto, él en principio se negó porque, no quería que su hijo menor le ocurriera lo mismo que a José; por eso “él dijo: No descenderá mi hijo con vosotros, pues su hermano ha muerto, y él solo ha quedado; y si le aconteciere algún desastre en el camino por donde vais, haréis descender mis canas con dolor al Seol. (Génesis 42:38); esta frase tiene el mismo significado que la anterior. Es decir, Jacob moriría de tristeza si el otro hijo menor moría, y descendería a ese lugar bajo tierra, junto con sus canas. En la época en que vivimos se suele decir: ¡Este disgusto me va a llevar a la sepultura!

Vamos a comprobar que Seol (hebreo) y Hades (griego) tienen el mismo significado, y ambas palabras se emplean para designar la morada de los muertos en el Antiguo Testamento (AT) y Nuevo Testamento (NT) respectivamente; ambos términos son, pues, una figura del cementerio o del sepulcro, un lugar bajo tierra donde normalmente se entierran a los muertos. Ahora, basta comparar el Salmo mesiánico (16:10) con la interpretación que del mismo hace el apóstol Pedro en el libro de Hechos de los Apóstoles (2:27), para comprobar que ambos términos indican un mismo lugar:

Salmos 16:10: “Porque no dejarás mi alma en el Seol, Ni permitirás que tu santo vea corrupción.”

Hechos 2:25-27: Porque David dice de él [de Cristo]: Veía al Señor siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido. (26) Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, Y aun mi carne descansará en esperanza; (27) Porque no dejarás mi alma en el Hades, Ni permitirás que tu Santo vea corrupción.

Por lo tanto, en el Antiguo Testamento, el lugar donde van los muertos se llama Seol, en hebreo, y en el Nuevo Testamento este término se traduce, al griego, por Hades. Ambos términos simbolizan la morada figurada de los muertos. En nuestra cultura lo llamamos cementerio, que literalmente significa “dormitorio”. Nombre muy apropiado si se considera, como hace la Biblia, a la muerte como un estado inconsciente, semejante a un letargo profundo. Jesucristo sencillamente le llama sepulcro que es donde se entierran, normalmente, a los muertos (Jn. 5:28-29; cf. Mt. 27:51-53). Como hemos visto arriba, la prueba, de que ambos términos Seol (AT) y Hades (NT) representan el mismo concepto, está en Hechos 2:22-34, porque el versículo 2:27 proviene del libro de los Salmos capítulo 16 y versículo 10. En el AT se denomina Seol y en el NT Hades.

El Seol, o Hades, simboliza, al igual que nuestro cementerio o sepulcro, la sepultura, es decir, un lugar bajo tierra donde se entierran a los muertos. Y esto es fácil de probar en la Biblia. Comprobémoslo:

Números 16:30-33: Mas si Jehová hiciere algo nuevo, y la tierra abriere su boca y los tragare con todas sus cosas, y descendieren vivos al Seol, entonces conoceréis que estos hombres irritaron a Jehová. (31) Y aconteció que cuando cesó él de hablar todas estas palabras, se abrió la tierra que estaba debajo de ellos. 32 Abrió la tierra su boca, y los tragó a ellos, a sus casas, a todos los hombres de Coré, y a todos sus bienes. 33 Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación.

En estos textos se relata el castigo de Dios sobre Coré y sus hombres que encabezaron una rebelión contra Moisés; por eso Jehová los castiga mandando que la tierra se abriera bajo ellos y se los tragase: “Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación” (Nm. 16:33). Aquí se identifica con claridad que se llama Seol al lugar bajo tierra donde van a parar Coré y sus hombres. Por tanto, el Seol no es otra cosa que el lugar donde fueron sepultados los que se rebelaron, o lo que es lo mismo, lo que les sirvió de sepultura. En este caso el Seol fue el instrumento ejecutor que eligió Dios para ejercer su juicio, porque al ser sepultados por la tierra, perecieron, y ahí se acabó todo; y además, se ahorraron tener que excavar una fosa para enterrarlos.

¿Puede haber algún tipo de vida espiritual en el Seol?

Eclesiastés 9:10: Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría.

En el Seol, es decir, en la sepultura donde todos tenemos que ir a parar algún día, es donde se entierran a los muertos; y no existen más misterios; todo lo demás no son más que imaginaciones truculentas de las que somos muy dados los seres humanos. El texto de arriba con rotundidad expresa que en el Seol no puede haber ningún tipo de vida; y en el supuesto que la existiera sería horrible, podríamos decir, infernal. Lugar de total oscuridad y ausencia de vida humana; simboliza también los estados de oscuridad y de angustia por los que podemos pasar las personas, como le ocurrió al rey David (Sal. 30:3) cuando fue pertinaz y cruelmente perseguido por el Rey Saúl.

Salmos 30:3: Oh Jehová, hiciste subir mi alma del Seol; Me diste vida, para que no descendiese a la sepultura.

Salmos 30:9: ¿Qué provecho hay en mi muerte cuando descienda a la sepultura? ¿Te alabará el polvo? ¿Anunciará tu verdad?

En este Salmo (30:3), el rey David relata su experiencia de sentirse tan abatido, como si estuviera a punto de morir y en la oscuridad de la sepultura. Notemos como se equipara ésta con el Seol, porque son la misma cosa. Él siente como Dios le eleva desde la profundidad del Seol, donde se sentía sumergido, y le da vida, para que no muera y tenga que descender a la sepultura. En el siguiente Salmo (30:9), David sigue dialogando con Dios: si él moría y descendía a la sepultura o Seol ¿le alabaría el polvo–lo que uno es cuando se muere– y, lógica y naturalmente tampoco podría anunciar la verdad de Dios, porque un muerto, que es polvo, nada puede hacer.

Sin duda el Seol es un lugar bajo tierra, donde se entierran a los muertos, por eso es necesario excavar la tierra porque no se encuentra en la superficie de la misma. Por eso, en la Biblia siempre se habla de “descender al Seol” (Gn. 37:33-35; 42:38:44:29-34; 1 R. 2:6; 2:9), que se equipara con descender al sepulcro o a la sepultura. Descender al Seol equivale, pues, ir a la muerte, o morir. Librarse del Seol es librarse de la muerte, porque ser redimido o rescatado del Seol es ser librado de la muerte (cf. Os. 13:14)

Veamos otro ejemplo muy esclarecedor:

Salmos 88:3-5: Porque mi alma está hastiada de males, Y mi vida cercana al Seol. (4) Soy contado entre los que descienden al sepulcro; Soy como hombre sin fuerza, (5) Abandonado entre los muertos, Como los pasados a espada que yacen en el sepulcro, De quienes no te acuerdas ya, Y que fueron arrebatados de tu mano.

Salmos 89:48: ¿Qué hombre vivirá y no verá muerte? ¿Librará su vida del poder del Seol? Selah

Notemos el paralelismo entre la vida del salmista cercana al Seol –es decir, él se sentía cercano a la muerte– y ser contado entre los que descienden al sepulcro (Sal. 88:3,4). Esto demuestra una vez más la equivalencia de Seol y sepulcro o sepultura; todo ello relacionado con la muerte; porque allí –al Seol o la sepultura– es donde van a parar los muertos. El poder del Seol no es más que el poder de la muerte, que solo Dios vence, mediante Su resurrección. (3)

¿Qué quiere decir: “ni permitirás que tu Santo vea corrupción” (Hch. 2:27; 13:35)?

Significa que tanto el Seol como el Hades son lugares donde se corrompen los cuerpos de los seres humanos. Es lo mismo que ocurre en las sepulturas o tumbas. Un cadáver, a los pocos días después de ser enterrado, empieza a descomponerse, hasta convertirse en polvo con los años. Dios no permitió que esto le ocurriera al cuerpo de Jesús porque fue resucitado al tercer día de su muerte –Jesús murió un viernes antes de la puesta del sol, y resucitó el domingo de madrugada–: “Porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción.” (Hechos 2: 27).

El apóstol Pedro, que en el texto anterior (Hch. 2:27) ha citado el Salmo 16:10 del rey David, lo explica magistralmente en los versos siguientes (Hechos 2: 29-35)

Hechos 2:29-35: Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. (30) Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, (31) viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción. (32) A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. (33) Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. (34) Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, (35) Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.

San Pedro explica el significado del Salmo 16:10; y por eso, se refiere de nuevo al Rey David que, aunque murió y fue sepultado, “siendo profeta”, por la revelación que Dios le dio, profetizó sobre “la resurrección de Cristo, que su alma no sería dejada en el Hades, ni su carne vería corrupción” (Hch. 2:31); es decir, David tuvo la revelación del Salmo (16:10), que anticipaba lo que ocurriría más tarde al Mesías. Y san Pedro termina ratificando que, aunque el rey David fue profeta, murió y fue sepultado como todo el mundo, pero así como “…David no subió a los cielos;” (Hechos 2:34), tampoco nadie sube al cielo hasta el día de la resurrección (1 Co. 15:51-58; 1 Ts. 4:13-17).

El rey David, como profeta, tuvo el privilegio de conocer que Cristo Jesús nacería, según la carne, de su descendencia (verso 30) y le fue revelado que Jesús sería resucitado, por lo que “su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción” (Verso 31). Esto significa, pues, que solamente la resurrección evitó la corrupción del cuerpo de Jesús, al ser recreada su alma –es decir, su espíritu o persona entera–, que había dejado de existir por tres días inclusivos. (4)

El siguiente texto del Nuevo Testamento también recoge una expresión igual o semejante a las anteriores del AT (Gn. 25:8,17; 49:29,33; etc.):

Hechos 13:36: Porque a la verdad David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad de Dios, durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción.

Este texto solo confirma que David “durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción”, es decir, murió y fue sepultado; pero de ninguna manera prueba que haya vida después de la muerte. Realmente está probando lo contrario, pues, como dije antes, “dormir” simboliza la inconsciencia total del ser. “Reunirse con sus padres” es claramente una figura que alude al destino común de todos los humanos cuando mueren. Todos van a un mismo lugar: la tierra:

[…] hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.” (Génesis 3:19)

Con respecto a la parte final de Hechos 13:36 que dice “y vio corrupción” ¿qué significa? Para responder esta cuestión, veamos primeramente el contexto, solo un verso anterior y otro posterior:

Hechos 13:35-37: Por eso dice también en otro salmo: No permitirás que tu Santo vea corrupción. (36) Porque a la verdad David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad de Dios, durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción. (37) Mas aquel [Cristo] a quien Dios levantó, no vio corrupción.

“Aquel a quien Dios levantó de los muertos” que “no vio corrupción” es, incuestionablemente, Cristo. ¿Por qué no vio corrupción Cristo? Porque resucitó al tercer día (poco más de veinticuatro horas) y no dio tiempo a que su cuerpo se descompusiera, cosa que sí ocurrió con el de Lázaro, el hermano de María y Marta (Jn. 11:11-13,39-44), y sucede naturalmente con todos los que mueren. En estos versos citados, la incorrupción de Cristo se contrasta con la corrupción de David. Éste sí “vio” corrupción” porque su cuerpo se descompuso y se convirtió en polvo. El verbo “ver” es una manera simbólica de hablar, para indicar que pasó por ese estado de corrupción. Pues si el espíritu de David, que “no subió a los cielos” (Hechos 2:34), estuviera viviendo conscientemente en cualquier otro lugar, poco le importaría la corrupción de su cuerpo. Veamos también el contexto de este último texto:

Hechos 2:27-34 (Compárese con Salmos 16:10): Porque no dejarás mi alma en el Hades, Ni permitirás que tu Santo vea corrupción. […] (29) Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. (30) Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, (31) viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción. (32) A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. […] (34) Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra,…

En resumen, los muertos van al Seol donde “no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría” (Eclesiastés 9: 10), es decir, ningún tipo de vida consciente. Jesús dijo que los muertos están en los sepulcros (Jn. 5:28-29), donde tampoco hay ningún tipo de vida. (5)

Juan 5:28-29: No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; (29) y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.

3. Significado de la parábola de “El rico y Lázaro” (Lucas 16:19-31)

En la Biblia, como en cualquier obra literaria, se usan recursos literarios, como en esta parábola; en este caso se trata de una figura retórica del lenguaje llamada prosopopeya, que consiste en presentar o describir algo inanimado o inerte, como capaz de hablar o de hacer una actividad inteligente, acciones que solo pueden corresponder a los seres vivos racionales. En la Sagrada Escritura encontramos varios pasajes que usan la prosopopeya; como, por ejemplo, los siguientes: “la voz de la sangre [de Abel] clama…” (Gn. 4:10); “…clama el jornal de los obreros” (Stgo. 5:4); o bien, la escena que relata el apóstol Juan en el libro de Apocalipsis (6:9-10): “Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?”. Aquí se describen a las almas de los mártires muertos bajo el altar que “clamaban a gran voz”, lo cual es irreal, porque nadie que no haya resucitado o sido transformado en cuerpo glorioso puede estar en el Cielo, como prueba la Biblia en muchos textos, algunos de los cuales expongo en este estudio bíblico.

Ahora, dejando aparte estos ejemplos mencionados, analizamos, por venir al caso y por su importancia, la parábola de Jesús sobre “el rico y Lázaro” (Lc. 16:19-3124), que transcribo abajo:

Lucas 16:19-31: Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. (20) Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, (21) y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas. (22) Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. (23) Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. (24) Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. (25) Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. (26) Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. (27) Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes [a Lázaro] a la casa de mi padre, (28) porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. (29) Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. (30) El entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. (31) Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.

En el Evangelio de San Lucas se registra que Jesucristo narró esta parábola que describe los lugares a los que fueron llevados al morir, el rico y el mendigo Lázaro. Éste, cuando murió, fue llevado por los ángeles al “Seno de Abraham”; mientras que el hombre rico fue sepultado (Lc. 16:22). Esto es lo que trataremos de analizar con detalle a continuación.

Como se deduce del relato de la parábola, ambas zonas se encuentran en el lugar llamado Hades, lo que en el Antiguo Testamento se llamaba Seol. Observemos que, cuando el rico estaba siendo atormentado en el Hades –es decir, la sepultura, porque se dice expresamente que el hombre rico “fue sepultado” (Lc. 16:22 úp)–, se le describe teniendo ojos y lengua, y hablando a la distancia con Abraham; lo cual es imposible, porque, primero, los muertos no pueden ver con sus ojos y tampoco hablar con su lengua, ni tampoco un espíritu tiene miembros o partes de un cuerpo humano; y, segundo, mucho menos aún puede un muerto, que está consumiéndose y siendo atormentado en la parte del infierno del Hades, hablar con Abraham –igualmente muerto–, que supuestamente estaría viviendo en la parte paradisiaca del Hades, que poco tendría que ver con el infierno.

Por otra parte, observemos que la parábola no dice en ningún momento que el rico, el mendigo Lázaro y Abraham sean espíritus, sino que Jesús se refiere a ellos como personas. Todo lo cual demuestra que solo se trata de una parábola, cuyo fin es transmitir enseñanzas morales o espirituales. En este caso, Jesús nos alerta, en primer lugar, de los riesgos de la avaricia; y, principalmente, en segundo lugar, de que no esperemos observar hechos milagrosos para decidir creer en la verdad revelada: la petición que el rico hace a Abraham de que envíe a Lázaro a que testifique a sus cinco hermanos es rechazada, porque “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos (Lc.16:31).

Nótese que la única forma que un muerto puede volver a vivir –y poder realizar alguna actividad– es si “se levantare de los muertos”, es decir, siendo resucitado, como en el caso del otro Lázaro, el hermano de Marta y María y amigo de Jesús (Jn. 11:11–37), que volvió a la vida, porque Jesús le resucitó.

¿Nos enseña esta parábola que realmente el Hades está dividido en dos partes, la una, lugar de tormento, donde está el hombre rico, y la otra, una especie de paraíso, donde está Abraham y es llevado Lázaro?, pero, ¿cómo es posible que eso sea real, y que ahí se pueda vivir de alguna manera, si tanto un lado como el otro están bajo tierra, porque el Hades es equivalente a la sepultura o al cementerio?

La doctrina católica refiere que las almas o los espíritus de los muertos, inmediatamente cuando salen del cuerpo muerto, son juzgados por Dios, en un juicio particular para cada ser humano que muere, y como consecuencia del mismo, Él los envía al cielo, al infierno o a un lugar intermedio llamado Purgatorio donde las almas se terminan de purificar hasta que sean dignas de acceder al cielo.

Esta creencia católica es bastante similar a la de la gran mayoría de cristianos evangélicos, si se exceptúa el Purgatorio. Para los evangélicos, solo caben dos opciones, las almas van al cielo o al infierno; pero éste es el castigo que reciben los injustos en el juicio final, después del Milenio. Y mientras llega ese Juicio final, la mayoría de los evangélicos, no han tenido más remedio que enviar esas almas injustas al Hades, para que se entretuvieran –disculpen la espontaneidad e ironía– hasta el momento en que serán resucitadas para recibir el castigo de Dios por los actos que realizaron cuando vivían. Muchos evangélicos consideran la parábola del Rico y Lázaro (Lucas 16:19-31) como literal; pero creo que no ocurre así entre los católicos.

“Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. (23) Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno”. (Lc. 16:22,23)

Es curioso que la parábola especifique claramente que el rico “fue sepultado”, y, sin embargo, no diga expresamente lo mismo respecto al mendigo, porque cuando “murió el mendigo”… “fue llevado por los ángeles al seno de Abraham” (Lc. 16:22). Es de suponer que dicho lugar sea una zona del Hades, puesto que el rico “vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno”. (Lc. 16:23 úp); y también porque en el versículo 26 se habla de “una “gran sima” (Lucas 16:26), que “está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá” (Lc. 16:26 úp).

Es curioso notar que los habitantes de uno y otro lado podían observarse y hasta comunicarse verbalmente. Por otro lado, por el resto de la Palabra de Dios sabemos que el Hades, equivalente al Seol, no es un lugar de tormentos, sino la morada de los muertos o cementerio.

Como se trata de una parábola no podemos pretender encontrar una descripción literal que se ajuste a una realidad existente en algún lugar de la Tierra o del espacio sideral, sino solo la enseñanza que Jesús quiso dar.

Lo que está claro es que el Hades es el lugar donde supuestamente iría a parar el espíritu del hombre rico para sufrir tormentos (Lucas 16:23,24). Sin embargo, nótese que no se describe el espíritu de Lázaro, porque él tiene ojos y lengua que necesitaba ser refrescada con agua, porque estaba siendo atormentado por una llama.

El otro lugar, que parece adyacente al Hades, porque estaba separado solo por “una gran sima”, es llamado el “seno de Abraham” (Lucas 16:22); la parábola relata que al morir el mendigo Lázaro fue llevado por los ángeles a este último lugar. Se describe un diálogo en el que el rico, al ver “de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno (v.23)”, le pide ayuda: “Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado” (Lucas 16:25).

En primer lugar, el contenido de la parábola, ya sea que corresponda a un hecho real e histórico o simplemente fruto de la tradición existente, se sitúa, evidentemente, en el pasado, en la época de Jesús o anterior, antes del juicio final por tanto. Esta ubicación en el tiempo se evidencia porque el rico ruega a Abraham para que envíe a Lázaro a testificar a sus cinco hermanos (del hombre rico), a fin de que ellos, pudiesen ser salvos, y no fuesen también a ese lugar de tormento donde estaba el rico. Claramente este ruego del rico no tendría sentido si se ubicara después del juicio final, cuando ya no hay lugar para predicar la Palabra de Dios.

Sin embargo, nótese que el relato no nos habla, en ningún momento, de las almas o espíritus del rico y de Lázaro sino de sus personas enteras con cuerpo incluido. Se nos describe al rico sufriendo, en su cuerpo físico, el tormento de una llama, lo que contradice claramente la enseñanza de la Escritura, de que los cuerpos son resucitados en la segunda venida del Señor Jesús, que es cuando se realiza el juicio.

En segundo lugar, la figura literaria, que emplea Jesús en este relato, llamada prosopopeya, al igual que sus parábolas, tiene indudablemente un objetivo pedagógico, que en este caso no consiste en enseñar la existencia de vida consciente del espíritu o alma, sin el cuerpo, después de la muerte, pues ya hemos comprobado que en toda la narración no aparecen tales conceptos. Asimismo, Jesús no está confirmando la existencia real de dos lugares donde van los muertos para desarrollar otro tipo de vida.

¿Acaso nos dice la Biblia que el espíritu de Abraham vive en algún lugar?

Génesis 25:7-9: Y estos fueron los días que vivió Abraham: ciento setenta y cinco años. 8 Y exhaló el espíritu, y murió Abraham en buena vejez, anciano y lleno de años, y fue unido a su pueblo. 9 Y lo sepultaron Isaac e Ismael sus hijos en la cueva de Macpela, en la heredad de Efrón hijo de Zohar heteo, que está enfrente de Mamre, 10 heredad que compró Abraham de los hijos de Het; allí fue sepultado Abraham, y Sara su mujer.”

Abraham, como le ocurre a toda persona al morir, exhaló su espíritu, es decir, su aliento, como hacen todos los que mueren, dejan de respirar, y su cuerpo fue sepultado. La Biblia no dice que fue al cielo. En cambio, si tomamos las palabras literales de Jesús como si se tratase de la descripción de hechos, lugares y personajes reales, deberíamos admitir que Abraham, toda su persona –la Biblia no habla en ningún momento del alma o del espíritu de Abraham– está viviendo en un lugar llamado “el seno de Abraham”, donde también ha ido a parar el mendigo Lázaro, y nadie más que se sepa. En ninguna parte de la Biblia, que yo conozca, se nombra o se describe este lugar. No obstante, si realmente existiese, no estaría muy lejos del lugar llamado el Hades, puesto que están separados por “una gran sima”, pero que ésta no impide que el rico y Abraham, al parecer, se puedan observar y comunicar verbalmente, aunque ese obstáculo o frontera sí tiene capacidad de evitar que sus habitantes pasen de un lugar a otro.

Nótese que el rico sólo habla con Abraham para solicitarle que envíe a Lázaro a fin de prevenir a sus cinco hermanos de los tormentos a que podían verse sometidos cuando murieran si se comportaban como él mismo lo había hecho. Es evidente que todo es figurativo. Se está poniendo en boca del rico muerto una petición a un personaje histórico muerto, y que en el supuesto que el alma o espíritu de Abraham viviera de forma consciente como una persona, le resultaría imposible a él, hacer que Lázaro resucite y vuelva a la tierra sólo para informar a los hermanos del rico del castigo a que pueden estar expuestos. En la respuesta de Abraham se ve claramente que él no piensa que sea posible enviar el espíritu de Lázaro a la Tierra sino fuese antes resucitado. Por eso le dice al rico: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de los muertos” (Lucas 16:31). “Levantarse de los muertos” sin duda significa ser resucitado. Por otra parte, la repuesta que Jesús pone en boca de Abraham a la petición de ayuda del rico no es un hecho histórico sino que forma parte de la misma escenografía, pues la razón aducida por Abraham “recibiste tus bienes en tu vida” no es razonable, ni lógica, ni ajustada al espíritu de la Biblia. Nadie es condenado por el hecho de ser rico y de tener muchos bienes, sino por hacer mal uso de ellos y ser inmisericorde.

Ahora vamos a tratar de identificar el lugar donde fue a parar el rico llamado el Hades. La última parte de Lucas 16: 22 dice: “…Y murió también el rico, y fue sepultado.”, y a continuación en el versículo 23: “Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno”. Notemos que la Escritura dice claramente que el rico fue sepultado. Sin embargo, no dice que su espíritu o alma fuese al Hades, sino que más bien, identifica el Hades con la sepultura (al igual que el Seol en el A.T.), pues desde allí el rico “alza sus ojos”. Es decir, ¿Dónde están sus ojos? En su cuerpo. ¿Dónde fue puesto su cuerpo? En la sepultura.

El relato es claramente una prosopopeya, cuyo objeto es generalmente dar una enseñanza moralizante, por medio de personajes y lugares reales o de ficción. Más adelante, pues, trataremos de identificar cual es la lección, enseñanza o doctrina que quiere mostrarnos nuestro Señor Jesús.

Lucas 16:23, 24: y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. (24) Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua”, porque estoy atormentado en esta llama.”

Resumiendo, sin duda se trata de una parábola, o prosopopeya, además de por las razones ya citadas, por las siguientes:

  1. Es bíblicamente evidente que cuando alguien muere, el cuerpo queda en la sepultura, se convierte en polvo y no será recreado hasta la resurrección. En el supuesto que el alma o espíritu tuviese existencia o vida independiente del cuerpo, ¿podría tener ojos (vers. 23), lengua (vers. 24), dedos (vers.24), como se menciona en la parábola?
  2. ¿Podría ser refrescado o aliviado el atormentado rico con que sólo la punta del dedo de Lázaro, mojada con agua tocase su lengua, cuando estaba siendo atormentado en una llama?
  3. La parábola no nos describe el espíritu desencarnado del rico consumiéndose o ardiendo en un supuesto infierno al que se le llamaría Hades, sino a la persona entera, con su cuerpo, como si estuviera viva, cuando sabemos que su cuerpo está en la sepultura y allí no existe un fuego eterno.
  4. ¿Nos está enseñando la Palabra de Dios que las almas que están en el infierno pueden hablar o comunicarse con las que se hallan en el cielo? O bien, como se presenta en la parábola, ¿es una realidad que las supuestas almas que están en el “Hades”, en este caso la del rico, se puedan comunicar con las que están en el “seno de Abraham” donde reside, según la parábola, al menos Abraham y el mendigo Lázaro? No tiene ningún sentido, y además se contradice, como hemos visto, con otras partes de la Biblia. En mi opinión, esta narración no tiene por objeto, describirnos, el cielo, ni el infierno, ni que existe consciencia después de la muerte, sino lo que veremos más adelante. Además, si el Hades es un lugar de tormento, ahí van a parar todos los muertos, los buenos y los malos, incluso la Biblia dice que Jesús al morir fue al Hades (Hch. 2:31).
  5. Aunque pudiesen haber existido los personajes citados (el rico y Lázaro), con las citadas características extremas, de riqueza por un lado, y de pobreza e indigencia por el otro, lo que no es de extrañar, pues siempre ha habido pobres y ricos, el relato, no trata de dar una descripción histórica de los personajes y de los lugares de destino, como sitios de recompensa, castigo o premio, pues el mero hecho de ser rico o pobre en esta vida no conduce necesariamente a uno de los dos lugares descritos anteriormente. Se trata, pues, de una parábola la cual debemos interpretar, y según las reglas de interpretación de las mismas, averiguar qué enseñanza o enseñanzas pretende trasmitirnos.
  6. Puedo encontrar, fundamentalmente, primero, la enseñanza de que la salvación viene por el oír la Palabra de Dios: “A Moisés y a sus profetas tienen; óiganlos” (Lucas 16:29; Romanos 10:17); segundo, que las personas no son convertidas por ciertos acontecimientos por muy milagrosos que sean. Esto se refiere al hecho de que si las personas no llegan a creer mediante la predicación de la Palabra, tampoco creerán si vieren un milagro, como el que cita aquí, “aunque alguno se levantare de los muertos” (Lucas 16:31). También, podemos ver un sentido moralizante o de advertencia sobre los destinos a los que nos puede llevar nuestra conducta en esta vida: A los «fariseos, que eran avaros», como se lee poco antes (Vers. 14), Jesús enseña que en la vida futura habrá un destino diferente de acuerdo con la actitud que cada uno haya tomado en la tierra frente a Dios y a los bienes de este mundo.

Con esta parábola Jesús no confirma en absoluto que haya vida consciente sin cuerpo después de la muerte sino que, por el contrario, hace referencia a la resurrección como única posibilidad de comunicarse con los vivos: “Si no oyen a Moisés y a los profetas tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare (resucite) de los muertos (Vers. 31). Luego para Jesús, la única posibilidad de que alguien del más allá se comunique con los vivos de este mundo es mediante la resurrección.

La ingenuidad y sencillez del relato, el hecho de que el rico pudiera ver a Abraham y al mendigo lázaro, siendo que el primero está en un supuesto infierno temporal y los otros dos en una especie de paraíso transitorio, evidencia que se trata de una parábola, que como tal no pretende describir una realidad espiritual sino solo una enseñanza moral. Aunque parezca increíble tanto algunos católicos como la mayoría de los evangélicos toma este relato de Jesús como algo real.

Era importante entender bien esta parábola para interpretar adecuadamente las palabras que Cristo, en la cruz, dirige al “buen ladrón”: Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43); a lo que no me referiré en esta ocasión para no ser reiterativo, pues ello fue tratado en varios artículos publicados en mi web (6).

El seno de Abraham no existe; es solo una parábola, que fue primero una tradición de los judíos; como tampoco el Seol/Hades es un lugar donde exista una separación de almas de los malvados y almas de los justos, donde estas almas desencarnadas dormitan a la espera del juicio final. Totalmente antibíblico. El Seol/Hades no es más que la sepultura o el sepulcro.

4. Los malvados no serán atormentados por una eternidad sino destruidos por fuego en el Juicio final (Ap. 20: 11-15)

Por todo lo que antecede, se puede afirmar con rotundidad lo siguiente: el infierno, pues, es “el horno de fuego” (Mt. 13:41,42). Es donde son echados los cuerpos de los malvados: “[…] todo tu cuerpo sea echado al infierno” (Mt. 5.30). Esto es lo mismo que nos dice el apóstol Juan: “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.” (Apocalipsis 20:15). Por consiguiente, infierno, fuego eterno, horno de fuego, lago de fuego, todo se refiere al mismo lugar donde están destinados todos los malvados.

Jesús, en todos los pasajes evangélicos mencionados arriba, se refirió a la gehena, un lugar concreto –cercano a Jerusalén– conocido por todos sus coetáneos, donde el fuego ardía continuamente, a fin de quemar la basura que se iba acumulando allí. Este fuego nunca se apagaba, mientras hubiera algo que quemar. Análogamente, “el infierno de fuego” (Mt. 5:22), “horno de fuego” (Mt. 13:42) o “lago de fuego” (Ap. 20:14,15; 21:8), “fuego que no puede ser apagado” (Mr. 9:43,45), “el fuego [que] nunca se apaga” (Mr. 9:45,46,48), no se apagará, mientras los malvados no hayan sido todos reducidos a cenizas, como dice el profeta Malaquías, hasta no dejar “ni raíz ni rama” de ellos (Mal. 4:1). No hay eternidad en la ejecución del juicio de Dios a los malvados mediante el fuego abrasador, pues será una acción justa y proporcional a las obras malvadas que cada cual haya realizado en su vida; y correspondiente y adecuada a un Dios justo pero no cruel y vengativo que resultaría, sin duda, el tormento por la eternidad. (7)

La Biblia registra muchas veces que Dios destruirá a los malvados

La Biblia, en muchas ocasiones, utiliza el verbo “destruir” para significar la acción final que Dios opera con los impíos (Sal. 92:7; 1 Co. 3:17; 2 Ts. 2:8; Judas 5; Apoc. 11:18). Esto debería ser suficiente prueba de la mortalidad del alma o espíritu. Los textos citados hablan que Dios puede destruir –no solo el cuerpo sino también el alma– la totalidad del ser humano en el infierno, la gehenna, símbolo de la segunda muerte.

Salmos 92:7: Cuando brotan los impíos como la hierba, Y florecen todos los que hacen iniquidad, Es para ser destruidos eternamente.

1 Corintios 3:16-17: ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? (17) Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.

2 Tesalonicenses 2:8: Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida;

Judas 1:5: Mas quiero recordaros, ya que una vez lo habéis sabido, que el Señor, habiendo salvado al pueblo sacándolo de Egipto, después destruyó a los que no creyeron.

Apocalipsis 11:17-18: diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado. (18) Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra.

Mateo 10:28: Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.

El texto anterior (Mt. 10:28) merece una explicación, porque muchos han querido ver en él, la confirmación del dualismo cuerpo-alma de la cultura y tradición griega y pagana. Sin embargo, alma, como ya sabemos, es la totalidad del ser humano, es decir, la persona. En cambio, el cuerpo aquí representa la vida física y psíquica –la vida terrenal– que posee el ser humano, puesto que no existe cuerpo sin vida, porque si así fuera, ya no podríamos hablar de cuerpo sino de cadáver, que es materia inerte.

Por tanto, a los humanos nos pueden matar el cuerpo que es temporal y terrestre, es decir, destruir nuestra vida humana, pero eso no significa ser destruidos para siempre, porque no pueden destruir la persona que somos, que pertenece a Dios, porque “nuestra/vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3:3). De ahí que tengamos “esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos” (Hch. 24:15). Por consiguiente, todos los que mueren, ya sea por causas naturales, accidentes, etc., o asesinados, Dios les resucitará cuando corresponda, los justos en el día de la venida gloriosa de Cristo, y los injustos, después del Milenio, para juicio y destrucción eterna o muerte segunda.

Pero nadie puede negar, que Dios es el único que tiene la prerrogativa de decidir destruirnos por la eternidad, si así lo considera justo; o como dijo Jesús: “E irán éstos [los injustos] al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mt. 25:46); es decir, una destrucción que tiene consecuencias eternas, perdición para los injustos, porque ellos “sufrirán pena de eterna perdición” (2 Ts. 1:9). Por eso, el texto en cuestión dice, que solo Dios es el que “puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28). La palabra original, que se ha traducido por “infierno”, en el griego, es “gehenna”, que es el lugar donde, en las afueras de Jerusalén, se quemaba la basura de forma permanente, y representa a la “segunda muerta” o destrucción de consecuencias eternas.

Veamos la nota que la Biblia de las Américas (LBLA) inserta, como comentario al vocablo infierno, que aparece también en Mateo 5:22.

Infierno de fuego. El término infierno (gr.guéenna) se refería a un valle fuera de Jerusalén (heb., gue-hinnom,i.e., valle de Hinom), donde algunos de los reyes de Judá adoraban ídolos. Esta adoración incluía sacrificios humanos por fuego (2 Cr 28:3; 33:6; Jer 7:31; 32:35). Más tarde el valle se usaba como lugar para quemar basura, y se convirtió en un símbolo del lugar de castigo eterno, debido a los fuegos que ardían allí constantemente” ((La Biblia de las Américas (LBLA), nota o comentario al vocablo “infierno” de Mateo 5:22) (8)

Su fuego casi permanente fue la razón de que se convirtiera en una figura de la segunda muerte –el castigo eterno–, que es “el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Ap. 21:8; cf. Ap. 20:14). Aunque el apóstol Juan identifica el lago de fuego con la segunda muerte, ambos son símbolos del castigo eterno, perdición eterna, o destrucción eterna. Porque realmente no importa el medio que Dios use para castigar a los malvados, sino que su destino es el de “eterna perdición” (2 Ts. 1:9). Comprobemos que en Apocalipsis 20:9, Dios ejecuta a todos los injustos, que fueron resucitados en la segunda resurrección, al final del Milenio, haciendo descender fuego del cielo sobre ellos. Leamos el texto que lo prueba:

Apocalipsis 20:9: Y subieron sobre la anchura de la tierra [los que fueron resucitados al fin del Milenio], y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Ap. 20:9).

La esperanza de los creyentes de la Biblia nunca estuvo puesta en la inmortalidad del alma, sino en la resurrección y en adquirir la ciudadanía celestial – Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo, (Filipense 3:20)–. Es, solo entonces, cuando Él venga en gloria en su segunda venida (1ª Ts. 4:13-18), que todos los salvos serán acogidos en las moradas celestiales que Cristo fue a preparar (Jn 14:1-3) para ellos. (9)

5. Por qué el castigo del infierno de fuego no puede ser eterno.

Entre los cristianos defensores de la existencia de un infierno de fuego eterno se distinguen dos grupos que sostienen lo siguiente:

  1. Una gran mayoría cree que el ser humano es un compuesto de dos sustancias esenciales: el cuerpo –la parte material– y el alma –la parte espiritual–; porque consideran que el alma y el espíritu humanos son equivalentes.
  2. Sin embargo, existe una minoría de cristianos que defiende que, como según la Biblia el alma no es sinónimo de espíritu, éste sería, pues, el tercer componente espiritual del ser humano (1 Ts. 5:23; cf. Heb. 4:12).

1 Tesalonicenses 5:23: Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.

Hebreos 4:12: Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.

Esta última interpretación que concibe al hombre como un ser compuesto de tres sustancias tan heterogéneas, que conformarían un ser tricótomo, es totalmente descartable; porque, aunque es cierto que en el ser humano existen tres dimensiones, la espiritual, la psíquica y la corporal, no constituyen entidades separables y autónomas, que puedan configurar la unidad esencial integral que existe en todo ser humano. Al respecto, el Diccionario Ilustrado de la Biblia, del Dr. Wilton M. Nelson, afirma lo siguiente:

“Sería muy aventurado interpretar 1 Ts 5.23 como una enseñanza de la tricotomía griega (cf. Heb 4.12); es más bien una manera de subrayar la totalidad de la persona (≪todo vuestro ser≫) como objeto de la santificación (cf. Dt 6.4; Mc 12.30 )”. (10) (p.61)

Más abajo veremos, a la luz de la Biblia, cómo hay que entender estas tres formas de expresión de todo nuestro ser.

En adelante, me referiré únicamente a la primera opción que es el dualismo clásico procedente del paganismo y de la filosofía griega. La creencia en que el ser humano es un compuesto de cuerpo y alma o espíritu inmortal, procede del mundo pagano, de las religiones paganas, como el hinduismo y, en especial, de la filosofía griega, desde Platón. Nadie puede negar que esta concepción deriva de esas fuentes externas a las Sagradas Escrituras. Por tanto, esta doctrina no es bíblica sino que es una contaminación que el cristianismo adoptó por la influencia de las civilizaciones que le rodeaban cuando surgió.

Ambos grupos creen que cuando el ser humano muere, el cuerpo deja de tener vida, pero que no sucede así con los componentes espirituales del mismo, el alma y/o el espíritu, los cuales al separarse del cuerpo, al ser inmortales, sobreviven como entidades independientes y conscientes, y emigran, si son santos, a un lugar de bienaventuranza que es el Cielo, la morada de Dios; y si son impíos son llevados a un lugar de castigo que es el infierno de fuego.

En primer lugar, existen en las Sagradas Escrituras muchos textos que desmienten que el alma o el espíritu sean inmortales, y, además, dichas Escrituras tampoco prueban que las citadas entidades sean autónomas y conscientes después de la muerte. Es lógico deducir que, puesto que Dios es “el único que tiene inmortalidad” (1 Ti. 6:16), todas sus criaturas son mortales. Por otro lado, la Palabra de Dios afirma que “el alma que pecare, esa morirá” (Ez. 18:4,20). Luego sin inmortalidad los seres humanos no pueden recibir un castigo o pena cuya duración vaya más allá en tiempo de lo que sus cuerpos mortales resistan a los efectos del lago de fuego, o segunda muerte (Ap.2:11; 20:14; 21:8). Sería absurdo y muy cruel imaginar que el Dios de amor resucitase a los impíos con cuerpos inmortales, a fin de que puedan arder por la eternidad.

En segundo lugar, la Biblia descarta ese dualismo clásico de la filosofía griega y del paganismo, cuando declara: “Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente” (1 Co. 15:45). Este versículo que cita el apóstol Pablo, proviene de Génesis 2:7. Acudamos, pues, al origen de la Creación, y comprobaremos cómo creó Dios al hombre:

Génesis 2:7 (RV, 1960): Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.

Génesis 2:7 (N-C): Formó Yahvé Elohim al hombre del polvo de la tierra y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado.

La Biblia no dice que Dios, al crear al hombre del “polvo de la tierra”, le infundiera el alma o el espíritu, sino que convirtió lo que solo era materia inanimada en un ser viviente, con su poderoso y sobrenatural “aliento de vida”.

Ahora debemos preguntarnos ¿Es acaso el “aliento de vida” el alma o el espíritu? Solo la Palabra de Dios puede respondernos de forma solvente. Veamos tres textos a continuación que añaden información al respecto:

Génesis 6:17: Y he aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir toda carne en que haya espíritu de vida debajo del cielo; todo lo que hay en la tierra morirá.

Génesis 7:15: Vinieron, pues, con Noé al arca, de dos en dos de toda carne en que había espíritu de vida.

Génesis 7: 22: Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices, todo lo que había en la tierra, murió.

Este es el misterio de la vida, la que solo Dios puede dar, y Él la dio mediante su “aliento de vida”, o lo que es lo mismo, “espíritu de vida” (Gn. 6:17; 7:15; Ap.11:11), “aliento de espíritu de vida” (Gn.7:22), o simplemente “espíritu” (Ec. 3:21; Ez. 37:5,6; Jn. 6:63; Stgo. 2:26). (11)

El alma es mortal (Ezequiel 18:4,20; Mateo 10:28; Hechos 2:34; 13:36; Romanos 6:23; 1ª Corintios 15:18, 32).

Ezequiel 18:4,20: He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá. […] (20) El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él.

Hechos 2:34: Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra,

Hechos 13:30-38: Mas Dios le levantó [a Cristo] de los muertos. (31) Y él se apareció durante muchos días a los que habían subido juntamente con él de Galilea a Jerusalén, los cuales ahora son sus testigos ante el pueblo. (32) Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, (33) la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy. (34) Y en cuanto a que le levantó de los muertos para nunca más volver a corrupción, lo dijo así: Os daré las misericordias fieles de David. (35) Por eso dice también en otro salmo: No permitirás que tu Santo vea corrupción. (36) Porque a la verdad David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad de Dios, durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción. (37) Mas aquel [Cristo] a quien Dios levantó, no vio corrupción. (38) Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados,

Romanos 6:23: Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

1 Corintios 15:18,20: Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. (20) Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho.

1 Corintios 15:32: Si como hombre batallé en Éfeso contra fieras, ¿qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos.

Todos los pasajes citados arriba añaden más pruebas al concepto bíblico, de que sin resurrección no hay vida después de la muerte. Dios es “el único que tiene inmortalidad” (1ª Timoteo 6: 15,16). La Palabra de Dios se refiere a la muerte segunda como el castigo final de Dios a los malvados, concepto que pretende mostrar la absoluta aniquilación o destrucción de todo vestigio de la vida o existencia de los malvados (Apocalipsis 2:11; 20:14; 21:8).

Apocalipsis 2:11: El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte.

Apocalipsis 20:14: Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda.

Apocalipsis 21:8: Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.

Si la inmortalidad del alma fuese verdad, ¿por qué el apóstol Pablo reitera una y otra vez, y hace tanto hincapié en que “si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; (17) y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. (18) Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron (1 Co. 15:16-18)? Es decir, si no hubiera resurrección de muertos, todos los que “durmieron” –murieron o perecieron–, significa que nunca más volverían a vivir; entonces ¿dónde está la inmortalidad del alma?

Los justos reciben la vida eterna cuando son resucitados por Jesucristo en el día postrero, el día de su venida gloriosa.

Si verdaderamente hubiera inmortalidad del alma, no habría hecho falta la resurrección de Cristo, ni que Él nos “resucite en el día postrero” (Jn. 6:39,40,44, etc.) en Su venida gloriosa. Si el alma sobrevive a la muerte de una manera consciente y va directamente al cielo, ¿qué necesidad hay de esperar a la resurrección para recibir la recompensa de la vida eterna?

Juan 6:39: Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero.

Juan 6:40: Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.

Juan 6:44: Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.

Juan 6:54: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.

Si es verdad que el alma humana es inmortal, ¿por qué “es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Co. 15: 53)?

Los defensores de la inmortalidad del alma aducen que es solo el cuerpo lo que necesita la inmortalidad, porque el alma ya es inmortal en sí misma. Pero si estudiamos los textos en los que el versículo de 1 Corintios 15:53 se inserta, comprobaremos que Pablo no se refiere a los “cuerpos” sino a los “muertos” (1 Co. 15:52); porque no puede morir solo una parte –el cuerpo–, mientras permanece viva la otra parte –el alma–, puesto que el hombre es un ser unitario, una unidad indivisible, no la suma de dos partes. Por tanto, si éste es indivisible o inseparable en partes, cuando muere el hombre, todo él deja de ser consciente.

1 Corintios 15:50-55: Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. (51) He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, (52) en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. (53) Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. (54) Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. (55) ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?

Sin embargo, lo que cada ser humano ha alcanzado durante toda su vida terrena, su vida entera, queda depositado en Dios. De ahí que Jesús dijo: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para Él todos viven” (Lc. 20:38). Para Dios, que existe en la eternidad, todo es un eterno presente. Por eso, el apóstol Pablo pudo decir: “yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día (2 Ti. 1:12).

Nótese que aquel día, al que se refiere Pablo, es el de la venida gloriosa de Jesús, “el día postrero”, en el que, él y todos los santos, serán resucitados, es decir, recreados a partir de ese depósito guardado en Dios; “porque habéis muerto, vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria” (Col. 3:3-4).

Comprobemos que el día que el Apóstol esperaba, ya sea recibir “la corona incorruptible” (1 Co. 9:25), o “la corona de justicia” (2 Tim. 4:7-8) –lo que significa, en definitiva, la vida eterna–, es “el día postrero”, el de la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, cuando Pablo y el resto de santos serán resucitados y revestidos de inmortalidad, en cuerpos gloriosos (1 Co. 15:53-54).

2 Timoteo 4:7-8: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. (8) Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.

Por tanto, esa afirmación –“el cuerpo muere pero no el alma”– es totalmente incongruente. Porque hemos podido comprobar hasta aquí, lo siguiente:

  1. La Biblia concibe al hombre como un ser unitario –un alma viviente–, no un compuesto de cuerpo más alma. Por tanto, donde no hay partes es imposible decir o pensar que, con la muerte, una parte se separa y pervive de forma consciente. Además, en el supuesto que existiese algo en el hombre que al morir se separa, sería necesario demostrar bíblicamente que ese “algo” sea una entidad viviente capaz de tener vida consciente separada del cuerpo.
  2. .La Palabra de Dios ofrece a los creyentes la esperanza de la vida eterna solo mediante la resurrección de los muertos. La fe en Cristo se caracteriza fundamentalmente en fe en su resurrección:

1 Corintios 15:1-8, 20-23: Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; (2) por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. (3) Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; (4) y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; (5) y que apareció a Cefas, y después a los doce. (6) Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. (7) Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; (8) y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. […] Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. (21) Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. (22) Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. (23) Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida” (1 Co. 15:20-23).

Los textos citados muestran de forma evidente y con contundencia, que “los que son de Cristo [son resucitados] en su venida”; pero nótese que la Palabra de Dios no habla de los “cuerpos de los muertos”, sino que se refiere, indudablemente a las personas muertas en Cristo, pues no se resucitan cuerpos sino seres humanos enteros. (12)

Analicemos, por ejemplo, el siguiente pasaje:

“Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; (52) y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; (53) y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él [de Cristo], vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos.” (Mateo 27:51-53)

Aquí se hace evidente que los “muchos cuerpos de santos que habían dormido” –que quiere decir, que habían estado muertos hasta que fueron resucitados, inmediatamente después de la resurrección de Cristo– representan a la totalidad de sus personas, porque no salen de los sepulcros sus cuerpos solamente, sino la totalidad de sus santas personas; y no vienen del Cielo, sino que salen del sepulcro.

Por eso, la Biblia desmitifica el sentido de la primera muerte equiparándola o identificándola con el sueño, o una inconsciencia total, porque para Dios todos siguen existiendo o viviendo en Su memoria infinita, hasta que se realice la primera resurrección para los justos en el día postrero, el de la venida gloriosa de Cristo (1 Ts. 4:13-18; cf. Jn. 14:2-3); en cambio, los injustos permanecen hasta el fin del Milenio en sus sepulturas hasta la segunda resurrección (Dn. 12:1-2; Jn. 5:28-29; Hch. 24:15)– para ser juzgados en el día del juicio ante el Gran Trono Blanco, y a todos los condenados se aplicará la segunda muerte (Ap. 20:5-15).

Daniel 12:1-2: En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro. (2) Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.

Juan 5:28-29: No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; (29) y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación

Por tanto, para Dios, un muerto es como alguien que duerme. Así lo calificó Jesús en Juan 11:11-13: “Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy a despertarle…. (13) pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro;..”. Igualmente el apóstol Pablo, en 1ª Corintios 15:51 se refiere a que no todos estarán muertos cuando regrese Jesús en gloria, diciendo “….No todos dormiremos…”.

La primera muerte, pues, no afecta a nuestro destino eterno, y la segunda muerte no afecta a los que reconocen que Jesucristo es “el camino, la verdad y la vida y la resurrección” (Jn. 11:25), y aceptan su sacrificio expiatorio –Su muerte, en lugar de la que les corresponde a ellos por sus transgresiones (Ap. 20:5-6). Por tanto, ya no debemos temer tampoco a la segunda muerte, pues Jesús obtuvo su victoria sobre la misma, mediante su vida de perfecta obediencia al Padre, muerte vicaria y resurrección. Nuestra salvación está en manos de Dios (Apocalipsis 7:10), nuestra parte es sólo confiar por fe en Él y en Cristo, no dudando de su poder y amor para con nosotros. (13)

El alma humana no es inmortal

Todo lo anterior es una prueba más de que el hombre es un ser unitario, por lo que no consta de partes que se separan cuando él muere; y aun cuando fuera un compuesto de cuerpo y alma, o cuerpo y espíritu, ninguna de las partes tiene autonomía o independencia para vivir otra vida de forma consciente; pues, la separación de las mismas es la muerte del hombre, y no volverá a vivir hasta el día postrero cuando sea resucitado en la resurrección de los justos (Jn. 5:28-29; 6:39,40,44).

¿Cuándo se recibe el premio de la vida eterna?

La respuesta de la Palabra de Dios no puede ser más explícita y clara: “Cuando aparezca el Príncipe de los pastores” (1 P. 5:4).

1 Pedro 5:4: Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria.

1 Corintios 15:22-23: Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.  (23)  Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.

Por tanto, si el ser humano es un ser unitario –no compuesto de partes separables–, todo él es mortal, no caben divisiones en él, ni tiene sentido creer que tenga un alma inmortal, que pudiera sobrevivir, separándose en el momento de la muerte del ser humano, y que, además, tenga vida consciente.

Es, pues, un grave error sostener que el alma –concebida como una parte que se separa del hombre al morir– sobrevive a la muerte, como una entidad autónoma y consciente, para encontrarse con Dios en el cielo, o con el diablo en el infierno. En cambio, la Biblia sostiene que solo hay vida eterna en la resurrección del día postrero de la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo ((véase, entre otros, Jn. 5:28-29; 6:39,40,44). (14)

6. ¿Está el hombre formado por espíritu, alma y cuerpo, como dice la Biblia?

Como dije en el apartado 4, abordo aquí la supuesta tricotomía del ser humano que, sólo de una lectura superficial, parece deducirse de la Primera Epístola a los Tesalonicenses: “[…] y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo”, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesús” (1 Ts. 5:23 úp). Este es el único versículo de la Biblia en el que son reunidas las tres dimensiones del ser humano, “espíritu, alma y cuerpo”; y como ningún texto aislado de la Biblia puede ser suficiente para fundamentar una doctrina, sino está en armonía con el resto de la Palabra de Dios, debe, pues, tener otra explicación distinta a la tricotomía.

A continuación, expongo mi interpretación –que coincide con la de muchos cristianos– de lo que bíblicamente representan estos tres aspectos que conforman el ser humano: “espíritu, alma y cuerpo” (1 Ts. 5:23):

En lo que antecede, hemos visto que el ser humano nace siendo un alma viviente (Gn. 2:7; cf. 1 Co. 15:45), y es llamado “carne” por la Biblia (Gn. 6:3; cf. Jn. 3:6; Ro. 8:7; 1 Co. 15:50; etc.); pero solo cuando el hombre es regenerado por el Espíritu Santo, llega a ser, además, un ser humano espiritual. Esto mismo es lo que Jesucristo dijo (en su diálogo con Nicodemo): “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es (Juan 3:6). Lo que sin duda nos confirma que “lo que es nacido de la carne es carnal, y lo que es nacido del Espíritu es espíritu”, o sea, espiritual. Es decir, mientras el hombre no reciba la regeneración espiritual, y, junto con ello, venga a ser morada del Espíritu Santo, no dejará de ser solo “carne”.

La confusión o identificación de alma con espíritu, que no tiene base bíblica alguna, tiene sus orígenes en el paganismo y especialmente en la influencia de la filosofía griega. Y de ahí mismo procede la errónea doctrina cristiana de la inmortalidad del alma o espíritu, por la que se infiere que éste sobrevive a la muerte del cuerpo, y, entonces, va al Cielo con Dios si es salvo; o, en caso contrario, el alma va al infierno; pero como hemos visto antes, según el NT, el infierno es el castigo por fuego que Dios aplica –en la consumación de los siglos, es decir, en el juicio final después del Milenio– a los impíos que serán resucitados sólo para ese destino. Como ese infierno corresponde al futuro, una gran mayoría de cristianos ha tenido que inventar un infierno temporal, donde llevar a los impíos, que es el lugar llamado Seol (hebreo) o Hades (griego). A esto último se refiere el Diccionario bíblico, Editorial Mundo Hispano, 2003, (significado de “alma”), en su penúltimo párrafo, al afirmar que los no regenerados van a “la morada de los malvados muertos” (15), cuando realmente el Seol/Hades no es otra cosa, como se ha comprobado, que la morada de todos los muertos, no solos de los malvados, y equivale al cementerio o sepultura, donde todos duermen el sueño de la muerte, y nadie es atormentado, hasta que los injustos sean resucitados después del Milenio, y “lanzados al lago de fuego” (Ap. 20:15 úp), “que es la muerte segunda” (Ap. 21:8 úp).

“Las observaciones anteriores asumen una dicotomía, esto es, que existen solamente dos entidades sustantivas que constituyen a toda la persona: (1) el cuerpo, que a la muerte regresa al polvo, a la espera de la resurrección, y (2) el yo inmaterial, que si se regenera va al paraíso o cielo; si no, a la morada de los malvados muertos.” (16)

Esta es la concepción clásica o “común” en la mayoría del cristianismo hoy día, la cual deriva no de la Biblia sino del paganismo y de la tradición filosófica; lo que da como resultado una gran confusión, y lo que es peor, una interpretación equivocada de la Biblia, que ha derivado en las doctrinas falsas de la inmortalidad del alma o del espíritu, y del tormento en un infierno de fuego eterno.

Sin embargo, la realidad, y lo que enseña la Biblia es que el ser humano no está compuesto de partes separables, que puedan tener vida propia de forma independiente; es decir, él no es el resultado de la unión de dos sustancias o entidades heterogéneas, como son cuerpo y alma, en el sentido de la filosofía y cultura griegas; y mucho menos podría estar formado por tres sustancias tan distintas como serían espíritu, alma y cuerpo, consideradas, también, estas tres entidades desde el pensamiento y concepto helenísticos.

Como se probó en lo que antecede, el ser humano es un cuerpo vivo o alma viviente, es una unidad psicosomática, llamada “carne” en la Biblia (Gn. 6:3; Jn. 3:6; Ro: 8:5; Gá. 5:16-17,24; etc.), que designa al “hombre natural” (1 Co. 2:14; etc.), llamado también psíquico o anímico; y él es así desde que nace hasta que se convierte a Dios, mediante la regeneración producida por el Espíritu Santo; lo que le transforma en el hombre o ser humano espiritual (Jn. 3:3; Tito 3:4-5), u hombre nuevo de la nueva creación (Ef. 4:22-30; cf. Col. 3:1-14), siendo su cuerpo templo del Espíritu Santo (1 Co. 3:16; 6:19; 2 Co. 6:16 ) en el que mora Dios, y vive Cristo en él (Gá. 2:20).

Antes de seguir, veamos, ahora, unos párrafos, que vienen a colación, y que corresponden dos autores diferentes que interpretan la Biblia de la misma manera, la cual, este servidor, también comparte con ellos:

“[…] Adán es un hombre terrestre, carnal, psíquico, del que procedemos todos los hombres. Este Adán ha sido infiel y ha perdido la «imagen de Dios.» […] (17) (Enrique Dussel)

“[…] El hombre carnal es primero, pero sólo el hombre espiritual tiene definitiva salvación.” (18) (Enrique Dussel)

“Según la enseñanza bíblica, el alma no es una parte del ser humano, por el contrario, designa simplemente al hombre entero, incluido el cuerpo. Así el término alma designa la vida humana o al hombre vivo: “Quien quiera ganar su alma la perderá; pero quien pierda su alma por causa mía, la hallará” (Mt 16, 25). (19) (Juan Aguirre)

Así lo confirmó Jesucristo cuando, lapidariamente, dijo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6), que viene a significar que “Lo que nace de la carne es carnal; y lo que nace del Espíritu es espiritual”. Es decir, cuando se produce la regeneración del ser humano –su nuevo nacimiento por el Espíritu Santo–, la totalidad del hombre es transformada en espíritu, no que Dios infunda un espíritu en su carne o mente, al modo de la filosofía griega. Y a partir de ese momento, Dios le pide que se santifique por completo, todo su ser: “espíritu, alma y cuerpo”, y que “sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesús” (1 Ts. 5:23).

Tengamos en cuenta que, antes de la conversión, el hombre era un cuerpo psíquico o “carne”, pero al recibir el nuevo nacimiento, como “nueva criatura” en Cristo (2 Co. 5:17) adquiere su condición o naturaleza espiritual, y recibe la vida espiritual; pero hasta su muerte física no puede dejar de ser “carne”, o cuerpo psíquico, porque esa es la naturaleza que obtuvo en su nacimiento físico. De ahí que el apóstol Pablo nos exhorte de la siguiente manera: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. (10) Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia” (Ro. 8:9-10).

¿Qué quiere decir Pablo, cuando dice que “el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia” (Ro. 8:9-10)?

En primer lugar, para entender la Palabra de Dios, necesitamos despojarnos de la concepción filosófica griega –común en nuestra cultura y tradición– del ser humano, que lo considera formado de cuerpo y alma; porque si no lo hacemos así, nunca vamos a entender la Biblia, ni al Apóstol.

Cuando Pablo nos dice que “si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive…”, no se está refiriendo al cuerpo humano de la concepción griega, sino al “cuerpo” de la antropología bíblica. Y desde esta perspectiva, “el cuerpo” no es una parte del hombre, sino que es el hombre mismo, el “hombre viejo”, es decir, la “carne”. Pero ¿realmente nuestro cuerpo está muerto a causa del pecado? La afirmación de Pablo será una realidad en nuestras vidas si verdaderamente Cristo vive en nosotros por Su Espíritu; porque entonces podremos decir junto al Apóstol, “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó así mismo por mí” (Gá. 2:20).

Así pues, creer en Cristo supone “que hemos muerto al pecado” (Ro. 6:2) es decir, ya no vive mi yo carnal, el “hombre viejo” (Ef. 4:22,24; cf. Col. 3:3,5,9-10), que era pecaminoso, porque ahora “Cristo vive en mí” (Gá. 2:20), porque, ahora, mi cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Co. 3:16; 6:19), lo que me ha convertido en hombre espiritual, la “nueva criatura” en Cristo (2 Co. 5:17).

Todo esto es posible porque “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Co. 15:2) en una cruz. Sin embargo, para que el “morir al pecado” o “despojarse del viejo hombre” (Ef. 4:22; cf. Col. 3:9) se hagan realidad en nuestras vidas, es preciso que seamos “plantados juntamente con Cristo en la semejanza de su muerte, [para que] así también lo seremos en la de su resurrección” (Ro. 6:5); “se siembra cuerpo animal [o psíquico], resucitará cuerpo espiritual” (1 Co. 15:44). Aunque estos textos se refieren especialmente a la resurrección del día de la segunda venida de Cristo, se aplican también a la transformación que se experimenta cuando se pasa de ser cuerpo psíquico a cuerpo espiritual, pues es también una verdadera resurrección espiritual o nuevo nacimiento.

¿Cómo se consigue, pues, esa resurrección espiritual del “hombre natural” (1 Co. 2:14) –que es “carne” o “cuerpo psíquico” – que le convierte, o transforma, en “nuevo hombre” (Ef. 4:24) –hombre espiritual, “nueva criatura” en Cristo (2 Co. 5:17)? ¿Cómo pasamos de la teoría a la práctica en la vida cotidiana?

En primer lugar, cuando el Espíritu Santo nos convence “de pecado, de justicia y de juicio” (Jn. 16:9), –es decir, de que somos pecadores y reos de juicio de condenación, por lo que necesitamos revestirnos de la justicia que Dios otorga al creyente en Cristo (Ro. 3:21-26; cf. 2 Co. 5:21)–, no debemos endurecer nuestros corazones, sino obedecer a la Palabra de Dios que nos exhorta: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. (39) Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hch. 2:38-39).

En segundo lugar, debemos vivir en esa fe en Cristo, en su obra salvadora y redentora, y siendo coherentes con ella, trataremos siempre de ejercitar nuestra voluntad actuando de acuerdo a la Palabra de Dios: “sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él [Cristo], para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (7) Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. (8) Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Ro. 6:6-8).

Debemos entender bien que, “para que el cuerpo del pecado sea destruido”, –reitero que Pablo no se está refiriendo al cuerpo de la filosofía griega, sino al hombre viejo pecaminoso, al ser humano carnal–, cuando creímos en Cristo, “nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él”; y al ejercitar diariamente esa fe, haremos morir o anular a nuestro viejo hombre –“el cuerpo de pecado”–.

Observemos que el Apóstol no está diciendo que debemos ser crucificados con Cristo, sino que, por Su muerte en la cruz, que es un hecho pasado, obtenemos el perdón de los pecados, la justificación ante Dios, y con ello la vida eterna. Y esto es posible, porque, cuando Cristo fue crucificado, todos los pecadores, que Dios, en Su presciencia, sabía que serían salvos, fueron –sus cuerpos de pecado, legalmente– crucificados con Cristo: “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; (15) y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (16) De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. (17) De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas(2 Corintios 5:14-17).

Aunque Dios, “de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Stgo. 1:18), y, además, “es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13), Él no hará nada sin nuestro tácito consentimiento, y nunca coaccionará, ni impondrá Su voluntad soberana, de tal manera que coarte nuestro libre albedrío. Por eso la Palabra de Dios –que conjuga perfectamente la soberanía de Dios con la libertad humana– nos exhorta: “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil. 2:12) 11); y, “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. (12) No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; (13) ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Ro. 6:11-13).

Con el nuevo nacimiento, la “carne” deja de ser esclava del pecado, porque el hombre nuevo –como hijo de Dios– es guiado por el Espíritu Santo (Ro. 8:14). Pero esa guía permite nuestra libre elección entre las distintas opciones que la vida nos presenta, y nunca nos coacciona; por eso debemos dar siempre “gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; (18) y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Ro. 6:17-18). Es decir, seguiremos venciendo a las tendencias de la carne, mientras permanezcamos fieles al Evangelio de la Gracia de Dios, a Cristo, al que “fuimos entregados”, porque así lo quisimos.

Porque ahora tenemos libertad de pecar y no pecar, pero se nos exhorta a seguir el camino de la santificación, al que todos hemos sido llamados: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. (23) Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 6:22-23). Y se nos vuelve a advertir: “porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Ro. 8:13), y nuevamente: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. (17) Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gálatas 5:16-17). “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. (25) Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:24,25).

Ciertamente, Cristo obtuvo la victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo, y nos apropiamos de Su victoria mediante la fe en Él. Y desde ese momento, ya somos una nueva criatura en Cristo, es decir, el hombre viejo ha muerto, y ha nacido el hombre nuevo, porque nuestro “viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (7) Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. (8) Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Ro. 6:6-8).

Sin embargo, todo eso fue la obra de Dios en nuestras vidas, y ahora, es cuando empieza nuestra colaboración con Dios, ejerciendo diariamente esa voluntad libre, que corresponde al hombre espiritual guiado por el Espíritu de Dios. Y esto se consigue obedeciendo la Palabra de Dios y al Espíritu Santo. Por eso se nos exhorta a: despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, (23) y renovaos en el espíritu de vuestra mente, (24) y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (Ef. 4:22-24; cf. Col. 3:).

Esta debe ser nuestra obra diaria en colaboración con Dios. Pero sería bueno leer los textos citados en su contexto, y meditar en ellos, porque son muy clarificadores y señalan el camino de santidad de todo cristiano verdadero. Leámoslos:

Efesios 4:17-32 Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, (18) teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; (19) los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza. (20) Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, (21) si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. (22) En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, (23) y renovaos en el espíritu de vuestra mente, (24) y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (25) Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. (26) Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, (27) ni deis lugar al diablo. (28) El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. (29) Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. (30) Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. (31) Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. (32) Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.

Volviendo a la pregunta inicial, ¿qué quiere decir el apóstol Pablo cuando hace una oración para que “el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Ts. 5:23)?

¿Está quizá Pablo afirmando que “todo vuestro ser”, se compone de “espíritu, alma y cuerpo” al modo de la filosofía y cultura griegas?

En absoluto, porque sería contrario a las Sagradas Escrituras y al pensamiento del Apóstol, que es hebreo o judío de pura cepa, “circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; (6) en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. (7) Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo” (Fil. 3:5-7).

¿Cómo explicamos, pues, su oración de arriba –“todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo–”?

¿Quizá Pablo se ha dejado influenciar por la filosofía griega?

Eso sería imposible para el apóstol Pablo, por su condición de “hebreo de hebreos” (Fil. 3:5). Queda, pues, solo una explicación sencilla si nos despojamos del peso y tremenda influencia de la cultura y tradición que nos han ofuscado durante tanto tiempo: San Pablo está dirigiéndose al creyente, cuyo ser total es cuerpo psíquico, o sea “carne” –esto es lo que tiene en común con el inconverso–, pero aquel se diferencia de éste, en que ha nacido de nuevo por el Espíritu Santo, ha sido transformado en “nueva criatura” (2 Co.5:17), en “nuevo hombre” (Ef. 4:24; cf. Col. 3:10), ser humano espiritual, “hecho conforme a la imagen del que lo creó” (Col. 3:9).

Por consiguiente, el ser humano no tiene un espíritu o un alma a la manera griega, sino que todo él, es un alma viviente, y cuando se convierte a Cristo es transformado por el nuevo nacimiento en un espíritu viviente, o nuevo hombre en Cristo. Recordemos las palabras de Cristo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6).

A este respecto, es necesario no olvidar que el plan de Dios de salvación consiste en recrearnos a “la imagen de Su Hijo” (Ro. 8:29; cf. 2 Co. 3:18). Pues bien, todo el ser del creyente –espíritu, alma y cuerpo– es el “nuevo hombre”, “conforme a la imagen del que lo creó”, pero no deja de ser por ello, también cuerpo psíquico, por tanto, “la nueva criatura” en Cristo, recreada a la imagen del Hijo de Dios, tiene que ser santificada por entero, y guardada irreprensible hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo, en sus tres dimensiones, las dos por el nacimiento físico –cuerpo psíquico– y la espiritual por el nuevo nacimiento.

Por tanto, una vez que Dios, “de Su voluntad, nos hizo nacer por la Palabra de verdad” (Stgo. 1:18; cf. 1 P. 1:23), es, entonces, cuando recibimos la vida espiritual, que libera a nuestra voluntad de la esclavitud del pecado (Ro. 6:16-18,22); de ahí, que “ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Ro. 6:22). Es decir, la obra que correspondía solo a Dios ya terminó cuando nos dio el nuevo nacimiento, o sea, cuando recibimos la vida espiritual; pero, a partir de ese momento empieza nuestro camino de santidad –para dar como fruto nuestra “santificación”–, mediante nuestra obra de cooperación o colaboración con Él. Y nuestro obrar debe consistir en proseguir diariamente en el estudio y la obediencia de Su Palabra: “Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas” (Stgo 1:21); teniendo como objetivo “la vida eterna”.

“Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo, para que el cuerpo de pecado sea destruido [o anulado], a fin de que no sirvamos más al pecado” (Ro. 6:6). Esto fue esencialmente obra de Dios, pero una vez recibida en nosotros la vida espiritual por el Espíritu Santo, empieza nuestra carrera como cristianos, que implica ejercer diariamente nuestra voluntad liberada, para “hacer morir lo terrenal” (Col. 3:1); que consiste en “despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, (23) y renovaos en el espíritu de vuestra mente, (24) y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:22-24; cf. Col. 3:9).

Debemos poder decir, como San Pablo, “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20). Pero sigamos reflexionando con los siguientes textos del mismo Apóstol:

Colosenses 3:1-25: (5) Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; (6) cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, (7) en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. (8) Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. (9) No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre(B) con sus hechos, (lo) y revestido del nuevo,(C) el cual conforme a la imagen del que lo creó(D) se va renovando hasta el conocimiento pleno, (11) donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos. (12) Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; (13) soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros) si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. (14) Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. (15) Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. (16) La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. (17) Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

El Apóstol sigue exhortándonos a que comprobemos si obramos en armonía con nuestra creencia: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. (2) Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. (3) Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. (4) Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Col. 3:1-4). Es decir, si verdaderamente obramos como cristianos, tenemos que “hacer morir lo terrenal” (Col. 3:5), buscar “las cosas de arriba”, y ser conscientes que “nuestro viejo hombre ya fue crucificado juntamente con Cristo” (Ro. 6:6). Por tanto, “hemos muerto, y vuestra/nuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3:3); pero también hemos resucitado con Cristo. Si mi vida está en Cristo, también puedo decir: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil. 1:21).

Se trata solo de vivir en coherencia con nuestra fe y en armonía con la guía del Espíritu Santo, porque Dios ya nos da Su poder para vencer diariamente si se lo pedimos. Para llevar a la práctica todo lo que hemos aprendido es necesario que leamos una y otra vez los siguientes textos y dejarnos persuadir de la Palabra de Dios, mediante el poder del Espíritu Santo. Reflexionemos de nuevo:

Si así lo hacemos, es decir, si vivimos en obediencia y coherencia a la Palabra de Dios, podremos decir lo mismo que el apóstol Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20). Porque entonces “ya no vivo yo” –el hombre viejo, la “carne”– sino que “vive Cristo en mí” carne, porque ahora “somos templo del Dios viviente” (2 Co. 6:16; cf. 1 Co. 6:9-20). “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Co. 6:19-20)

1 Corintios 6:19-20: ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? (20) Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.

Por todo esto debemos ser agradecidos a Dios: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Ts. 5:18). (20)

2 Tesalonicenses 2:13-17: Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, (14) a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo. (15) Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra. (16) Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, (17) conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra.

7. Conclusión

La doctrina cristiana de la resurrección de los muertos –notemos que la Palabra de Dios habla de resucitar no los cuerpos, sino los muertos, es decir, la persona entera– es esencial, porque San Pablo afirma enfáticamente: “Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron.” (1 Co. 15:16-18). Esto significa, como dijo un autor, que “si no hay resurrección de muertos no hay vida futura y todo el mensaje cristiano sería una farsa” (21). Si el alma humana fuera inmortal “per se”, la vida futura después de la muerte existiría con independencia de que hubiera resurrección o no la hubiera, porque estaría basada en la propia naturaleza ontológica o antropológica del ser humano, y no en Cristo.

Sin embargo, la Biblia nos dice que, además de la resurrección para vida eterna, hay otra resurrección “para vergüenza y confusión perpetua” (Dan. 12:2), que se corresponde con la que anunció Jesucristo, es decir, la resurrección de “condenación”, o bien de “juicio” (en otras versiones) (Jn. 5:28-29); lo que fue ratificado también por el apóstol Pablo en el libro de Hechos de los Apóstoles: “Teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos” (Hch.24:15).

No es difícil deducir que las dos resurrecciones –la de los justos y la de los injustos (Dan. 12:2; Jn. 5:28-29; Hch.24:15), no se producen simultáneamente, porque el apóstol Pablo se refiere solo a la resurrección para vida eterna en 1 Corintios 15:51-58 y en 1 Tesalonicenses 4:13-18, porque él habla que tanto los muertos resucitados como los que permanezcan vivos en el día postrero, serán transformados o glorificados, y ambos grupos, juntamente, serán “arrebatados al encuentro de Jesús en el aire” (1 Ts. 4:17). Y naturalmente los injustos nunca serán resucitados con cuerpos glorificados e inmortales, sino con cuerpos corruptibles, similares a los que tenían en sus vidas terrenales. Pensar lo contrario es sumamente cruel, propio de la mentalidad humana pero no de Dios que es amor (1 Jn. 4:8,16).

Es evidente que en esta ocasión –el Día postrero, el de la segunda venida de Jesús– los injustos muertos, de todas las épocas, no son resucitados, porque nada se dice de ellos.

Sabemos – la Biblia indudablemente así lo afirma (Jn 6:39,40; 1 Ts. 4:13-18) etc.,– que la resurrección de los justos se produce al fin del mundo, en el Día de la segunda venida de Cristo. En ese Día vivirán dos grupos de personas, a) los injustos, es decir, “los hijos del malo”, representados por la cizaña, y b) los justos o hijos de Dios, simbolizados por “la buena semilla” (Mt. 13:36-43). A aquellos, los ángeles los recogerán y “los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes”. (Mt. 13:36-43; cf. Mt. 16:27; 24:29-51; 25:31-46).

Pues bien, estos malvados que fueron muertos por la venida en gloria de Jesucristo, junto con todos los injustos muertos de todas las épocas participarán en la segunda resurrección, es decir, serán resucitados, después del Milenio, solo para condenación o juicio, y recibirán el justo juicio de Dios ante el Gran Trono blanco y su recompensa –“la pena de eterna perdición” (2 Ts. 1:9)–, que es la muerte segunda (Ap. 20:5-6,11-15). Y esto ocurrirá después del Milenio: “Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años” (Ap. 20:5).

No puede caber duda alguna que “los otros muertos” son todos los que no participarán de la primera resurrección, que habrá en la venida gloriosa de nuestro Señor, antes de la inauguración del Reino milenario. Y esto no puede ser de otra forma, porque la Palabra de Dios declara: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años” (Ap. 20:6). Es decir, “los otros muertos” no son resucitados en la primera resurrección (Jn 5:28-29; 1 Co. 15:51-56; 1 Ts. 4:13-18) sino en la segunda resurrección, que es solo para juicio y “pena de perdición eterna” (1 Ts. 1:9)

Cuando aparezca nuestro Señor Jesucristo en las nubes resucitará a los santos muertos de todas las épocas en cuerpos gloriosos; y a los santos que vivan en ese momento, los transformará, igualmente, dándoles cuerpos incorruptibles y eternos, y “seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:17; cf. Jn 14:1-3).

El anterior párrafo resaltado trata de resumir lo que expresa la Palabra de Dios, mediante el apóstol Pablo, en la primera carta que dirige a los Tesalonicenses (1 Tes. 4:13-18), como podemos comprobar a continuación:

1 Tesalonicenses 4:13-18: Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. (14) Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. (15) Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. (16) Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. (17) Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.(A) (18) Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.

En el capítulo 15 de la primera carta a los Corintios (15:51-58), vimos que “No todos dormiremos” (1 Co. 15:51), que significa, traduciendo el eufemismo, que no todos estaremos muertos cuando regrese nuestro Señor Jesús en gloria. Y, también, comprobamos que, en aquel día glorioso, “los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros [los salvos que vivamos cuando Jesús aparezca en gloria] seremos transformados” (1 Co. 15:52). Y ahora, en su primera carta a los Tesalonicenses, San Pablo también habla “de los que duermen” (1 Tes. 4:13), que es lo mismo que decir: “los que han muerto”. Pero ahora especifica que no son todos, los que han muerto, los que resucitarán en el Día del Señor, sino solamente “los que durmieron en Él [Cristo]” (1 Tes. 4:14). Es decir, los que “traerá Dios” (1 Tes. 4:14) a la vida son todos los muertos, que habiendo creído en Jesucristo –y habiendo sido consecuentes con esa creencia–, “oirán la voz del Hijo de Dios” (Jn.5:28), porque “el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tes. 4:16).

Vimos, pues, que los únicos que resucitan son los que “durmieron en Jesús” (1 Tes. 4:14), y éstos coinciden con, o son los mismos que, “los muertos en Cristo” [que] resucitarán primero” (1 Tes. 4:16).

La esperanza de los creyentes de la Biblia nunca estuvo puesta en la inmortalidad del alma, sino en la resurrección y en adquirir la ciudadanía celestial – Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo, (Filipense 3:20)–. Es, solo entonces, cuando Él venga en gloria en su segunda venida (1ª Ts. 4:13-18), que todos los salvos serán acogidos en las moradas celestiales que Cristo fue a preparar (Jn 14:1-3) para ellos. (22)

Resumiendo:
  1. La palabra original que muchas de nuestras versiones bíblicas, que conocemos, han traducido por “infierno”, es “gehenna” en el original del idioma griego en el que se escribió el NT; así lo certifica una nota-comentario de la Biblia de las Américas (LBLA) al versículo de Mateo 5:22, –en el que Jesucristo nos habla del “Infierno de fuego”–, que nos dice:

“El término infierno (griego: guéenna) se refería a un valle fuera de Jerusalén (hebreo: gue-hinnom, i.e., valle de Hinom), donde algunos de los reyes de Judá adoraban ídolos. Esta adoración incluía sacrificios humanos por fuego (2 Cr 28:3; 33:6; Jer 7:31; 32:35). Más tarde el valle se usaba como lugar para quemar basura, y se convirtió en un símbolo del lugar de castigo eterno, debido a los fuegos que ardían allí constantemente”. (23)

Su fuego casi permanente fue la razón de que se convirtiera en una figura de la segunda muerte –el castigo eterno–, que es “el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Ap. 21:8; cf. Ap. 20:14). Aunque el apóstol Juan identifica el lago de fuego con la segunda muerte, ambos son símbolos del castigo eterno, perdición eterna, o destrucción eterna. Porque realmente no importa el medio que Dios use para castigar a los malvados, sino que su destino es el de “eterna perdición” (2 Ts. 1:9). Comprobemos que en Apocalipsis 20:9, Dios ejecuta a todos los injustos, que fueron resucitados en la segunda resurrección, al final del Milenio, haciendo descender fuego del cielo sobre ellos. Leamos el texto que lo prueba:

Apocalipsis 20:9: Y subieron sobre la anchura de la tierra [los que fueron resucitados al fin del Milenio], y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Ap. 20:9).

2. Como ese infierno corresponde al futuro castigo de Dios, que reciben los injustos en el juicio final (Ap. 20:11-15), una gran mayoría de cristianos ha tenido que inventar un infierno temporal, donde llevar a los impíos, que es el lugar llamado Seol (hebreo) o Hades (griego). Incluso el Diccionario bíblico, Editorial Mundo Hispano, 2003, (significado de “alma”), en su penúltimo párrafo, afirma que los no regenerados van a “la morada de los malvados muertos” (24), porque está considerando que en el Seol/Hades viven las almas/espíritus de los citados malvados, donde sufren tormento temporal hasta el juicio definitivo del final del mundo. Sin embargo, esto es un tremendo error de interpretación de la Biblia, porque como se ha comprobado en lo que antecede, el Seol/Hades es la morada de todos los muertos, no solo de los malvados, y equivale al cementerio o sepultura, donde todos duermen el sueño de la muerte, y nadie es atormentado, hasta que los injustos sean resucitados después del Milenio, y “lanzados al lago de fuego” (Ap. 20:15 úp), “que es la muerte segunda” (Ap. 21:8 úp).

3. El citado tremendo error se habría evitado, simplemente, comprobando en la Biblia que el ser humano no tiene un espíritu o un alma a la manera griega, sino que todo él, es un alma viviente, y cuando se convierte a Cristo es transformado por el nuevo nacimiento en un espíritu viviente, o nuevo hombre en Cristo. Recordemos las palabras de Cristo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6).

4. Los malvados no serán atormentados por una eternidad sino destruidos por fuego. Por todo lo que antecede, se puede afirmar con rotundidad lo siguiente: el infierno, pues, es “el horno de fuego” (Mt. 13:41,42). Es donde son echados los cuerpos de los malvados: “[…] todo tu cuerpo sea echado al infierno” (Mt. 5.30). Esto es lo mismo que nos dice el apóstol Juan: “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.” (Apocalipsis 20:15). Por consiguiente, infierno, fuego eterno, horno de fuego, lago de fuego, todo se refiere al mismo lugar donde están destinados todos los malvados.

5. Este fuego –el de la gehena, donde se quemaba la basura en un valle exterior a Jerusalén– nunca se apagaba, mientras hubiera algo que quemar. Análogamente, “el infierno de fuego” (Mt. 5:22), “horno de fuego” (Mt. 13:42) o “lago de fuego” (Ap. 20:14,15; 21:8), “fuego que no puede ser apagado” (Mr. 9:43,45), “el fuego [que] nunca se apaga” (Mr. 9:45,46,48), no se apagará, mientras los malvados no hayan sido todos reducidos a cenizas, como dice el profeta Malaquías, hasta no dejar “ni raíz ni rama” de ellos (Mal. 4:1). No hay eternidad en la ejecución del juicio de Dios a los malvados mediante el fuego abrasador, pues será una acción justa y proporcional a las obras malvadas que cada cual haya realizado en su vida; y correspondiente y adecuada a un Dios justo pero no cruel, ni vengativo que resultaría, sin duda, el tormento por la eternidad.

Salmos 92:7: Cuando brotan los impíos como la hierba, Y florecen todos los que hacen iniquidad, Es para ser destruidos eternamente.

Apocalipsis 20:9: Y subieron sobre la anchura de la tierra [los que fueron resucitados al fin del Milenio], y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Ap. 20:9).

6. “Todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo”. En el anterior ítem número tres, está la clave que explica la supuesta tricotomía del ser humano que, solo de una lectura superficial, parece deducirse de la Primera Epístola a los Tesalonicenses: “[…] y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo”, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesús” (1 Ts. 5:23 úp).

7. Como se probó en lo que antecede, el ser humano es un cuerpo vivo o alma viviente, es una unidad psicosomática, llamada “carne” en la Biblia (Gn. 6:3; Jn. 3:6; Ro: 8:5; Gá. 5:16-17,24; etc.), que designa al “hombre natural” (1 Co. 2:14; etc.), llamado también psíquico o anímico; y él es así desde que nace hasta que se convierte a Dios, mediante la regeneración producida por el Espíritu Santo; lo que le transforma en el hombre o ser humano espiritual (Jn. 3:3-6; Tito 3:4-5), u hombre nuevo de la nueva creación (Ef. 4:22-30; cf. Col. 3:1-14), siendo su cuerpo templo del Espíritu Santo (1 Co. 3:16; 6:19; 2 Co. 6:16 ) en el que mora Dios trino, y vive Cristo en él (Gá. 2:20).

8. Así lo confirmó Jesucristo cuando, lapidariamente, dijo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6), que viene a significar que “Lo que nace de la carne es carnal; y lo que nace del Espíritu es espiritual”. Es decir, cuando se produce la regeneración del ser humano –su nuevo nacimiento por el Espíritu Santo–, la naturaleza carnal del hombre es convertida en espíritu, que como vimos antes significa espiritual; y a partir de ese momento, Dios le pide que se santifique por completo: “todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo”, para que “sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesús” (1 Ts. 5:23). Pero debemos tener claro que no existe tricotomía en el ser humano, pues Dios en absoluto infunde un espíritu en su carne o mente, al modo de la filosofía griega.

9. Tengamos en cuenta que, antes de la conversión, el hombre era un cuerpo psíquico o “carne”, pero al recibir el nuevo nacimiento, como “nueva criatura” en Cristo (2 Co. 5:17) adquiere su condición o naturaleza espiritual, y recibe la vida espiritual; pero hasta su muerte física no puede dejar de ser “carne”, o cuerpo psíquico, porque esa es la naturaleza que obtuvo en su nacimiento físico. De ahí que el apóstol Pablo nos exhorte de la siguiente manera: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. (10) Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia” (Ro. 8:9-10).

10. Por consiguiente, el ser humano no tiene un espíritu o un alma a la manera griega, sino que todo él, es un alma viviente, y cuando se convierte a Cristo es transformado por el nuevo nacimiento en un espíritu viviente, o nuevo hombre en Cristo. Recordemos las palabras de Cristo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6).

11. Los justos reciben la vida eterna cuando son resucitados por Jesucristo en el día postrero, el día de su venida gloriosa. Si verdaderamente hubiera inmortalidad del alma, no habría hecho falta la resurrección de Cristo, ni que Él nos “resucite en el día postrero” (Jn. 6:39,40,44, etc.) en Su venida gloriosa. Si el alma sobrevive a la muerte de una manera consciente y va directamente al cielo, ¿qué necesidad hay de esperar a la resurrección para recibir la recompensa de la vida eterna? Jesucristo insiste, y nos lo reitera una y otra vez, porque Él sabía que nos costaría creerle. Comprobémoslo:

Juan 6:39: Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero.

Juan 6:40: Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.

Juan 6:44: Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.

Juan 6:54: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.

12. Si es verdad que el alma humana es inmortal, ¿por qué “es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Co. 15: 53)? Si la inmortalidad del alma fuese verdad, ¿por qué el apóstol Pablo reitera una y otra vez, y hace tanto hincapié en que “si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron (1 Co. 15:16-18)? Es decir, si no hubiera resurrección de muertos, todos los que “durmieron” –murieron o perecieron–, significa que nunca más volverían a vivir; entonces ¿dónde está la inmortalidad del alma?

13. Comprobemos que el día que el Apóstol esperaba, ya sea recibir “la corona incorruptible” (1 Co. 9:25), o “la corona de justicia” (2 Tim. 4:7-8) –lo que significa, en definitiva, la vida eterna–, es “el día postrero”, el de la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, cuando Pablo y el resto de santos serán resucitados y revestidos de inmortalidad, en cuerpos gloriosos (1 Co. 15:51-54).

2 Timoteo 4:7-8: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. (8) Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.

14. Varios pasajes del libro de Apocalipsis nos aclaran que Dios juzgará a “los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Ap. 20:12 úp), previa resurrección de los mismos en el juicio final (Ap. 20:5-6; cf. 20:11-13), “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Ap. 20:14), “que es la muerte segunda” (Ap. 21:8 úp; cf. Ap. 20:14; 2:11).

15. Notemos que los muertos, para que se sometan al juicio de Dios han de “volver a vivir” (Ap. 20:5), es decir, serán resucitados para la “resurrección de condenación” o “resurrección de juicio” (Jn. 5:29); esto ya es, en sí mismo, una prueba de que los espíritus de estos muertos no estaban viviendo en ninguna parte; es más, Jesucristo mismo nos dijo: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; (29) y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación –o resurrección de juicio” (Biblia de Jerusalén, 2001)– (Juan 5:28-29).

Observemos que Jesucristo dice con claridad que todos los muertos están en los sepulcros, por tanto, ni están en el Cielo ni en el Infierno, están simplemente “muertos”, en espera de la resurrección futura.

16. El infierno es, pues, la “segunda muerte” (Ap. 2:11; 20:14; 21:8); esta muerte –a diferencia de la primera muerte, por la que pasamos todos– es definitiva, porque tiene consecuencias eternas; en palabras de San Pablo, es “pena de eterna perdición”; Jesucristo expresa lo mismo con su frase “castigo eterno” (Mt. 25:46). Esto no significa que los malvados resucitados –“los que no se hallaron inscritos en el libro de la vida” (Ap. 20:15 p.p.), y que serán “lanzados al lago de fuego” (Ap. 20:15 úp.), vayan a poder resistir el poder destructor del fuego durante una eternidad; primero, porque serán resucitados con cuerpos corruptibles, y, segundo, “serán estopa; [porque] aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama” (Mal. 4:1 úp.). “Y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Ap. 20:9).

17. Sería absurdo, y muy cruel imaginar, que el Dios de amor resucitase a los impíos con cuerpos inmortales, a fin de que pudieran arder por la eternidad. Además, si ello sucediese, ¿podrían los salvos glorificados en el Cielo o en la Nueva Tierra ser felices, sabiendo que podrían existir algunos familiares o simplemente amigos que estuviesen sufriendo el infierno de fuego por una eternidad?

Por otro lado, sería impensable concebir que existiera un infierno, vestigios y consecuencias del mal y del pecado, que aún no hubiera sido erradicado del universo restaurado, puesto que en la Nueva Tierra se ubicaría “el trono de Dios y del Cordero” (Ap. 22:1).

18. Por las palabras que Jesús declaró, –en la parábola del “siervo infiel”: “Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco…” (Lucas 12:47,48)– se puede inferir que la pena con la que Dios castigará a los impíos será proporcional a la gravedad de los pecados que cometieron, del daño que provocaron, siendo responsables, y en relación con su grado de malicia y conocimiento del pecado que tuvieron.

19. La Palabra de Dios nos advierte muy seriamente lo siguiente: “[…] Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, (10) él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero; (11) y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre.” (Apocalipsis 14:9-11).

“El humo de su tormento sube por los siglos de los siglos” (Ap. 14:6). Esta frase –que claramente es una figura simbólica del lenguaje– es equivalente o semejante a la registrada en Apocalipsis 20:10 úp´ – “y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.” (Ap. 20:9-10), aunque en este último pasaje se refiere al “diablo que los engañaba [que] fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta”; pretende transmitir la misma idea de perpetuidad –“para/por los siglos de los siglos”– de las consecuencias del castigo de Dios. Lógicamente, el diablo y sus ángeles caídos, la bestia y el falso profeta serán atormentados proporcionalmente a la responsabilidad que tuvieron en su rebeldía contra Dios, y al mal que ocasionaron; pero cualquiera que sea la duración de su tormento, puesto que viene de Dios, será el justo y proporcional castigo que les corresponde, pero en ningún caso su tormento será de eterna duración, sino que llegará un momento que serán consumidos; y con ellos se habrán erradicado definitivamente todo vestigio del mal y de pecado en el universo (Ap. 21 y 22).

“Asimismo como sucedió en los días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; (29) mas el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos. (30) Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste.” (Lucas 17:28-30).

Esto mismo es lo que sucederá con los impíos en el lago de fuego, que no es otra cosa que fuego del Cielo, que procede de Dios.

El infierno eterno es el lago de fuego, y este es la muerte segunda; la eternidad del infierno es lo mismo que la eternidad de la muerte segunda. Esta muerte es eterna porque ya nunca más, nadie que la haya recibido, volverá a vivir. El castigo del fuego eterno del infierno es como el que sufrieron “Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas” (Judas 1:5-7).

Judas 1:5-7 Mas quiero recordaros, ya que una vez lo habéis sabido, que el Señor, habiendo salvado al pueblo sacándolo de Egipto, después destruyó a los que no creyeron. (6) Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día; (7) como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno.

Tanto dichas ciudades de la antigüedad como sus moradores fueron consumidos, no quedando más que ceniza. Así mismo le ocurrirá a todos los impíos de todas las épocas: “Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama” (Malaquías 4:1). Probable y naturalmente, cada individuo arderá más o menos tiempo, en función de su grado de maldad, pero todos ellos acabarán convirtiéndose en cenizas, destruidos completamente, para toda la eternidad.

Si el lector quiere ampliar y profundizar más sobre este tema, recomiendo leer algunos de mis artículos publicados en https//amistadencristo.com, cuyos enlaces cito en el siguiente apartado de la bibliografía (25).

Quedo a disposición del lector para lo que pueda servirle.

Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortshttp://www.amistadencristo.com/images/a.gifgmail.com

Afectuosamente en Cristo

Carlos Aracil Orts

www.amistadencristo.com


Referencias bibliográficas

*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

Abreviaturas frecuentemente empleadas:

AT = Antiguo Testamento

NT = Nuevo Testamento

AP = Antiguo Pacto

NP = Nuevo Pacto

Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)

pp, pc, úp referidas a un versículo bíblico representan «parte primera, central o última del mismo».

Abreviaturas empleadas para diversas traducciones de la Biblia:

DHH L 1996: Biblia Dios Habla Hoy de 1996

NBJ: Nueva Biblia de Jerusalén, 1998.

BTX: Biblia Textual

Jünemann: Sagrada Biblia-Versión de la LXX al español por Guillermo Jüneman

N-C: Sagrada Biblia- Nacar Colunga-1994

JER 2001: *Biblia de Jerusalén, 3ª Edición 2001

BLA95, BL95: Biblia Latinoamericana, 1995

LBLA: La Biblia de las Américas

BNP: La Biblia de Nuestro Pueblo

NVI 1999: Nueva Versión Internacional 1999

Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)

Bibliografía citada

(1) Infierno – Wikipedia, la enciclopedia libre

(2) INFIERNO (dechile.net)

(3) Aracil, Orts, Carlos, https://amistadencristo.com. ¿Cuál es la naturaleza del ser humano?, (Algunos párrafos han sido extraídos de las pp. 162 a164 y adaptados).

(4) Ibíd., pp. 76-77

(5) Ibíd., pp. 166

(6) Aracil Orts, Carlos. https://amistadencristo.com: ¿Fue el espíritu de Jesús al Paraíso el día que murió en la cruz?, ¿Fue Jesús al paraíso el mismo día que murió en la cruz o fue al Hades?, ¿Jesús mintió al buen ladrón en la cruz?, Cuando Jesucristo murió, ¿fue su espíritu al Hades a predicar a los espíritus encarcelados de los días de Noé?

(7) Aracil, Orts, Carlos, https://amistadencristo.com. ¿Es eterno el fuego del infierno?, p.13

(8) La Biblia de las Américas (LBLA), nota o comentario al vocablo “infierno” de Mateo 5:22.

(9) Aracil, Orts, Carlos, https://amistadencristo.com. ¿Cuál es la naturaleza del ser humano?, (Algunos párrafos han sido extraídos de las pp. 176 a178 y adaptados).

(10) Nelson, Wilton M. Diccionario Ilustrado de la Biblia, p.61

(11) Aracil, Orts, Carlos, https://amistadencristo.com. ¿Cuál es la naturaleza del ser humano?, (Algunos párrafos han sido extraídos de la p.37 y adaptados).

(12) Aracil, Orts, Carlos, https://amistadencristo.com. ¿Cuál es la naturaleza del ser humano?, (Algunos párrafos han sido extraídos de las pp. 143 a146 y adaptados).

(13) Ibíd., pp. 151

(14) Ibíd., pp. 152-153

(15) Douglas, J.D. y Tenney, Merrill C. Diccionario bíblico, Editorial Mundo Hispano, 2003, (significado de “alma”).

(16) Ibíd.

(17) Dussel, Enrique, El dualismo en la Antropología de la cristiandad, Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1974, p. 49.

http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/otros/20120130111139/ANTROPOLOGIA.pdf

(18) Ibíd. P. 51

(19) Aguirre Rodríguez, Juan, La muerte, ¿tabú del siglo XXI?, p.37, Ediciones Paulinas, La Florida (Stgo.), Chile, 8/1988,

(19) Aracil, Orts, Carlos, https://amistadencristo.com. ¿Cuál es la naturaleza del ser humano?, (Algunos párrafos han sido extraídos de las pp. 103 a106 y adaptados).

(20) Ibíd., pp. 104-111

(21) Orozco Henao, William A. ¿Tiene sentido la vida?, Logos Ediciones, 2018, p.180

(22) Aracil, Orts, Carlos, https://amistadencristo.com. ¿Cuál es la naturaleza del ser humano?, (Algunos párrafos han sido extraídos de las pp. 173 a175 y adaptados).

(23) La Biblia de las Américas (LBLA), nota o comentario al vocablo “infierno” de Mateo 5:22.

(24) Douglas, J.D. y Tenney, Merrill C. Diccionario bíblico, Editorial Mundo Hispano, 2003, (significado de “alma”).

(25) Aracil, Orts, Carlos, https://amistadencristo.com. Artículos relacionados con el tema en cuestión:

¿Cuál es la naturaleza del ser humano?

Estudio 1. Sobre el estado de los muertos

1. Objeciones sobre el estado inconsciente de los muertos

2. Objeciones sobre el estado inconsciente de los muertos: El Rico y Lázaro.

3. Objeciones sobre el estado inconsciente de los muertos: el rey Saúl y la pitonisa de Endor

Cuando Jesucristo murió, ¿fue su espíritu al Hades a predicar a los espíritus encarcelados de los días de Noé?

¿Fue Jesús al paraíso el mismo día que murió en la cruz o fue al Hades?

¿Existe vida humana consciente fuera del cuerpo después de la muerte

¿Qué es el Infierno, el Seol o Hades y la segunda Muerte?

¿Los que mueren pasan a mejor vida?

¿Fue el espíritu de Jesús al Paraíso el día que murió en la cruz?

¿Quiénes son los “espíritus encarcelados”?

¿Es una parábola el relato de Jesús sobre el Rico y Lázaro?

¿Jesús mintió al buen ladrón en la cruz?

¿Es el alma humana inmortal?

Las tres dimensiones del ser humano: espíritu, alma y cuerpo

La verdad sobre las apariciones marianas y de espíritus de difuntos

¿Apoya la Biblia que hay vida consciente después de la muerte?

¿Viven los espíritus de los muertos en el Seol?

¿Existe un lugar en el fondo de la tierra de tormentos?

¿Están siendo torturados los malvados en el Hades?

¿Están los fieles muertos viviendo en el cielo?

¿Bajó Jesús al Hades cuando murió?

¿Dónde está el infierno?

¿Por qué se abrieron los sepulcros cuando Jesús murió?

¿Reinarán Cristo y sus santos un Milenio en la Tierra restaurada?

¿Es compatible Dios de Amor con infierno eterno?

Sin Resurrección no hay Vida Eterna

 ¿Es eterno el fuego del infierno?

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Alicante, agosto de 2023

Carlos Aracil Orts

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