¿Es compatible Dios de Amor con infierno eterno?
¿Sería Dios justo si condenara a los malvados al fuego eterno?
Versión: 02-09-2021
Carlos Aracil Orts
1. Introducción*
Aunque hace solo unos quince días publiqué el artículo ¿Es eterno el fuego del infierno?, ha sido inevitable volver a tratar este controvertido tema sobre cuál es el destino que Dios ha reservado para los malvados. A este respecto, según se interprete la Biblia, caben dos posibilidades casi opuestas:
- La interpretación literal, que se basa en unos pocos textos aislados, nos lleva a la creencia de que realmente Dios ha decretado atormentar a los perdidos mediante el fuego eterno del infierno.
- La interpretación menos literal, que tiene en cuenta el sentido global de la Sagrada Escritura, prueba que el fuego no será eterno sino que durará hasta que el mismo extermine a los impíos, de manera que “no les dejará ni raíz ni rama”, como dice el profeta Malaquías (4:1).
“Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama” (Malaquías 4:1).
Es cierto que la palabra infierno se asocia con fuego, sufrimiento y tormento. Sin embargo, ese no es el sentido que tenía la palabra latina infernus, de inferus, que tiene el sentido de “inferior”, “por debajo”, etc. (1). Por otra parte, como vimos en el anterior artículo citado, la palabra original griega existente en el Nuevo Testamento es geenna o gehena, que se ha traducido por infierno, en varias versiones de la Biblia. No obstante, otras versiones como, por ejemplo, la Latinoamericana de 1995 (BL95/BLA95), o bien las distintas revisiones de la Biblia de Jerusalén (BJ76, NBJ98, JER 2001), han preferido mantenerse fieles al término original griego transliterado. Comprobémoslo:
Marcos 9:43 (BL95): Si tu mano te está haciendo caer, córtatela; pues es mejor para ti entrar con una sola mano en la vida, que ir con las dos a la gehenna, al fuego que no se apaga.
Marcos 9:43 (NBJ): Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga.
El comentario de la Biblia Dios Habla Hoy de 1996, al texto citado arriba, dice que geenna/gehena/gehena “deriva del nombre hebreo Ge-hinom, que se daba al quemadero de basura en el valle de Hinom, cerca de Jerusalén (2 R 23:10). En el primer siglo a.C., este nombre llegó a aplicarse al lugar de castigo reservado para los malos” (2).
De aquí que el vocablo “infierno” se relacione con fuego, pero que no tenía como finalidad atormentar a ningún ser humano, sino simplemente eliminar los residuos o desechos, productos de nuestra civilización; y, como es natural, cuando esa basura era reducida a cenizas, dicho fuego se extinguía. Esto coincide con la segunda interpretación bíblica del infierno, que hice al principio de este estudio bíblico.
A este respecto, el libro de Apocalipsis registra un interesante pasaje que parece confirmar esta última interpretación: “de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Ap. 20:9). Es decir, la función del fuego del Juicio final de Dios a los malvados (Ap. 20:11-15), no será atormentar, sino básicamente aniquilar/ destruir/ exterminar definitivamente no solo a éstos, sino también a todo tipo de mal, para que en el Cielo nuevo y la Tierra nueva (2 P. 3:13; Ap. 21:1) no quede ni el menor rastro de pecado. Leamos, también el contexto de dicho versículo 20:9:
Apocalipsis 20:7-10: Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, (8) y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar. (9) Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió. (10) Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.
El verbo consumir –traducido en Apocalipsis 20:9– se emplea no solo en esta versión de la Biblia, que es la Reina-Valera de 1960, sino también en varias más que he podido consultar. Dicho término describe adecuadamente el destino final de los malvados, porque es suficientemente expresivo como para deducir que los perdidos serán destruidos, de manera que no quede “ni raíz ni rama”; y ni siquiera habrá más memoria de los mismos. Igualmente preciso, esclarecedor y contundente es el vocablo devorar, usado en otras muchas versiones de la Biblia, p. ej.: “bajó fuego del cielo y los devoró” (Jer. 2001); “descendió fuego del cielo y los devoró” (LBLA); o bien “cayó fuego del cielo y los quemó por completo” (DHH L 1996).
Un apreciado lector de mi web me ha escrito un correo para decirme que, a pesar de haber leído mi anterior artículo sobre el infierno, le siguen surgiendo las mismas dudas cuando lee pasajes del Nuevo Testamento –como, p. ej.: Mateo 8:12, Mateo 25:41-46, 2 Tesalonicenses 1:8-10, Apocalipsis 21:7-9–, que, entendidos literal y aisladamente, parecen sustentar la doctrina del fuego eterno del infierno. Dichos textos son los que comento a continuación.
Mateo 8:10-12 Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. (11) Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; (12) mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.
Jesucristo, en el versículo 8:12, afirma que “los hijos del reino” –refiriéndose a quienes, formando parte de Israel, rechazaron al Mesías, y también a aquellos cristianos que no viven en coherencia con su fe– “serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes”. Aquí Jesús describió de forma expresiva y cruda el estado de ánimo angustioso por el que pasarán los impíos que hayan rechazado la luz de la Verdad y el Reino que Él ha ofrecido. Sin embargo, aunque negar a Cristo y a Su Palabra tiene consecuencias eternas, del citado texto no podemos deducir que ese estado de tortura o tormento mental dure por la eternidad, sino que terminará cuando la pena del pecado (Ro. 6:23), que es la muerte segunda (Ap. 2:11; 20:14,15; 21:8) les sea ejecutada en el día del Juicio final.
Veamos ahora, otros textos que también son causa de dudas para mi amigo:
Mateo 25:41-46: Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. (42) Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; (43) fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. (44) Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? (45) Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. (46) E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.
Observemos que Mt. 25:41, se refiere al “fuego eterno”, que equivale al “castigo eterno” de Mt. 25:46. De este paralelismo entre los dos textos citados, es lógico y razonable deducir que ambas expresiones son equivalentes. Por tanto, basta con interpretar el último versículo, para obtener el sentido del primero: el castigo es eterno en sus consecuencias porque los malvados se perderán para siempre.
Los siguientes textos, que transcribo a continuación, también suelen aducirse como prueba de la eternidad del infierno:
2 Tesalonicenses 1:6-10: Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, (7) y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, (8) en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; (9) los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, (10) cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron (por cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre vosotros).
Sin embargo, los citados pasajes, en especial el versículo 1:9 –todos los impíos “sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Ts. 1:9)– no prueban en absoluto la existencia de una eternidad de tormento con fuego para los perdidos; y pueden igualmente aportarse para demostrar lo opuesto. Incluso si, en este caso, deducimos su significado literalmente: “[los impíos] sufrirán la pena de eterna perdición” y, por eso, son “excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”, simplemente, porque ellos serán ejecutados por el fuego de Dios (Ap. 20:9) o “en el lago que arde con fuego y azufre, que es [lo que les provoca] la muerte segunda” (Ap. 21:8 úp; cf. Ap. 20:11-15), que les extermina por completo; porque morir –en la segunda muerte– es dejar de existir por la eternidad, como si nunca hubieran existido. Los últimos textos del capítulo 20 de Apocalipsis, que trascribo a continuación, nos describen el juicio final de Dios a los perdidos, que se efectuará mil años después del día de la venida gloriosa de nuestro Señor Jesús:
Apocalipsis 20:11-15: Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. (12) Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. (13) Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. (14) Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. (15) Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.
No obstante lo bíblica y lógica que es nuestra interpretación, los objetores siguen defendiendo que la muerte segunda no destruye para siempre a los malvados resucitados sino que, por el contrario, puesto que serán resucitados inmortales –según suponen ellos–, sufrirán el tormento del fuego eterno; y “allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mt. 8:12).
A dicha interpretación se nos objeta, en primer lugar, que la Biblia habla literalmente de “fuego eterno”; y, además, en segundo lugar, Dios no sería justo si no condenase a los malvados a sufrir tormento por la eternidad.
En el cuerpo de este estudio bíblico, que presento a continuación, trataré de responder a estas y otras objeciones, que nos plantean los defensores de un infierno de tormento eterno mediante fuego, analizando si son compatibles con un Dios de Amor; y para ello expondré, a continuación, los fundamentos bíblicos para entender la doctrina del infierno.
2. Fundamentos bíblicos para entender la doctrina del infierno
Para interpretar correctamente este tema del infierno, es necesario que previamente fijemos unos pilares, bases o fundamentos bíblicos, que son los siguientes:
- Todas las criaturas son finitas y mortales; porque solo Dios es inmortal e infinito (1 Ti. 1:17; 6:14-16: “…El único que tiene inmortalidad…”).
- La vida eterna no es algo inherente a la naturaleza humana sino un don de Dios que se alcanza mediante la fe en Cristo. La condición para obtenerla es creer en Su Palabra, y como consecuencia coherente con esa fe, obedecer sus mandamientos: si Adán y Eva hubieran obedecido a Dios antes que al diablo no habrían muerto sino que vivirían eternamente. Dios dijo: “el día que de él [el árbol de la ciencia del bien y del mal] comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:17).
- Sin embargo, Satanás, contradijo a Dios: “No moriréis” (Gn. 3:4); lamentablemente la mayoría de la humanidad ha creído más al diablo que a Dios, pues cree precisamente en la inmortalidad del alma. Si el alma sobrevive a la muerte como una entidad consciente, entonces, Satanás dijo la verdad, y Dios sería mentiroso. Pero es justo lo contrario, pues así lo denunció nuestro Señor Jesucristo: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.” (Juan 8:44).
- Dios “formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gn. 2:7) o “alma viviente” (1 Co. 15:45). Notemos que Él no formó el cuerpo del hombre, la materia, y luego le insufló un alma/espíritu; sino que “formó al hombre” entero, y “sopló en su nariz aliento de vida”; este “soplo” es lo que dio vida a la materia organizada que componía todas las células de todos los órganos del cuerpo; es decir, Dios, con ese soplo, proporcionó a cada célula que compone al hombre, el fundamento de la vida –lo que aún ignora la ciencia–, que es la información en su ADN y genes para que el resultado final fuese un ser humano y no cualquier otra criatura terrestre. Este soplo es el poder dador de vida de Dios, el mismo que origina la vida en todas Sus criaturas; pero no es el alma/espíritu de la tradición cristiana, concepto no bíblico, sino de Platón y de la filosofía griega.
- Por tanto, el hombre no tiene un alma, sino que es “un alma viviente” o “un ser viviente” (Gn. 2:7; cf. 1 Co. 15:45); es decir, es un ser unitario (no compuesto de partes separables) que se desarrolla y manifiesta en tres dimensiones, o planos distintos: espiritual, psíquico y corporal (véase 1 Ts. 5:23: Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”). Cada dimensión es un aspecto en que se puede expresar o manifestar el ser humano entero. Luego en este texto, la palabra “alma” designa la persona entera en su dimensión emocional e intelectual de la persona. Pero no es una parte que pueda separarse y sobrevivir por sí sola en la muerte del hombre. Por tanto, no es bíblico decir que el ser humano es un compuesto de dos partes separables, el cuerpo y el espíritu/alma que se separa de aquel y sobrevive a la muerte para ir al infierno o al Cielo. Es decir, no existe el alma humana, como una identidad independiente del cuerpo, por lo que no puede ser inmortal, ni, por consiguiente, puede existir tormento eterno para los malvados. El alma es la vida y cuando uno muere pierde la vida, y no se recupera hasta la resurrección del día final.
- Según la Biblia, Dios le dijo a Adán: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.”. Observemos que lo que vuelve a la tierra no es solo el cadáver, sino el individuo entero muerto, porque no hay ninguna parte de él que sobreviva a la muerte; el alma viviente, al perder su condición de viviente, va a la tierra de donde fue formada; lo que armoniza perfectamente con lo que registra el libro del profeta Daniel: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.” (Dn. 12:2); y esto concuerda con lo que dijo Jesús en el Evangelio de San Juan (5:28-29).
- Lo que antecede concuerda/coincide con lo que dijo Jesús: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; (29) y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.” (Jn. 5:28,29). Es decir, los muertos están en los sepulcros, y desde ahí oirán su voz; como la oyó Lázaro cuando fue resucitado por Jesús (Jn. 11:11,14,17,39,43-44: “Él clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió [del sepulcro]”). No dice que el espíritu está en el Hades o en el Cielo, sino que los muertos están donde yacen sus cuerpos. Eso no quiere decir que la identidad de cada uno de los que mueren, –o sea, su carácter y personalidad que se haya forjado mientras vivía– se pierda o quede en el olvido para Dios, pues Él traerá a juicio toda obra (Ap. 20:12-15), y restituirá a todos, en la resurrección, la personalidad que tenían (Mateo 12:36; 16:27; Romanos 2:6; 1ª Corintios 3:13; 1ª Pedro 1:17). Así lo afirma el apóstol Pablo: “…estoy seguro que [Dios] es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2ª Timoteo 1:12 úp.).
- El soplo de aliento de vida (Gn. 2:7) es lo mismo que “el espíritu de vida” que tiene “toda carne” (Gn. 6:17); no solo la del hombre sino también la carne de todo animal: “toda carne en que había espíritu de vida” (Gn. 7:13) se refería a todos los animales que trajo Noé al arca, por mandato de Dios. Y “Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices, todo lo que había en la tierra, murió” (Gn. 7:22).
- Por lo tanto, “aliento de vida” (Gn. 2:7), “espíritu de vida” (Gn. 6:17), aliento de espíritu de vida en sus narices” (Gn. 7:22), todo ello es equivalente, y es lo único que puede dar la vida a “toda carne”, no solo al hombre sino también a toda clase de animal; pues “toda carne en que había espíritu de vida” (Gn. 7:15) se refiere, en este caso en particular, a todos los animales que trajo Noé al arca, por mandato de Dios. Lo que es común tanto a los seres humanos como a los animales es, pues, el aliento de espíritu de vida, que solo “el Autor de la vida” (Hch. 3:15) puede otorgar, porque solo Él puede crear vida. Por tanto, Dios no infunde un alma/espíritu de la tradición cristiana ni de la filosofía griega sino que da la vida a sus criaturas por medio del aliento de espíritu de vida. Y claramente se deduce que este hálito o soplo de vida no tiene nada que ver con el concepto filosófico de alma/espíritu citado arriba.
- ¿Cómo se entiende el versículo de Eclesiastés 12:7 –“y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio”? Simplemente, el espíritu que sale de cualquier persona al fallecer no es otra cosa que el “aliento de espíritu de vida”; p. ej. “Jesús, dando una gran voz, expiró” (Mr. 15:37; cf. Lc. 23:46); o “entregó el espíritu” (Mt. 27:50; Jn. 19:30). Esto es lo que Dios insufló en Adán, y es lo que pone en marcha toda “la maquinaria” humana, pero este espíritu o aliento de vida no es una entidad, que tenga vida consciente que funcione con independencia del cuerpo humano. Como vimos arriba, es el instrumento, o poder de Dios que proporciona la vida; pero no es el alma, ni la vida en sí misma. Al respecto, Jesús dijo: “El espíritu es el que da vida” (Juan 6:63; cf. Stgo. 2:26; Ap. 11:11). Todos estos textos demuestran que el espíritu de vida no es el espíritu personal de cada ser humano sino la fuerza o poder con la que Dios da la vida tanto a personas como animales. Por eso, al ser común a todos ellos, podemos asegurar que no es el alma/espíritu de la tradición cristiana o filosofía griega. Ya hemos visto que la vida consciente sólo proviene del ser animado, es decir, cuando se convierte en un alma viviente (del hebreo, néfesh, y del griego psujé o psijé).
- “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (véase Jn. 6:39,40,44, etc.). Jesucristo, sin lugar a dudas, vincula la vida eterna con la resurrección en el día postrero. Luego hasta la resurrección no hay vida y por tanto posibilidad de gozar del “Paraíso”.
3. ¿Sería Dios justo si condenara a los malvados al fuego eterno?
Sabemos que la justicia Divina es perfecta e infalible, como corresponde a un Dios omnisapiente, omnisciente, infinito en todo: amor, bondad, misericordia, etc.; en cambio, la justicia humana es imperfecta y sujeta a error, porque el ser humano es imperfecto, egoísta y pecador. Comprobemos como describen a los seres humanos las siguientes palabras de Jesucristo:
Mateo 7:9-11: ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? (10) ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? (11) Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?
La justicia humana establece penas o sanciones proporcionales a la distinta gravedad o levedad de los delitos y en función de las leyes transgredidas y lo que las mismas dictaminen. Desde este punto de vista, podríamos juzgar que Dios actuaría justamente cuando retribuye a cada persona según sus obras, es decir, castigándola cuando comete cualquier tipo de transgresión a su ley moral, pero en función y proporcionalmente a la gravedad de delito.
Las personas podemos esquivar la justicia humana, buscar sus vericuetos para zafarnos de que se nos sancione, o simplemente, evitando que los guardianes de la ley descubran si hemos cometido algún delito. Sin embargo, aunque los seres humanos logremos escaparnos a veces de la justicia humana, a Dios no le podemos engañar, porque Él “juzga con justicia, y “escudriña la mente y el corazón” (Jer. 11:20; cf. Ap. 2:23). Y Jesús nos ha dicho “El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (Jn.12:48). Y el apóstol Santiago nos especifica aún más:
Santiago 2:8-13: Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; (9) pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. (10) Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. (11) Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. (12) Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad. (13) Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio.
Nadie puede evitar el Juicio de Dios; no podremos alegar en ese día que no conocíamos Su ley: “Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados; (13) porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados. (14) Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, (15) mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, (16) en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Ro. 2:12-16).
La Palabra de Dios nos dice: “todos están bajo pecado” (Ro.3:9), “No hay justo, ni aun uno” (Ro.3:10); “No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro.3:12); “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro.3:23). Sin embargo, Él requiere a todos que cumplamos Su Ley: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc. 10:27). Pero nadie puede cumplir Su ley, porque “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Co. 2:14). Esto es debido a que la condición del hombre, desde que nace hasta que se convierte a Dios, es de esclavitud al pecado: “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado” (Ro. 7:14).
Reflexionemos en lo que El apóstol Pablo nos revela: “la ley del pecado que está en mis miembros” (Ro. 7:23) es la que nos impide cumplir la perfecta Ley de Dios, “la ley de la libertad” por la que hemos de ser juzgados (Stgo. 2:12). Leamos un poco de contexto de Romanos 7:
Romanos 7:21-25: Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. (22) Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; (23) pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. (24) ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (25) Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.
Si Dios exige el cumplimiento perfecto de Su Ley de amor y libertad, y nadie puede cumplirla ¿quién puede salvarse?
Solo pueden salvarse los que reconociendo su condición pecadora, se arrepientan y obren por la fe en Cristo, “sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gá. 2:16); “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” ( Ro. 1:17).
Como nadie puede alcanzar la justicia de Dios, Él mismo tuvo que cumplirla en Cristo Jesús; de ahí que Él es nuestra justicia si nos la apropiamos: “Al que no conoció pecado [Cristo], por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él [Cristo]” (2 Co. 5:21). “Quien llevó él [Cristo] mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24). “Mas por él [Dios] estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Co. 1:30).
Romanos 8:1-4 Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. (2) Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. (3) Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; (4) para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
Efesios 2:8-10: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se gloríe. (10) Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
Somos salvos por la gracia de Dios, por la fe en Cristo Jesús, porque por nuestras obras nunca alcanzaríamos la justicia que Él requiere.
“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, (25) a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, (26) con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Ro. 3:24-26).
Hechos 17:30-31: Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; (31) por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.
Algunos se justifican a sí mismos cuando alegan: “Yo no hago mal a nadie: no mato ni robo”. Y, seguramente es cierto, porque son pocos, relativamente, los que llegan a ese extremo, pero son muchos los que llevan una vida de egoísmo, envidia, avaricia, etc., en resumen, de falta de amor al prójimo. Así eran muchos “cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Ef. 2:1). Es importante, leer el contexto hasta el versículo 7, porque aquí se describe la obra que Dios hace con todo pecador arrepentido:
Efesios 2:1-7 Y él [Dios] os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, (2) en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, (3) entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. (4) Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
Ciertamente, a lo largo de la vida se cometen muchos pecados, de todo tipo, que la Palabra de Dios condena y describe de forma específica con detalle, como, por ejemplo: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, (10) ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. (11) Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.” (1 Co. 9:9-11; Gá. 5:19-21).
Gálatas 5:19-21: Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, (20) idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, (21) envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
Jesucristo va más allá: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. (21) Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. (22) Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. Muchas veces olvidamos que no solo seremos juzgados por nuestras obras sino también por las palabras que pronunciemos (véase Mt. 12:36-37).
Mateo 12:36-37 Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. (37) Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.
Si no queremos ser llevados ante Dios, en el juicio del Gran Trono blanco, para ser “juzgados cada uno según sus obras” (véase Ap. 20:11-15), debemos acogernos a la Cruz de Cristo y cargar sobre Él nuestros pecados para que puedan ser perdonados; porque “Él nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Ap. 1:5).
Con estas premisas de lo que es la justicia humana y la justicia Divina, vamos a tratar de evaluar si Dios sería justo condenando, por igual, a todos los perdidos a sufrir un tormento de fuego por la eternidad.
Desde la perspectiva de la justicia humana, que, siendo imperfecta, no establece la misma pena para un robo que para un asesinato u homicidio, ¿sería justo que Dios condenara con la misma pena a todos los perdidos a sufrir un tormento de fuego por la eternidad?
¿Cómo podría ser justo, que unas personas sufrieran la misma pena, por haber hecho mal toda su vida y cometido horribles crímenes, que otras que, aunque malvadas, no mataron a nadie, sino que simplemente fueron egoístas, y no tuvieron amor a nadie?
Sinceramente, esta es la forma humana vengativa de pensar, que pretende que Dios se rija por nuestros criterios humanos de justicia. Pero, también sería lógico y posible que Dios considerase justo y suficiente el hacer desaparecer a los malvados, y a todo tipo de mal, con su exterminación total y definitiva, de manera que no quedara nunca más recuerdo de ellos, salvo, las marcas y heridas que Jesús recibió con su muerte en la cruz, a fin de redimirnos de nuestros pecados.
Aunque algunos seres humanos serían capaces de atormentar a sus enemigos y hacerles todo el daño que pudieran imaginar, ¿cómo podemos concebir que un Dios de amor (1 Jn. 4:8,16) vaya a resucitar a los perdidos, otorgándoles, además, una vida inmortal, que permita que ellos sean eternamente atormentados?
Realmente, la Palabra de Dios solo sustenta dos opciones:
1) Salvación para vida eterna en el Paraíso (Ap. 21 y 22); Vida eterna al que cree o pérdida de la vida eterna al que no cree (Jn. 3:15,16; 1 Jn. 5:12), lo que equivale a muerte eterna:
Juan 3:14-16 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, (15) para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (16) Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
1 Juan 5:12: El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.
2) Perdición eterna o muerte eterna, mediante el fuego de Dios (Ap. 20:9, 15; 21:8); pero este fuego no es eterno sino que su función no es atormentar, sino exterminar o destruir, para “no dejar ni raíz ni rama” (Mal. 4:1) de todo atisbo de mal.
La palabra muerte, bíblicamente tiene dos acepciones:
-
- La muerte como separación de Dios es una muerte espiritual, y es el estado con el que todos los humanos nacemos (Ef. 2:1,5,6).
- La muerte como dejar de ser o existir, es decir, carecer de vida (Ec. 3:19; 9:5-6: 12:7; Sal. 6:5; 30:9: 37:22; 92:7; 104:29; 146:4; Ro. 6:23; etc.);
Esta última es la muerte física/biológica, “la paga del pecado” (Ro,. 6:23) y es equivalente a la muerte segunda; con la diferencia que de la muerte primera, los creyentes serán resucitados en la venida de Cristo en gloria, para recibir “la dádiva de Dios que es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 6:23; cf. Dn. 12:2; Jn. 6:39-40,47-48,50-51,54; 5:28-29). Sin embargo, los malvados, también resucitarán, en una segunda resurrección, mil años después de la venida de Cristo, pero para recibir el juicio de Dios y la muerte segunda, que significa dejar de ser para siempre (Ap. 20:4-6,11-15).
Apocalipsis 20:4-6 (BLA95): También vi unos tronos, y sentados en ellos los que tienen poder para juzgar. Vi también las almas de aquellos a quienes les cortaron la cabeza por causa de las enseñanzas de Jesús y de la Palabra de Dios. Vi a todos los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y no habían recibido su marca en la frente o en la mano. Volvieron a la vida y reinaron mil años con el Mesías. (5) Esta es la primera resurrección. El resto de los muertos no volvieron a la vida hasta que se cumplieron los mil años. (6) ¡Feliz y santo es el que participa en la primera resurrección! La segunda muerte ya no tiene poder sobre ellos: serán sacerdotes de Dios y de su Mesías y reinarán con él mil años.
Apocalipsis 20:15: Y todo el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego.
Apocalipsis 21:8: Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.
Por favor, reflexionemos lo siguiente: ¿corresponde a un Dios de amor –“En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. (10) En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Jn. 4:9-10)–, además de castigar a los malvados, proporcionalmente al mal que hayan cometido, atormentarlos por una eternidad?
¿Sería justo un Dios que actuara así? Si Dios actuara de este modo ¿no estaría perpetuando el mal por la eternidad? ¿No sería preferible exterminar todo tipo de maldad para siempre?
¿Cómo nos sentiríamos los salvos viviendo en la Nueva Jerusalén, la Celestial, si supiéramos que algunos de nuestros amigos y/o familiares están siendo atormentados en un infierno de fuego por una eternidad?
¿Podríamos aun así vivir felizmente sin importarnos que paralelamente a nuestra existencia feliz existiesen millones de personas que también estuvieran viviendo por una eternidad pero sufriendo los horrores de un infierno de fuego?
4. Conclusión
Los defensores de la doctrina del infierno de tormento eterno de los malvados, nos presentan, además, otros pasajes bíblicos –como, por ejemplo, Mateo 10:28 o Apocalipsis: 6:9-11; 14:10-11 y 20:10– para sustentarla. A fin de no extenderme demasiado en este artículo, invito al lector, que esté interesado en profundizar más, a que lea los estudios bíblicos relacionados con este tema que indico en el apartado Bibliografía, al fin de este artículo. (3)
A continuación analizo brevemente los pasajes citados:
“Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28).
La creencia en un infierno de fuego eterno se deriva de la doctrina de la inmortalidad del alma, la cual no es bíblica, sino procedente de Platón y de la filosofía griega en general. En la Escritura existe abundancia de textos que demuestran la falsedad de dicha doctrina; por tanto, no puede existir un fuego que eternamente esté ardiendo sin destruir necesariamente lo que es mortal: “…Dios puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28).
Cito a continuación algunos párrafos ligeramente adaptados de mi artículo ¿Los que mueren pasan a mejor vida?, publicado en esta misma web, el 13 de marzo de 2012.
“El texto anterior (Mt. 10:28) merece una explicación, porque muchos han querido ver en él, la confirmación del dualismo cuerpo-alma de la cultura y tradición griega y pagana. Sin embargo, alma, como ya sabemos, es la totalidad del ser humano, es decir, la persona. En cambio, el cuerpo aquí representa la vida física y psíquica –la vida terrenal– que posee el ser humano, puesto que no existe cuerpo sin vida, porque si así fuera, ya no podríamos hablar de cuerpo sino de cadáver, que es materia inerte.
Por tanto, a los humanos nos pueden matar el cuerpo que es temporal y terrestre, es decir, destruir nuestra vida humana, pero eso no significa ser destruidos para siempre, porque no pueden destruir la persona que somos, que pertenece a Dios, porque “nuestra/vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3:3). De ahí que tengamos “esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos” (Hch. 24:15). Por consiguiente, todos los que mueren, ya sea por causas naturales, accidentes, etc., o asesinados, Dios les resucitará cuando corresponda, los justos en el día de la venida gloriosa de Cristo (1 Co. 15:50-55; 1 Ts. 4:13-18), y los injustos, después del Milenio (Ap. 20:4-6), para juicio y destrucción eterna o muerte segunda (Ap. 2:11; 20:14-15; 21:8).
1 Corintios 15:50-55: Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. (51) He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, (52) en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. (53) Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. (54) Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. (55) ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?
1 Tesalonicenses 4:13-18: Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. (14) Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. (15) Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. (16) Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. (17) Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.(A) (18) Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.
Creo que nadie negará que Dios es el único que tiene la prerrogativa de decidir destruirnos por la eternidad, si así lo considera justo; o como dijo Jesús: “E irán éstos [los injustos] al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mt. 25:46); es decir, una destrucción que tiene consecuencias eternas, perdición para los injustos, porque ellos “sufrirán pena de eterna perdición” (2 Ts. 1:9). Por eso, el texto en cuestión dice, que solo Dios es el que “puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28). La palabra original, que se ha traducido por “infierno”, en el griego, es “gehenna”, que es el lugar donde, en las afueras de Jerusalén, se quemaba la basura de forma permanente, y representa a la “segunda muerta” o destrucción de consecuencias eternas.” (4)
“Vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?” (Ap. 6:9-10).
¿Las almas de los muertos que el apóstol Juan vio bajo el altar del cielo clamando venganza a Dios son literales o simbólicas (Apocalipsis 6:9-11)?
En Apocalipsis 6:9-11, se registran los siguientes textos que nuestros opositores aducen como prueba de la inmortalidad del alma; o sea, aparente y superficialmente dicho pasaje parece evidenciar que, cuando muere el ser humano, su alma se desprende del cuerpo y va directamente al cielo o al infierno. Leámoslo primero, y, a continuación, notemos los siguientes aspectos que destaco:
Apocalipsis 6:9-11: Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. 10 Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? 11 Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos.
A) Las almas no están en el Paraíso, ni gozando de la gloria de Dios, sino pidiendo venganza porque han sido sacrificadas, han derramado su sangre, entregado su vida, por la Palabra de Dios, por eso aparecen en un lugar muy apropiado, debajo del altar. ¿Qué puede significar este altar? ¿Dónde está el altar? Y ¿en qué momento de la historia claman venganza? ¿Es en el juicio final o antes?
B) Fijémonos que el único consuelo que se da a esas almas es unas “vestiduras blancas”, y se les dice que sigan descansando un poco más. ¿Para qué necesitarán ellos unas vestiduras blancas si son espíritus desencarnados? Y ¿qué significa que “descansen un poco de tiempo hasta que se complete todo el número de los que habían de ser muertos como ellos”? ¿No será que tienen que esperar a que se produzca el Juicio final y la resurrección de los justos, y hasta entonces permanecen descansando en los sepulcros?
Como es sabido, “las vestiduras blancas” son símbolo de la justicia de Cristo, que los creyentes reciben cuando se la apropian por fe; igualmente el descanso de las almas no es más que el sueño totalmente inconsciente de la muerte. Las vestiduras blancas son el único y esencial consuelo que se da estas almas, porque aquellas representan la justicia de Cristo que han obtenido por su fe en Él, la única justicia que puede el ser humano ofrecer a Dios, y la que le faculta para la vida eterna. Entendemos, pues, que la justicia de Cristo es lo mismo que la justificación por la fe y el perdón de todos los pecados, o sea consiste en ser declarado justo y puro ante Dios, y salvo para vida eterna; porque nuestros pecados son cargados en Cristo, y nos apropiamos de su justicia porque Él murió por nosotros, los que le aceptamos como Salvador (1 Co. 15:3; Ro. 5:8; etc.).
El altar del cielo (Apocalipsis 6:9; 8:3-5; 9:13) es donde Cristo intercede con su sangre para la salvación de la humanidad (Hebreos 7:25; 9:11,12,24; 10:19,20), y se corresponde con el altar de los holocaustos que Dios mandó construir a Moisés, y donde se realizaban los sacrificios de animales, que prefiguraban el sacrificio redentor de Cristo, como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Véase Éxodo 27:1 ss.; 1 Reyes 8:64; 2 Reyes 16:14; Ex. 9:25; Apocalipsis 8:3-5; 9:13; 14:14-20; 16:7; 20:4).
Las almas son las vidas de los que murieron en Cristo, o especialmente en este caso, los “muertos por causa de la Palabra de Dios y por el testimonio que tenían” (Apocalipsis 6:9 úp), aquellas que fueron redimidas con la sangre de Cristo, y que esperan, de forma totalmente inconsciente, en el sepulcro el momento en que serán resucitadas y glorificadas cuando Él venga en gloria. Están debajo del altar, como símbolo de que han sido rescatadas por el Cordero que fue inmolado sobre el altar terrestre de la cruz, prefigurado, a su vez, por los corderos que se sacrificaban en el altar de los holocaustos; es decir, se sacrificaba a un animal inocente, en lugar del pecador culpable, lo mismo que haría Cristo con nosotros. Él pagaría con su muerte la penalidad de nuestros pecados para que nosotros pudiésemos recibir la vida eterna. Estos santos son visualizados por el apóstol Juan como teniendo vida y hablando con Dios de forma simbólica a fin de revelar el plan de Dios de salvación y dar esperanza a los mártires y a todos los que sufrirán a causa de su fe en Cristo. (5)
“Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap. 20:10).
Como siempre hacemos, este pasaje hay que compararlo y contrastarlo con otros textos relacionados para poder interpretar el sentido correcto de esta frase tan solemne.
Recordemos que el fuego eterno significa o equivale a castigo eterno, según las mismas palabras de Jesucristo: “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt. 25:41) […] “E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mt. 25:46). Deducción lógica por su paralelismo evidente.
El fuego arderá hasta que se consuman los cuerpos y entonces se apagará. Véase el siguiente texto: “Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Ap. 20:9).
Ahora, es conveniente que comparemos el pasaje que estamos analizando de Ap. 20:10, con los siguientes pasajes, para tener una visión más completa:
Apocalipsis 14:9,10: Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero.
Apocalipsis 14:11: y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre.
Todos estos pasajes de Apocalipsis coinciden en que todos los malvados reciben la segunda muerte al ser lanzados al lago de fuego y azufre. Pero las Sagradas Escrituras no pueden contradecirse; si hemos interpretado correctamente, en lo que antecede, que la función del fuego es destruir/ consumir/ devorar/ exterminar/ aniquilar, la sola expresión –“el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos” (Ap. 14:11; cf. Ap. 20:10 úp)–, comparada con “serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap. 20:10), no debería ser suficiente para cambiarlo todo.
Sólo cabe interpretarlos a la luz de toda la Escritura, como una figura literaria, algo simbólico, al igual, que el fuego eterno, el fuego que nunca se apagará. Es una forma de hacer énfasis en la gravedad de las consecuencias eternas que produce la maldad. En la expresión del verso de Ap. 14:11, “Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos.”, que es la misma de la parte final de Apocalipsis 20:10, se hace evidente que se trata de una figura retórica, pues claramente es un símbolo el humo de los tormentos de los malvados que sube hasta la presencia de Dios por una eternidad (por los siglos de los siglos). El Comentario Bíblico Adventista (CBA) indica que la traducción literal, del original griego, sería “para los siglos de los siglos”, expresando la eternidad del castigo y sus consecuencias. (6)
“[…] La expresión [por los siglos de los siglos] significa de por sí muchos siglos. […] La expresión compuesta demuestra que el tormento será por cierto período, pero, por supuesto, no interminable. Esto es evidente por otros pasajes de las Escrituras que demuestran que la suerte final de los impíos será el aniquilamiento total (Mat. 10: 28; Apoc. 20:9,14). (7)
Lo que estos versos respecto al fuego, ya sea el llovido del cielo o el del lago de fuego, están simbolizando es que Dios ejecuta su juicio sobre el mal haciéndolo desaparecer del universo, de una vez para siempre, y sin dejar más rastro que las señales o marcas de la cruz que Cristo sufrió en su cuerpo, que nos servirán de recordatorio por toda la eternidad. ¿Podríamos ser felices en el cielo, si supiéramos que, en algún lugar del universo, están siendo atormentados nuestros amigos o familiares queridos que no se hayan salvado?
Además, debemos tener en cuenta, que los malvados son resucitados previamente en cuerpos mortales (no inmortales como sostienen algunos), y luego ejecutados en “el lago de fuego” de Dios, que envía desde el Cielo. Siempre puede haber alguien que defienda que Él resucita a los perdidos con cuerpos inmortales a fin de que puedan ser atormentados por fuego por la eternidad. Para Dios no hay nada imposible. Sin embargo, para defender esto es necesario responder plausible y cabalmente las siguientes cuestiones, sin escudarse en que son “misterios de Dios”:
¿Un Dios de amor puede querer atormentar, mediante un lago de fuego que nunca se apaga, a los malvados eternamente?
¿Interviene Dios para que las criaturas malvadas sobrevivan a la muerte segunda, y les concede una vida eterna con el único objeto de que puedan ser atormentadas día y noche por los siglos y los siglos?
¿Qué razones podría tener Dios para hacer eso, puesto que los condenados ya no tienen posibilidad de arrepentimiento y de perdón? Dios, sin duda, supera nuestra razón, pero de ningún modo es irracional nada de lo que realiza.
Aceptar literalmente la eternidad de los tormentos, es entrar en el despropósito, sinrazón y sin sentido. Además contradice totalmente no sólo unos pocos versículos de la Biblia, sino que todo el espíritu de la Biblia, que describe la misericordia y amor de Dios, se derrumbaría.
La doctrina de la muerte eterna es misericordiosa y más acorde con el espíritu de las Sagradas Escrituras y con su Dios de amor. Por el contrario la doctrina de que las personas no salvadas permanecerán quemándose por la eternidad en un fuego eterno es cruel, despiadada y absurda. No obstante, si la Santa Biblia lo afirmara así, yo debería ser sumiso y aceptar esa revelación. Pero la misericordia y bondad de Dios son totalmente incompatibles con la existencia de tal infierno de tormento eterno.
Para terminar, enfatizar de nuevo que la primera clave para descartar la doctrina del infierno de fuego eterno está en evidenciar la falsedad de la doctrina de la inmortalidad. Y la segunda clave consiste en confiar plenamente en el amor de Dios a sus criaturas humanas; p. ej.: Mt. 7:7-11; cf. 1 Jn. 4:9-10:
Mateo 7:7-11 Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. (8) Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. (9) ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? (10) ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? (11) Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?
1 Juan 4:7-11: Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. (8) El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. (9) En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. (10) En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. (11) Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.
No deberíamos dudar de que Dios es a la vez justo y misericordioso, y que el destino de nuestros familiares queridos fallecidos será el que corresponde a un Dios que es Amor:
Juan 3:16-21: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (17) Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. (18) El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. (19) Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. (20) Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. (21) Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.
Romanos 5:8-10: Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (9) Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. (10) Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.
Efesios 2:4-7: Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
“Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. (13) En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu. (14) Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. (15) Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. (16) Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. (17) En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. (18) En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. (19) Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. (20) Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (21) Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.” (1 Juan 4:12-21)
Quedo a disposición del lector para lo que pueda servirle.
Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com
Afectuosamente en Cristo
Carlos Aracil Orts
Referencias bibliográficas
*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
Abreviaturas frecuentemente empleadas:
AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento
AP = Antiguo Pacto
NP = Nuevo Pacto
Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)
pp, pc, pú referidas a un versículo bíblico representan «parte primera, central o última del mismo».
Abreviaturas empleadas para diversas traducciones de la Biblia:
DHH L 1996: Biblia Dios Habla Hoy de 1996
NBJ: Nueva Biblia de Jerusalén, 1998.
BTX: Biblia Textual
Jünemann: Sagrada Biblia-Versión de la LXX al español por Guillermo Jüneman
N-C: Sagrada Biblia- Nacar Colunga-1994
JER 2001: *Biblia de Jerusalén, 3ª Edición 2001
BLA95, BL95: Biblia Latinoamericana, 1995
LBLA: La Biblia de las Américas
BNP: La Biblia de Nuestro Pueblo
NVI 1999: Nueva Versión Internacional 1999
Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)
Bibliografía citada
(1) Etimología de infierno – origen de la palabra (etimologia.com)
(2) La Biblia Dios Habla Hoy de 1996. Nota o comentario a Mr. 9:43.
(3) Aracil, Orts, Carlos, <https://amistadencristo.com>. Artículos relacionados con el tema en cuestión:
¿Cuál es la naturaleza del ser humano?
<Estudio 1. Sobre el estado de los muertos>
<1. Objeciones sobre el estado inconsciente de los muertos>
<2. Objeciones sobre el estado inconsciente de los muertos: El Rico y Lázaro.>
<3. Objeciones sobre el estado inconsciente de los muertos: el rey Saúl y la pitonisa de Endor>
<¿Fue Jesús al paraíso el mismo día que murió en la cruz o fue al Hades?>
<¿Existe vida humana consciente fuera del cuerpo después de la muerte>
<¿Qué es el Infierno, el Seol o Hades y la segunda Muerte?>
<¿Los que mueren pasan a mejor vida?>
<¿Fue el espíritu de Jesús al Paraíso el día que murió en la cruz?>
<¿Quiénes son los “espíritus encarcelados”?>
<¿Es una parábola el relato de Jesús sobre el Rico y Lázaro?>
<¿Jesús mintió al buen ladrón en la cruz?>
<¿Es el alma humana inmortal?>
<Las tres dimensiones del ser humano: espíritu, alma y cuerpo>
<La verdad sobre las apariciones marianas y de espíritus de difuntos>
<¿Apoya la Biblia que hay vida consciente después de la muerte?>
<¿Viven los espíritus de los muertos en el Seol?>
<¿Existe un lugar en el fondo de la tierra de tormentos?>
<¿Están siendo torturados los malvados en el Hades?>
<¿Están los fieles muertos viviendo en el cielo?>
<¿Bajó Jesús al Hades cuando murió?>
<¿Por qué se abrieron los sepulcros cuando Jesús murió?>
<¿Reinarán Cristo y sus santos un Milenio en la Tierra restaurada?>
(4) Aracil, Orts, Carlos, <https://amistadencristo.com>. ¿Los que mueren pasan a mejor vida? (Pág. 75-76).
(5) Aracil, Orts, Carlos, <https://amistadencristo.com>. ¿Los que mueren pasan a mejor vida? (Pág. 20-22).
(6) Comentario bíblico Adventista Séptimo día. Tomo 7, p. 846. Publicaciones Interamericanas, 1984
(7) Ibíd.
© Carlos Aracil Orts. Derechos reservados. No obstante, se concede permiso de reproducir cualquier contenido de este sitio Web, con las siguientes condiciones: (1) Que no sea usado con objetivos comerciales. No se permite la venta de este material. (2) En todo caso, se debe incluir claramente la dirección de este sitio web: www.amistadencristo.com, y el nombre del autor o autores que figuren en cada estudio o artículo publicado en esta web. (3) Se ha de dar reconocimiento también a otros autores y a sus respectivas fuentes originales del material que se haya usado en la composición y redacción del contenido de esta web, manteniendo las referencias textuales con derechos de autor (copyright).