¿Reinarán Cristo y sus santos un Milenio en la Tierra restaurada?

Versión 26-02-2019

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

El pasado 24-01-2019 recibí un interesante correo que me planteaba algunas cuestiones sobre el Milenio –los “mil años”–, que aparecen únicamente en el libro del Apocalipsis (20:1-7), donde, en esos pocos siete versículos, se nombran seis veces. Antes de empezar este artículo, he querido documentarme bien, leyendo mucho del citado libro del Nuevo Testamento, y de comentarios bíblicos sobre el mismo, concentrándome, especialmente, en lo relacionado con este tema bíblico que es conocido como “el Milenio”, aunque esta palabra no aparece en la Biblia.

El tema es complejo, pero no es nuevo para mí, puesto que lo he abordado en varias ocasiones, a petición de mis lectores. Al final de este estudio bíblico, en el apartado de Referencias bibliográficas, presento una lista de todos los artículos que he publicado relacionados con el Milenio (1).

En esta ocasión, cuando me han vuelto a plantear sobre cuál sería la correcta interpretación del Milenio, me propuse estudiar algunos de los muchos y variados artículos y comentarios que se han escrito sobre el Milenio, a fin de comprobar en qué textos bíblicos se apoyan esos autores para dar, en muchos casos, una interpretación tan distinta a la que este servidor ha sostenido hasta la fecha, y que he plasmado en los estudios bíblicos que he mencionado arriba. Después de acometer esta tarea ardua de investigación, y no resultarme convincentes ni definitivos los comentarios encontrados en los libros y artículos consultados, decidí apartarme de sus opiniones y extraer mis propias conclusiones, estudiando, con toda la profundidad de que soy capaz, la fuente original que son la Sagradas Escrituras.

Por tanto, lo que voy a exponer a lo largo de este estudio bíblico es fruto de muchas días de investigación, estudio y redacción, exactamente, un mes y unos días, pues hoy 26-02-2019, acabo de terminarlo y voy, después de revisarlo, a proceder a su publicación en mi sitio web.

Antes de seguir con el desarrollo de este tema, leamos los únicos textos en toda la Santa Biblia que se refieren a ese tiempo especial de mil años, y que voy analizar y comentar:

Los mil años –el Milenio–

Apocalipsis 20:1-15: Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. (2) Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; (3) y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo. (4) Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. (5) Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección. (6) Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años. (7) Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión…

Estos pasajes bíblicos, aunque intrigantes y algo misteriosos, son apasionantes y esperanzadores, porque nos proyectan hacia un futuro glorioso de paz y de ausencia de la muerte, del dolor, de la enfermedad, y de la erradicación total y para siempre de todo tipo del mal y de pecado.

A lo largo de la historia del cristianismo, han surgido varias interpretaciones en relación con el propósito del Milenio, y, especialmente, sobre su ubicación en el futuro de la humanidad; entre las cuales destacan, en primer lugar, la interpretación amilenial, que considera que los mil años es un periodo simbólico de años, que corresponde a la totalidad de la Era Cristiana, o bien a una parte de la misma, pero, en todos los casos, extendiéndose hasta el fin del mundo. Es decir, no hay un Milenio literal, porque “mil” (10x10x10) es un número simbólico que pretende transmitir la idea de plenitud, en este caso, plenitud del tiempo, que abarcaría la totalidad de la Era Cristiana. No se trataría, pues, de un lapso de tiempo que abarque mil años exactamente, sino de un periodo indefinido, que se extendería hasta la venida en gloria de nuestro Salvador Jesucristo.

En la interpretación citada arriba, el inicio del Milenio, unos lo sitúan con la muerte de Cristo en la cruz y su siguiente resurrección, hacia el año 30 de nuestra era; porque en ese momento el diablo quedó desenmascarado, como homicida y mentiroso (Jn. 8:44), y vencido por Cristo (Heb. 2:14; cf. Ap. 12:7-10). Otros, en cambio, sitúan el inicio del Milenio cuando el emperador Constantino firmó el tratado de paz con la Iglesia cristiana, con el Edicto de Milán del año 313 d.C. Aún una tercera interpretación coloca el inicio del Milenio de paz, cuando termina la hegemonía Papal, hacia el 1815 d.C., o bien a finales del siglo XX, cuando la libertad de conciencia impera en la mayoría de las naciones.

En segundo lugar, en función de cuando se produzca la segunda venida de Cristo, los otros dos grandes grupos de interpretaciones se conocen como premilenial –el Milenio es antes de la Parusía de Cristo, o bien, en tercer lugar, posmilenial –el Milenio se inicia después de la Parusía–.

Aunque estas son principalmente las interpretaciones, en el cuerpo de este estudio bíblico, me limitaré a analizar la interpretación posmilenial; en primer lugar, porque parece que es la que más se ajusta a la Revelación bíblica, y, en segundo lugar, para evitar extenderme demasiado, lo que dificultaría, o quizá complicaría algo, el entendimiento de este artículo.

2. Interpretación posmilenial. Los mil años se inician con la gloriosa venida en gloria de nuestro Señor Jesús, y el traslado al Cielo de los santos vivos y resucitados, cuyos cuerpos, previamente han sido transformados, o creados nuevos, en cuerpos incorruptibles, gloriosos y eternos, a la semejanza del de Cristo resucitado (1 Corintios 15: 35-57 y 1 Tesalonicenses 4:13-18).

Aquí se presentan ya dos líneas divergentes de interpretación. Mi lector se inclinaba a creer, siguiendo a una gran parte de comentaristas bíblicos, que después de la venida gloriosa de Jesucristo, el Reino de Dios se establecerá en la Tierra por mil años, “donde los santos, poseedores de la inmortalidad, reinarán sobre los mortales, teniendo a Jesucristo como Rey de reyes y Señor de señores, quien regirá su gobierno con ‘vara de hierro’ desde Jerusalén” (Sal. 2:9; Ap. 3:26-28; Ap. 12:5; 19:15).

Sin embargo, este servidor, con respecto a este punto, no comparte esta interpretación; porque entiende que el Milenio se inicia cuando la Iglesia remanente, incluyendo todos los creyentes que hayan sido justificados ante Dios, sobrevivientes en el momento de la venida en gloria de nuestro Salvador Jesucristo, serán transformados en cuerpos glorificados (1 Co. 15: 51-58), a la semejanza del cuerpo resucitado de Cristo; así como todos los que murieron, de todas las épocas, que hubieran sido salvados por Dios, serán resucitados; y ambos grupos serán arrebatados al Cielo al encuentro del Señor (1 Tes. 4:13-18). Y la Tierra junto con todo ser viviente serán destruidos por fuego, de manera que nuestra planeta quedará desolado y desértico (2 P. 3:7-13).

2 Pedro 3:7-13: pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. (8) Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. (9) El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. (10) Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. (11) Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, (12) esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! (13) Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.

2.1 ¿Cuál de estas dos interpretaciones se ajusta a más a lo revelado en la Biblia?

Para averiguar la verdad bíblica, en mi opinión, debemos empezar por lo más conocido, que es el Nuevo Testamento (NT), porque éste da cumplimiento y explicación del Antiguo Testamento (AT). Por tanto, el análisis de los textos citados arriba nos debe permitir llegar a una primera conclusión o aproximación al respecto. Empecemos, pues, por los muy trillados pasajes del capítulo 15 de la primera carta que el apóstol Pablo dirigió a los Corintios:

1 Corintios 15:51-58: He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, (52) en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. (53) Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. (54) Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. (55) ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? (56) ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. (57) Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. (58) Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.

¿A qué se refiere el apóstol Pablo cuando dice: “No todos dormiremos; pero todos seremos transformados?

Antes de responder a esta cuestión, es necesario saber qué significados tienen para Pablo, en este contexto, las palabras “dormiremos” y “transformados”. Y, además, debemos darnos cuenta que ambos verbos –“dormir” y “ser transformado”–, que están conjugados en primera persona del plural, describen o indican una situación que está por venir, porque se refieren a un tiempo futuro.

¿A qué tiempo futuro se refiere el Apóstol?

Por el contexto, y también por otros pasajes, sabemos que ese tiempo futuro se corresponde con la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo (véase 1. Co. 15:20-26, esp., v.23; cf. 1 Tes. 4:13-18). En aquel tiempo, los que son de Cristo”, unos –los muertos– son resucitados en su venida” (1 Co. 15:23), y los otros –los que vivieren en la Parusía– serán transformados, y ambos grupos serán arrebatados al encuentro con Jesús en el aire (1 Tes. 4:13-18).

1 Corintios 15:20-26: Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. (21) Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. (22) Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. (23) Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. (24) Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. (25) Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. (26) Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte.

El verbo “dormir” es empleado muchas veces en la Biblia, en sentido eufemístico de “morir” o “estar muerto” (véase, p.e., Lc. 8:52; Jn. 11:11; Hch. 7:60; etc.). Con ello, las Escrituras pretenden revelarnos que morir no significa que el alma o el espíritu salgan del cuerpo humano para ir a vivir conscientemente a otro mundo, sino que se trata de pasar a un estado de inconsciencia total, del que solo se puede volver a la vida mediante la resurrección. De la muerte como un sueño existen también muchos textos en el Antiguo Testamento; citaré solo unos pocos ejemplos: una frase que se repite constantemente es: “y durmió [seguido de un nombre propio] con sus padres, y fue sepultado” (véase: 1 R. 2:10; cf, 2:1; 11:43; Job 14:12-13; etc.).

1 Reyes 2:10: Y durmió David con sus padres, y fue sepultado en su ciudad.

1 Reyes 11:43: Y durmió Salomón con sus padres, y fue sepultado en la ciudad de su padre David; y reinó en su lugar Roboam su hijo.

Job 14:12-13: Así el hombre yace y no vuelve a levantarse; Hasta que no haya cielo, no despertarán, Ni se levantarán de su sueño. (13) ¡Oh, quién me diera que me escondieses en el Seol, Que me encubrieses hasta apaciguarse tu ira, Que me pusieses plazo, y de mí te acordaras!

Es significativo el texto del patriarca Job, porque da a entender claramente que: “Hasta que no haya cielo, no despertarán, Ni se levantarán de su sueño”. Quizá aludiendo a las moradas celestiales en el Paraíso celestial, que será trasladado a una Tierra nueva con un Cielo nuevo; a este Cielo nuevo, puede estar refiriéndose Job.

Con respecto a que “seremos transformados”, se refiere, lógicamente, aunque san Pablo hable en primera persona del plural, a las personas santas que estén con vida en el momento de la Parusía de nuestro Salvador; entonces “los muertos” –entre los que sin duda estará san Pablo– “serán resucitados incorruptibles”, es decir con cuerpos gloriosos a la semejanza del cuerpo de Cristo resucitado; “y nosotros” –si estamos viviendo en la Parusía– “seremos transformados”; “Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Co. 15:52,53).

Por lo tanto, “No todos dormiremos” quiere decir que no todos estaremos muertos cuando venga Jesús en gloria para llevarnos al Cielo; pero si entonces ya no vivimos, Él nos resucitará, dándonos cuerpos incorruptibles e inmortales; y esta misma transformación dará a todos los santos que vivan cuando Él aparezca en “las nubes” (Ap. 1:7; cf. Mr. 13:26; Lc. 21:27), porque “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción” (1 Co. 15:50). Por eso, para ser arrebatados al encuentro del Señor en el aire “es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Co. 15:52,53). Por tanto, nadie que no haya sido transformado en cuerpo espiritual o celestial puede ser trasladado al Cielo (1 Co. 15:35-50).

2.2 ¿Qué clase de personas estarán incluidas en el “todos seremos transformados” en la venida gloriosa de nuestro Salvador?

Notemos que cuando Jesucristo aparezca en su gloria en el cielo, acompañado de sus santos ángeles (Mt. 16:27; 25:31; cf. Mt. 19:28), en ese momento de juicio sobre la Tierra solo vivirán dos grupos de personas: los perdidos o impíos y los salvos o santos.

Mateo 16:27: Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras.

Mateo 19:28: Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.

Mateo 24:29-51: E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. (30) Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. (31) Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro.

Mateo 25:31-46: Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, (32) y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos.

Como hemos podido comprobar en los textos aportados arriba, “cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria”, “enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro (Mt. 24:31). Es entonces cuando los justos muertos, de todas las épocas –los muertos en Cristo, los salvos por la fe–, son resucitados con cuerpos incorruptibles e inmortales. Esta es la primera resurrección (1 Tes. 4:16; Ap. 20:5).

1 Tesalonicenses 4:16: Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero.

Apocalipsis 20:4-15: Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. (5) Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección. (6) Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años.

Solo serán “transformados”, en cuerpos incorruptibles e inmortales, los santos, es decir, los “escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro”. Y todos los impíos, “los que hacen iniquidad”, serán “echados en el horno de fuego” o destruidos “con el resplandor de su venida” (1 Tes. 2:8; cf. Mt. 13:36-43).

Mateo 13:36-43 […] Explícanos la parábola de la cizaña del campo. (37) Respondiendo él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. (38) El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo. (39) El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles. (40) De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo. (41) Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, (42) y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. (43) Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga.

Es indudable y lógico que solo sean los santos los que reciban la salvación, porque Jesús les prometió la vida eterna solo a ellos, (Mt. 24:13; Jn. 6:39, 40, 44, 47; cf. Ap. 2:7, 10, 17, 26-28; 3:5,10-12, 21). Además, san Pablo está hablando en primera persona del plural; se refiere, pues a él, y a todos los que son creyentes como él. A ese grupo serán añadidos todos los que “durmieron en Cristo” (1 Tes. 4:14), es decir, todos los muertos de todas las épocas que hayan alcanzado la salvación.

2.3. El Nuevo Testamento se refiere a que habrá dos resurrecciones

La Palabra de Dios nos habla de que habrá dos resurrecciones: una resurrección para vida eterna y otra, muy distinta, resurrección para condenación (Jn. 5:28-29; cf. Dan. 12:2) y muerte segunda (Ap. 2:11; 20:14; 21:8), es decir, las resurrecciones “así de justos como de injustos” (Hch. 24:15; cf. Ap. 20:5), pero no simultáneas en el tiempo, sino separadas por un lapso de tiempo de mil años, como comprobamos en el texto anterior de Apocalipsis 20: 5: “Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años…”. Parece claro que “los otros muertos”, que ahora vuelven a vivir –lo que es lo mismo que resucitar– son todos los que no tuvieron parte en la primera resurrección, que se produjo con la venida gloriosa de Cristo.

Juan 5:24-29 De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. (25) De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. (26) Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; (27) y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre. (28) No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; (29) y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.(B)

Hechos 24:15: Teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos”

Cuando aparezca nuestro Señor Jesucristo en las nubes resucitará a los santos muertos de todas las épocas en cuerpos gloriosos; y a los santos que vivan en ese momento, los transformará dándoles cuerpos incorruptibles y eternos, y “seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:17).

El anterior párrafo resaltado trata de resumir lo que expresa la Palabra de Dios, mediante el apóstol Pablo, en la primera carta que dirige a los Tesalonicenses (1 Tes. 4:13-18), como podemos comprobar a continuación:

1 Tesalonicenses 4:13-18: Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. (14) Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. (15) Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. (16) Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. (17) Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.(A) (18) Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.

En la explicación del capítulo 15 de la primera carta a los Corintios (15:51-58), vimos que “No todos dormiremos” (1 Co. 15:51), significa que no todos estaremos muertos cuando regrese nuestro Señor Jesús en gloria. Y, también, comprobamos que, en aquel día glorioso, “los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros [los salvos que vivamos cuando Jesús aparezca en gloria] seremos transformados” (1 Co. 15:52). Y ahora, en su primera carta a los Tesalonicenses, san Pablo también habla “de los que duermen” (1 Tes. 4:13), que es lo mismo que decir: “los que han muerto”. Pero ahora especifica que no son todos, los que han muerto, los que resucitarán en el Día del Señor, sino solamente “los que durmieron en Él [Cristo]” (1 Tes. 4:14). Es decir, los que “traerá Dios” (1 Tes. 4:14) a la vida son todos los muertos, que habiendo creído en Jesucristo –y habiendo sido consecuentes con esa creencia–, “oirán la voz del Hijo de Dios” (Jn.5:28), porque “el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tes. 4:16).

Vimos, pues, que los únicos que resucitan son los que “durmieron en Jesús” (1 Tes. 4:14), y éstos coinciden con, o son los mismos que, “los muertos en Cristo” [que] resucitarán primero” (1 Tes. 4:16).

Ahora cabe preguntarse, ¿son “los muertos en Cristo”, resucitados en el día de la Parusía, solo los creyentes santificados de la Era Cristiana?

Si respondemos afirmativamente, tendremos que explicar por qué Dios iba a dejar en “el polvo” (Gn. 3:19), o bien, en sus sepulcros, a todos los millones de creyentes santos, que vivieron antes de Cristo, y que abarcan desde Adán hasta, por ejemplo, Juan el Bautista, es decir, la historia del mundo que Dios nos ha revelado en el Antiguo Testamento.

¿Acaso Cristo solo redime a los de la Era Cristiana?

La Palabra de Dios tiene una sola respuesta: Jesucristo es el Hijo de Dios y el Salvador del mundo (1 Jn. 4:14). Eso significa que “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12); porque “Él [Cristo] es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2).

1 Corintios 15:20-26 Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. (21) Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. (22) Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. (23) Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.

1 Timoteo 2:5-6 Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, (6) el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.

Los textos citados arriba prueban suficientemente que la Redención de Cristo abarca o incluye a los muertos en el Señor Jesús de todas las épocas, no solo de la Era Cristiana.

2.4 ¿Qué nos dice la Biblia sobre algunos vencederos –fieles en la fe– del Antiguo Testamento? ¿Acaso ellos ya recibieron las promesas de Dios?

En el Nuevo Testamento, en concreto en la epístola a los Hebreos, Dios nos revela los nombres de algunos famosos del Antiguo Testamento, que fueron vencedores y fieles en la fe.

En el capítulo 11 de la epístola a los Hebreos se nos relatan los principales campeones de la fe, aquellos que creyeron firmemente en las promesas de Dios. Son citados los siguientes personajes célebres por su confianza y fe en Dios:

Abel (v.4), Enoc (v.5), Noé (v.7), Abraham, Isaac y Jacob (v.8-10, 17-21), Sara (v.11), José (v.22), Moisés (v.23-29), Rahab la ramera (v.31), Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas (v.32).

¿Qué ocurrió con todos estos grandes en la fe del Antiguo Testamento? ¿Han alcanzado el Paraíso o la Ciudad Celestial “cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb. 11:10)?

“Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. […] (16) Pero anhelaban una mejor [patria], esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad (Hebreos 11:13,16).

Abraham también “esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10).

“Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido” (Hebreos 11:39).

Sin embargo, para ser rigurosos no debemos olvidar que la Palabra de Dios nos habla de tres gloriosas excepciones en el Antiguo Testamento, que corresponden a Enoc, Elias y Moisés; pues estos tres fueron al Cielo.

Respecto a este último, la Biblia registra claramente que “murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová. […] Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió…» (Dt. 34:5,7). Sin embargo, el apóstol Judas nos da una indicio fundamental, cuando en su epístola registra que “el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés” (Judas 9).

Judas 1:9 Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda.

De aquí no es difícil deducir que el arcángel Miguel venció al diablo, rescatando el cuerpo de Moisés; el cuerpo no es su cadáver, que no sirve para nada pues no es otra cosa que polvo, sino que el cuerpo significa su resurrección corporal gloriosa.

No sabemos cuándo Dios resucitó a Moisés, pero es evidente que fue antes de que Jesús se transfigurara en gloria cuando subió a “un monte alto”, acompañado de Pedro, Juan y Jacob (Mt. 17:1-4; cf. Mr. 9: 1-9; Lc. 9:28-36), porque allí se presentaron “dos varones que hablaban con él [Jesús], los cuales eran Moisés y Elías; (31) quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén. (32) Y Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño; mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús, y a los dos varones que estaban con él (Lc. 9:30-32).

Comparemos los textos citados en los Evangelios Sinópticos de san Mateo y san Lucas:

Mateo 17:1-3: Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; (2) y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. (3) Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él.

Lucas 9:28-36: Aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar. (29) Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente. (30) Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías; (31) quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén. (32) Y Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño; mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús, y a los dos varones que estaban con él. (33) Y sucedió que apartándose ellos de él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés, y una para Elías; no sabiendo lo que decía. (34) Mientras él decía esto, vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube. (35) Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd. (36) Y cuando cesó la voz, Jesús fue hallado solo; y ellos callaron, y por aquellos días no dijeron nada a nadie de lo que habían visto.

Nótese que no fueron las almas o espíritus, de Moisés y Elías, los que aparecieron con Jesús transfigurado en ese monte, sino ellos mismos con cuerpos glorificados a la semejanza del de Cristo resucitado; así fue como Pedro, Juan y Jacobo “vieron la gloria de Jesús, y a los dos varones que estaban con él” (Lc. 9:32; cf. 2 P. 1:16-18). Seamos conscientes de que si hubieran sido los espíritus de Moisés y Elías, no hubieran podido ni siquiera ser vistos por nadie. Además ya hemos comprobado que Moisés había sido resucitado con un cuerpo glorioso. Y con respecto a Elías, las Sagradas Escrituras registran que nunca murió, sino que “subió al cielo en un torbellino” (2 R. 2:11), es decir, fue transformado en un instante en cuerpo incorruptible e inmortal, y arrebatado por Dios al Cielo, sin gustar la muerte. Veamos el versículo completo donde se registra.

2 Reyes 2:11: Y aconteció que yendo ellos y hablando, he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino.

El primer personaje que registra la Biblia, que fue “traspuesto para no ver muerte”, fue Enoc (Heb. 11:5 cf. Gn. 5:21-24).

Génesis 5:21-24: Vivió Enoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. (22) Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas. (23) Y fueron todos los días de Enoc trescientos sesenta y cinco años. (24) Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios.

Este suceso extraordinario ha sido corroborado por el autor del libro de Hebreos: “Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios” (Hebreos 11:5).

Con Enoc completamos las tres excepciones: los únicos personajes Enoc, Elías y Moisés, con cuerpos gloriosos a la semejanza de cuerpo de Jesús resucitado, que están en el Cielo. Los dos primeros –Enoc y Elías– son prototipos de los santos vivos en la Parusía, que Jesús transformará en cuerpos gloriosos e inmortales; y el tercero –Moisés– prototipo de los santos muertos que serán resucitados en cuerpos incorruptibles e inmortales, en la Parusía del Señor Jesús en gloria.

En relación con la bendita esperanza que todo cristiano tiene en la resurrección de los muertos (véase 1 Corintios 15), no podemos dejar de citar aquí la resurrección de “muchos cuerpos de santos que habían dormido” (Mt. 27:51-53), que se produjo junto con la resurrección de Jesucristo, simultáneamente o poco después; porque Dios quiso darnos más evidencias de este maravilloso evento que sucederá cuando Cristo regrese en gloria, para que nadie desespere.

Mateo 27:51-53: Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; (52) y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; (53) y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él [Cristo], vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos.

Hecho este inciso sobre la situación o estado actual de Enoc, Elías y Moisés, y de los que fueron resucitados, como primicias, en la resurrección de Jesús, “volvemos al Cielo”; donde estarán –en el Día del Señor– tanto los muertos en Cristo resucitados en cuerpos gloriosos, como los sobrevivientes transformados también en cuerpos incorruptibles e inmortales. Y nos preguntamos lo siguiente:

2.5 ¿Qué hacen todos los salvados en el Cielo? ¿Es el Cielo, la patria celestial definitiva, el destino espacial último de los Hijos de Dios?

Las respuestas a estas cuestiones nos las da el apóstol Juan, en el capítulo 20 del libro de Apocalipsis, de forma muy concisa y condensada: tal es así que en sus diez primeros versículos nos habla de los acontecimientos que marcarán tanto el inicio –el diablo es atado por mil años (v.1-3)– como el final de los mil años –en que Satanás es desatado y “los otros muertos” son resucitados para condenación (v.5,7)–, así como la función de los santos durante ese Milenio – “reinarán con él [Cristo] mil años” (v.4,6)–; incluso también relata el intento de los impíos resucitados de asaltar “el campamento de los santos y la Ciudad amada”, y el exterminio de los malvados e incluso del diablo (v.8-10)– “de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió. (10) Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap. 20:1-10). Leamos ahora de seguido los textos citados:

Apocalipsis 20:1-10: Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. (2) Y prendió al dragón, la serpiente antigua,(A) que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; (3) y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo. (4) Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar;(B) y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. (5) Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección. (6) Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años. (7) Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, (8) y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar. (9) Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió. (10) Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.

Como hemos podido comprobar en esos breves diez versículos, se producen varios acontecimientos importantes y extraordinarios, que precisan análisis, interpretación y explicación de cada uno de ellos. Lo que trataré de hacer a continuación:

“El dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, es atado por mil años”.

“Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. (2) Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; (3) y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo” (Apocalipsis 20:1-3).

Nos queda perfectamente explicado que “el dragón, la serpiente antigua”, es lo mismo que “el diablo y Satanás”; es decir, se trata de aquel único ser, el ángel caído que lideró la rebelión, de otros muchos ángeles, contra Dios, y que estuvo “en Edén, en el huerto de Dios”, “querubín grande” que se corrompió (Ez. 28:12-19), y que se propuso ser como Dios –“semejante al Altísimo” (véase Is.14:12-20), pero no en carácter, sino para usurpar el poder de Dios.

A partir de ahí, se nos presentan varios interrogantes no fáciles de contestar. Entendemos que, siendo el diablo un ser espiritual puro, no puede ser encerrado fácilmente en compartimientos físicos, ni con elementos materiales, como una llave y una cadena, por muy grande que esta última sea. Interpretamos, pues, que la forma de atar al diablo es simbólica. Pero estoy convencido que Dios todopoderoso tiene infinidad de maneras para neutralizarlo, si así lo desease, puesto que el diablo no es más que una criatura que Dios creó perfecta, y que luego se corrompió.

Por tanto, no nos interesa tanto la forma en que fue atado Satanás, como el hecho mismo de su neutralización, y sobre todo nos interesa saber cuándo, en qué momento de la historia humana, si es que esto fuera un hecho que sucedió en el pasado, o bien, si, en cambio, se trata de un evento o acción que aún no ha sucedido, y, por tanto, se situaría en el futuro.

2.6. ¿Cuándo se inicia el Milenio? ¿Se inició en el pasado o es algo que está por suceder?

Aunque el apóstol Juan relata su visión profética como una acción pasada, –de ahí los verbos conjugados en tiempo pretérito perfecto simple, prendió al dragón…, lo ató por mil años, lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él” (Ap. 20:1-3)–, no es decisivo ni suficiente para determinar que el hecho relatado sea anterior a la fecha en la que escribió san Juan el libro de Apocalipsis (aprox. hacia el año 95 d.C). Él está relatando una visión que ha recibido en un pasado próximo, o que acaba de tener, pero en cualquier caso la visión ya pertenece a su pasado, y por eso él la cuenta en tiempo pasado, como si lo que ha visto ya se hubiera consumado.

Otra explicación posible es que Juan ve los acontecimientos que, aunque son futuros, para él ya han transcurrido, porque para él las imágenes o eventos que han pasado ante sus ojos y su mente, realmente son pasadas; porque Dios le da la visión como si Juan fuera un espectador que ha vivido todos los acontecimientos, desde el final del tiempo. Para mejor aclaración, pongamos otra visión de Juan, que sabemos positivamente que pertenece totalmente al futuro, y observemos cómo la narra: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más” (Ap. 21:1). La visión de san Juan, como es lógico está en pasado perfecto simple –“vi”–, pero nos está diciendo, con el mismo tiempo verbal, que “el primer cielo y la primera tierra pasaron”, lo cual no había sucedido antes de Juan, ni siquiera hoy, casi dos mil años después; es evidente que aún no ha sucedido; sin embargo, lo relata así porque en su visión es algo que ya ha tenido lugar, aunque pertenece claramente a lo que está por venir, al futuro.

¿Cómo discernir, entonces, si se trata de sucesos pasados, ya cumplidos o aún futuros?

Debemos averiguarlo por el contexto y mediante la misma historia sagrada que nos revela la Biblia, y la propia historia de la humanidad.

Como hemos comprobado, la misma Palabra de Dios nos declara que el Milenio se inicia cuando el diablo es atado por mil años (Ap. 20:2,3), y termina cuando pasen esos mil años, o bien un periodo indefinido, si supusiéramos que los mil años fuera una cifra simbólica para expresar un tiempo no determinado concretamente. Pero la duración literal del Milenio no es un dato importante que afecte esencialmente a la interpretación general.

Necesitamos, pues, preguntarnos:

¿Ha habido algún periodo en la historia humana en el que se ha comprobado que el diablo ha sido neutralizado completamente?

La encarnación, vida y obra, muerte y resurrección de Jesús, sin duda fue esencial para vencer a Satanás; porque sin la Encarnación y sacrificio de Cristo en la cruz, toda la humanidad estaría perdida. Enumeremos algunos aspectos que resolvió Jesús, por ejemplo:

Primero, Jesucristo desenmascaró al diablo.

Ciertamente sabemos que, en muchas ocasiones, Jesucristo desenmascaró al diablo, especialmente, cuando dijo: “Él [diablo] ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Jn. 8:44).

Segundo, Jesús “anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo.

También, Jesús, en su ministerio terrenal, “anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38).

Tercero, “apareció el Hijo de Dios para deshacer las obras del diablo” (1 Jn.3:8).

1 Juan 3:8: El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.

Nadie que conoce a Jesucristo y que le sigue, es decir, que vive coherentemente con su creencia, puede ya ser engañado por el diablo. No obstante, no debemos ignorar que Satanás anda suelto aún por todo este planeta Tierra, y “engaña al mundo entero”; como así lo declara la Palabra de Dios: “Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él” (Ap. 12:9).

Cuarto, Jesús se hizo carne “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Heb. 2:14).

Hebreos 2:14-15: Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, (15) y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.

La muerte de Jesús en la cruz supuso la pena y sentencia de muerte y futura destrucción eterna del diablo, pero esta sentencia no será ejecutada hasta el fin del Milenio: “Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap. 20:10).

Quinto, evidentemente, la predicación del Evangelio del Reino y de la Gracia de Dios a todas las naciones ha evitado, y constantemente está impidiendo, que, muchas personas, se dejen embaucar por los muchos ardides del diablo.

Por todo lo citado arriba, y mucho más imposible de describir, por los grandes beneficios que las personas han podido experimentar desde la muerte y resurrección de Cristo en el año 30 d.C. – gracias solamente a Él–, hasta el día de hoy, año 2019 d.C., algunos exegetas, incluso Padres de la Iglesia, han interpretado que el Milenio es el periodo de tiempo que transcurre desde el año 30 d.C. hasta el fin de este mundo en la venida gloriosa de Jesús.

No obstante, esto ha sido matizado por otros intérpretes y Padres de la Iglesia, al observar que, después de la resurrección de Jesús en el año 30, los cristianos fueron perseguidos, primero por los judíos, y poco después por el Imperio Romano, en las diez crueles persecuciones que ocasionaron miles de mártires, como testifica la historia del cristianismo; y este ensañamiento con los cristianos se extendió hasta el año 313 d.C., cuando el emperador Constantino, en el Edicto de Milán, firmó un tratado de paz con la Iglesia cristiana. Por eso, años después pensaron que en esa fecha había comenzado el Milenio.

Como sabemos, la historia de las persecuciones a los cristianos no acabó en ese año 313 d.C., sino que pronto, en los siguientes años hasta la caída del Imperio Romano de Occidente, en el año 476 d.C., la Iglesia cristiana que ya había tomado el nombre de “católica”, gracias al poder que le otorgaron Constantino y los siguientes emperadores, se convirtió, a su vez, en perseguidora de todos los que discrepaban de sus creencias, lo que se acentuó con los emperadores Justiniano y sucesores. Y no acabaron ahí las persecuciones, puesto que la misma Iglesia, durante la mayor parte de la Edad Media, mediante la Inquisición, quiso exterminar a todos los “herejes”, que mayormente eran los que querían recuperar el verdadero Evangelio, volver a la práctica de la pureza de la Palabra de Dios, renegando de la idolatría reinante que existía en la Iglesia católica, y de sus doctrinas espurias.

La hegemonía del Papado y la opresión hacia los que pretendían seguir la pureza del Evangelio se extendió hasta cerca del año 1815 d.C., con la caída de Napoleón y del Sacro Imperio Romano, que por esas fechas ya existía solo oficialmente, pero sin el poder omnímodo que tuvo bajo Carlomagno por los años 800 d.C.

De ahí que otros exegetas volvieran a corregir la fecha de inicio del Milenio. No podía el diablo haber estado atado, durante este periodo tenebroso de la Edad Media, en la que también hubo tantísimos mártires, personas que fueron cruelmente atormentadas y asesinadas, simplemente porque se mantuvieron firmes en su fe, sin otro delito que el citado, de mantenerse firmes en sus creencias cristianas.

Por todo ello, más tarde, algunos opinaron que el Milenio podía haberse iniciado cuando se estableció la libertad de conciencia y los derechos humanos (finales del s. XIX o principios del s. XX), o cuando se establecieron ambas cosas. Actualmente estaríamos, pues, viviendo el Milenio, porque ahora existe libertad de conciencia y son reconocidos los derechos humanos, por casi todo el mundo. Sin embargo, tampoco podemos afirmar que esto se cumpla, hoy día, en todas partes.

Por otro lado, nuestra sociedad actual se caracteriza por ser la más secularizada de la era cristiana, y, en general, la más depravada en todos los sentidos, sobre todo si comparamos la luz de la verdad y del enorme conocimiento que poseemos ahora, en todas las esferas, con lo que existía en el pasado. Es sorprendente que, ya hace casi dos mil años, san Pablo describiera nuestra sociedad actual perfectamente. Comprobémoslo:

Romanos 1:18-32 Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; (19) porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. (20) Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. (21) Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. (22) Profesando ser sabios, se hicieron necios, (23) y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. (24) Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, (25) ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. (26) Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, (27) y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. (28) Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; (29) estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; (30) murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, (31) necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; (32) quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican.

Si ahora estamos viviendo en el Milenio, no parece ser muy esperanzador, porque continuamente oímos hablar de guerras o conflictos en varias partes del mundo; existen multitudes de personas que pasan hambre y tienen enormes carencias básicas de todo tipo, en muchas zonas de nuestro mundo. Además, constantemente oímos noticias atemorizantes y alarmantes de todo tipo de catástrofes o desgracias distintas, de personas que se matan entre sí, hombres contra mujeres, padres contra sus hijos, y estos contra los padres, etc. Las naciones cada vez gastan más en armamento, las grandes potencias invierten millones y millones de dólares en todo tipo de armas, etc.

Ciertamente, la persecución religiosa, como la que antes hemos recordado ya no existe; pero, no obstante, aún se siguen persiguiendo a los cristianos en China y en muchas naciones musulmanas.

Creemos que los siguientes textos que vamos a presentar del Apocalipsis se han cumplido, y describen el periodo de nuestra era cristiana, desde el nacimiento de Jesús hasta aproximadamente el año 1815 d.C., en que se dejó de perseguir, por la Iglesia católica, a los otros cristianos, y se estableció la libertad de conciencia. Leámoslos:

Apocalipsis 12:4-17: Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. (2) Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento. (3) También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese. (5) Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono. (6) Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días. (7) Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; (8) pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. (9) Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él. (10) Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. (11) Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte. (12) Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo. (13) Y cuando vio el dragón que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón. (14) Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volase de delante de la serpiente al desierto, a su lugar, donde es sustentada por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo. (15) Y la serpiente arrojó de su boca, tras la mujer, agua como un río, para que fuese arrastrada por el río. (16) Pero la tierra ayudó a la mujer, pues la tierra abrió su boca y tragó el río que el dragón había echado de su boca. (17) Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo.

En estos textos, “la mujer” representa a una iglesia cristiana pura, y en ellos se describen las persecuciones del diablo, que maneja a los poderes políticos, incluido aquí las persecuciones que promovió la Iglesia católica, mediante el poder Papal, sostenido por los reyes y gobernadores, y que se prolongaron desde, aproximadamente el 545 d.C. hasta el 1815: los 1260 días, equivalen a “un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo” (Ap, 12:6,14; cf. Dan. 7:25-28), o lo que es lo mismo: 3,50 años –de 360 días– o 42 meses, todo ello simboliza los 1.260 años que separan ambas fechas citadas.

Hasta aquí hemos comprobado que el diablo no parece estar muy atado. Por otra parte la Palabra de Dios, constantemente está advirtiendo de que el diablo existe, está suelto y es un peligro real (1 P. 5:8), aunque sabemos que en Cristo, ellos [los creyentes] le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Ap. 12:11). La advertencia del apóstol Pedro es tan aplicable hoy día como hace casi dos mil años: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 P. 5:8).

Hoy día, el diablo no está solo detrás de lo que es más evidente, como el satanismo, el espiritismo, el chamanismo, el vudú, el fenómeno OVNI, los “extraterrestres”, etc., sino también en técnicas o prácticas mucho más sutiles, como el “reiki”, las “constelaciones”, las reconexiones psicológicas, etc., y multitud de creencias que apartan de la fe cristiana, como, por ejemplo, las que preconiza “Un curso de milagros” (2). Además, no podemos olvidar que el diablo ha llegado a introducirse, incluso en algunas iglesias cristianas evangélicas, cuyos líderes engañan a sus fieles, enseñándoles doctrinas falsas, y a idolatrar, y a creer en supersticiones.

Recientemente he visitado una iglesia cuyo pastor pretendía curar casi todas las enfermedades, y, entre ellas, la depresión, en solo tres minutos; también consagraba el agua que bebían sus fieles, atribuyéndole de esta manera ciertas propiedades curativas, etc. Es frecuente en muchas iglesias pentecostales atribuirle a la imposición de manos, hecha por un pastor, o persona que haya sido bautizada por el Espíritu Santo, la capacidad de infundir, a su vez, el Espíritu Santo en otras personas, y también la capacidad de curar ciertas enfermedades. Sería imposible describir todas las manifestaciones satánicas, porque constantemente no paran de surgir “porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 P. 5:8). Pero nadie debería dejar que lo engañen si solo se detuviera a leer la Palabra de Dios, y a comparar lo que le enseñan con las Sagradas Escrituras, así como se nos dice que hagamos siempre, como los habitantes de Berea –en tiempos de san Pablo– “que eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la Palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hch. 17:10).

2.7. El Milenio empieza inmediatamente después de la venida gloriosa de Cristo, momento en el que todos los santos –los vivos transformados en cuerpos gloriosos, y los muertos en Cristo, que han tenido parte en la primera resurrección, serán “arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire” (1 Tes 4:17) – “serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años” (Ap. 20:6).

Apocalipsis 20: 6-7: Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años. (7) Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, (8) y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar.

La afirmación del párrafo que encabeza esta sección se deduce del contexto de Apocalipsis 20 –descripción del Milenio y el Juicio ante “un Gran Trono Blanco” (Ap. 20:11-14)–, porque este capítulo está inserto, lógicamente, entre los capítulos 19 y 21. Nótese que el capítulo 19 de Apocalipsis describe el regreso del Señor en gloria como “Rey de reyes y Señor de señores” que, acompañado de los ejércitos celestiales –los santos ángeles (Ap. 19:11,13-14,16)–, viene para ejecutar el juicio sobre todos los malvados rebeldes: “De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso” (Ap. 19:15). Y acto seguido, vienen el Milenio en el Cielo y, al fin del mismo, el juicio final ante el Gran Trono blanco; y, a continuación, en Apocalipsis 21, se nos describe la siguiente visión del apóstol Juan: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. (2) Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. (3) Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. (4) Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. (5) Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas…” (Ap. 21:1-5).

Cuando nuestro Señor, en su venida en gloria, traslada al Cielo a los salvos, para “que reinen con Él mil años” (Ap. 20:6), ¿quedará alguien vivo en la Tierra?

Si toda la Tierra será deshecha y quemada ¿quiénes quedarán vivos en la Tierra durante esos mil años? No pueden haber sobrevivientes, porque “el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Pedro 3:7). No obstante, para cerciorarnos mejor de la correcta interpretación de esta profecía, leamos también la mayor parte del contexto donde se inserta este texto:

2 Pedro 3:3-7, 9-14: sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, (4) y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación. (5) Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, (6) por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua; (7) pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. […] (9) El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. (10) Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. (11) Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, (12) esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! (13) Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. (14) Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz.

Obsérvese el énfasis y la insistencia, casi reiterativa del apóstol Pedro, cuando en diez versículos, repite tres veces –con casi las mismas palabras– que “los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 P. 3:10). ¿No es esto prueba suficiente de que la Tierra queda desértica y sin seres vivientes en ella?

Deducimos, pues, que en la Tierra solo quedan confinados el diablo y sus ángeles durante esos mil años; y ellos lo van a pasar muy mal porque ya no tienen a quien tentar, pues la Tierra está desierta; estos malos espíritus quedan encerrados en este planeta atados por las circunstancias, y porque Dios no les permite que vayan a ningún otro planeta habitado. Esto es lo que representan “la llave del abismo y la gran cadena en la mano” con las que el ángel ata al diablo (Ap. 20:1-3).

Al acabar el Milenio en el Cielo, los santos regresan a una Tierra nueva, junto con la Ciudad santa, la Nueva Jerusalén, “porque el primer Cielo y la primera Tierra pasaron…” (Ap. 21:1); e inmediatamente, se produce la segunda resurrección –la de “los otros muertos [que] no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años…” (Ap. 20:5), esos se corresponden con los malvados perdidos de todas las épocas, que son juzgados en el juicio del Gran Trono blanco (Ap. 20:11-15); entonces, Satanás “es desatado por un poco de tiempo” (Ap. 20:3úp), esto significa que ahora vuelve a tener a todas las naciones malvadas a su alcance para volverlas a engañar; y ellas lideradas por el diablo “rodearon el campamento de los santos y la Ciudad amada” (Ap. 20:9), con no muy buenas intenciones; pero entonces se ejecuta el juico definitivo de Dios sobre todos ellos: “de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Ap. 20:10). Y el mal y los malvados, fueron erradicados para siempre del universo, y junto a “la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda (15) Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Ap. 20:14-15).

Con lo visto hasta aquí ¿nos quedan dudas respecto a cuál será el primer destino espacial de todos los santos durante el Milenio?

Cuando venga Jesús en gloria, ¿irán ellos a vivir con Cristo en el Cielo o directamente al planeta Tierra renovado o restaurado, para vivir un periodo de mil años (o, si se prefiere, un tiempo indefinido y limitado, según se interprete literal o simbólicamente dicho periodo)?

En el apartado siguiente, expondré los textos de la Biblia, mayormente, los del Antiguo Testamento, utilizados por los que entienden que el Milenio literal lo establecerá Cristo, cuando venga en gloria, en nuestro mismo planeta Tierra, restaurado, pero sin haberse erradicado el mal y el pecado, todavía, de forma completa y para siempre.

3. Análisis de algunos textos de la Biblia, en los que se apoyan los que interpretan que, en el Milenio, reinarán los santos inmortales con Cristo, en el planeta Tierra restaurado, pero conviviendo con creyentes pecadores.

Existen muchos textos en los libros de los profetas del Antiguo Testamento, que se refieren proféticamente a la venida del Mesías; pero a veces superponen o mezclan la primera venida del Cristo para establecer Su Reino en la Tierra, durante su ministerio terrenal, con la segunda venida en gloria, en el Día del Señor, para ejecutar el juicio sobre este planeta Tierra. Confunden o mezclan los tiempos mesiánicos terrenales con los celestiales del Reino de Jesús; y esto es lo que hay que saber dilucidar en cada caso de los que, como ejemplos, veremos a continuación, empezando por el libro de los Salmos.

El siguiente Salmo (2:1-12) es mesiánico, ejemplo de profecía del AT, que se cumple a la perfección, una parte, con la primera venida del Mesías, y el reinado terrenal de Jesús, y otra, con la segunda venida del Señor en gloria:

Salmos 2:1-12: ¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? (2) Se levantarán los reyes de la tierra, Y príncipes consultarán unidos Contra Jehová y contra su ungido, diciendo: (3) Rompamos sus ligaduras, Y echemos de nosotros sus cuerdas. (4) El que mora en los cielos se reirá; El Señor se burlará de ellos. (5) Luego hablará a ellos en su furor, Y los turbará con su ira. (6) Pero yo he puesto mi rey Sobre Sion, mi santo monte. (7) Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. (8) Pídeme, y te daré por herencia las naciones, Y como posesión tuya los confines de la tierra. (9) Los quebrantarás con vara de hierro; Como vasija de alfarero los desmenuzarás. (10) Ahora, pues, oh reyes, sed prudentes; Admitid amonestación, jueces de la tierra. (11) Servid a Jehová con temor, Y alegraos con temblor. (12) Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; Pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en él confían.

El Nuevo Testamento nos da testimonio de cuándo y cómo se ha cumplido, lo que dice este Salmo, en Jesucristo y su misión terrenal; como podemos comprobar si leemos los textos del Nuevo Testamento que aluden a este Salmo. Veámoslo.

La prueba de que el Salmo 2 es mesiánico, es decir, se refiere al Cristo, nos la da el apóstol Pedro en Hechos 4:25-28, donde él cita Salmos 2:1,2, confirmando que estos Salmos, cuyo autor es el rey David, aluden a nuestro Señor en su misión terrenal, su vida, muerte en la cruz y resurrección.

Hechos 4:25-28: que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? (26) Se reunieron los reyes de la tierra, Y los príncipes se juntaron en uno Contra el Señor, y contra su Cristo. (27) Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, (28) para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera.

Igualmente ocurre con el Salmo (2:7) que se cumplió con la resurrección de Cristo, según se cita en Hechos 13:32-33, y en Hebreos 1:5-6 y 5:5.

Hechos 13:32-33: Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, (33) la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy.

Hebreos 1:5-7: Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre, Y él me será a mí hijo? (6) Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios. (7) Ciertamente de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles espíritus, Y a sus ministros llama de fuego.

Hebreos 5:5: Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le [Dios Padre] dijo: Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy.

Sin embargo, en el Salmo 2:9 –“Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás”–, que se corresponde con Apocalipsis 2:26-27; 12:5 y 19:15, hay, al menos, dos interpretaciones:

Primera, que se refiere a la acción de juicio de Cristo sobre los malvados que vivan en la Tierra en su venida gloriosa;

Segunda, que se trata de la descripción de un forma de gobierno, dura y disciplinar, que establecerá Cristo en su venida gloriosa, reinando con sus santos sobre un supuesto resto de los habitantes de la Tierra restaurada, durante un Milenio –“y vivieron y reinaron con Cristo mil años” (Ap. 20:4úp)–, en el que no existirá la tentación del diablo, porque habrá sido atado (Ap. 20:1-5) en ese mismo periodo de los mil años.

Veamos ahora como aplica, o interpreta, este Salmo, el apóstol Juan, en su libro del Apocalipsis, en los textos citados arriba del libro de Apocalipsis:

Apocalipsis 2:23-29: Y a sus hijos [los de esa mujer llamada Jezabel] heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que yo soy [Cristo] el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras. (24) Pero a vosotros y a los demás que están en Tiatira, a cuantos no tienen esa doctrina, y no han conocido lo que ellos llaman las profundidades de Satanás, yo [Cristo] os digo: No os impondré otra carga; (25) pero lo que tenéis, retenedlo hasta que yo [Cristo] venga. (26) Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo [Cristo] le daré autoridad sobre las naciones, (27) y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero;(I) como yo también la he recibido de mi Padre; (28) y le daré la estrella de la mañana. (29) El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.

La parte que nos interesa de estos textos de arriba es la subrayada (Ap. 2:25-27), pero que, de momento, nos limitaremos al versículo 27, en lo que coincide con el Salmo 2:9. Aquí –en Apocalipsis 2:27–, nuestro Señor está usando y aplicando el Salmo 2:9, que acabamos de comentar. Fijémonos que el rey David, autor del citado Salmo, profetiza que Cristo, en su venida gloriosa –en el Día del Señor–, destruirá a los malvados: “los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás” (Sal. 2:9). Notemos que la última parte de este Salmo es un simbolismo, que pretende explicar el resultado de la primera acción; es decir, como consecuencia de “quebrantarlas con vara de hierro”, las naciones malvadas son desmenuzadas “como vaso de alfarero”. Y esto, que profetizó el rey David, debería corresponderse con lo que Cristo revela en el libro de Apocalipsis, porque todo es inspirado por el Espíritu Santo.

En Apocalipsis 2:27, es Cristo el que habla, y, aplicando el Salmo 2:9, hace la siguiente promesa: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo [Cristo] le daré autoridad sobre las naciones, (27) y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero” (Apo. 2:26,27).

Recordemos que, en el Salmo 2:9, David profetizaba que el Mesías quebrantaría “con vara de hierro” a las naciones malvadas, y que éstas serían desmenuzadas como “vasija de alfarero”, en el juicio del Día del Señor.

Si comparamos el Salmo citado con los textos de Apocalipsis (2:26,27), ¿qué coincidencias y novedades descubrimos?

Las coincidencias son evidentes, Cristo confirma la profecía del Salmo 2:9, de que las naciones malvadas, que representan a gentes o personas malvadas, “serán quebradas como vaso de alfarero” y se sigue utilizando “la vara de hierro”, pero, en este caso, para “regir a las naciones” (Ap. 2:27).

¿Cuándo ocurrirá esto? Cristo mismo lo anuncia en el versículo anterior (v.25): cuando Él venga en gloria. ¿Qué diferencias se aprecian? Bajo mi punto de vista, nuestro Señor añade, a la profecía del Salmo 2:9, dos elementos nuevos:

En primer lugar, “la vara de hierro” con la que Cristo iba a desmenuzar a los malvados (Salmo 2:9), ahora la comparte con todo aquel “que venciere y guardare mis obras hasta el fin” (Ap. 2:26), pero no para destruir a las naciones sino para regirlas férreamente. Sin embargo, observemos que esto no cambia nada el sentido del Salmo 2:9, que se cumplirá inexorablemente en el Día del juicio final, como Jesucristo ratifica en Apocalipsis 2:27, que las naciones malvadas “serán quebradas como vaso de alfarero”.

En segundo lugar, el elemento nuevo que introduce nuestro Señor, que no estaba en el Salmo 2:9 es que, por una lado, atribuye a “la vara de hierro”, además de la función de quebrar o de desmenuzar a las naciones, la de regir a las mismas con dureza; y, por otro, “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo [Cristo] le daré autoridad sobre las naciones” (Ap. 2:26). Es decir, Cristo comparte Su autoridad, que “ha recibido del Padre” (Ap. 2:27 úp), con aquellos que “vencen y guardan sus obras hasta el fin”; o sea les otorga Su autoridad para que los citados vencederos puedan usar “la vara de hierro” contra las naciones, pero no para destruirlas, sino para regirlas.

3.1. ¿Cuándo se otorga “al que venciere” autoridad sobre las naciones?¿En qué consiste esa autoridad y con qué finalidad? ¿Antes, después o durante el Milenio? ¿Quiénes componen esas naciones?

En lo que sigue, trataremos de averiguar cuál es el sentido de “regir con vara de hierro” en este contexto del Día del Señor. Para ello, debemos analizar los restantes textos que se encuentran en los capítulos 12 y 19 del libro de Apocalipsis, que vamos a leer y analizar a continuación:

Apocalipsis 12:4-17: […] Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese. (5) Y ella dio a luz un hijo varón que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono. (6) Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días. (7) Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles;

El contexto, de este capítulo 12 de Apocalipsis, no deja lugar dudas en cuanto a quién es el “hijo varón que regirá con vara de hierro a todas las naciones”. Indudablemente se refiere a Jesucristo. No obstante, si queremos confirmarlo con toda nitidez y rotundidad, leamos los siguientes textos del capítulo 19:

Apocalipsis 19:13-16: Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. (14) Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. (15) De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso.(I) (16) Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES.

Si comparamos el Salmo 2:9, con sus tres aplicaciones distintas, en los tres contextos del libro de Apocalipsis, deduciremos cómo debe ser interpretado lo de “regir a las naciones con vara de hierro”; pero siempre teniendo en cuenta que el Nuevo Testamento es el que nos debe aportar más luz; porque éste es cumplimiento y explicación del Antiguo Testamento.

El origen de la profecía que nos ocupa está en el Salmo 2:9: “Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás”

Aquí, como ya hemos visto arriba, “la vara de hierro” no tiene otro uso que quebrantar a los malvados hasta desmenuzarlos.

Una de las acepciones que da el Diccionario RAE al término “quebrantar”, y que más se ajusta al contexto de Salmos 2:9, es: “Machacar o reducir una cosa sólida a fragmentos relativamente pequeños, pero sin triturarla” (3).

Primera aplicación del Salmo 2:9 en Apocalipsis 2: 26,27: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo [Cristo] le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero”.

Ya hemos visto los dos elementos que aquí Cristo introduce nuevos: 1) atribuye a la “vara de hierro” además de la función de quebrantar, la de regir; y 2) da autoridad a los vencedores para que usen esa “vara de hierro” en este último sentido.

¿En qué consiste la autoridad que Jesús otorga a los vencedores?

De averiguar esto depende el que discernamos el sentido de “regir con vara de hierro”. Durante su ministerio terrenal, Jesús también dio autoridad a sus discípulos. Comprobémoslo:

Mateo 10:1: Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.

Marcos 3:14-15: Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, (15) y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios:

Jesús “les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades. (2) Y los envió a predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos” (Lucas 9:1-2). Ahora bien, Él aclaró que esa autoridad no es como la que ejercen “Los gobernantes de las naciones” [que] “se enseñorean de ellas” (Mt. 20:25); y añadió: “el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo” (Mt. 20:26, 27).

Sin embargo, la autoridad que Jesús otorga a los vencedores no es “para sanar enfermedades y para echar fuera demonios” (Mr. 3:15); porque ellos –los fieles al Señor– ya han vencido, por la gracia de Dios y Su Palabra, y han dado testimonio de Jesús, y predicado el Evangelio en toda oportunidad; hicieron la voluntad de Dios, y por eso son vencedores, y les espera la recompensa de vida eterna en el Día del Señor. La “autoridad sobre las naciones” que dará Jesús “al que venciere y guardare [sus] obras hasta el fin” (Ap. 2:26) es para “regirlas “con vara de hierro”; y esto no sucederá antes de la venida gloriosa del Señor. Esta autoridad no es para destruir a los malvados, porque de eso ya se encarga Dios, al que pertenece ejercer justicia y juicio.

Como hemos visto, en el Día del Señor se ejecuta el juicio sobre la Tierra y todos sus moradores, que rechazaron la Palabra de Dios, serán juzgados por esa misma Palabra “en el día postrero” (véase Jn. 12:46-49).

Juan 12:46-49: Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas. (47) Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. (48) El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero. (49) Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.

Recordemos que esta autoridad que Jesús otorga a los vencederos, es la misma que Él ha recibido del Padre (Ap. 2:27 úp); consiste, pues, en una potestad que solo corresponde a Dios. Esta autoridad no puede ser otra que la facultad de juzgar a todos los que no alcanzaron la salvación; y, así como Jesús la recibe del Padre, Aquél la transmite a todos los vencedores. Por tanto, deducimos que “regir a las naciones malvadas o gentes malvadas con vara de hierro”, equivale a juzgarlas, después que se haya producido la ejecución del Juicio divino en el Día del Señor y de la ira de Dios. Veamos algunos textos, que parecen señalar en ese sentido:

Lucas 22:24-30: Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. (29) Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, (30) para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel.

1 Corintios 6:2-3: ¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas? (3) ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida?

“¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?” (1 Co. 6:2)

Esta es la autoridad que Jesús concede a los santos para “regir con vara de hierro al mundo”, es la facultad de juzgar al mundo e incluso “a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día” (Judas 1:6).

Segunda aplicación del Salmo 2:9 en Apocalipsis 12:5: “Y ella dio a luz un hijo varón que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono”.

De este texto de Apocalipsis 12:5, considerado aisladamente, no se debería tratar de deducir el significado del verbo regir “con vara de hierro”, sino es comparándolo, primero, con el sentido original indudable que tiene el Salmo 2:9, segundo, con el texto de Apocalipsis 2:26-27, que ya he comentado, y, tercero, con la aplicación que hace el texto de Apocalipsis 19:15, que estudiaremos a continuación.

Tercera aplicación del Salmo 2:9 en Apocalipsis 19:15: “De su boca [del Verbo de Dios] sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso”.

El contexto nos dice que esta Boca que emite el Juicio divino es la del “Verbo de Dios” (Ap. 19:13), “De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones” (Ap. 19:15; cf. Is. 11:1-4); y lo que ahora se anuncia es la acción de castigo y del Juicio final de los malvados en el Día del Señor, el día de la ira de Dios, como cumplimiento de la profecía del Salmo 2:9, que predecía el fin de los malvados que, por el Señor, serían “quebrantados con vara de hierro y desmenuzados como vasija de alfarero”.

Si retrocedemos al Antiguo Testamento resulta fácil identificar al Mesías, en muchos textos, en su misión terrenal y en su obra de juicio a la Tierra. Pero algo más difícil, es interpretar sus profecías, porque, como comenté antes, se superponen a veces acontecimientos que se producen durante el ministerio terrenal del Mesías, con otros que corresponden al fin del mundo. Veamos, por ejemplo, los siguientes textos que se refieren al Cristo: su procedencia y cualidades; pero que en el versículo 4, se describe la obra de juicio del mundo, que se cumple en el texto de Apocalipsis 19:15 que estamos analizando:

Isaías 11:1-4: Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. (2) Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová. (3) Y le hará entender diligente en el temor de Jehová. No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos; (4) sino que juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío.

Sin duda, esa «vara [que saldrá] del tronco de Isaí» es el Mesías, porque el Cristo descendería del linaje de David (Mt. 9:27; cf. Lc. 1:32), cuyo padre es Isaí (1 S. 16:1,7-13) –llamado Jesé en la Biblia católica (NBJ)–, y las cualidades y demás detalles que se describen coinciden con los que poseería el Mesías.

En este mismo capítulo 11 del libro de Isaías, se registra una descripción idílica de lo que parece, a primera vista, la restauración de un nuevo Edén en una Tierra renovada. Veámoslo:

Isaías 11:6-10: Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. (7) La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. (8) Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. (9) No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar. (10) Acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí, la cual estará puesta por pendón a los pueblos, será buscada por las gentes; y su habitación será gloriosa.

Los que interpretan que habrá un Reino Milenario de Cristo y sus santos reinando en una Tierra restaurada se apoyan en los textos citados arriba del libro del profeta Isaías, y otros relacionados, como, por ejemplo, los que vamos a leer a continuación del capítulo 65 del mismo libro:

Isaías 65:17-25: Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra;(D) y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento. (18) Mas os gozaréis y os alegraréis para siempre en las cosas que yo he creado; porque he aquí que yo traigo a Jerusalén alegría, y a su pueblo gozo. (19) Y me alegraré con Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo; y nunca más se oirán en ella voz de lloro, ni voz de clamor. (20) No habrá más allí niño que muera de pocos días, ni viejo que sus días no cumpla; porque el niño morirá de cien años, y el pecador de cien años será maldito. (21) Edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas. (22) No edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos. (23) No trabajarán en vano, ni darán a luz para maldición; porque son linaje de los benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos. (24) Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído. (25) El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey; y el polvo será el alimento de la serpiente. No afligirán, ni harán mal en todo mi santo monte, dijo Jehová.

Para cerciorarse que los textos de Isaías 11, citados arriba, están refiriéndose al mismo tiempo mesiánico que los citados más abajo, de Isaías 65, basta con comparar Isaías 11:6 –“Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos”–, con Isaías 65:25 –“El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey”–.

En los textos citados arriba, Dios revela al profeta Isaías que creará “nuevos cielos y nueva tierra” (Is. 65:1), y esto se corresponde con lo revelado a los apóstoles Pedro y Juan (véase 2 P. 3:13 y Ap. 21:1).

Sin embargo, la descripción que hace el profeta Isaías de “esa nueva tierra” no se parece a la que se le reveló al apóstol Juan, en la que “ya no habrá muerte” (Ap. 21:4), y “No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos (Ap. 22:5).

¿Cómo podríamos interpretar el siguiente texto para que no fuera incongruente con la revelación del apóstol Juan en apocalipsis 21 y 22?

Isaías 65:20: No habrá más allí niño que muera de pocos días, ni viejo que sus días no cumpla; porque el niño morirá de cien años, y el pecador de cien años será maldito.

La visión de profeta Isaías es de una Tierra restaurada, en la que el pecado aún no ha sido totalmente erradicado, porque, al parecer, todavía existe la muerte, y todo esto es completamente incompatible con la visión del apóstol Juan de “un Cielo nuevo y una Tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía” (Ap. 21:1).

Solo podemos entender la visión del profeta Isaías, si consideramos que la revelación de Dios, por pedagogía, se produce progresivamente, es decir, va aumentando conforme a las necesidades del mundo, y conforme, sus gentes, avanzan en madurez y conocimiento. Los moradores de la tierra de hace más de dos mil años, no precisaban tener la más completa revelación, que presenta el Apocalipsis, porque no vivían los postreros tiempos, y además no podían entenderla, por lo que les sería totalmente inútil.

Por otra parte, también pueden interpretarse estos textos, como una descripción idealizada, cargada de simbolismo, para tratar de plasmar los beneficios que traería el Mesías; pues ciertamente, Él ha conducido al mundo y a la humanidad a cotas increíbles de prosperidad, de paz, y de liberación de las enfermedades, hasta el punto, que nunca las gentes fueron tan longevas como hoy día, porque no es difícil alcanzar los cien años de edad, si uno se cuida, y tiene una herencia genética buena.

Este excurso o digresión, ha sido necesario para aclarar que el destino de los santos no es una Tierra restaurada sino una Tierra nueva, que se corresponda con los cuerpos celestiales que recibirán los santos antes de ser arrebatados al Cielo, al encuentro con Jesús, en Su venida en gloria. A la actual Tierra le corresponden seres mortales, corruptibles, porque son carnales. Así le fue revelado al apóstol Pablo, en los siguientes textos:

1 Corintios 15:49-50: Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial. (50) Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción.

Ahora, pues, sigo analizando el texto de Apocalipsis 19:15. “La espada aguda que sale de la boca del Señor” simboliza “la Palabra de Dios”, “más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb. 4:12). Es “la espada del Espíritu” (Ef. 6:17). Durante el tiempo de la gracia de Dios fue “la luz del mundo”, pero esa palabra ha sido rechazada por los malvados, y esa misma Palabra que Jesús ha hablado, “le juzgará en el día postrero” (Jn. 12:46-49). Esa Palabra que fue salvadora, que fue luz para las naciones, ahora se convierte en un instrumento de juicio, “para herir a las naciones” que la rechazaron, y para “juzgarlas con vara de hierro”; este es, en mi opinión, el sentido de “regirlas con vara de hierro” (Ap. 19:15).

Juan 12:46-49: Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas. (47) Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. (48) El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero. (49) Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.

Efesios 6:17: Y tomad el yelmo de la salvación,(J) y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios;

Hebreos 4:12: Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.

Este texto de Apocalipsis (19:15) describe el Día del Señor y de la ira de Dios, cuando se ejecuta el juicio divino sobre las naciones, que rechazaron “la Luz del mundo”. Y, por eso, después de ser juzgados los malvados por la Palabra de Dios, el siguiente paso es la ejecución de la sentencia: “él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso” (Ap. 19:15).

¿Qué significa: “él [El Verbo de Dios, Rey de reyes y Señor de señores] pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso”

Simplemente, es la obra del Juicio divino en el Día del Señor, Día “de la ira del Dios Todopoderoso”. El lagar del vino es donde son llevados los racimos de uvas –que es otro símbolo para los malvados, semejante al de la cizaña–, que el ángel vendimió de “la viña de la tierra” (Ap. 14:17-20). Esto se describe mejor en los siguientes textos:

Apocalipsis 14:17-20: Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz aguda. (18) Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó a gran voz al que tenía la hoz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra, porque sus uvas están maduras. (19) Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios. (20) Y fue pisado el lagar(I) fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta los frenos de los caballos, por mil seiscientos estadios.

Pisar “el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso” simboliza la ejecución de la sentencia de muerte de todos los malvados que han sido juzgados y condenados por Dios. En el Antiguo Testamento existen muchos textos que se refieren al Día del Señor o Día de la Ira de Dios. Citaré aquí los siguientes, que se corresponden con los textos de Apocalipsis 19:11-21, algunos de los cuales he comentado arriba.

Isaías 63:1-6: ¿Quién es éste que viene de Edom,(A) de Bosra, con vestidos rojos? ¿éste hermoso en su vestido, que marcha en la grandeza de su poder? Yo, el que hablo en justicia, grande para salvar. (2) ¿Por qué es rojo tu vestido, y tus ropas como del que ha pisado en lagar? (3) He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos nadie había conmigo; los pisé con mi ira, y los hollé con mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y manché todas mis ropas. (4) Porque el día de la venganza está en mi corazón, y el año de mis redimidos ha llegado. (5) Miré, y no había quien ayudara, y me maravillé que no hubiera quien sustentase; y me salvó mi brazo, y me sostuvo mi ira. (6) Y con mi ira hollé los pueblos, y los embriagué en mi furor, y derramé en tierra su sangre.

Notemos que también en Apocalipsis 19:13, se describe, simbólicamente, a Cristo, llevando una ropa teñida de sangre: “Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS” (Ap. 19:13).

El día del Señor o Día de la ira de Dios Todopoderoso, se encuentra profetizado a menudo en el Antiguo Testamento. Como ejemplo, citaré solo del libro del profeta Malaquías:

Malaquías 4:1-6: Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama. (2) Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada. (3) Hollaréis a los malos, los cuales serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies, en el día en que yo actúe, ha dicho Jehová de los ejércitos. (4) Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel. (5) He aquí, yo os envío el profeta Elías,(A) antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. (6) El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición.

Con lo que antecede, comentado hasta aquí, entiendo suficientemente contestadas las cuestiones que me planteaba uno de mis lectores. No obstante, haré una breve recapitulación o resumen de los principales acontecimientos.

4. Conclusión

Primero. El Milenio se inicia con el regreso glorioso de Jesús a juzgar a los vivos y a los muertos (2 Ti. 4:1,7). Es el Día del Señor (Is. 13:9-10; Hch.2:20; 1 Tes. 5:2; 2 P. 3:10; Ap. 6:17; etc.); es el Día del Juicio de Dios sobre la Tierra: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, (32) y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. (33) Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. (34) Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. […] Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.” (Mt. 25:31-33, 41).

El Día del Señor es el Día cuando Jesús viene a juzgar a los vivos y a los muertos.

2 Timoteo 4:1-2: Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, (2) que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.

2 Timoteo 4:7: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. (8) Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.

Notemos que el juicio de Dios se realiza cuando Cristo venga en gloria, y “pagará a cada uno conforme a sus obras” (Ro. 2:6; cf. Mt. 16:27; 1 P. 2:12; Judas 14,15; Ap. 2:23; 22:12). Y este Juicio tiene dos fases: la primera fase –la ejecutiva– se produce “en su manifestación”, y la segunda fase, que podemos llamar la fase investigadora, se realiza “en su reino” con todos los santos presentes, que contemplan la justicia que Dios ha aplicado a los malvados de todas las épocas.

Mateo 16:27: “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras”.

Apocalipsis 22:12: He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra.

A continuación dos descripciones espeluznantes de ese Día del Juicio de Dios sobre la Tierra y sus malvados habitantes:

Apocalipsis 6:12-17: Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; (13) y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento. (14) Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. (15) Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; (16) y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; (17) porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?

Apocalipsis 11:15, 18: El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos. […] (18) Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra.

Leamos también otros textos importantes, que dan más detalles de cómo serán los sucesos del fin del mundo:

Mateo 24:29-51: E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. (30) Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. (31) Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro.

Por tanto, solo existirán dos grupos de personas: los que se salvan y los que se pierden; es decir, como nos relata “la parábola de la cizaña del campo” (Mt. 13:36-43), los dos grupos están perfectamente representados por: 1) “la buena semilla” que “son los hijos del reino”, y 2) “la cizaña” que “son los hijos del malo” (Mt. 13:38). Veamos la explicación del propio Jesucristo en el Evangelio de san Mateo (13:36-43):

Mateo 13:36-43: Entonces, despedida la gente, entró Jesús en la casa; y acercándose a él sus discípulos, le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña del campo. (37) Respondiendo él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. (38) El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo. (39) El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles. (40) De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo. (41) Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, (42) y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. (43) Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga.

Segundo. Cuando venga Jesús en gloria con sus santos ángeles recogerá a todos sus hijos de los cuatro extremos de la Tierra, y resucitará a todos los santos de todas las épocas, y todos, habiendo sido transformados en cuerpos celestiales semejantes al de Cristo, serán “arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:17).

Es lógico deducir, que todos los hijos de Dios, que son arrebatados para recibir al Señor en el aire, son conducidos por Él a algún lugar que no sea el mismo planeta Tierra, porque “los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2 P. 3:7). Por tanto, nuestro planeta queda literalmente purificado por el fuego, en “la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!” (2 P. 3:12). La Tierra queda, pues, totalmente, inhabitable y sin ningún tipo de vida.

¿Adónde, pues, son llevados los santos que van al encuentro de Jesús en el aire?

Jesús mismo, la Palabra de Dios encarnada, nos responde: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. (2) En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. (3) Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:1-3).

Como no podía ser de otra forma, las palabras de Jesús son confirmadas por el apóstol Pablo (Fil. 3:18-21) y, además, por el autor de la epístola a los Hebreos (Heb. 11:8-10, 13).

Filipenses 3:18-21: Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; (19) el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal. (20) Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; (21) el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.

También los héroes de la fe del Antiguo Testamento – Abel, Enoc, Noé, Abraham, etc.– esperaban una patria celestial:

“Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. […] (16) Pero anhelaban una mejor [patria], esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad (Hebreos 11:13,16).

Abraham también “esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10).

¿Qué ocurre durante el Milenio en la Tierra y en el Cielo?

Durante el Milenio, en la Tierra no hay vida humana, ni quizá de ningún otro tipo, y el diablo queda atado –inactivo a la fuerza–, porque en ese periodo no hay seres humanos a los que pueda tentar, y está circunscrito y limitado, por el poder de Dios, al planeta Tierra, que quedó desértico por el fuego del Día del Señor. En cambio, los santos, que fueron trasladados por Jesús al Cielo, “reinarán con él mil años” (Ap. 20:6 úp), en el Cielo, por supuesto, porque durante esos mil años aún no existen “un Cielo nuevo y una Tierra nueva” (2 P. 3:13; Ap. 21:1-2); y los santos viven en las moradas celestiales que Jesús fue a preparar (Jn. 14:2-3), en la Ciudad celestial, “cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb. 11:10; cf. Fil. 3:20).

En Apocalipsis 20:4, el apóstol Juan vio en el Cielo –aunque no lo dice expresamente, pero se deduce del contexto–, al menos, tres grupos de santos:

Apocalipsis 20:4: Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años.

En primer lugar, los que recibieron facultad de juzgar: “vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar” (Ap. 20:4 pp). Aunque aquí no indica expresamente a qué grupo de personas se refiere, sin duda son los santos. Pero por el texto de Apocalipsis (20:4) citado, se deduce que algunos recibirán esa facultad, y no todos los santos, como así parece desprenderse de los siguientes textos (véase Mt. 19:28; Lc. 22:30; 1 Co. 6:2,3):

Mateo 19:28: Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.

Lucas 22:28-30: Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. (29) Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, (30) para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel.

En esos mil años en el Cielo, no todos los santos tendrán la misma misión o reinarán de la misma manera; pero en Apocalipsis 20:4, se refiere, especialmente, a “los que recibieron facultad de juzgar”. Sin embargo, aunque estos juzguen de una manera singular y profunda, es de suponer, que a todos los santos se les permitirá revisar las vidas de todos los que no han alcanzado la salvación, al menos las vidas de aquellos que conocieron de alguna manera, para comprobar la justicia y misericordia de Dios, y comprobar las falsedades y mentiras del diablo. No obstante, el apóstol Pablo se refiere en general a cada uno de los santos en 1 Corintios 6:2-3:

1 Corintios 6:2-3: ¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas? (3) ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida?

En segundo lugar, vio: “las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos”; y vivieron y reinaron con Cristo mil años” (Ap. 20:4 pú). Todos ellos son los que han sido vencedores a través de circunstancias difíciles, persecuciones diversas, y salieron victoriosos de terribles pruebas, crueles tormentos, se mantuvieron firmes en su fe y ante las doctrinas idolátricas y falsas, y obraron en coherencia con su creencias, etc., por ejemplo, los mártires de todos las épocas.

En tercer lugar, el apóstol Juan se refiere a todos los no incluidos en los dos grupos anteriores, que también recibieron cuerpos gloriosos a semejanza del de Cristo resucitado, que son, por supuesto, todos los que tuvieron parte en la primera resurrección, comprobémoslo: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años (Ap. 20:6).

Todos estos grupos vivieron y reinaron con Cristo mil años y comprobaron por sí mismos cuán grande es la santidad y justicia de Dios. Ya se han desvelado todas las dudas, que podían haber abrigado en sus corazones, porque han visto que “fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Ap. 20:13; y nunca más nadie podrá acusar a Dios de injusticia o arbitrariedad.

¿Qué acontecimientos ocurren cuando se cumplen los mil años (ver Ap. 20:5,7-10)?

Aquí el apóstol Juan concentra, en unos cinco versículos (v. 5, 7-10), varios e importantes acontecimientos que, al parecer se producen casi simultáneos, o bien uno seguido inmediatamente de otro. Comprobémoslos:

Apocalipsis 20:5-10: Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. […] (6) Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años. (7) Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, (8) y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar. (9) Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió. (10) Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.

Primero. “los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años” (Ap. 20:5). Es decir, cuando finalizan los mil años, se efectúa la segunda resurrección –la que Jesús denominó “resurrección de condenación” o de “juicio” (según versiones) (Jn. 5:29), o bien, como la nombra el apóstol Pablo: resurrección de los muertos, así de justos como de injustos (Hch. 24:15). Como vimos, la de los justos, ya se produjo en la venida gloriosa del Salvador; y después de mil años se produce la de los injustos o malvados.

Segundo. “Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, (8) y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar”. (Ap. 20:7-8).

Como vimos en el punto primero, los otros muertos volvieron a vivir, es decir, fueron resucitados, pero con cuerpos mortales; estos son los que componen “las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog…” (Ap. 20:8).

Ahora, también coincidente con el fin de los mil años, Satanás es soltado, –ha terminado su periodo de mil años de inactividad forzada por las circunstancias, por no tener a quien tentar–, y ya vuelve a tener a los suyos, para tentarlos de nuevo; y eso es lo que hace: salir a engañar de nuevo a todos los malvados resucitados, que formaron parte de todas las naciones del mundo y de todas las épocas.

¿Qué es lo primero que, los malvados de la segunda resurrección liderados por Satanás, intentan hacer?

Tercero. “Subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada” (Ap. 20:9).

El apóstol Juan, nos lleva a un rápido desenlace del final de la historia del mal, del juicio de Dios sobre los malvados y el diablo. Pero no usa más que dos textos para todo ello, lo que evidencia que es un anticipo en forma concisa, –muy resumido y sin dar detalles– de lo que desarrollará, en los textos siguientes y en los capítulos finales 21 y 22 de Apocalipsis. Y en el versículo 9, san Juan sitúa, como ya establecidos sobre este planeta Tierra, “el campamento de los santos y la Ciudad amada” (Ap. 20:9), y esto nos sorprende, porque este acontecimiento esencial –el descenso de los santos del Cielo con la nueva Jerusalén, se nos relata en el siguiente capítulo 21. Lo que debemos entender, pues, es que san Juan ha ido hasta el final, para luego en capítulos aparte (Ap. 21 y 22) desarrollar con todo detalle, el nuevo orden universal, con “un Cielo nuevo y una Tierra nueva; porque el primer Cielo y la primera Tierra pasaron” (Ap. 21:1); y, es entonces cuando ve también “la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido” (Ap. 21:1,2).

¿Dónde se establecerán los santos al fin de los mil años, cuando abandonen las moradas celestiales?

El orden cronológico de los acontecimientos del final del Milenio, pudo ser el siguiente:

  1. Dios crea “un Cielo nuevo y una Tierra nueva; porque el primer Cielo y la primera Tierra pasaron” (Ap. 21:1). La segunda versión del Edén ha sido instaurada. Los santos descienden del Cielo, junto con la nueva Jerusalén sobre una nueva Tierra.
  2. Acabamos de comprobar que al final de los mil años se produce el descenso de los santos con la nueva Jerusalén. Pero no regresarán al planeta Tierra, tal y como lo conocemos hoy; “porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más” (Ap. 21:1). “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos (Ap. 20:11).
  3. Tanto el Antiguo Testamento (Is. 65:17; 66:22), como el Nuevo Testamento se refieren a “nuevos cielos y nueva tierra” (véase 2 P. 3:13-14 y Ap. 21:1-8).

2 Pedro 3:13: Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. (14) Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles

Apocalipsis 21:1-4: Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. (2) Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. (3) Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. (4) Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.

  1. No se trata, pues, de una tierra restaurada, sino totalmente nueva: “Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas” (Ap. 21:5).
  2. Todos los habitantes de esa Nueva Tierra tienen cuerpos celestiales a semejanza del cuerpo de Cristo resucitado (1 Co. 15:35-50). Es lógico, pues, que a cuerpos celestiales le corresponda una Tierra Nueva celestial y no terrenal, como la que conocemos.
  3. “Los otros muertos vuelven a vivir” (Ap. 20:5); es decir, son resucitados en cuerpos mortales sobre esa nueva Tierra; entonces Satanás ya tiene a quienes tentar, y eso es lo que hace, vuelve a engañarles como había hecho en el pasado –esta vez no engaña a la primera pareja que hubo en el Edén, sino a todos los malvados resucitados que durante su vidas terrenales le eligieron a él antes que a Su Creador.
  4. Satanás es soltado de su prisión circunstancial, y vuelve a tener “trabajo”, sale a engañar “a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar” (Ap. 20:8).
¿A quiénes quieren asaltar estos malvados que forman “las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra”?
  1. Ellos siempre han considerado a Dios y a los santos como enemigos, y siempre han querido exterminarlos, por eso ahora –al final del Milenio, en la Tierra nueva– “rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada” (Ap. 20:9).
  2. Entonces Dios inaugura el Juicio ante el Gran Trono blanco: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. (12) Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. (13) Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. (Ap. 20:11-13). Aunque este Juicio final de los malvados aparece relatado después del intento de asalto de ellos a los santos, por el diablo y sus seguidores, parece lógico situarlo cronológicamente antes de la sentencia del Juicio final citado, una vez que “los libros fueron abiertos”. En estos “libros” se encuentran todos los cargos por los que se les codena a la muerte segunda, que es la eterna y definitiva.
  3. “Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió. (10) Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap. 20:9,10). Esta es la ejecución de la sentencia del Juicio ante el Gran trono blanco: la segunda muerte –la definitiva muerte eterna–, que se describe, en el punto siguiente.
  4. “(14) Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego Esta es la muerte segunda. (15) Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (véase Ap. 20:14-15). El mal y los malhechores han sido erradicados del universo para siempre. Dios ha sido reivindicado en su justicia y misericordia.
¿Qué características se nos revelan de esa Nueva Tierra celestial?
  • “El mar ya no existía más” (Ap. 21:1).
  • Habrá una Ciudad celestial llamada la Nueva Jerusalén, que será el Tabernáculo de Dios, donde Dios morará. (Ap. 21:3).
  • Allí “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Ap. 21:4).
  • No hay “en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero” (Ap. 21:22).
  • “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera” (Ap.21:23).
  • “Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. (25) Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. (26) Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella” (Ap. 21:24-26)
  • “No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Ap. 21:27).
  • Habrá “Un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero” (Ap. 22:1).
  • “En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones” (Ap. 22:2).
  • “Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, (4) y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes” (Ap. 22:3-4).
  • “No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos” (Ap. 22:5).

Esperando haberme hecho entender, quedo a disposición del lector para lo que pueda servirle.

Afectuosamente en Cristo

Carlos Aracil Orts

www.amistadencristo.com

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Referencias bibliográficas

*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

Abreviaturas:

AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento

AP = Antiguo Pacto

NP = Nuevo Pacto

NBJ: Nueva Biblia de Jerusalén, 1998.

Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)

(1) Aracil, Orts, Carlos. Artículos relacionados con el tema del Milenio en https://amistadencristo.com:

¿Están los fieles muertos viviendo en el cielo?

¿Dónde vivirán los santos: en el Cielo o en la Tierra?

¿Vivirán los salvados el Milenio en el Cielo o en la Tierra?

¿Serán simultáneas las resurrecciones de vida y de juicio?

¿Habrá dos resurrecciones distanciadas por un tiempo de mil años?

El Reino de Dios y el Milenio

El pecado imperdonable y la escatología del Milenio

El dispensacionalismo y el Milenio

El Reino de Cristo, el Milenio y la muerte segunda

(2) Aracil, Orts, Carlos. Artículos relacionados con el libro “Un Curso de milagros” en https://amistadencristo.com:

¿Por qué es peligroso «Un Curso de milagros»?

Un peligroso «Curso de Milagros» (UCDM)

(3) Diccionario RAE. https://dle.rae.es/?id=UlCmwN4

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